• ESTUDIOS SOBRE LA FRANCMASONERÍA Y EL COMPAÑERAZGO II

           ABD AL-WAHID YAHIA

                (RENÉ GUÉNON)

     

     

     

     

     

    ESTUDIOS SOBRE LA FRANCMASONERÍA Y EL COMPAÑERAZGO II

     

     

    TABLA DE MATERIAS

     

    CAPÍTULOS:


    Capítulo I:--Masones y Carpinteros

    " II:--Heredom

    " III:--Iniciación femenina e iniciaciones de oficio

    " IV:--Palabra perdida y nombres sustitutivos

    " V:--El Crismón y el corazón en las antiguas marcas corporativas

    " VI:--A propósito de los signos corporativos y de su sentido original


    RESEÑAS DE LIBROS: Años 1946, 1947, 1949, 1950


    RESEÑAS DE ARTÍCULOS DE REVISTAS: Años 1945, 1946, 1947, 1948, 1949, 1950


    ANEXOS:

    Capítulo I:--La Estricta Observancia y los Superiores Incógnitos

    " II:--Acerca de los Superiores Incógnitos y del astral

    " III:--Algunos documentos inéditos sobre la Orden de los Elegidos Cohen

    " IV:--La Gnosis y la Francmasonería

    " V:--La Ortodoxia Masónica

    " VI:--Los Altos Grados Masónicos

    " VII:--Acerca del Gran Arquitecto del Universo

    " VIII:--Concepciones científicas e ideal masónico

    Reseña de By-ways of Freemasonry



    INDICE DE LAS 19 RESEÑAS DE LIBROS RECOPILADAS EN ETUDES SUR LA FRANCMAÇONNERIE II



    ET: “Etudes Traditionnelles”



    1.- Pierre L'Hermier, Le Mysterieux Comte de Saint-Germain, Rose-Croix et diplomate. En ET, mayo de 1946.


    2.- G. De Chateaurhin, Bibliographie du Martinisme. En ET, mayo de 1946.


    3.- Dr. R. Swinburne Clymer, The Rosicrucian Fraternity in America, vol II. En ET, mayo de 1946.


    4.- Albert Lantoine, Les Societés Secrétes actuelles en Europe et en Amérique. En ET, octubre de 1946.


    5.- John Charpentier, L'Ordre des Templiers. En ET, octubre de 1946.


    6.- Jean Mallinger, Pythagore et les Mystères. En ET, octubre de 1946.


    7.- Paul Chacornac, Le Comte de Saint-Germain. En ET, junio de 1947.


    8.- Emile Dermenghem, Joseph de Maistre mystique. En ET, junio de 1947.


    9.- Louis-Claude de Saint-Martin, Tableau Naturel des Rapports qui existent entre Dieu, l'Homme et l'Univers. ET, junio de 1947. .


    10.- J. M. Ragon, De la Maçonnerie Occulte et de l'lnitiation hermetique. En ET, julio-agosto de 1947.


    11.- Albert Lantoine, La Franc-Maçonnerie. Extrait de l'Histoire générale des Religions. En ET, septiembre 1947.


    12.- Constant Chevillon, La Tradition Universelle. En ET, setiembre 1947.


    13.- G. Persigout, Le Cabinet de Réflexion. En ET, septiembre de 1947.


    14.- J. H. Probst-Biraben, Les Mysteres des Templiers. En ET, abril-mayo de 1948.


    15.- Rituel de la Maçonnerie Egyptienne de Cagliostro annoté par le Dr. Marc Haven. En ET, abril-mayo de 1948.


    16.- W. R. Chettéoui, Cagliostro et Catherine II. En ET, abril-mayo 1948.


    17.- J. H. Probst-Biraben, Rabelais et les Secrets de Pantagruel. En ET, abril-mayo de 1950.


    18.- G. Van Rijnberk, Episodes de la Vie ésoterique. (1780-1624). En ET, abril-mayo de 1950.


    19.- Henri-Felix Marcy, Essai sur l'Origine de la Franc-Maçonnerie et l'Histoire du Grand Orient de France. Tome I: Des origines à la fondation du Grand Orient du France. En ET, septiembre de 1950.


    INDICE DE LAS 23 RESEÑAS DE REVISTAS



    1.- "Mercure de France". Artículos sobre los Templarios. En ET, enero de 1945.


    2.- "Cahiers du Sud" (marzo 1940). En ET, enero 1945.


    3.- "Grand Lodge Bulletin d'lowa" (abril 1940). En ET, enero de 1945.


    4.- "Symbolisme" (enero-febr.-marzo 1940). En ET, enero de 1945.


    5.- "Speculative Mason" (julio y octubre 1940. En ET, diciembre de 1945.


    6.- “Speculative Mason” (abril, julio y octubre de 1941). En ET, diciembre 1945.


    7.- “Le Symbolisme” . En ET, abril-mayo de 1947.


    8.- “Le Symbolisme” (julio a noviembre de 1946). En ET, julio-agosto de 1947.


    9.- "Speculative Mason" (octubre 1947). En ET, marzo de 1948.


    10.- "Symbolisme" (diciembre 1946 a agosto 1947). En ET, junio de 1948.


    11.- "Speculative Mason" (abril 1948). En ET, septiembre 1948.


    12.- "Symbolisme" (sept.-octubre 1947). En ET, oct.-noviembre de 1948.


    13.- "Speculative Mason" (julio 1948). En ET, enero-febrero 1949.


    14.- "Masonic Light" (sept. 1947-julio 48). En ET, enero-febrero de 1949.


    15.- "Speculative Mason" (enero y abril de 1949). En ET, oct.-noviembre de 1949.


    16.- "Masonic Light" de Montréal (sept. de 1948 a junio de 1949). En ET, octubre-nov. de 1949.


    17.- "Symbolisme" (octubre 1948 a junio 1949). En ET, diciembre 1949.


    18.- "Speculative Mason" (julio 1949). En ET, enero-febrero 1950.


    19.- "Masonic Light" de Montréal (septiembre y octubre 1949). En ET, abril-mayo 1950.


    20.- "Speculative Mason" (octubre 1949). En ET, abril-mayo de 1950.


    21.- “Masonic Light (noviembre de 1949). En ET, abril-mayo de 1950.


    22.- "Speculative Mason" (1950). En ET, julio-agosto 1950.


    23.- "Masonic Light" (diciembre 1949). En ET, julio-agosto 1950.










    ÉTUDES SUR LA FRANC-MAÇONNERIE ET LE COMPAGNONNAGE, vol. II, Ed. Traditionnelles, París, 1965, 1973, 1978, 1983, 1986, 1992 (320 pp.).


    En castellano se han publicado los capítulos: "A propósito de los signos corporativos", "La Gnosis y la Francmasonería" y "Los Altos Grados Masónicos" en Symbolos, nº 13-14, Guatemala, 1997.


    Traducciones italianas: Scritti sulla Masoneria: en el nº extraordinario 54-55 de 1981, de la "Rivista di Studi Tradizionali" de Turín, se tradujeron siete de los ocho capítulos del primer volumen de Etudes sur la Franc-Maçonnerie, así como los seis capítulos de la primera parte del volumen II, las notas de Abd al-Wahid Yahia en "Speculative Mason" y cinco extractos de cartas sobre Masonería (trad. de Pietro Nutrizio).

    También: Studi sulla Massoneria, Basaia, Roma, 1983.

    Capítulo I: MASONES Y CARPINTEROS


    Ha habido siempre, entre las iniciaciones de oficio, una especie de querella de precedencia entre los albañiles1 y los talladores de piedra y los carpinteros; y si se consideran las cosas no en el aspecto de la importancia actual de estas dos profesiones en la construcción de edificios, sino en el de su antigüedad respectiva, es bien cierto que los carpinteros pueden efectivamente reivindicar el primer rango. En efecto, como hemos ya señalado en otras ocasiones, las construcciones, de manera muy general, fueron de madera antes de ser de piedra y ello es lo que explica que, en la India especialmente, no se encuentre ninguna huella de las que se remontan más allá de cierta época. Tales edificios eran evidentemente menos duraderos que los construidos en piedra; también el empleo de la madera corresponde, entre los pueblos sedentarios, a un estadio de menor fijeza que el de la piedra, o, si se quiere, a un menor grado de "solidificación", lo que está muy de acuerdo con el hecho de relacionarse con una etapa anterior en el curso del proceso cíclico2.


    Esta observación, por simple que pudiese parecer en sí misma, está muy lejos de carecer de importancia para la comprensión de ciertas particularidades del simbolismo tradicional: es así cómo, en los más antiguos textos de la India, todas las comparaciones referentes al simbolismo constructivo son siempre sacadas del carpintero, de sus útiles y de su trabajo; y Vishvakarma, el "Gran Arquitecto" mismo, es designado también con el nombre de Twashtri, que es literalmente el "Carpintero". Es evidente que la función del arquitecto (Sthapati, que además es primitivamente el maestro carpintero) no es en nada modificada por ello, puesto que, salvo la adaptación exigida por la naturaleza de los materiales empleados, es siempre del mismo "arquetipo" o del mismo "modelo cósmico" del que hay que inspirarse, y ello ya se trate de la construcción de un templo o de una casa, de un carro o de un navío, (y, en estos últimos casos, el oficio de carpintero jamás ha perdido nada de su importancia primera, al menos hasta el empleo totalmente moderno de los metales, que representan el último grado de la "solidificación"3. Evidentemente también, que ciertas partes del edificio se realicen en madera o en piedra, ello no cambia nada, si no en su forma exterior, al menos en su significación simbólica; poco importa a este respecto, por ejemplo, que el "ojo" del domo, es decir, su abertura central, sea recubierto por una pieza de madera, o por una piedra trabajada de algún modo, constituyendo una y otra igualmente y en un sentido idéntico, la "coronación" del edificio, según lo que hemos expuesto en precedentes estudios; y con mayor razón ocurre lo mismo con las piezas del carpintero que han permanecido como tales una vez que la madera ha sido sustituida por la piedra en la mayor parte de la construcción, como las vigas que, partiendo de este "ojo" del domo, representan los rayos solares con todas sus correspondencias simbólicas4. Se puede pues decir que el oficio del carpintero y el del albañil, puesto que proceden en definitiva del mismo principio, proporcionan dos lenguajes parecidamente apropiados para la expresión de las mismas verdades de orden superior; la diferencia no es más que una simple cuestión de adaptación secundaria, como lo es siempre la traducción de una lengua a otra, pero, bien entendido, cuando se trata de cierto simbolismo determinado, como en el caso de los textos tradicionales de la India a los cuales hacíamos alusión anteriormente, hace falta, para comprender enteramente su sentido y su valor, saber de una manera precisa cual es, de los dos lenguajes, aquel más propiamente relacionado.

    A este respecto, señalaremos un punto que nos parece tener una importancia totalmente particular; se sabe que en griego, la palabra hylê significa primitivamente "madera", y que es al mismo tiempo la que sirve para designar el principio sustancial o la materia prima del Cosmos, y también por aplicación derivada de ésta, a toda materia secunda, es decir, a todo lo que desempeña en un sentido relativo, en tal o cual caso, un papel análogo al del principio sustancial de toda manifestación5. Este simbolismo, según el cual aquello de lo cual está hecho el mundo es asimilado a la madera es además muy general en las más antiguas tradiciones, y, por lo que acabamos de decir, es fácil comprender su razón con relación al simbolismo constructivo: en efecto, desde el momento que de la "madera" se han sacado los elementos de la construcción cósmica, el "Gran Arquitecto" debe ser considerado antes que nada como un "maestro carpintero", como lo es efectivamente en semejante caso, y como es natural que lo sea allí donde los constructores humanos, cuyo arte, desde el punto de vista tradicional, es esencialmente una "imitación" del arte del "Gran Arquitecto", son ellos mismos carpinteros6. No carece de importancia tampoco, en lo que concierne más especialmente a la tradición cristiana, el resaltar, como ya lo ha hecho A. Coomaraswamy, que puede fácilmente comprenderse así que el Cristo debía aparecer como el "hijo del carpintero"; los hechos históricos, como hemos dicho muy frecuentemente, no son en suma sino un reflejo de realidades de otro orden, y solamente ello les da todo el valor del que son susceptibles; también hay ahí un simbolismo mucho más profundo de lo que se piensa de ordinario (si es que la inmensa mayoría de los cristianos tiene aún, por vagamente que sea, la idea de que puede haber en ello un simbolismo cualquiera). Que además esa no sea más que una filiación aparente, ello mismo es exigido todavía por la coherencia del simbolismo, puesto que se trata de algo que no está en relación más que con el orden exterior de la manifestación, y no con el orden principial; es de la misma manera exactamente cómo, en la tradición hindú, Agni, en tanto que es el Avatâra por excelencia, tiene también a Twashtri como padre adoptivo cuando toma nacimiento en el Cosmos; ¿y cómo podría ser de otra forma cuando este Cosmos mismo no es otra cosa, simbólicamente, que la obra misma del "maestro carpintero"?






    Publicado en Etudes Traditionnelles, diciembre de 1946.

    Capítulo II: HEREDOM


    Habiendo visto recientemente unas notas sobre la palabra Heredom1 (1) que, aun indicando algunas de las explicaciones que se han propuesto, no aportan ninguna conclusión en cuanto a su origen real, nos ha parecido que podía ser de algún interés el reunir aquí algunas observaciones al respecto. Se sabe que esta palabra enigmática (que se escribe a veces también Herodom, y de la cual se encuentran incluso diversas otras variantes que, a decir verdad, parecen más o menos incorrectas) es empleada como designación de un alto grado masónico, y también, por extensión, del conjunto del Rito del cual este grado constituye el elemento más característico. A primera vista, puede parecer que Heredom no sea otra cosa que una forma ligeramente alterada de heirdom, es decir "herencia"; en la "Orden Real de Escocia", la herencia de que se trata sería la de los Templarios que, según la "leyenda", habiéndose refugiado en Escocia tras la destrucción de su Orden, habrían sido allí acogidos por el rey Robert Bruce y habrían fundado la Logia-Madre de Kilwinning2. Sin embargo, está muy lejos de explicarlo todo, y es muy posible que este sentido haya venido solamente a añadirse secundariamente, siguiendo una similitud fonética, a una palabra cuyo verdadero origen era muy diferente.


