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Par metanoia1 le 14 Novembre 2010 à 00:20
EL SAGRADO CORAZÓN Y LA LEYENDA DEL SANTO GRIAL
René Guénon
En uno de sus últimos artículos (“Regnabit”, junio de 1925) (2), L.
Charbonneau-Lassay señala con mucha razón, como vinculada a lo que
podría llamarse la "prehistoria del Corazón eucarístico de Jesús" la leyenda
del Santo Grial, escrita en el siglo XII, pero muy anterior por sus orígenes
puesto que es en realidad una adaptación cristiana de muy antiguas
tradiciones célticas. La idea de esta vinculación
ya se nos había ocurrido con
motivo del articulo anterior, extremadamente interesante desde el punto de
vista en que nos colocamos, intitulado "Le Coeur humain et la notion du
Coeur de Dieu dans la religion de l'ancienne Égypte" (noviembre de 1924)
(2), del cual recordaremos el siguiente pasaje: "En los jeroglíficos, escritura
sagrada donde a menudo la imagen de la cosa representa la palabra misma
que la designa, el corazón no fue, empero, figurado sino por un emblema:
el
vaso. El corazón del hombre, ¿no es, en efecto, el vaso en que su vida se
elabora continuamente con su sangre?" Este vaso, tomado como símbolo del
corazón y sustituto de éste en la ideografía egipcia, nos había hecho pensar
inmediatamente en el Santo Grial, tanto más cuanto que en este último,
aparte del sentido general del símbolo (considerado, por lo demás, a la vez
en sus dos aspectos, divino y humano), vemos una relación especial y mucho
más directa con el Corazón mismo de Cristo.
En efecto, el Santo Grial es la copa que contiene la preciosa Sangre de
Cristo, y que la contiene inclusive dos veces, ya que sirvió primero para la
Cena y después José de Arimatea recogió en él la sangre y el agua que
manaban de la herida abierta por la lanza del centurión en el costado del
Redentor. Esa copa sustituye, pues, en cierto modo, al Corazón de Cristo
como receptáculo de su sangre, toma, por así decirlo, el lugar de aquél y se
convierte en un como equivalente simbólico: ¿y no es más notable aún, en
tales condiciones, que el vaso haya sido ya antiguamente un emblema del
corazón? Por otra parte, la copa, en una u otra forma, desempeña, al igual
que el corazón mismo, un papel muy importante
en muchas tradiciones
antiguas; y sin duda era así particularmente
entre los celtas, puesto que de
éstos procede lo que constituyó
el fondo mismo o por lo menos la trama de
la leyenda del Santo Grial. Es lamentable que no pueda apenas saberse con
precisión cuál era la forma de esta tradición con anterioridad al Cristianismo,
lo que, por lo demás, ocurre con todo lo que concierne a las doctrinas
célticas, para las cuales la enseñanza oral fue siempre el único modo de
transmisión utilizado; pero hay, por otra parte, concordancia suficiente para
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poder al menos estar seguros sobre el sentido de los principales símbolos
que figuraban en ella, y esto es, en suma, lo más esencial.
Pero volvamos a la leyenda en la forma en que nos ha llegado; lo que dice
sobre el origen mismo del Grial es muy digno de atención:
esa copa habría
sido tallada por los ángeles en una esmeralda desprendida de la frente de
Lucifer en el momento de su caída. Esta esmeralda recuerda de modo
notable la urnâ, perla frontal que, en la iconografía hindú, ocupa a menudo
el lugar del tercer ojo de Shiva, representando lo que puede llamarse el
"sentido de la eternidad". Esta relación nos parece más adecuada que
cualquier otra para esclarecer perfectamente el simbolismo del Grial; y hasta
puede captarse en ello una vinculación más con el corazón, que, para la
tradición hindú como para muchas otras, pero quizá todavía más
claramente, es el centro del ser integral, y al cual, por consiguiente, ese
"sentido de la eternidad" debe ser directamente vinculado.
Se dice luego que el Grial fue confiado a Adán en el Paraíso terrestre, pero
que, a raíz de su caída, Adán lo perdió a su vez, pues no pudo llevarlo
consigo cuando fue expulsado del Edén; y esto también se hace bien claro
con el sentido que acabamos de indicar. El hombre, apartado de su centro
original por su propia culpa, se encontraba en adelante encerrado en la
esfera temporal; no podía ya recobrar el punto único desde el cual todas las
cosas se contemplan bajo el aspecto de la eternidad. El Paraíso terrestre, en
efecto, era verdaderamente el "Centro del Mundo" asimilado simbólicamente
en todas partes al Corazón divino; ¿y no cabe decir que Adán, en tanto
estuvo en el Edén, vivía verdaderamente en el Corazón de Dios?.