    Diremos otro tanto de la hipótesis según la cual Heredom sería derivada del griego hieros domos, "morada sagrada"; sin duda, ello no está falto de significación, y puede incluso prestarse a consideraciones menos "exteriores" que una alusión de orden simplemente histórico. Sin embargo, tal etimología no deja de ser muy dudosa; nos hace además pensar en aquella por la cual se ha pretendido a veces hacer del nombre de Jerusalén, a causa de su forma griega Hierosolyma, un compuesto híbrido en el cual entraría también la palabra hieros, mientras que se trata en realidad de un nombre puramente hebraico, que significa "morada de paz" o, si se toma para su primera parte una raíz un poco diferente (yara en lugar de yarah), "visión de la paz". Esto nos recuerda también la interpretación del símbolo del grado de Royal Arch, que es una triple "tau", como formado por la superposición de las dos letras T y H, que serían entonces las iniciales de las palabras Templum Hierosolimae; y, precisamente, el hieros domos de que se trata sería igualmente, para los que han considerado esta hipótesis, el Templo de Jerusalén. No queremos ciertamente decir que aproximaciones de este género, que estén basadas sobre la consonancia de las palabras o sobre la forma de las letras y de los símbolos, estén necesariamente desprovistas de todo sentido, de toda razón de ser, incluso hay algunas que están lejos de carecer de interés y cuyo valor tradicional es incontestable; pero es evidente que haría falta tener mucho cuidado de no confundir jamás estos sentidos secundarios, que pueden por otro lado ser más o menos numerosos, con el sentido original que, cuando se trata de una palabra, es el único al cual se puede aplicar propiamente el nombre de etimología.


    Lo que es quizás más singular, es que se ha pretendido bastante frecuentemente hacer de Heredom el nombre de una montaña de Escocia; ahora bien, apenas hay necesidad de decir que, de hecho, no ha existido nunca ninguna montaña con tal nombre, ni en Escocia ni en ningún otro país; pero la idea de la montaña debe ser aquí asociada a la de un "lugar santo", lo que nos lleva de nuevo en cierto modo al hieros domos. Esta montaña supuesta por lo demás no ha debido ser constantemente situada en Escocia, pues semejante localización apenas sería conciliable, por ejemplo, con la afirmación que se encuentra en los rituales de la Masonería adonhiramita, y según la cual la primera Logia fue mantenida en "el valle profundo donde reinan la paz, las virtudes (o la verdad) y la unión, valle que estaba comprendido entre las tres montañas Moriah, Sinaí y Heredon (sic)". Ahora, si uno se informa en los antiguos rituales de la Masonería operativa, que constituyen sin duda una "fuente" más segura y tradicionalmente más auténtica3, se comprueba lo siguiente, que vuelve esta última aserción aún más extraña: las tres montañas sagradas eran allí el Sinaí, el Moria y el Tabor; estos "altos lugares "eran representados en ciertos casos por las plazas ocupadas por los tres principales oficiales de la Logia, de suerte que el emplazamiento mismo de ésta podía entonces ser asimilado en efecto a un "valle" situado entre esas tres montañas. Estas corresponden bastante manifiestamente a tres "revelaciones" sucesivas: la de Moisés, la de David y la de Salomón (se sabe que el Moria es la colina de Jerusalén sobre la cual fue edificado el Templo), y la de Cristo; hay pues en su asociación algo que es bastante fácilmente comprensible; pero ¿dónde, cuándo y cómo ha podido operarse la curiosa sustitución del Tabor por Heredom (incompatible por lo demás con la identificación de ese hieros domos con el Templo de Jerusalén, puesto que él es aquí distinguido expresamente del monte Moria)? No nos encargaremos de resolver este enigma, no teniendo por otro lado a nuestra disposición los elementos necesarios, pero al menos hemos de señalarlo.


    Para volver ahora a la cuestión del origen de la palabra Heredom, es importante resaltar que, en la "Orden Real de Escocia", está en uso el escribir ciertas palabras solamente con sus consonantes, a la manera del hebreo y del árabe, de suerte que Heredom, o lo que se tiene la costumbre de pronunciar así, es escrito siempre en realidad H.R.D.M.: es claro que las vocales pueden entonces ser variables lo que da cuenta por lo demás de las diferencias ortográficas que no son simples errores. Ahora bien, H.R.D.M. puede perfectamente leerse Harodim, nombre de uno de los grados superiores de la Masonería operativa; estos grados de Harodim y de Menatzchim, que eran naturalmente desconocidos por los fundadores de la Masonería "especulativa"4, tornaban apto para ejercer las funciones de superintendente de los trabajos5. El nombre de Harodim convenía por tanto muy bien para la designación de un alto grado, y lo que nos parece mucho más verosímil, es que, por esta razón, habrá sido aplicado después a una de las formas más antiguamente conocidas, pero sin embargo evidentemente en relación con la Masonería operativa, del grado masónico de Rosa-Cruz.





    Artículo publicado originalmente en "Etudes Traditionnelles", octubre de 1947.

    Capítulo III: INICIACIÓN FEMENINA E INICIACIONES DE OFICIO


    Se nos ha dicho repetidas veces que, en las formas tradicionales occidentales actualmente subsistentes, parecería no haber ninguna posibilidad de carácter iniciático para las mujeres: muchos se preguntan cuáles pueden ser las razones de tal estado de cosas, que es ciertamente muy lamentable, pero que sin duda sería muy difícil de remediar. Además esto debería llevar a la reflexión a los que se imaginan que Occidente ha otorgado a la mujer un sitial privilegiado que no ha sido jamás logrado en ninguna otra civilización. Tal vez sea verdad en ciertos aspectos, pero especialmente en el sentido de que Occidente, en los tiempos modernos, la sustrajo de su papel normal permitiéndole acceder a funciones que deberían pertenecer exclusivamente al hombre, de manera que estamos aquí en presencia de otro caso particular del desorden de nuestra época. Desde otros puntos de vista más legítimos, la mujer en Occidente, por el contrario, se encuentra en una situación mucho más desventajosa que en el caso de las civilizaciones orientales, en las cuales particularmente le ha sido siempre posible encontrar una iniciación que le conviniera, siempre y cuando poseyera las cualificaciones requeridas. Así por ejemplo, la iniciación islámica ha sido siempre accesible a las mujeres, lo que, digámoslo de paso, es suficiente para refutar algunos absurdos que en Europa se acostumbra a atribuir al Islam.

    Volviendo al mundo occidental, está claro que no nos referimos aquí a la Antigüedad, cuando con toda seguridad existieron iniciaciones femeninas y donde incluso algunas lo eran excluyentes de los varones, así como hubo otras exclusivamente masculinas. Pero ¿cuál era la situación en el Medioevo? Sin duda no es imposible que las mujeres hayan sido admitidas en ese entonces en algunas organizaciones poseedoras de una iniciación propia del esoterismo cristiano, e incluso ello es perfectamente verosímil1; pero como tales organizaciones están entre aquellas de las que ya desde hace mucho tiempo no quedan rastros, es muy difícil tratar de las mismas con certeza y precisión y, en todo caso, es muy posible que no hubiese nunca más que posibilidades muy restringidas. En cuanto a la iniciación caballeresca, es más que evidente que por su misma naturaleza no podría absolutamente convenir a las mujeres. Lo mismo puede decirse respecto a las iniciaciones de oficio, o al menos de las más importantes entre ellas y de aquellas que, de una u otra manera, se continuaron hasta nuestros días. Ésta es precisamente la razón verdadera de la ausencia de toda iniciación femenina en el Occidente actual: todas las que subsisten se basan esencialmente sobre oficios cuyo ejercicio pertenece exclusivamente a los hombres, y es ésta como decíamos la razón por la que no vemos muy bien como podría superarse tan fastidiosa laguna, a menos que se encuentre algún día el medio de realizar una hipótesis que pasamos a considerar a continuación. Sabemos bien que algunos de nuestros contemporáneos han pensado que en el caso en el cual el ejercicio efectivo de un oficio haya desaparecido, la exclusión de las mujeres de la iniciación correspondiente había perdido por ello mismo su razón de ser; pero eso es un verdadero sinsentido, pues la iniciación no está por ello cambiada, y, como hemos ya explicado en otro lugar2, este error implica un total desconocimiento del significado y del real alcance de las cualificaciones iniciáticas. Como decíamos entonces, la conexión con el oficio, totalmente independiente de su ejercicio exterior, permanece inscrita necesariamente en la forma misma de la iniciación, y en aquello que la caracteriza y constituye esencialmente como tal, de modo que en ningún caso podría ser válida para quienquiera no fuera apto para ejercer el oficio en cuestión. Naturalmente, nos estamos refiriendo en particular a la Masonería, ya que por lo que hace al Compañerazgo, el ejercicio del oficio no ha dejado jamás de considerarse como condición indispensable; por lo demás no conocemos ningún otro ejemplo de una desviación de este tipo más que la "Masonería mixta", que por tal razón no podrá nunca ser considerada "regular" por nadie que al menos comprenda mínimamente los principios de la Masonería. En el fondo la existencia de esta "Masonería Mixta" (o Co-Masonry como se la denomina en los países de habla inglesa) constituye simplemente una tentativa de introducir en el ámbito iniciático mismo, que por sobre cualquier otro debería estar exento, aquella concepción "igualitaria" que, rehuyendo ver las diferencias de la naturaleza existentes entre los seres, llega hasta atribuir a las mujeres una función propiamente masculina , y que está además manifiestamente en la raíz de todo el "feminismo" contemporáneo3.

    Ahora bien, el problema que se plantea es el siguiente: ¿por qué todos los oficios que están incluidos en el Compañerazgo son exclusivamente varoniles, y por qué ningún oficio femenino parece haber dado origen a una iniciación de este tipo? A decir verdad es ésta una cuestión bastante compleja y no pretendemos resolverla por entero aquí; dejando de lado la investigación de contingencias históricas intervinientes, diremos solamente que puede haber ciertas dificultades particulares, de las cuales una de las principales posiblemente se deba al hecho que, desde el punto de vista tradicional, los oficios femeninos deben normalmente ejercerse en casa, y no como en el caso de los masculinos, fuera de ella. Sin embargo, una dificultad de este tipo no es insuperable, y podría solamente requerir algunas modalidades especiales en la constitución de una organización iniciática; y, por otra parte, no hay duda alguna que hay oficios femeninos perfectamente susceptibles de servir de soporte para una iniciación. Podemos citar, a título de ejemplo, el tejido, del cual hemos expuesto en una de nuestras obras su simbolismo particularmente importante4; este oficio es además de los que pueden ejercerse a la vez por hombres y por mujeres; como ejemplo de un oficio más exclusivamente femenino, citaremos el bordado, al que se refieren directamente las consideraciones sobre el simbolismo de la aguja, del que ya hemos hablado en diversas ocasiones, así como algunas de las que conciernen al sûtrâtmâ5. Es fácil entender cómo podrá haber por este lado, en principio al menos, posibilidades de iniciación femenina que no serían desdeñables; pero decimos en principio porque desafortunadamente, en las condiciones actuales, no hay de hecho ninguna transmisión auténtica que permita realizar tales posibilidades; y no nos cansaremos de repetir, visto que se trata de algo que muchos parecen perder siempre de vista, que a falta de tal transmisión no puede haber iniciación valida, ya que ésta no puede ser de ninguna manera constituida por iniciativas individuales que, cualesquiera que sean, no pueden, por sí solas, originar sino una pseudo-iniciación, puesto que falta necesariamente el elemento suprahumano, vale decir, la influencia espiritual.

    De todos modos podría tal vez entreverse una solución considerando lo siguiente: los oficios que pertenecen al Compañerazgo tuvieron siempre, habida cuenta de sus afinidades más particulares, la facultad de afiliar tales o cuales oficios, y conferir a éstos una iniciación de la que antes carecían, iniciación que es regular por el hecho mismo de ser una adaptación de una iniciación preexistente: ¿no habría algún oficio que sea susceptible de efectuar tal transmisión con relación a determinados oficios femeninos? El asunto no parece enteramente imposible, y quizá no carece de antecedentes en el pasado6. Sin embargo no hay que ocultar que habría grandes dificultades respecto de la necesaria adaptación, que evidentemente es mucho más delicada que si se tratara de oficios masculinos: ¿dónde podrían encontrarse hoy hombres suficientemente competentes como para lograr tal adaptación en un espíritu rigurosamente tradicional y guardándose de introducir la menor fantasía que arriesgaría comprometer la validez de la iniciación trasmitida7? De cualquier manera, no podemos obviamente hacer otra cosa que formular una sugerencia, ya que no nos toca a nosotros ir más lejos en este sentido; pero oímos tan frecuentemente deplorar la inexistencia de una iniciación femenina occidental que nos ha parecido que valía la pena indicar al menos lo que, en este orden, nos parecía constituir la única posibilidad actualmente subsistente.





    Publicado originalmente en Etudes Traditionnelles, julio-agosto de 1948.




































































    Capítulo IV: PALABRA PERDIDA Y NOMBRES SUSTITUTIVOS


    Es sabido que en casi todas las tradiciones se alude a algo perdido o desaparecido que, sean cuales sean las formas con las que se lo simboliza, tiene en el fondo siempre el mismo significado; podríamos incluso decir que los mismos significados, ya que, como en todo simbolismo, hay varios, aunque por otra parte estrechamente emparentados entre sí. En realidad, se trata en todos los casos de una alusión al oscurecimiento espiritual que, en virtud de las leyes cíclicas, sobrevino en el transcurso de la historia de la humanidad: es ante todo la pérdida del estado primordial, y también, por una consecuencia inmediata, la pérdida de la tradición correspondiente, pues dicha tradición no era sino el propio conocimiento, implícito esencialmente a la posesión de ese estado. Estas observaciones aparecieron ya en una de nuestra obras1, al referirnos en particular al simbolismo del Grial, en el cual se muestran con toda claridad los dos aspectos que acabamos de mencionar, y que se refieren respectivamente al estado primordial y a la tradición primordial. A estos dos, se podría agregar un tercero relativo a la sede primordial, pero es evidente que la residencia en el "Paraíso terrenal", es decir, propiamente en el "Centro del Mundo", no difiere en nada de la posesión del estado primordial.

    Por otra parte, es preciso indicar que el oscurecimiento no se produjo súbitamente y de una vez por todas, sino que, tras la pérdida del estado primordial, se manifestó en etapas sucesivas correspondientes a otras tantas fases o épocas en el desarrollo del ciclo humano; y la "pérdida" de la que hablamos puede también representar cada una de estas etapas, dado que un similar simbolismo siempre puede aplicarse en grados diferentes. Esto puede ser expresado del siguiente modo: lo que en un principio se había perdido fue sustituido por algo que, en la medida de lo posible, debía tomar su lugar, lo cual a su vez se perdió, creando la necesidad de nuevas sustituciones. Esto se puede constatar en la constitución de los centros espirituales secundarios en el momento en que el centro supremo fue ocultado a la humanidad, al menos en su conjunto y en tanto que se trata de los hombres comunes o "medios", ya que existen siempre y necesariamente casos excepcionales sin los cuales, interrumpida toda comunicación con el centro, la espiritualidad misma en todos sus grados habría desaparecido por completo. Puede también afirmarse que las formas tradicionales particulares, que corresponden precisamente a los centros secundarios de los que hablamos, son sustitutivos más o menos velados de la tradición primordial perdida o más bien oculta, sustituciones adaptadas a las condiciones de las diversas épocas que se sucedieron; y, ya se trate de centros o de tradiciones, la cosa sustitutiva es como un reflejo directo o indirecto, cercano o lejano según los casos, de la que fue perdida. En razón de la filiación ininterrumpida a través de la cual todas las tradiciones regulares se vinculan en definitiva con la tradición primordial, podría aún observarse que aquellas son con respecto a ésta como otros tantos brotes de un único árbol, el mismo que es símbolo del "Eje del Mundo" y que se alza en el centro del "Paraíso Terrenal", como se repite en aquellas leyendas del Medievo en las que se habla de los distintos retoños del "Árbol de la Vida"2.

    Un ejemplo de sustitución a su vez sucesivamente perdida puede identificarse claramente en la tradición mazdea; sobre esto debemos señalar que lo que está perdido no está representado solamente por la copa sagrada, es decir, por el Grial o por alguno de sus equivalentes, sino también por su contenido, lo que es fácilmente comprensible puesto que ese contenido, cualquiera que sea el nombre que se le asigne, no es en el fondo sino la "bebida de la inmortalidad", cuya posesión constituye esencialmente uno de los privilegios del estado primordial. Por eso se dice que el soma védico, a partir de cierta época, vino a desconocerse, lo que obligó a su remplazo por otra bebida que era tan sólo una imagen del mismo. Incluso parece que, aunque no esté formalmente indicado, tal sustitutivo se hubiera perdido a su vez posteriormente3. Entre los persas, en cambio, para quienes el haoma es el equivalente del soma hindú, la segunda pérdida es mencionada expresamente: se dice que el haoma blanco podía únicamente recogerse sobre el Alborj, es decir, sobre la montaña polar, que representa la sede primordial; después fue reemplazado por el haoma amarillo, del mismo modo que, en la región donde se asentaron los antepasados de los persas, hubo otro Alborj, que era sólo una imagen del primero. Mas tarde, este haoma amarillo se perdió a su vez, y no quedó de él más que el recuerdo. Recordemos al respecto que, en otras tradiciones, el vino es también un sustitutivo de la "bebida de la inmortalidad", y es por tal motivo que, como ya explicamos en otra obra4, es considerado generalmente como un símbolo de la doctrina escondida o reservada, es decir, del conocimiento esotérico e iniciático.

    Consideremos ahora otra forma del mismo simbolismo, que puede por otra parte referirse a hechos realmente ocurridos en la historia. Es empero importante comprender que, como para todo hecho histórico, sólo su valor simbólico justifica nuestro interés. De manera general, toda tradición tiene normalmente como medio de expresión una determinada lengua, que por tal motivo adquiere el carácter de lengua sagrada; si esta tradición desaparece, es natural que al mismo tiempo se pierda la lengua correspondiente; incluso si aún subsistiera exteriormente algo de la misma, se trataría solamente de una especie de "cuerpo muerto", puesto que desde entonces se ignora su sentido profundo, que ya no puede ser conocido verdaderamente. Así debió ocurrir con la lengua primitiva con la que se expresaba la tradición primordial, y, por ello, en efecto, se encuentran, en numerosas leyendas y narraciones tradicionales, muchas alusiones a esta lengua primitiva y a su pérdida. Agreguemos que, aun cuando una u otra lengua sagrada particular conocida actualmente parezca querer identificarse con la propia lengua primitiva, debemos entender por ello que, efectivamente, se trata en realidad de un sustitutivo que, para los adherentes de la forma tradicional correspondiente, toma consecuentemente su lugar. Según otras narraciones, parecería sin embargo que la lengua primitiva se habría conservado hasta una época que, aunque pueda parecer muy remota, es de todas maneras muy posterior a los tiempos primordiales: tal es el caso del relato bíblico de la "confusión de las lenguas", el cual, aunque no pueda asignársele un determinado período histórico, corresponde al comienzo del Kali-yuga. Ahora bien, es seguro que ya existían formas tradicionales particulares en una época muy anterior, y cada una de ellas debió tener su propia lengua sagrada; esta persistencia de la lengua única de los orígenes no debe ser entonces entendida literalmente, sino más bien en el sentido de que, hasta entonces, no había desaparecido todavía la conciencia de la unidad esencial de todas las formas tradicionales5.


    En ciertos casos, en lugar de la pérdida de una lengua se habla solamente de la pérdida de una palabra, por ejemplo, de un nombre divino, que caracteriza a una determinada tradición y que de alguna manera la representa sintéticamente. La sustitución por un nuevo nombre señalaría entonces el paso de una tradición a otra. Otras veces, en cambio, se pretende aludir a "pérdidas" parciales producidas en ciertos momentos críticos durante la vida de una misma forma tradicional: cuando tales "pérdidas" fueron compensadas con la sustitución por algo equivalente, ello significa que las circunstancias había exigido una readaptación de la tradición considerada. En el caso contrario, las pérdidas indican un empobrecimiento más o menos grave de la tradición que no pudo remediarse con posterioridad. Por citar un ejemplo conocido, citaremos el caso de la tradición hebrea, en la que se dan, precisamente, los dos casos indicados: tras la cautividad de Babilonia, la antigua escritura perdida debió ser sustituida por una nueva6, y, si se toma en cuenta el valor jeroglífico inherente a los caracteres de una lengua sagrada, este cambio debió necesariamente implicar modificaciones en la propia forma tradicional, es decir, una readaptación7. Por otra parte, durante la destrucción del Templo de Jerusalén y la dispersión del pueblo judío, se perdió la pronunciación verdadera del nombre tetragramático. Si bien fue sustituido por otro nombre, el de Adonaï, éste nunca fue considerado como el equivalente real de aquel que ya no se sabía pronunciar. En efecto, la transmisión regular de la pronunciación del principal nombre divino8, ha-Shem o el Nombre por excelencia, estaba vinculada esencialmente a la continuidad del sacerdocio, cuyas funciones sólo podían ser ejercidas en el Templo de Jerusalén. Desaparecido el Templo, la tradición hebrea quedó inevitablemente incompleta, como por otra parte queda suficientemente probado por la interrupción de los sacrificios, es decir, de aquello que constituía la parte más "central" de la ritos de esta tradición, así como el "Tetragrama" ocupaba una posición verdaderamente "central" con respecto a los demás nombres divinos9. En efecto, lo que se había perdido era verdaderamente el centro espiritual de la tradición. Por lo demás, considerando un ejemplo como éste, es particularmente evidente que el hecho histórico en sí, que en absoluto es dudoso como tal, no podría ser separado de su significado simbólico, donde reside en el fondo toda su razón de ser y sin el cual sería completamente ininteligible.

    Hemos visto que la noción de lo perdido, en uno u otro de sus diferentes símbolos, existe incluso en el exoterismo de las diversas formas tradicionales; y podría incluso decirse que lo perdido se refiere más precisamente y sobre todo al aspecto exotérico, ya que es evidente que es allí donde la pérdida se ha producido y es verdaderamente efectiva, y donde puede ser considerada en cierto modo como definitiva e irremediable, puesto que lo es en efecto para la mayoría de la humanidad terrestre mientras dure el actual ciclo. Hay algo que, por el contrario, pertenece propiamente al orden esotérico e iniciático: se trata de la búsqueda de lo que se ha perdido o, como se decía en el Medievo, la "demanda" (queste); y ello se comprende fácilmente, puesto que la iniciación, en sus primeros estadios, los que corresponden a los pequeños "misterios", tiene efectivamente como finalidad esencial la restauración del estado primordial. Es por otra parte necesario señalar que, al igual que la pérdida se produjo en realidad gradualmente y por etapas sucesivas, así también la búsqueda deberá desarrollarse gradualmente, recorriendo en sentido inverso las mismas etapas, es decir, remontando en cierta forma el curso del ciclo histórico de la humanidad, de un estado a otro anterior, hasta llegar al estado primordial. A estas etapas podrán naturalmente corresponder otros tantos grados de iniciación a los "pequeños misterios"10. Añadiremos inmediatamente que, por ello mismo, las sucesivas sustituciones de las que hemos hablado pueden igualmente interpretarse en sentido inverso; se explica así que, en ciertos casos, lo que se entiende como "palabra encontrada" no sea en realidad sino una "palabra sustituta", representando ambas solamente etapas intermedias. Es por otra parte evidente que todo aquello que puede comunicarse exteriormente no podría ser con toda seguridad la "palabra perdida", sino nada más que un símbolo de la misma, siempre más o menos inadecuado, como lo es toda expresión de las verdades trascendentes; y este simbolismo es frecuentemente muy complejo, debido a la multiplicidad de significados que incluye, así como a los diferentes grados que conlleva en su aplicación.

    En las iniciaciones occidentales hay por lo menos dos ejemplos muy conocidos de la búsqueda de la cuestión (lo que no quiere decir que hayan sido siempre efectivamente comprendidos por quienes hablaron de ellos): la "demanda del Grial" en las iniciaciones caballerescas de la Edad Media y la "búsqueda de la palabra perdida" en la iniciación masónica, y ambas pueden ser consideradas como casos típicos de las dos formas de simbolismo que hemos indicado. En lo que respecta a la primera, A. E. Waite ha observado con razón que se encuentran numerosas alusiones más o menos explícitas a fórmulas y a objetos sustituidos; ¿acaso no puede decirse que la misma "Mesa Redonda" no es en definitiva sino un "sustituto", puesto que, aunque su destino sea recibir el Grial, éste nunca llega a manifestarse efectivamente? Sin embargo, esto no significa, como demasiado fácilmente quisieran creer algunos, que la "demanda" nunca pueda llegar a satisfacerse, sino tan sólo que, incluso cuando lo sea para algunos en particular, no puede serlo para el conjunto de una colectividad, aún cuando ésta posea indudablemente carácter iniciático. La "Mesa Redonda" y su caballería, como ya señalamos en otra ocasión11, presentan todas las señales que indican que efectivamente se trata de la constitución de un centro espiritual auténtico; pero, repitámoslo de nuevo, no siendo todo centro espiritual secundario sino una imagen o un reflejo del centro supremo, sólo puede cumplir realmente la función de "sustituto" con respecto a éste, del mismo modo que cada centro tradicional particular no es propiamente sino un "sustituto" de la tradición primordial.


    Si pasamos a considerar la "palabra perdida" y su búsqueda en la Masonería, debemos constatar que, al menos en el estado actual de las cosas, el tema está rodeado de la mayor obscuridad; no tenemos la pretensión de disiparla por completo, pero las pocas observaciones que formularemos quizá sean suficientes para eliminar todo aquello que, a primera vista, podría dar la impresión de ser contradictorio. Lo primero que debemos indicar a este respecto es que el grado de Maestro, tal como es practicado en la Craft Masonry, insiste en la "pérdida de la palabra", que se presenta como una consecuencia de la muerte de Hiram, pero que no parece contener indicación expresa en cuanto a su búsqueda, y aún menos se habla de una "palabra reencontrada". Esto puede parecer verdaderamente extraño, puesto que, siendo la Maestría el último de los grados que constituyen la Masonería propiamente dicha, tal grado debería necesariamente corresponder, al menos de forma virtual, a la perfección de los "pequeños misterios", sin lo cual su misma denominación resultaría injustificada. Es cierto que puede decirse que la iniciación a este grado es en sí misma, hablando con propiedad, un punto de partida, lo que en suma es perfectamente normal. Sin embargo, sería de esperar que hubiera en esta iniciación algo que permitiera "comenzar", si así puede decirse, la búsqueda que constituye el trabajo posterior que deberá conducir a la realización efectiva de la Maestría; ahora bien, pensamos que, a pesar de las apariencias, esto es realmente así. En efecto, la "palabra sagrada" del grado es claramente una "palabra sustituta", y por lo demás es así como se la considera; además, esta "palabra sustituta" es de una especie muy particular: ha sido deformada de muy diferentes maneras, hasta el punto de llegar a ser irreconocible12, de ella hay diversas interpretaciones, que accesoriamente pueden presentar un cierto interés por sus alusiones a ciertos elementos simbólicos del grado, pero que no pueden justificarse por medio de la etimología hebrea. Pero, si se restituye a dicha palabra su forma correcta, descubrimos que su sentido es muy distinto de aquellos que se le atribuyen, pues la palabra en cuestión no es sino una pregunta, y la respuesta sería la verdadera "palabra sagrada" o la "palabra perdida", es decir, el verdadero nombre del Gran Arquitecto del Universo13. Planteado el problema en estos términos, puede considerarse que la búsqueda está "encaminada", tal como hemos indicado unas líneas atrás, y, por lo tanto, corresponde a cada uno, si tiene la capacidad para ello, el hallar la respuesta y lograr la Maestría efectiva a través de su propio trabajo interior.