Lo que sigue es más enigmático: Set logró entrar en el Paraíso
terrestre y
pudo así recuperar el precioso vaso; ahora bien: Set es una de las figuras
del Redentor, tanto más cuanto que su nombre mismo expresa las ideas de
fundamento y estabilidad, y anuncia de algún modo la restauración del orden
primordial destruido
por la caída del hombre. Había, pues, desde entonces,
por lo menos una restauración parcial, en el sentido de que Set y los que
después de él poseyeron el Grial podían por eso mismo establecer, en algún
lugar de la tierra, un centro espiritual que era como una imagen del Paraíso
perdido. La leyenda, por otra parte, no dice dónde ni por quién fue
conservado el Grial hasta la época de Cristo, ni cómo se aseguró su
transmisión; pero el origen céltico que se le reconoce debe probablemente
dejar comprender que los Druidas tuvieron una parte de ello y deben
contarse entre los conservadores
regulares de la tradición primordial. En
todo caso, la existencia de tal centro espiritual, o inclusive de varios,
simultánea o sucesivamente, no parece poder ponerse en duda, como quiera
haya de pensarse acerca de su localización; lo que debe notarse es que se
adjudicó en todas partes y siempre a esos centros, entre otras
designaciones, la de "Corazón del Mundo", y que, en todas las tradiciones,
las descripciones referidas a él se basan en un simbolismo idéntico, que es
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posible seguir hasta en los más precisos
detalles. ¿No muestra esto
suficientemente que el Grial, o lo que está así representado, tenía ya, con
anterioridad al Cristianismo, y aun a todo tiempo, un vínculo de los más
estrechos con el Corazón divino y con el Emmanuel, queremos decir, con la
manifestación, virtual o real según las edades, pero siempre presente,
del
Verbo eterno en el seno de la humanidad terrestre?.
Después de la muerte de Cristo, el Santo Graal, según la leyenda, fue
llevado a Gran Bretaña por José de Arimatea y Nicodemo; comienza
entonces a desarrollarse la historia de los Caballeros
de la Tabla Redonda y
sus hazañas, que no es nuestra intención seguir aquí. La Tabla (o Mesa)
Redonda estaba destinada a recibir al Grial cuando uno de sus caballeros
lograra conquistarlo y transportarlo de Gran Bretaña a Armórica; y esa Tabla
(o Mesa) es también un símbolo verosímilmente muy antiguo, uno de
aquellos que fueron asociados a la idea de esos centros espirituales a que
acabamos de aludir. La forma circular de la mesa está, además, vinculada
con el "ciclo zodiacal" (otro símbolo que merecería estudiarse más
especialmente) por la presencia en torno de ella de doce personajes
principales, particularidad que se encuentra en la constitución
de todos los
centros de que se trata. Siendo así, ¿no puede verse en el número de los
doce Apóstoles una señal, entre multitud de otras, de la perfecta
conformidad del Cristianismo con la tradición
primordial, a la cual el nombre
de "precristianismo" convendría tan exactamente? Y, por otra parte, a
propósito de la Tabla Redonda, hemos destacado una extraña concordancia
en las revelaciones simbólicas hechas a Marie des Vallées (véase “Regnabit,
noviembre de 1924) (3), donde se menciona "una mesa redonda de jaspe,
que representa el Corazón de Nuestro Señor", a la vez que se habla de "un
jardín que es el Santo Sacramento del altar" y que, con sus "cuatro fuentes
de agua viva", se identifica misteriosamente con el Paraíso terrestre; ¿no
hay aquí otra confirmación, harto sorprendente e inesperada, de las
relaciones que señalábamos antes?.
Naturalmente, estas notas demasiado rápidas no podrían pretender
constituirse en un estudio completo acerca de cuestión tan poco conocida;
debemos limitarnos por el momento a ofrecer simples
indicaciones, y nos
damos clara cuenta de que hay en ellas consideraciones que, al principio,
son susceptibles de sorprender un tanto a quienes no están familiarizados
con las tradiciones antiguas y sus modos habituales de expresión simbólica;
pero nos reservamos el desarrollarlas y justificarlas con más amplitud
posteriormente, en artículos en que pensamos poder encarar además
muchos otros puntos no menos dignos de interés.
Entre tanto, mencionaremos aún, en lo que concierne a la leyenda
del
Santo Graal, una extraña complicación que hasta ahora no hemos tomado en
cuenta: por una de esas asimilaciones verbales que a menudo desempeñan
en el simbolismo un papel no desdeñable, y que por otra parte tienen quizá
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razones más profundas
de lo que se imaginaría a primera vista, el Graal es
a la vez un vaso (grasale) y un libro (gradale o graduale). En ciertas
versiones, ambos sentidos se encuentran incluso estrechamente vinculados,
pues el libro viene a ser entonces una inscripción trazada
por Cristo o por
un ángel en la copa misma. No nos proponemos
actualmente extraer de ello
ninguna conclusión, bien que sea fácil establecer relaciones con el "Libro de
Vida" y ciertos elementos del simbolismo apocalíptico.