    Otro punto que debemos considerar es el siguiente: la mayoría de las veces la "palabra perdida" es asimilada al Nombre tetragramático, en concordancia con el simbolismo hebraico, lo que de tomarse al pie de la letra constituiría un evidente anacronismo, puesto que es fácil darse cuenta de que la pronunciación del Nombre no se perdió en la época de Salomón y de la construcción del Templo de Jerusalén, sino a partir de la destrucción final del Templo. Sin embargo, este anacronismo no debería ser considerado como constituyendo una dificultad real, ya que aquí no se trata en absoluto de la "historicidad" de los hechos en cuanto tales, la cual, desde nuestro punto de vista, poco importa en sí misma; el Tetragrama es mencionado pura y exclusivamente por el valor que tradicionalmente representa; incluso el mismo Tetragrama pudo perfectamente haber sido en cierto sentido una "palabra sustituta", ya que pertenece propiamente a la revelación mosaica, y ésta, en cuanto tal, como la lengua hebrea, no podría remontarse realmente hasta la tradición primordial14. Si hemos aludido a esta cuestión es sobre todo para llamar la atención sobre un hecho que, en el fondo, es mucho más importante: en el exoterismo hebreo, la palabra que sustituye al Tetragrama que ya no se sabe pronunciar, como dijimos, es otro nombre divino, Adonaï, que igualmente está formado por cuatro letras, pero que se considera menos esencial. Hay en todo esto una especie de resignación ante una pérdida considerada irreparable, que se trata de remediar solamente en la medida en que aún lo permiten las condiciones presentes. En la iniciación masónica, en cambio, la "palabra sustituta" es una pregunta que ofrece la posibilidad de reencontrar la "palabra perdida". He aquí expresada, en suma, de una manera simbólica muy significativa, una de las diferencias fundamentales existentes entre el punto de vista exotérico y el iniciático15. Antes de continuar, se impone una breve digresión para mejor comprender lo que más adelante diremos: la iniciación masónica, que se refiere esencialmente a los "pequeños misterios", como todas las iniciaciones de oficio, concluye por eso mismo en el grado de Maestro, ya que la realización completa de este grado implica la restauración del estado primordial. Esto conduce naturalmente a preguntarse cuáles podrían ser, en la Masonería, el sentido y la función de los "altos grados", en los que algunos, y precisamente por esta razón, han querido ver solamente algo "superfluo", más o menos inútil y vano. En realidad, debemos en primer lugar distinguir aquí dos casos16: por un lado, el de los grados que tienen un vínculo directo con la Masonería17, y por otro el caso de los grados que pueden considerarse vestigios o recuerdos de antiguas organizaciones iniciáticas occidentales18 que se injertaron en la Masonería, o que llegaron a "cristalizarse" de alguna manera alrededor de la misma. La razón de ser de estos últimos grados, dejando aparte su interés puramente "arqueológico"(lo que evidentemente sería una justificación totalmente insuficiente desde el punto de vista iniciático), es en suma el hecho de que conservan lo que aún puede mantenerse de las iniciaciones de que se trata, y ello de la única manera en que puede hacerse tras su desaparición en cuanto formas independientes; habría ciertamente mucho que decir de este papel "conservador" de la Masonería y de la posibilidad implícita que encierra de suplir en cierta medida la ausencia de iniciaciones de otro orden en el mundo occidental actual. Pero ello está totalmente fuera del argumento que tratamos, y es solamente el primer caso, el de los grados cuyo simbolismo se relaciona más o menos estrechamente con el de la Masonería propiamente dicha, el que nos concierne directamente aquí.

    Hablando en general, estos grados pueden ser considerados como constituyendo propiamente determinadas extensiones o desarrollos del grado de Maestro; es indiscutible en principio que éste es de por sí suficiente, pero de hecho la excesiva dificultad para discernir todo lo que contiene implícitamente justifica la existencia de estos desarrollos posteriores19. Se trata pues de una ayuda para quienes quieren realizar lo que todavía no poseen sino en forma virtual. Al menos, tal es la intención fundamental de estos grados, sean cuales fueren las reservas que podrían hacerse sobre la mayor o menor eficacia práctica de tal ayuda, sobre la cual lo mínimo que puede decirse es que en la mayoría de los casos está lamentablemente empobrecida por el aspecto fragmentario y muy frecuentemente alterado bajo el cual se presentan actualmente los rituales correspondientes. Pero lo que debemos tener presente es el principio, que es independiente de estas consideraciones contingentes. Por otro lado, y a decir verdad, si el grado de Maestro fuera más explícito, y si todos los que a él acceden estuvieran verdaderamente cualificados, sería en el interior de este grado donde estos desarrollos deberían tener su lugar, sin que hubiera necesidad de hacerlos objeto de otros grados nominalmente distintos del mismo20.

    Ahora bien, y es aquí donde queríamos llegar, entre los altos grados en cuestión hay algunos que insisten más particularmente sobre la "búsqueda de la palabra perdida", es decir, como hemos explicado antes, sobre aquello que constituye el trabajo esencial de la Maestría; incluso hay algunos grados que ofrecen una "palabra reencontrada", lo que parece implicar la culminación de la búsqueda; pero, en realidad, esta "palabra reencontrada" es siempre una nueva "palabra sustituta", y de acuerdo con las consideraciones expuestas anteriormente, es fácil comprender que no pueda ser de otro modo, ya que la verdadera "palabra" es rigurosamente incomunicable. Así es en particular con respecto al grado del Royal Arch, el único que debe ser considerado como estrictamente masónico, hablando con propiedad, y cuyo origen operativo directo no ofrece duda alguna; de alguna manera es el complemento normal del grado de Maestro, con una perspectiva abierta a los "grandes misterios"21. El término que representa en este grado la "palabra reencontrada" se presenta, como muchos otros, bajo una forma muy alterada, lo que ha dado lugar a varias suposiciones en cuanto a su significado; pero, según la interpretación más autorizada y plausible, se trata en realidad de una palabra compuesta, formada por la reunión de tres nombres divinos pertenecientes a tres tradiciones diferentes. Hay aquí al menos una indicación interesante desde dos puntos de vista: en primer lugar, esto implica evidentemente que la "palabra perdida" es considerada como constituyendo un nombre divino; después, la asociación de estos diferentes nombres no puede explicarse de otro modo que como una afirmación implícita de la unidad fundamental de todas las formas tradicionales; pero es obvio que tal conjunción, a partir de nombres provenientes de diferentes lenguas sagradas, no es todavía más que algo totalmente exterior y no podría de ninguna manera simbolizar adecuadamente la restitución de la tradición primordial, y que, en consecuencia, no es realmente sino otra "palabra sustituida"22.

    Otro ejemplo, por lo demás de un tipo muy diferente, es el del grado escocés de Rosa-Cruz, en el cual la "palabra reencontrada" se presenta como un nuevo Tetragrama destinado a reemplazar al que se había perdido; de hecho, estas cuatro letras, que no son más que iniciales que no constituyen propiamente una verdadera palabra, no pueden expresar aquí sino la situación de la tradición cristiana frente a la hebrea, o el reemplazo de la "Antigua Ley" por la "Nueva Ley", y sería difícil decir si esta última representa un estado más próximo al estado primordial, a menos que no quiera entendérselo en el sentido de que el Cristianismo ha cumplido una "reintegración" abriendo ciertas nuevas posibilidades para el retorno a aquel estado, lo que por otra parte es de alguna manera cierto para toda forma tradicional constituida en una determinada época y en conformidad más particular con las condiciones de dicha época. Conviene agregar que al significado simplemente religioso y exotérico se superponen naturalmente otras interpretaciones de orden principalmente hermético, que están lejos de carecer de interés en sí mismas; pero estas últimas, además de alejarse de la consideración de los nombre divinos que es esencialmente inherente a la "palabra perdida", contienen algo que proviene más del hermetismo cristiano que de la Masonería propiamente dicha, y, sean cuales sean las afinidades existentes entre ambas formas, no es posible sin embargo considerarlas idénticas, pues, si bien usan hasta cierto punto los mismos símbolos, no dejan de provenir de "técnicas" iniciáticas muy diferentes en más de un aspecto. Por otra parte, "la palabra" del grado de Rosa-Cruz se refiere claramente al punto de vista de una forma tradicional determinada, lo que nos sitúa en todo caso muy lejos del retorno a la tradición primordial, que está más allá de todas las formas particulares. Bajo este aspecto, como bajo muchos otros, el grado del Royal Arch tendría sin duda más razones que el de Rosa-Cruz para considerarse como el nec plus ultra de la iniciación masónica.

    Pensamos que nos hemos extendido suficientemente sobre estas distintas "sustituciones", y, para concluir, debemos volver a considerar el grado de Maestro, a fin de buscar solución a otro de los enigmas que plantea: ¿cómo es posible que la "pérdida de la palabra" se presente como una consecuencia de la muerte de Hiram, cuando, según la leyenda, había otros que igualmente la poseían? Esta cuestión, en efecto, deja perplejos a mucho masones, por lo menos a aquellos que reflexionan un poco sobre el simbolismo, y algunos llegan a considerarla algo inverosímil, pues les parece totalmente imposible explicarlo aceptablemente, mientras que, como veremos, se trata en realidad de todo lo contrario.

    El problema puede plantearse con más precisión de la manera siguiente: en la época de la construcción del Templo, la "palabra" de los Maestros estaba, según la leyenda del grado, en posesión de tres personajes que tenían el poder de comunicarla: Salomón, Hiram, rey de Tiro, e Hiram-Abi; admitido esto, ¿cómo puede bastar la muerte de este último para causar la pérdida de la "palabra"? La respuesta es que, para comunicarla regularmente y en forma ritual, se necesitaba el concurso de los "tres primeros Grandes Maestros", de tal manera que la ausencia o desaparición de uno sólo de ellos hacía imposible esta comunicación, así como es imposible formar un triángulo si no es con tres ángulos; y esto no es una simple comparación o una aproximación más o menos imaginativa y privada de todo fundamento real, como podrían pensar los que no están acostumbrados a percibir ciertas correspondencias simbólicas. En efecto, una Logia operativa no puede abrirse sin el concurso de tres Maestros23, provistos de tres varillas cuyas longitudes están respectivamente en relación con los números 3, 4 y 5; y solamente a partir del momento en que estas tres varillas han sido aproximadas y dispuestas en forma tal de conformar el triángulo rectángulo pitagórico es cuando puede tener lugar la apertura de los trabajos. Dicho esto, es fácil comprender que, de forma similar, una palabra sagrada pueda estar compuesta de tres partes, tales como tres sílabas24, no pudiendo cada una de las cuales ser pronunciada más que por uno de los tres Maestros, de manera que, a falta de uno de ellos, tanto la palabra como el triángulo quedarían incompletos, y nada válido podría realizarse, como veremos más adelante cuando retornemos sobre este punto.

    Señalaremos incidentalmente otro caso en el que se halla también un simbolismo del mismo género, al menos con respecto a lo que nos interesa ahora: en ciertas corporaciones medievales, el cofre que contenía el "tesoro" tenía tres cerraduras cuyas llaves estaban confiadas a tres oficiales diferentes, de manera que se necesitaba la presencia simultánea de los tres para poder abrir el cofre. Naturalmente, quienes consideran las cosas de una manera exclusivamente superficial pueden no ver en todo esto más que una medida de precaución contra una posible infidelidad; pero, como frecuentemente sucede en casos similares, la explicación únicamente exterior y profana es completamente insuficiente, y aún admitiendo que sea legítima en su orden, nada impide de manera alguna que el mismo hecho tenga un significado simbólico mucho más profundo que le otorga todo su valor real. Pensar de otro modo equivale a desconocer por completo el punto de vista iniciático, y, por lo demás, es sabido que la llave posee en sí misma un simbolismo lo suficientemente importante como para justificar lo que hemos dicho25.

    Volviendo al triángulo rectángulo del que hemos hablado, podemos decir, después de lo que hemos visto, que la muerte del "tercer Gran Maestro" lo torna incompleto; es a ello a lo que corresponde, en un cierto sentido e independientemente de sus significados propios, la forma de la escuadra del Venerable, que tiene los lados desiguales, normalmente en relación 3 a 4, de manera que pueden considerarse como los dos lados que forman el ángulo recto del triángulo, y en el cual está ausente la hipotenusa, o, si se prefiere, está "sobreentendida"26. Debemos señalar también que la reconstitución del triángulo completo, tal como figura en las insignias del Past Master, implica, o al menos debería teóricamente implicar, que éste ha llegado a realizar la reconstitución de lo que se había perdido27.

    En cuanto a la palabra sagrada que sólo puede ser comunicada por el concurso de tres personas, es muy significativo que justamente este carácter se verifique en la palabra que, en el grado del Royal Arch, se considera representante de la "palabra reencontrada", y cuya comunicación regular no es efectivamente posible más que de esta forma. Las tres personas de que se trata forman entre sí un triángulo, y las tres partes de la palabra que, como explicamos anteriormente, son entonces las tres sílabas correspondientes a otros tantos nombres divinos de diferentes tradiciones, "pasan" sucesivamente, si así puede decirse, de uno a otro de los lados del triángulo, hasta que la palabra sea completamente "justa y perfecta". Aunque en realidad no se trate aquí sino de otra "palabra sustituta", el hecho de que el Royal Arch sea, en cuanto a su filiación operativa, el más "auténtico' de todos los grados superiores, otorga a esta forma de comunicación una importancia innegable que confirma la interpretación de lo que a este respecto permanece oscuro en el simbolismo del grado de Maestro, tal como actualmente es practicado.

    A propósito de ello, añadiremos todavía una observación sobre el Tetragrama hebreo: puesto que éste es uno de los nombres divinos más frecuentemente asimilados a la "palabra perdida", debe haber también en él algo que corresponda a lo que acabamos de decir, ya que el mismo carácter, desde el momento en que es verdaderamente esencial, debe estar de algún modo en todo lo que tal "palabra" representa de manera más o menos adecuada. Lo que queremos decir es que, para que la correspondencia simbólica sea exacta, la pronunciación del Tetragrama debería ser necesariamente trisilábica; pero ya que el mismo se escribe normalmente con cuatro letras, podría decirse que, según el simbolismo numérico, el número 4 se refiere aquí al aspecto "substancial" de la palabra (en tanto que ésta esté escrita, o se deletree conforme a la escritura, que ejerce la función de un soporte "corpóreo"), y el 3 a su aspecto "esencial" (en tanto que la palabra sea pronunciada integralmente por la voz, lo único que otorga el "espíritu" y la "vida"). De ello se desprende que la forma Jehovah, si bien no puede ser considerada como la verdadera pronunciación del Nombre, que ya nadie conoce, la representa al menos mucho mejor al constar de tres sílabas (y su misma antigüedad, en cuanto transcripción aproximativa en las lenguas occidentales, podría ya por sí misma dejarlo entrever) que la forma Yahveh, puramente engañosa e inventada por los exégetas y los "críticos" modernos, y que, no poseyendo más que dos sílabas, resulta evidentemente inapropiada para una transmisión ritual como ésta de la que estamos hablando.

    Habría con seguridad mucho más para decir sobre todo esto, pero debemos finalizar aquí estas consideraciones ya demasiado extensas, y que, volvamos a decirlo para terminar, no tiene más pretensión que la de aclarar un poco algunos aspectos de esta cuestión tan compleja de la "palabra perdida".






    Artículo publicado originalmente en Études Traditionnelles, julio-diciembre de 1948.




































































    Capítulo V: EL CRISMÓN Y EL CORAZÓN EN LAS ANTIGUAS MARCAS CORPORATIVAS.



    En un artículo, de un carácter por lo demás puramente documental, dedicado al estudio de ”Blasones con motivos astrológicos y talismánicos” y publicado en la “Revue de l'Histoire des Réligions” (julio-octubre 1924), W. Deonna, de Ginebra, al comparar los signos que aparecen en estos blasones con otros símbolos más o menos similares, se refiere más ampliamente al “quatre de chiffre” que fue “común en los siglos XVI y XVII1, como marca de familia y de casa para los particulares, quienes lo incluían en sus lápidas sobre sus blasones”. Él señala que este signo "se presta a todo tipo de combinaciones, con la cruz, el globo, el corazón, asociado a monogramas de propietarios, se complica con barras asociadas", y reproduce unos cuantos ejemplos. Nosotros pensamos que dicho signo fue esencialmente una “marca de maestría”, común a muchas corporaciones diferentes, con las cuales los particulares y las familias que se sirvieron de este signo estaban sin duda unidas por algunos vínculos frecuentemente hereditarios.

    Deonna habla a continuación, bastante someramente, del origen y del significado de esta marca: “Jusselin, dice él, la deriva del monograma constantiniano, ya interpretado libremente y deformado en los documentos merovingios y carolingios2, pero esta hipótesis aparece como totalmente arbitraria, y ninguna analogía la sostiene”. No compartimos tal opinión, e incluso consideramos que tal asimilación debe ser por el contrario muy natural, pues, por nuestra parte, la habíamos hecho siempre sin tener conocimiento de los trabajos específicos que podían existir sobre el asunto, e incluso no habríamos creído que pudiera ser contestada, de evidente que nos parecía. Pero sigamos y veamos cuales son las otras explicaciones propuestas: “¿Será quizá el 4 de las cifras árabes, sustitutas de las cifras romanas en los manuscritos europeos anteriores al siglo XI?...,¿Hay que suponer que representa el valor místico de la cifra 4, que se remonta a la Antigüedad y que los modernos han conservado?”. Deonna no rechaza esta interpretación pero prefiere otra: él supone “que se trata de un signo astrológico”, el de Júpiter.

    A decir verdad, esas diversas hipótesis no son necesariamente excluyentes unas de otras: puede muy bien haber habido, tanto en este caso como en muchos otros, superposición e incluso fusión de varios símbolos en uno sólo, de muchos símbolos, al cual aparecen vinculados, por ello mismo, múltiples significados; no hay nada ahí que deba sorprender, pues como antes dijimos esta multiplicidad de sentidos es como inherente al simbolismo, del que constituye asimismo una de sus mayores ventajas como medio de expresión. Ahora bien, es necesario, naturalmente, el llegar a reconocer el sentido primero y principal del símbolo; y en este caso persistimos en considerar que dicho sentido viene dado por la identificación con el Monograma de Cristo, mientras que los demás le están asociados secundariamente.

    Es cierto que el signo astrológico de Júpiter, cuyas dos formas principales (fig. 1), presentan en su aspecto general un parecido con la cifra 4 (fig. 2); y también es cierto que su uso está relacionado con la idea de “maestría”, sobre lo que volveremos más adelante. Sin embargo, para nosotros, este elemento, en el simbolismo de la marca en cuestión, podría solamente ubicarse en tercer lugar. Destaquemos por lo demás que el origen mismo del signo de Júpiter es muy incierto, pues unos quieren ver en él la representación del rayo, mientras para otros es simplemente la inicial del nombre de Zeus.

    Por otra parte, nos parece innegable que lo que Deonna denomina el "valor místico" del número 4 ha desempeñado también aquí un papel, e incluso un papel más importante, pues nosotros le asignaríamos el segundo lugar en este complejo simbolismo. Puede destacarse, a este respecto, que la cifra 4, en todas las marcas donde figura, tiene una forma que es exactamente la de una cruz cuyas dos extremidades están unidas por una línea oblicua; ahora bien, la cruz era en la Antigüedad, y especialmente entre los Pitagóricos, el símbolo del cuaternario (o más exactamente uno de los símbolos, pues había otro que era el cuadrado), y, además, la asociación de la cruz con el Crismón ha debido establecerse de la manera más natural.

    Por consiguiente, esta observación nos lleva de nuevo al Crismón; y, primero, debemos decir que conviene hacer una distinción entre el Crismón constantiniano propiamente dicho, el signo del Lábaro, y lo que se llama el Crismón simple. Este (fig. 3), nos aparece como el símbolo fundamental del que otros muchos derivaron más o menos directamente. Se le considera formado por la unión de las letras I y X, es decir de las iniciales griegas de las dos palabras Iesous Christós y es éste uno de los sentidos que tuvo desde los primeros tiempos del Cristianismo; pero este símbolo, en sí mismo, es muy antiguo, y es uno de aquellos que están difundidos por doquier y en todas las épocas. Este es un ejemplo de la adaptación cristiana de los signos y de las narraciones simbólicas precristianas como ya hemos


    Fig.1 Fig.2

    señalado respecto a la leyenda del Santo Grial; y tal adaptación debe considerarse, no sólo como legítima sino en cierto modo como necesaria, para quienes como nosotros ven en esos símbolos unos vestigios de la tradición primordial. La leyenda del Grial es de origen celta; por una coincidencia digna de ser destacada, el símbolo del que hablamos se encuentra también entre los Celtas, entre los cuales constituye un elemento esencial de la “rodela” (fig. 4). Por lo demás, la rodela se perpetuó a través de toda la Edad Media, y no es inverosímil admitir que se pueda vincular con ella incluso el rosetón de las catedrales3. Existe, en efecto, una conexión segura entre la figura de la rueda y los símbolos florales de significados múltiples, tales como la rosa y el loto, a los cuales hemos aludido en precedentes artículos; pero esto nos llevaría demasiado lejos de nuestro tema. En cuanto al significado general de la rueda, en la que los modernos en general quieren ver un símbolo exclusivamente “solar”, de acuerdo a la explicación de la que usan y abusan en toda circunstancia, diremos solamente, sin poder insistir todo lo que haría falta, que en realidad es por el contrario y antes que nada un símbolo del Mundo, como se puede determinar particularmente por el estudio de la iconografía hindú. Para ceñirnos a la “rodela” céltica (fig. 5)4, señalaremos todavía que muy probablemente hay que atribuir igual origen y significado al emblema que figura en el ángulo superior de la bandera británica (fig. 6), que no difiere en suma más que por estar inscrito en un rectángulo en vez de en una circunferencia, y en el cual algunos ingleses quieren ver el signo de la supremacía marítima de su patria5.


    fig. 3 fig. 4 fig. 5 fig. 6

    Formulemos ahora una observación sumamente importante respecto del simbolismo heráldico: la forma del Crismón simple es una especie de esquema general según el cual se dispusieron en el blasón las figuras más diversas. Obsérvese por ejemplo un águila o cualquier otra ave heráldica, y no será difícil descubrir la citada disposición (la cabeza, la cola, las extremidades de las alas y de las patas corresponden a las seis puntas de la fig. 3); obsérvese luego el emblema de la flor de lis, y nuevamente podrá comprobarse lo mismo. Poco importa por lo demás cuál es el origen real del emblema de la flor de lis, que ha dado lugar a tan variadas hipótesis: que sea verdaderamente una flor, lo que nos llevaría de nuevo a los símbolos florales recordados anteriormente (el lirio natural tiene efectivamente seis pétalos), o que en cambio se haya tratado primitivamente de la punta de una lanza, o de un ave, o de una abeja, o del antiguo símbolo caldeo de la realeza (jeroglífico sâr), o incluso de un sapo6, o aún como es mucho más probable que resulte de la síntesis de varias de estas figuras siempre permanece estrictamente conforme con el esquema del que hablamos.

    Una de las razones de esta particularidad hay que encontrarla en la importancia de las significaciones vinculadas con el número seis, ya que la figura que estamos considerando no es, en el fondo, sino uno de los símbolos geométricos que corresponden a dicho número. Si unimos sus extremidades de dos en dos (fig. 7), se obtiene otro símbolo senario muy conocido, el doble triángulo (fig. 8), conocido más comúnmente por el nombre de “sello de Salomón”7. Es una figura usada muy frecuentemente entre los Judíos y entre los Árabes, pero es también un emblema cristiano; fue incluso, como nos ha señalado L. Charbonneau-Lassay, uno de los antiguos símbolos de Cristo, como lo fue también otra figura equivalente, la estrella de seis puntas (fig. 9), que no es en suma más que una variante, y como lo es también, por supuesto, el Crismón mismo, lo que es una razón más para establecer entre todos estos signos un estrecho vínculo. El hermetismo cristiano del Medioevo veía en los dos triángulos opuestos y entrelazados, donde uno es como reflejo o la imagen invertida del otro, una representación de la unión de las dos naturalezas, divina y humana, en la persona de Cristo; y el número seis incluye entre sus significados los de unión y de mediación, que convienen perfectamente al Verbo encarnado. Por otra parte, el mismo número seis, según la Kábala hebrea, es el número de la creación (la obra de los seis días), y, bajo este aspecto, atribuir del símbolo al Verbo no deja de tener justificación, pues es como una especie de traducción gráfica del “per quem omnia facta sunt” del Credo8.


    fig. 7 fig. 8 fig. 9

    Ahora bien lo que es especialmente interesante desde el punto de vista donde nos situamos en este estudio, es que el doble triángulo fue escogido en el siglo XVI, y posiblemente antes aún, como emblema y como contraseña de ciertas corporaciones. Igualmente, sobre todo en Alemania, se convirtió en la divisa habitual de las tabernas o cervecerías donde dichas corporaciones mantenían sus reuniones9. Era en cierto modo una marca general común, en tanto que las figuras más o menos complejas en las que se encontraba el “cuatro de cifra” eran marcas personales, particulares de cada maestro; y ¿no es lógico suponer que entre estas últimas y la anterior, debió de haber cierto parentesco, el mismo parentesco existente entre el Crismón y el doble triángulo cuya realidad acabamos de demostrar?


    fig. 10 fig. 11 fig. 12


    El Crismón constantiniano (fig. 10), que se compone de dos letras griegas reunidas, la X y la P, las dos primeras de “Christos”, parece a primera vista como derivado inmediatamente del Crismón simple, del que conserva exactamente la disposición fundamental, y del cual no se distingue más que por el agregado de un lazo, en la parte superior, que transforma la I en P. Ahora bien, si se considera al “cuatro de cifra” en sus formas más simples y corrientes, la similitud, podríamos inclusive decir la identidad, con el Crismón constantiniano es innegable; y es especialmente sorprendente cuando la cifra 4, o el signo que imita su forma y que al mismo tiempo puede ser una deformación de la P, está vuelta hacia la derecha (fig. 11), en lugar de estarlo hacia la izquierda (fig. 12), pues se encuentran ejemplos indistintamente de las dos orientaciones10. Además aparece aquí un segundo elemento simbólico que no estaba en el Crismón constantiniano: nos referimos a un signo en forma de cruz que se introduce muy naturalmente por la transformación de la P en 4. Frecuentemente, este signo está como subrayado por el agregado de una línea suplementaria, sea horizontal (fig 13) sea vertical (fig. 14), que constituye como una especie de duplicación de la cruz11.


    Se observará que en la segunda de estas figuras, falta toda la parte inferior del Crismón y la substituye un monograma personal, así como diversos símbolos en otros casos. Tal vez de aquí surgieron ciertas dudas sobre la identidad del signo que se conserva constantemente el mismo bajo todos estos cambios: pero pensamos que las marcas que contienen el Crismón completo son las que representan la forma primitiva, en tanto que las otras son modificaciones posteriores las cuales tuvieron como consecuencia que la parte conservada fuera tomada por el todo, probablemente sin perder de vista jamás el sentido.


    Figura 13 Fig. 14

    Sin embargo nos parece que en ciertos casos el elemento de cruz del símbolo llegó a ocupar el primer plano; al menos así nos parece desprenderse de la asociación del “cuatro de cifra” con determinados signos, y este es el punto que nos queda por examinar.

    Entre los signos en cuestión hay uno que figura en la marca de una tapicería del siglo XVI que se conserva en el museo de Chartres y cuya naturaleza no presenta duda alguna: se trata evidentemente, en una forma apenas modificada, del “globo del Mundo” (fig. 16), símbolo constituido por el signo hermético del reino mineral coronado por una cruz; aquí el “cuatro de cifra” pura y simplemente ha tomado el lugar de la cruz12.