Agreguemos también que la leyenda asocia al Graal otros objetos,
especialmente una lanza, la cual, en la adaptación cristiana, no es sino la
lanza del centurión Longino; pero lo más curioso es la preexistencia de esa
lanza o de alguno de sus equivalentes como símbolo en cierto modo
complementario de la copa en las tradiciones antiguas. Por otra parte, entre
los griegos, se consideraba que la lanza de Aquiles curaba las heridas por
ella causadas;
la leyenda medieval atribuye precisamente la misma virtud a
la lanza de la Pasión. Y esto nos recuerda otra similitud del mismo género:
en el mito de Adonis (cuyo nombre, por lo demás, significa "el Señor''),
cuando el héroe es mortalmente herido por el colmillo de un jabalí (colmillo
que sustituye aquí a la lanza), su sangre, vertiéndose en tierra, da
nacimiento a una flor; pues bien: L. Charbonneau ha señalado en “Regnabit”
(enero de 1925), "un hierro para hostias, del siglo XII, donde se ve la sangre
de las llagas del Crucificado
caer en gotitas que se transforman en rosas, y
el vitral del siglo XIII de la catedral de Angers, donde la sangre divina,
fluyendo en arroyuelos, se expande también en forma de rosas". Volveremos
enseguida sobre el simbolismo floral, encarado en un aspecto algo diferente;
pero, cualquiera sea la multiplicidad de sentidos que todos los símbolos
presentan, todo ello se completa y armoniza perfectamente, y tal
multiplicidad, lejos de ser un inconveniente o un defecto, es al contrario,
para quien sabe comprenderla, una de las ventajas principales de un
lenguaje mucho menos estrechamente limitado que el lenguaje ordinario.
Para terminar estas notas, indicaremos algunos símbolos que en diversas
tradiciones sustituyen a veces al de la copa y que le son idénticos en el
fondo: esto no es salirnos del tema, pues, el mismo Grial, como puede
fácilmente advertirse por todo lo que acabamos de decir, no tiene en el
origen otra significación que la que tiene en general el vaso sagrado donde
quiera se lo encuentra, y en particular, en Oriente, la copa sacrificial que
contiene el soma védico (o el haoma mazdeo), esa extraordinaria
"prefiguración eucarística sobre 'la cual volveremos quizá en otra ocasión.
Lo que el soma figura propiamente es el "elixir de inmortalidad" (el amritâ
de los hindúes, la ambrosía de los griegos, palabras ambas
etimológicamente semejantes), el cual confiere y restituye a quienes lo
reciben con las disposiciones requeridas ese "sentido de la eternidad" de que
hemos hablado anteriormente.
Uno de los símbolos a que queremos referirnos es el triángulo con el vértice
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hacia abajo; es como una suerte de representación esquemática de la copa
sacrificial, y con tal valor se encuentra en ciertos yantra o símbolos
geométricos de la India. Por otra parte, es particularmente notable desde
nuestro punto de vista que la misma figura sea igualmente un símbolo del
corazón, cuya forma reproduce simplificándola: el "triángulo del corazón" es
expresión corriente en las tradiciones orientales. Esto nos conduce a una
observación tampoco desprovista de interés: que la figuración
del corazón
inscrito en un triángulo así dispuesto no tiene en sí nada de ilegítimo, ya se
trate del corazón humano o del Corazón divino, y que, inclusive, resulta
harto significativa cuando se la refiere a los emblemas utilizados por cierto
hermetismo cristiano medieval, cuyas intenciones fueron siempre
plenamente ortodoxas. Si a veces se ha querido, en los tiempos modernos,
atribuir a tal representación un sentido blasfemo (véase “Regnabit”, agostoseptiembre
de 1924), es porque, conscientemente o no, se ha alterado la
significación primera de los símbolos hasta invertir su valor normal; se trata
de un fenómeno del cual podrían citarse muchos ejemplos y que por lo
demás encuentra su explicación en el hecho de que ciertos símbolos son
efectivamente susceptibles de doble interpretación, y tienen como dos faces
opuestas. La serpiente, por ejemplo, y también
el león, ¿no significan a la
vez, según los casos, Cristo y Satán? No podemos entrar a exponer aquí, a
ese respecto, una teoría general, que nos llevaría demasiado lejos; pero se
comprenderá
que hay en ello algo que hace muy delicado al manejo de los
símbolos y también que este punto requiere especialísima atención
cuando
se trata de descubrir el sentido real de ciertos emblemas y traducirlo
correctamente.