    Tal “globo del Mundo” es esencialmente un signo de potencia, y al mismo tiempo signo del poder temporal y del poder espiritual, ya que si bien es verdad que es una de las insignias de la dignidad imperial, también se la encuentra constantemente en la mano de Cristo, y no sólo en aquellas representaciones que evocan más particularmente la Majestad divina, como las del Juicio final, sino incluso en las representaciones del Cristo niño. Así, cuando este signo substituye al Crismón, (y aquí hay que recordar el vínculo que originariamente une a dicho signo con la “rodela”, otro símbolo del Mundo), puede decirse que en suma es inclusive un atributo de Cristo que ha substituido a otro; igualmente la idea de “maestría” está ligada directamente a este nuevo atributo, como en el caso del signo de Júpiter, en el cual nos puede hacer pensar especialmente la parte superior del símbolo, pero sin que por ello pierda su valor de cruz, respecto de lo cual no queda la menor duda cuando se comparan las dos figuras.



    Fig. 15 Fig. 16 Fig. 17 Fig. 18

    Llegamos así hasta un grupo de marcas que son el motivo directo de este estudio: la diferencia esencialmente estas marcas y aquellas de que hablábamos en último término es la substitución del globo por un corazón. Curiosamente ambos tipos de símbolos están estrechamente ligados entre sí, (figuras 17 y 18), pues en algunos el corazón está dividido por líneas que siguen exactamente la misma pauta que caracteriza al “globo del Mundo”13, lo cual ¿no está indicando una como equivalencia, por lo menos en cierto aspecto, y no sería ya suficiente como para sugerir que se trata del “Corazón del Mundo”? En otros ejemplos, las líneas rectas trazadas en el interior del corazón están substituidas por líneas curvas que parecen dibujar las aurículas del mismo y donde están inscritas las iniciales (figuras 19 y 20); pero dichas marcas parecen más recientes que las anteriores14, de modo que con toda verosimilitud se trata de una modificación bastante tardía, y posiblemente destinada simplemente a dotar la figura con un aspecto más o menos geométrico y ornamental.

    Finalmente hay variantes más complejas en las que el símbolo principal está acompañado de signos secundarios, los cuales manifiestamente no cambian en nada su significado e incluso en la que reproducimos (fig. 21), nos permite pensar que las estrellas no están sino para destacar más decididamente el carácter celeste que hay que reconocerle15. Con esto queremos decir que en nuestra opinión, en todas estas figuras debe verse el Corazón de Cristo, y que no es posible ver otra cosa, puesto que tal corazón está coronado por una cruz, e incluso, en lo que respecta a todas las que tenemos a la vista, por una cruz duplicada con el agregado de una línea horizontal a la cifra 4.


    Fig.19 Fig.20 Fig.21 Fig.22 Fig. 23


    Abramos ahora un paréntesis para señalar otra curiosa aproximación: esquematizando estas figuras se obtiene un símbolo hermético conocido (figura 22), que no es sino la posición invertida del símbolo del azufre alquímico (fig. 23). Reencontramos así el triángulo invertido cuya equivalencia con el corazón y la copa ya hemos indicado en nuestro precedente artículo. Aislado, este triángulo sólo es el signo alquímico del agua, mientras que el triángulo con el vértice hacia arriba, lo es del fuego. Ahora bien, entre los diversos significados constantes del agua, en las más antiguas tradiciones, hay uno que es más particularmente interesante destacar aquí: se trata del símbolo de la Gracia, y de la regeneración que provoca en el ser que la recibe. Recordemos el agua bautismal, las cuatro fuentes de agua viva del Paraíso terrenal, así como el agua vertida por el Corazón de Cristo, manantial inagotable de la Gracia. Finalmente y como refuerzo de la explicación, el símbolo invertido del azufre significa el descenso de las influencias espirituales en el “mundo de aquí abajo”, vale decir, en el mundo terrestre y humano; en otras palabras, se trata del “rocío celeste” del cual ya hemos hablado16. Estos son los símbolos herméticos antes aludidos, y se convendrá que su verdadero significado ¡está muy alejado de aquellas interpretaciones falsificadas que pretenden asignarle ciertas sectas contemporáneas!


    Fig.24 Fig.25

    Dicho esto, retornemos a nuestras marcas corporativas para formular en pocas palabras las conclusiones que nos parecen desprenderse de lo que venimos de exponer.

    En primer lugar, creemos haber establecido de manera suficiente que el Crismón es el tipo fundamental del que derivan todas estas marcas, y de donde, en consecuencia, extraen su principal significado. En segundo lugar, cuando en ciertas marcas se ve al Corazón tomar el lugar del Crismón y de otros símbolos que, de manera inequívoca, se refieren directamente a Cristo, ¿no se tendría acaso el derecho de afirmar decididamente que dicho corazón es efectivamente el Corazón de Cristo? Agreguemos que, como ya fue señalado, el hecho de que el corazón esté coronado por una cruz, o por un signo seguramente equivalente, o también y mejor aún por uno y otro juntos, apoya lo dicho de la mejor manera posible, ya que en cualquier otra hipótesis no vemos cómo podría ofrecerse una explicación plausible.
    Finalmente la idea de inscribir el propio nombre, con iniciales o en monograma, en el mismo Corazón de Cristo, ¿no es acaso muy propio de la piedad de nuestros ancestros?17.

    Con esta última reflexión, damos por terminado este estudio contentándonos por esta vez con haber aportado, con datos precisos sobre algunos puntos interesantes del simbolismo religioso en general, a la antigua iconografía del Sagrado Corazón una contribución que nos viene de una fuente un poco imprevista, y auspiciando solamente que entre nuestros lectores haya alguno que pueda completarlos con aportes documentales del mismo tipo, pues pensamos que puedan ciertamente existir en número considerable aquí y allá, y bastaría con reunirlos para formar un conjunto de testimonios verdaderamente impresionante18.


    Publicado originalmente en Regnabit, noviembre de 1925. Retomado en Etudes Traditionnelles, enero-febrero de 1951. Recopilado posteriormente en Etudes sur la Franc-Maçonnerie II y en Ecrits pour “Regnabit”.








































  • Capítulo VI: A PROPOSITO DE LOS SIGNOS CORPORATIVOS Y DE SU SENTIDO ORIGINAL

     

    Visto que el artículo que dedicamos a los antiguos signos corporativos (Regnabit, noviembre de 1925) parece haber despertado el interés de cierto número de lectores, volvemos nuevamente sobre este tema tan poco conocido, a fin de agregar algunas otras indicaciones que consideramos de utilidad, a juzgar por las cuestiones que nos han sido sometidas desde varios lados.


    AncreEn primer lugar, desde aquel entonces nos ha sido aportada una confirmación a lo que decíamos al final del artículo, a propósito de los signos de los albañiles y picapedreros y de los símbolos herméticos a los cuales aquellos parecen vincularse directamente. La información de que hablamos proviene de un artículo relativo al "Compañerazgo", que, por una extraña coincidencia, se publicaba precisamente al mismo tiempo que el nuestro. De allí tomamos este pasaje: "El Cristianismo, llegado a su apogeo, persiguió un estilo que resumiera su pensamiento, y a las cúpulas, al arco de medio punto, a las torres macizas, sustituyó las agujas esbeltas y la ojiva que, progresivamente, fueron difundiéndose. Fue entonces cuando el Papado fundó en Roma la Universidad de las Artes, hacia donde los monasterios de todos los países enviaron sus estudiantes y sus constructores laicos. De este modo, estas élites fundaron la Maestría universal, donde picapedreros, escultores, carpinteros y otros oficios del Arte recibieron aquella concepción constructiva que ellos llamaban la Gran Obra. La reunión de todos los Maestros de Obra extranjeros formó la asociación simbólica, la paleta rematada por la cruz; y de los brazos de la cruz colgaban la escuadra y el compás, los signos universales"1.


    Ancre La trulla rematada por la cruz viene a ser exactamente el símbolo hermético que habíamos reproducido en la figura 22 de nuestro artículo; y la trulla, a causa de su forma triangular, estaba considerada ahí como un emblema de la Trinidad: "Sanctissima Trinitas Conditor Mundi"2. Por lo demás, parece ser que el dogma trinitario ha sido puesto particularmente en evidencia por las antiguas corporaciones; y la mayor parte de los documentos que provienen de las mismas comienzan con la fórmula: "En el nombre de la Santísima e Indivisible Trinidad".


    AncreAncre Puesto que ya hemos indicado la identidad simbólica existente entre el triángulo invertido y el corazón, no resulta ocioso agregar que a este último puede igualmente atribuírsele un sentido trinitario. Encontramos la prueba de ello en una lámina dibujada y grabada por Callot para una tesis sostenida en 1625, y de la que ya trató el R. P. Anizan en esta misma Revista (diciembre de 1922). A la cabeza de la composición se halla figurado el Corazón de Cristo, conteniendo tres iod, la primera letra del nombre de Jehovah en hebreo; estas tres iod eran además consideradas como formando por sí solas un nombre divino, que resulta bastante natural interpretar como una expresión de la Trinidad3. "Hoy –escribía al respecto el R. P. Anizan– adoramos el 'Corazón de Jesús, Hijo del Padre Eterno'; el 'Corazón de Jesús unido sustancialmente al Verbo de Dios'; el Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen María'. ¿Cómo extrañarse de que en 1625 haya sido atestiguado el augusto contacto del Corazón de Jesús con la Santa Trinidad? En el siglo XII, algunos teólogos han visto a este Corazón como el 'Santo de los Santos' y como el 'Arca del Testamento'4. Esta verdad no podía perderse: su expresión misma logra la adhesión del espíritu. De hecho ella no se perdió. En un Diurnal aparecido en Amberes en 1616, leemos esta bella plegaria: 'Oh Corazón dulcísimo de Jesús, donde todo bien reside, órgano de la siempre adorable Trinidad, en vos me confío, en vos me refugio totalmente'. Ese 'Organo de la Santísima Trinidad' helo aquí, claramente representado: es el Corazón con las tres iod. Y este Corazón de Cristo, órgano de la Trinidad, nuestra lámina nos dice en una palabra que es el 'principio del orden': Praedestinatio Christi est ordinis origo".

    No faltará la oportunidad de volver sobre otros aspectos de este simbolismo, en especial por lo que concierne al significado místico de la letra iod; pero no hemos querido dejar de mencionar desde ahora estos paralelos tan significativos.

       

    Varias personas, que aprueban nuestra intención de restituir a los símbolos su sentido originario y que gentilmente han querido hacérnoslo saber, nos han manifestado al mismo tiempo el deseo de ver al Catolicismo reivindicar decididamente todos estos símbolos que le pertenecen de derecho, incluyendo aquéllos –como, por ejemplo, los triángulos– de los cuales se han apropiado organizaciones tales como la Masonería. La idea es muy justa y concuerda con cuanto pensamos; pero hay un punto sobre el cual puede existir, en la mente de algunos, un equívoco e incluso un verdadero error histórico, que será oportuno disipar.


    AncreAncre En verdad, no hay muchos símbolos que puedan decirse propia y exclusivamente "masónicos"; ya lo habíamos señalado a propósito de la acacia (diciembre de 1925, pág. 26). Inclusive los emblemas más específicamente "constructivos", como la escuadra y el compás, han sido, de hecho, comunes a un gran número de corporaciones, podríamos decir incluso a casi todas5, sin hablar de la utilización que ha sido hecha también en el simbolismo puramente hermético6. La Masonería se sirve de símbolos de un carácter bastante diverso, al menos aparentemente, pero no es, como parece creerse, que se haya apropiado de los mismos para desviarlos de su verdadero sentido; ella los ha recibido, como las otras corporaciones (ya que en sus orígenes fue una de éstas), en una época en la cual era muy distinta de lo que se ha vuelto hoy día, y ella los ha conservado, pero, desde hace ya mucho tiempo, no los comprende más.

    AncreAncreAncre "Todo indica, decía Joseph de Maistre, que la Francmasonería vulgar es una rama desprendida y quizás corrompida de un tronco antiguo y respetable"7. Y es precisamente así como debe ser considerada la cuestión: con demasiada frecuencia se comete el error de no pensar más que en la Masonería moderna, sin pensar siquiera que esta última es simplemente la resultante de una desviación. Los primeros responsables de esta desviación fueron, al parecer, los pastores protestantes Anderson y Desaguliers, que redactaron las Constituciones de la Gran Logia de Inglaterra, publicadas en 1723, y que hicieron desaparecer todos los antiguos documentos que cayeron en sus manos, para que nadie se percatara de las innovaciones que introducían, y también porque tales documentos contenían fórmulas que juzgaban muy incómodas, como la obligación de "fidelidad a Dios, a la Santa Iglesia y al Rey", señal indiscutible del origen católico de la Masonería8. Esta obra de deformación fue preparada por los protestantes aprovechando los quince años que habían transcurrido entre la muerte de Christopher Wren, último Gran Maestre de la Masonería antigua (1702) y la fundación de la nueva Gran Logia de Inglaterra (1717). Sin embargo, dejaron subsistir el simbolismo, sin percatarse de que el mismo, para quien supiera comprenderlo, atestiguaba en su contra tan elocuentemente como los textos escritos, que además no habían podido destruir en su totalidad. He aquí, muy brevemente resumido, cuanto deberían saber quienes desean combatir eficazmente las tendencias de la Masonería actual9.


    AncreAncre No nos corresponde examinar aquí en su conjunto la cuestión tan compleja y controvertida de la pluralidad de orígenes de la Masonería; nos limitamos a tomar en consideración lo que puede llamarse el aspecto corporativo, representado por la Masonería operativa, o sea las antiguas fraternidades de constructores. Al igual que las demás corporaciones, estas últimas poseían un simbolismo religioso, o si se prefiere, hermético–religioso, en relación con las concepciones de aquel esoterismo católico tan difundido en la Edad Media, cuyos vestigios se encuentran por doquier en los monumentos y hasta en la literatura de aquella época. A pesar de cuanto sostienen numerosos historiadores, la confluencia del hermetismo con la Masonería se remonta a mucho antes de la afiliación de Elías Ashmole a esta última (1646); por nuestra parte pensamos incluso que, durante el siglo XVII solamente se trató de reconstruir, bajo este aspecto, una tradición que en gran parte ya se había perdido. Algunos, que parecen estar bien informados de la historia de las corporaciones, llegan incluso a fijar con mucha precisión la fecha de esta pérdida de la antigua tradición, allá por el año 145910. Nos parece indiscutible que los dos aspectos operativo y especulativo han estado siempre reunidos en las corporaciones de la Edad Media, que utilizaban por lo demás ciertas expresiones muy claramente herméticas como aquella de "Gran Obra", con aplicaciones diversas pero siempre analógicamente correspondientes entre sí11.


    Ancre Por otra parte, si quisiéramos remontarnos verdaderamente a los orígenes, suponiendo que la cosa sea posible con las informaciones necesariamente fragmentarias de que se dispone en semejante materia, sería indudablemente necesario superar los confines de la Edad Media e incluso aquellos del Cristianismo. Esto nos lleva a completar en un cierto aspecto cuanto habíamos dicho sobre el simbolismo de Jano en un precedente artículo (diciembre 1925), puesto que dicho simbolismo se encuentra precisamente relacionado muy estrechamente con la cuestión que estamos tratando ahora12. En efecto, en la Roma antigua, los Collegia fabrorum tributaban un culto especial a Jano, en cuyo honor celebraban las dos fiestas solsticiales, correspondientes a la apertura de las dos mitades ascendente y descendente del ciclo zodiacal, es decir de aquellos puntos del año, que, en el simbolismo astronómico al cual ya nos hemos referido, representan las puertas de las dos vías celestial e infernal (Janua Coeli y Janua Inferni). Posteriormente, esta costumbre de las fiestas solsticiales continuó siendo practicada en las corporaciones de constructores; pero, con el Cristianismo, estas fiestas fueron identificadas con los dos San Juan, de invierno y de verano (de allí la expresión "Logia de San Juan" que se mantuvo hasta confluir en la misma Masonería moderna), lo cual constituye otro ejemplo de aquella adaptación de los símbolos precristianos que hemos señalado en repetidas ocasiones.


    De lo que acabamos de decir, extraeremos dos consecuencias que nos parecen dignas de interés. En primer lugar, entre los Romanos, Jano era –como ya dijimos– el dios de la iniciación a los Misterios; al mismo tiempo era también el dios de las corporaciones de artesanos; y esto no puede provenir de una coincidencia más o menos fortuita. Debía, necesariamente, existir una relación entre esas dos funciones referidas a la misma entidad simbólica; en otras palabras, era menester que las corporaciones en cuestión estuvieran ya en aquel entonces, así como lo estuvieron más tarde, en posesión de una tradición de carácter realmente "iniciático". Pensamos además que ello no constituye un caso especial y aislado y que constataciones del mismo tipo podrían efectuarse en otros muchos pueblos; quizás, precisamente esto podría llegar a conducir, con referencia al verdadero origen de las artes y los oficios, a concepciones ni siquiera sospechadas por los modernos, para quienes semejantes tradiciones se han vuelto letra muerta.


    AncreLa otra consecuencia es la siguiente: la conservación, entre los constructores de la Edad Media, de la tradición que se vinculaba antiguamente al simbolismo de Jano, explica entre otras cosas la importancia que tenía para ellos la representación del Zodíaco que vemos tan frecuentemente reproducido en el pórtico de las iglesias, generalmente dispuesto de manera tal de subrayar el carácter ascendente y descendente de sus dos mitades. Había incluso en ello, para nosotros, algo que resulta realmente fundamental en la concepción de los constructores de las catedrales, quienes se proponían plasmar en sus obras una especie de compendio sintético del Universo. Si no siempre aparece el Zodíaco, por el contrario hay varios otros símbolos que le son equivalentes, en un cierto sentido al menos, y que no dejan de evocar ideas análogas bajo el aspecto que estamos considerando (sin prejuicio de sus otros significados más particulares): las representaciones del Juicio Final forman parte de este caso al igual que ciertos árboles emblemáticos, como ya hemos explicado. Incluso, podríamos ir más lejos todavía y decir que esta concepción se halla de algún modo implícita en el mismo trazado de la planta de la catedral; pero si tan solo quisiéramos comenzar a justificar esta última aseveración, superaríamos ampliamente los límites de esta simple anotación13.



    Artículo publicado originalmente en Regnabit, número de febrero de 1926. Retomado en Etudes Traditionnelles, abril-mayo de 1951. Recopilado en este volumen y en Ecrits pour “Regnabit”.

    RESEÑAS DE LIBROS APARECIDAS DE 1945 A 1950



    1.- Pierre Lhermier. Le mystérieux Comte de Saint-Germain, Rose-Croix et diplomate. Editions Colbert, Paris). –Este libro, publicado tras la muerte de su autor, es un estudio histórico bastante superficial y que, a decir verdad, no aclara mucho el “misterio” de que se trata. El Sr. Lhermier expone primero las múltiples hipótesis emitidas respecto al conde de Saint-Germain; él no se pronuncia por ninguna, pero parece sin embargo inclinarse por admitir que podía pertenecer a la familia de los Estuardo, o al menos a su entorno. Una de las razones que aporta reposa, por otra parte, sobre una confusión bastante sorprendente: “Saint-Germain era Rosa-Cruz, escribe textualmente, es decir, que pertenecía a la Francmasonería de rito escocés, de tendencia católica y estuardista... “ ¿Hay que decir que la Masonería “jacobita” no era en absoluto el rito escocés y no comportaba ningún grado de Rosa-Cruz, y también, por otro lado, que este grado, a pesar de su título, nada tiene que ver con el Rosacrucismo del que Saint-Germain habría sido uno de los últimos representantes conocidos? La mayor parte del volumen está dedicada al relato entremezclado de anécdotas diversas de los viajes en el curso de los cuales el héroe habría cumplido, por cuenta de Luis XV, misiones secretas en relación con diversos asuntos políticos y financieros, en todo ello, hay también puntos dudosos, y no se trata, en todo caso, más que del lado más exterior de esta existencia enigmática. Señalemos que, según el autor, ciertos dichos extraordinarios, mantenidos por Saint Germain, especialmente respecto a la edad que se atribuía, deberían en realidad cargarse en la cuenta de un mistificador denominado Gauve, que se hacía pasar por él, parece, por instigación del duque de Choiseul, el cual quería desacreditar así a un hombre en quien veía un peligroso rival. Pasaremos de la identificación de Saint-Germain con algunos otros personajes misteriosos, así como sobre muchas otras cosas más o menos hipotéticas; pero debemos al menos remarcar que se le presta, a fe de algunos indicios más bien vagos, una especie de filosofía “panteísta” o “materialista” ¡que no tendría ciertamente nada de iniciático! En las últimas páginas, el autor vuelve sobre lo que llama “la secta de los Rosa-Cruz”, de manera que parece un poco contradictoria con la aserción que antes citábamos; como habla además según fuentes tales como la Sra. Besant y F. Wittemans, incluso Spencer Lewis, Imperator de la A.M.O.R.C., sin contar a cierto “Fr. Syntheticus, R. C., escritor ocultista cuya obra hace ley”(!), no hay que sorprenderse de las nociones prodigiosamente confusas, y que, incluso desde el punto de vista histórico al cual quiere atenerse, lo que dice apenas tiene relación con la verdad. Ello prueba todavía una vez más que cierto escepticismo no es siempre lo que mejor garantiza librarse del peligro de aceptar sin control las peores fantasías; algunos conocimientos tradicionales, aunque fuesen de orden elemental, serían sin duda mucho más eficaces a este respecto.


    2.- G. De Chateaurhin. Bibliographie du Martinisme. (Derain et Raclet, Lyon). –Esta bibliografía (cuyo autor nos parece que tiene un estrecho parentesco con el Sr. Gérard van Rijnberk, del cual examinamos en su tiempo la obra sobre Martines de Pasqually comprende bajo la denominación común de “Martinismo”, según el hábito establecido sobre todo por ocultistas contemporáneos con su ignorancia de la historia masónica del siglo XVIII, varias cosas totalmente diferentes en realidad: la Orden de los Elegidos Cohen de Martines de Pasqually, el régimen Escocés Rectificado con J.-B. Willermoz, el misticismo de L.-Cl. de Saint-Martin, y en fin el Martinismo propiamente dicho, es decir, la organización reciente fundada por Papus. Pensamos que habría sido preferible dividirla en secciones correspondientes a tan diferentes temas, más bien que en “obras dedicadas especialmente al Martinismo” y “obras en las cuales se trata del Martinismo incidentalmente”, la cual habría podido ser más bien una simple subdivisión de cada una de tales secciones; en cuanto a las “fuentes doctrinales” que aquí son mencionadas aparte, son únicamente los escritos de Martines de Pasqually y de L.-Cl. De Saint Martin, y, de hecho, no podía haber otros. Habría sido bueno también el marcar de alguna forma, sobre todo para las obras recientes, una distinción entre las que tienen un carácter, sea martinista, sea masónico, las que al contrario están escritas con un espíritu de hostilidad (sobre todo son obras antimasónicas), y las que se colocan en un punto de vista “neutro” y puramente histórico, el lector así habría podido orientarse mucho más fácilmente. La lista nos parece en suma bastante completa, bien que el Discurso de Iniciación de Stanislas de Guaita, que hubiese merecido un lugar, esté ausente; pero no vemos verdaderamente muy bien qué interés había en hacer figurar esta inverosímil mistificación que se llama El Diablo en el siglo XIX (sin mencionar además el folleto titulado El Diablo y el Ocultismo que Papus escribió en respuesta), tanto más cuanto que, por el contrario, se ha desdeñado citar el Lucifer desenmascarado de Jean Kostka (Jules Doinel). Donde el Martinismo es sin embargo tratado más directamente.


    3.- Dr. R. Swinburne Clymer. The Rosicrucian Fraternity in America. Vol. II (“The Rosicrucian Fondation”, Quakertown, Pennsylvania). –Hemos reseñado precedentemente (nº de abril de 1937) el primer volumen publicado bajo este título; en cuanto al segundo, que es verdaderamente enorme (¡más de mil páginas!) Las circunstancias no nos han permitido aún hablar de él hasta aquí. El principal adversario del Dr. Clymer, el Imperator de la A.M.O.R.C., ha muerto entre tanto, pero evidentemente ello no quita nada del interés que presenta esta obra desde un especial punto de vista, puesto que se trata de un caso típico de charlatanismo seudo iniciático, al cual vienen incluso a añadirse, como ya hemos explicado, influencias de un carácter todavía más sospechoso. Hay que reconocer, por lo demás, que, como otros ya han notado antes, el Dr. Clymer daña mucho su causa al emplear demasiado frecuentemente un lenguaje “argótico” e injurioso, del cual lo menos que puede decirse es que carece totalmente de dignidad; pero poco nos importa en el fondo, pues en absoluto estamos tentados de tomar partido en semejante querella. Como quiera que se pudiese pensar de lo bien fundado de sus pretensiones, su exposición es en todo caso muy “instructiva” en diversos aspectos: así, puede verse, entre otras cosas cómo un abogado puede entenderse con el de la parte adversaria para arreglar un asunto con la ignorancia de su cliente y en detrimento de los intereses de éste; y es desgraciadamente probable ¡que tales costumbres no sean particulares de América! Por otra parte, es verdaderamente difícil, repitámoslo aún a este propósito, comprender cómo organizaciones que se dicen iniciáticas pueden llevar así sus diferendos ante una jurisdicción profana; incluso si no lo son realmente, ello no cambia nada al respecto, pues, en buena lógica, deberían al menos comportarse como si lo fueran. Ocurre necesariamente una de estas dos cosas: o bien el juez es profano el mismo, y entonces es incompetente por definición, o bien es Masón, y, como cuestiones masónicas están tan mezcladas en todas estas historias, él debe, entre sus obligaciones de discreción iniciática y los deberes de su cargo público, encontrarse en una situación más bien falsa y singularmente apurada... Con relación a las cuestiones a las que aludimos, debemos destacar que el Dr. Clymer tiene sobre la regularidad masónica ideas de todo punto especiales: de dos organizaciones parecidamente irregulares, y además del mismo origen, él no tiene más que elogios para una, mientras que colma a la otra de injurias y denuncias; la razón de ello es muy simplemente que la primera se ha adherido a su propia “Federación” y la segunda a la “Federación” rival. Tales motivos sobre todo mezquinos no quitan, a decir verdad, para que la documentación concerniente a esta última, denominada F.U.D.O.S.I., es decir, Federatio Universalis Dirigens Ordines Societatesque Initiationis (¡qué latín!), sea, siempre desde el mismo punto de vista, una de las cosas más interesantes entre todas las que contiene el libro; ¡cuán edificantes son las actuaciones de esos medios supuestamente “fraternales”! Hemos reencontrado ahí viejos conocidos, entre los cuales algunos supervivientes del antiguo movimiento ocultista francés, que parece no querer decidirse a desaparecer del todo.. Naturalmente, es cuestión de nuevo de Theodor Reuss, aliasFrater Peregrinus”, de Aleister Crowley y de su O.T.O, sin hablar de muchos otros personajes (reales e imaginarios) y de otras agrupaciones de un carácter no menos extraño; todo ello, que no podría resumirse, constituye una importante recopilación de documentos que debería consultar cualquiera que se proponga escribir algún día con detalle la fantástica historia de las seudo iniciaciones modernas