Otro símbolo que con frecuencia equivale al de la copa es un símbolo floral:
la flor, en efecto, ¿no evoca por su forma la idea de un "receptáculo", y no
se habla del "cáliz" de una flor? En Oriente, la flor simbólica por excelencia
es el loto; en Occidente, la rosa desempeña lo más a menudo ese mismo
papel. Por supuesto,
no queremos decir que sea ésa la única significación
de esta última, ni tampoco la del loto, puesto que, al contrario, nosotros
mismos habíamos antes indicado otra; pero nos inclinaríamos
a verla en el
diseño bordado sobre ese canon de altar de la abadía de Fontevrault
(“Regnabit”, enero de 1925, figura página 106), donde la rosa está situada
al pie de una lanza a lo largo de la cual llueven gotas de sangre. Esta rosa
aparece allí asociada a la lanza exactamente como la copa lo está en otras
partes, y parece en efecto recoger las gotas de sangre más bien que
provenir de la transformación de una de ellas; pero, por lo demás, las dos
significaciones se complementan más bien que se oponen, pues esas gotas,
al caer sobre la rosa, la vivifican y la hacen abrir. Es la "rosa celeste", según
la figura tan frecuentemente
empleada en relación con la idea de la
Redención, o con las ideas conexas de regeneración y, de resurrección; pero
esto exigiría aún largas explicaciones, aun cuando nos limitáramos a
destacar la concordancia de las diversas tradiciones con respecto a este otro
símbolo.
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Por otra parte, ya que se ha hablado de la Rosa-Cruz con motivo del sello de
Lutero (enero de 1925) (4), diremos que este emblema hermético fue al
comienzo específicamente cristiano, cualesquiera fueren las falsas
interpretaciones más o menos "naturalistas" que le han sido dadas desde el
siglo XVIII; y ¿no es notable que en ella la rosa ocupe, en el centro de la
cruz, el lugar mismo del Sagrado Corazón? Aparte de las representaciones
en que las cinco llagas del Crucificado se figuran por otras tantas rosas, la
rosa central, cuando está sola, puede muy bien identificarse con el Corazón
mismo, con el vaso que contiene la sangre, que es el centro de la vida y
también el centro del ser total.
Hay aún por lo menos otro equivalente simbólico de la copa: la media luna;
pero ésta, para ser explicada convenientemente, exigiría
desarrollos que
estarían enteramente fuera del tema del presente estudio; no lo
mencionamos, pues, sino para no descuidar enteramente ningún aspecto de
la cuestión.
De todas las relaciones que acabamos de señalar, extraeremos ya una
consecuencia que esperamos poder hacer aún más manifiesta
ulteriormente: cuando por todas partes se encuentran tales concordancias,
¿no es ello algo más que un simple indicio de la existencia de una tradición
primordial? Y ¿cómo explicar que, con la mayor frecuencia, aquellos mismos
que se creen obligados a admitir en principio esa tradición primordial no
piensen más en ella y razonen de hecho exactamente como si no hubiera
jamás existido, o por lo menos como si nada se hubiese conservado en el
curso de los siglos? Si se detiene uno a reflexionar sobre lo que hay de
anormal en tal actitud, estará quizá menos dispuesto a asombrarse de
ciertas consideraciones que, en verdad, no parecen extrañas sino en virtud
de los hábitos mentales propios de nuestra época. Por otra parte, basta
indagar un poco, a condición de hacerlo
sin prejuicio, para descubrir por
todas partes las marcas de esa unidad doctrinal esencial, la conciencia de la
cual ha podido a veces oscurecerse en la humanidad, pero que nunca ha
desaparecido enteramente; y, a medida que se avanza en esa investigación,
los puntos de comparación se multiplican corno de por sí, y a cada instante
aparecen más pruebas; por cierto, el Quaerite et invenietis del Evangelio no
es palabra vana.
NOTAS:
(1). Publicado en “Regnabit”, agosto-septiembre de 1925. Recopilado, sin el
addendum aparecido en el nº de diciembre, en Aperçus sur l´Esoterisme
Chrétien, capítulo IX de la 2ª parte y, con la adición incluida, en Symboles
de la Science Sacrée, capítulo III.
(2). Véase "Regnabit", junio de 1925: “Iconographie ancienne du Coeur de
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EL SAGRADO CORAZÓN Y LA LEYENDA DEL SANTO GRIAL.
Jésus”.
(3). Cf. Charbonneau- Lassay, Le Bestiaire du Christ, cap. X, pág. 95 (N. Del
T.).
(4). Regnabit, enero de 1925, artículo de Charbonneau-Lassay, "A propos de
la rose emblématique de Martin Luther" (N. del T.).
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