    4.- Albert Lantoine. Les Sociétés secrèts actuelles en Europe et en Amerique. (Presses Universitaires de France, Paris). Este pequeño volumen, que estaba presto para aparecer en Francia en 1940, pero cuya salida se ha retardado cinco años por los acontecimientos, forma parte de una colección que está evidentemente destinada al “gran público”, lo que explica su carácter un poco superficial. Se encuentra sin embargo una muy loable distinción entre “sociedades secretas iniciáticas” y “sociedades secretas políticas”, de donde su división en dos partes “que nada tienen en común entre ellas salvo la similitud de sus etiquetas”. En cuanto a decir que las primeras se distinguen de las otras en que “la solidaridad no es en ellas de orden sentimental, sino de orden espiritual”, ello es sin duda justo, pero insuficiente, tanto más cuanto que lo “espiritual” parece no ser concebido aquí más que como un simple asunto de “pensamiento”, lo que está muy lejos del verdadero punto de vista iniciático; en todo caso, la cuestión es mucho más compleja de hecho, y nos permitimos remitir a lo que hemos dicho en nuestro Apreciaciones sobre la Iniciación (cap. XII). Por otro lado, nos es absolutamente imposible compartir ciertos puntos de vista sobre una pretendida oposición entre la religión y todo lo que tiene un carácter secreto en general e iniciático en particular; una distinción clara entre el exoterismo y el esoterismo basta para poner cada cosa en su sitio y hacer desaparecer toda oposición, pues la verdad es que se trata de dos dominios enteramente diferentes. –La primera parte comienza con un corto capítulo sobre las “pequeñas sociedades iniciáticas”, cuya ausencia no habría hecho perder nada a la obra, pues los pocos datos que contiene están tomados de fuentes muy profanas, y, además, aparece ahí una frase más bien desgraciada, que parece admitir las pretensiones de las organizaciones seudo iniciáticas de todo género: ciertamente ¡no es por el hecho de que un grupo practique un simulacro o una parodia de iniciación por lo que tiene el derecho de decirse iniciático! Añadamos seguidamente que el capítulo sobre el Compagnonnage, bien que no incluyendo nada inexacto, es también lamentablemente insuficiente; ¿se lo considera como “cosa del pasado”, luego “inactual” y por eso no se ha juzgado oportuno concederle más lugar en este libro? Lo que hay de más interesante y mejor hecho, es ciertamente el resumen de la historia de la Masonería en Europa y más particularmente en Francia, y esto se comprende sin dificultad, puesto que se trata en cierto modo de la “especialidad” del autor; pero lo que concierne a los orígenes está terriblemente simplificado; ¿y por qué siempre esta especie de temor a remontarse más alla´de 1717? En cuanto a la Masonería americana, es evidente que el autor sólo tiene un conocimiento bastante incompleto; para los altos grados especialmente, parece ignorar todo lo que no es el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, que sin embargo está muy lejos de ser el más extendido en los países anglo-sajones... Se encontrará también en este libro, para América, algunas indicaciones históricas sobre los Old Fellows y los Knights of Pythias, así como sobre ciertas asociaciones de negros cuyo carácter es bastante mal definido: aquí aún, reencontramos la molesta tendencia a creer que basta que la admisión de los miembros se acompaña de “ceremonias” para que sea permisible hablar de iniciación. –La segunda parte, dedicada a las “sociedades secretas políticas”, pasa revista, para Europa, a las sociedades irlandesas, los Comitadjis de Macedonia, los Ustachis de Croacia; para América, los “Caballeros de Colón”, la Orden de los Hiberniens, el Ku-klux-Klan (del que por lo demás se dice muy poca cosa), las sociedades judías y algunas otras organizaciones de menor importancia. –La conclusión tiene un tono “despegado” e incluso un poco escéptico, que es más bien decepcionante; pero, a fin de cuentas, quizás es casi inevitable que sea así entre aquellos que, en el estado actual de las organizaciones iniciáticas occidentales, no han logrado descubrir lo que es verdaderamente la iniciación.


    5.- John Charpentier. L´Ordre des Templiers. (“La Colombe”, Paris). El autor de este libro ha publicado recientemente algunas novelas en las cuales hace jugar a los Templarios, o a sus continuadores reales o supuestos, un papel que parece testimoniar ideas sobre todo singulares aeste respecto; también nos temíamos reencontrar aquí fantasías del mismo género, pero felizmente no hay nada de eso: se trata esta vez de un estudio histórico hecho seriamente, lo que ciertamente vale mucho más. Lo que hay que lamentar solamente, tanto más cuanto que se trata del lado más interesante de la cuestión, es que resulta casi imposible comprender cuál es el pensamiento exacto del autor en lo que concierne al esoterismo de los Templarios: en el origen, no abría habido entre ellos “ningún esoterismo” (pero la caballería misma, en general, ¿no tenía sin embargo cierto carácter iniciático? Se habría introducido el esoterismo más tarde ¿pero, de dónde habría venido? Del Oriente sin duda; sin embargo, de sus relaciones con los Ismaelitas, no habrían recogido apenas sino la idea de cierta jerarquía de grados (que, por lo demás, parece aquí confundirse con las funciones) y la de un “universalismo pacifista” (sic) que es quizás, la concepción del Imperio tal como Dante la expuso. Discutiendo la cuestión de la pretendida “herejía” de los Templarios, J. Charpentier utiliza ampliamente los artículos de Probst Biraben y Maitrot de la Motte-Capron: como ya hemos examinado estos con detalle (nº de octubre-noviembre de 1945), no volveremos sobre ello. Él no cree que hayan sido realmente heréticos, pero admite que hayan podido ser “gnósticos”; remarca además muy justamente, a este propósito, que “bajo esta etiqueta se encuentran reunidas muchas nociones heteróclitas, sin relación unas con otras, y a veces incluso inconciliables” y que además, “no se posee apenas sobre el gnosticismo otras informaciones que las proporcionadas por sus adversarios”. Pero he aquí ahora que las cosas se complican extrañamente: por una parte, es al gnosticismo valentiniano al que “los Templarios se vinculan lejanamente”; por ora parte, “para hablar del gnosticismo de los Templarios, haría falta que hubiese existido una gnosis activa en la época en la cual vivieron”, lo que no ocurría. Por añadidura, no debía tratarse de una doctrina, pues “no se ha recogido ningún testimonio probatorio”, y los Templarios, “no se han hecho propagandistas (?) más que de ideas sociales y políticas fundadas sobre la solidaridad”. Sin embargo, habría habido entre ellos una transmisión oral (pero de que alcance?) Finalmente, se encuentra que poseían un esoterismo de origen pitagórico, sin que se pueda adivinar de dónde y cómo lo han recibido; ¡es verdaderamente difícil el orientarse en todo eso! No comprendemos muy bien tampoco cómo se puede pensar que el “Joanismo” procede, no de San Juan Evangelista, sino de San Juan Bautista; pero, por lo referente al Pitagorismo, señalaremos que es quizás en las relaciones de los Templarios con las corporaciones de constructores (que no son mencionadas aquí más que incidentalmente) donde se podría encontrar la clave del enigma... en un último capítulo se trata de la Masonería “templaria”, que es “liquidada” de manera verdaderamente muy sumaria (y notemos de pasada el curioso lapsus que le ha hecho escribir “Magnus Grecus” en lugar de “Naymus Grecus”), después de los neotemplarios de Fabré-Palaprat; y aquí hemos sentido viva sorpresa viéndonos nombrado entre los que “han acreditado la tesis según la cual ¡Larménius habría sido el legítimo sucesor de Molay! Ahora bien, en tanto que podamos recordar, jamás hemos escrito en ninguna parte una sola palabra sobre la cuestión; y, en todo caso, estaríamos tanto menos tentado a sostener esta tesis, cuanto que no estamos del todo seguros de que dicho Larmenius haya existido realmente pues tenemos por extremadamente sospechoso todo lo relacionado con él y comprendido el “alfabeto secreto”, proveniente de una fuente neotemplaria; esperamos que se tendrá a bien, en su momento, tener en cuenta esta rectificación.


    6.- Jean Mallinger, Pythagore et les Mystères. (Editions Niclaus, Paris).

    -Cuando se sabe que el autor de este libro fue uno de los promotores de la F.U.D.O.S.I., de la cual hemos tenido que hablar recientemente (nº de mayo de 1946), algunas cosas, que de otro modo podrían parecer demasiado enigmáticas, se aclaran con una luz particular. Así, se explica sin dificultad la dedicatoria a la memoria del jefe de los “Pitagóricos de Bélgica”; éstos, en efecto, están constituidos en una “Orden de Hermes Trismegisto” (denominación que nada tiene de específicamente pitagórica), la cual fue una de las primeras en adherirse a la susodicha F. U. D. O. S. I. Así también, lo que se llama normalmente “estado primordial” es denominado “estado antiguo y primitivo”; ahora bien, ésa no es una simple extravagancia del lenguaje, como podría creerlo un lector no advertido, sino una manera discreta de hacer alusión al título de una organización masónica irregular de la cual M. Mallinger es uno de los dignatarios, y, si hubiese pertenecido a tal otra organización del mismo género, sin duda ¡hubiese dicho igualmente “estado primitivo y original! Una curiosa salida contra el “mandil de piel”, que por lo demás no se apoya más que sobre una confusión entre dos cosas totalmente diferentes desde el punto de vista simbólico, parece no deberse en realidad más que a un deseo de singularizarse frente a la Masonería regular... En cuanto al fondo mismo de la obra, la parte propiamente histórica, es decir, la biografía de Pitágoras, hecha según las “fuentes” conocidas, no aporta en suma nada nuevo; quizá los hechos son presentados a veces de manera un poco "tendenciosa”, por ejemplo cuando se atribuye a Pitágoras un deseo muy moderno de “propaganda”, o cuando se describe la organización de su Orden de una manera que hace pensar que el punto de vista “social” era como el resultado de todo el resto. En la segunda parte, se trata primero de las diferentes especies de misterios que había, en Grecia y en otras partes, en tiempos de Pitágoras; ahí también, se siente que la exposición está influida en cierta medida por la idea que el autor se hace de la iniciación, idea que está fuertemente teñida de “humanitarismo” y en la cual los “poderes” desempeñan también un importante papel. De la manera que habla de un “retorno a Pitágoras”, es muy de temer, a pesar de lo que dice en otra parte de la “cadena apostólica” (sic) y de la necesidad de un “rito inmutable y tradicional”, que no sea aún de los que creen que una transmisión continua y sin interrupción no es indispensable para la validez de la iniciación; y, cuando habla de la “permanencia de la Orden” y de “sus pulsaciones aún sensibles hoy” está permitido preguntarse cómo lo entiende exactamente, sobre todo cuando se ha visto a tantos ocultista ¡imaginarse que una “cadena” iniciática puede perpetuarse simplemente “en astral”!



    7.- Paul Chacornac, Le Comte de Saint-Germain, (Chacornac Frères, Paris) (traducción española, El Conde de Saint-Germain, Sirio, Málaga) .

    –Este nuevo libro de nuestro director representa el resultado de largas y pacientes investigaciones proseguidas durante muchos años; sorprende ver qué prodigiosa cantidad de obras y de documentos de todo tipo ha sido preciso consultar para llegar a controlr cuidadosamente cada informació, no sería posible excederse en rendir homenaje a la escrupulosa probidad de tal trabajo. Si no todos los puntos son aclarados enteramente, lo que era sin duda imposible, hay al menos un buen número que sí lo son, y de una manera que parece bien definitiva. Para ello, ha hecho falta ante todo disipar las confusiones que se han cometido con otros diversos personajes, especialmente con el lugarteniente-general Claude-Louis de Saint-Germain; ésa es una de las más frecuentes, pero, a pesar de la similitud de nombre y de título por la cual se explica, no es la menos sorprendente, pues se trata de un hombre que ha jugado un papel perfectamente conocido y en el cual nada hay de oscuro ni de misterioso. Está también el príncipe Rakoczi, del cual algunos en nuestra época han sacado un gran partido, pero cuya pretendida historia no es más que un tejido de inverosimilitudes; lo más probable es que éste nombre hay servido simplemente, en ciertas circunstancias, para disimular el verdadero origen del conde de Saint-Germain. Hasy todavía cierto número de otros personajes reales o supuestos, y de los cuales una parte no deben semejante existencia más que a las fantasías imaginativas a las cuales han dado lugar los nombres tomados por el conde de Saint-Germain mismo en diversas épocas y en diferentes países. El terreno estando así desbrozado, se hace mucho más fácil seguir al héroe desde su primera aparición conocida en Londres en 1745 hasta su muerte “oficial” en casa del Príncipe de Hesse en 1784; y, cuando se ha hecho justicia a las historietas de Casanova y de otros “memorialistas” tan poco dignos de fe, a las mistificaciones del ilusionista Gauve y a algunas otras historias aún que se imputaron falsamente al conde de Saint-Germain, como la función que algunos le han atribuido en la revolución rusa de 1762, lo que además no tiene apenas que ver con el “aventurero” y “charlatán” que tantas gentes han pintado, se ve en realidad a un hombre dotado de talentos notables e diversos aspectos, poseyendo sobre muchas cosas conocimientos poco comunes, sea cual fuere la fuente de donde las ha sacado, y que, si tuvo amigos y admiradores por todas partes por donde pasó, tuvo también, como ocurre muy frecuentemente, en semejante caso, enemigos encarnizados en hacer fracasar sus empresas, ya se trate de su misión diplomática en Holanda o de la industria que quiso más tarde montar en Flandes con el nombre de M. De Surmont... Pero, al lado de esta vida propiamente “histórica”, o a continuación de ella, hay también la “leyenda” que no ha cesado de desarrollarse hasta nuestros días, sobre todo en lo que concierne a la “supervivencia” del conde de Saint-Germain y las manifestaciones que se le han atribuido tras la fecha de lo que, por esta razón precisamente, hemos llamado antes su muerte “oficial”. Hay sin duda ahí muchas extravagancias, de las cuales las menores no son las que los teosofistas, tomando por su cuenta la identificación con el príncipe Rakoczi, han expandido respecto a su “Maestro R.”; pero hay también otras cosas que parece más difícil rechazar pura y simplemente, y de las cuales, incluso si han sido deformadas o malintepretadas, se puede preguntar si no encierran al menos cierta parte de verdad. Subsiste pues un enigma, e incluso, a decir verdad, hay todavía otro, el de orden puramente histórico, pues, hasta aquí, el misterio del nacimiento del conde de Saint.Germain no ha sido aclarado; sobre este último punto, el autor considera una solución que no presenta más que como hipótesis, pero que es en todo caso muy verosímil por todo un conjunto de relaciones bastante chocantes. Según esta hipótesis, el conde de Saint-Germain habría sido el hijo natural de María-Ana de Neuburgo, viuda del rey Carlos II de España, y del conde de Melgar, almirante de Castilla, al que su inmensa fortuna había dado el sobrenombre de “el banquero de Madrid”, lo que ha podido dar lugar a la confusión que ha hecho pretender a algunos que era el hijo de un banquero judío. Si esta suposición es exacta, muchas cosas se explicarín sin dificultad, especialmete los recursos considerables de los que disponía manifiestamente el conde de Saint-Germain, las pedrerías y los cuadros de maestros de los que era possedor, y también, lo que es aún más importante, la confianza que le testimoniaron los soberanos que, de Luis XV al príncipe de Hesse, debieron tener conocimiento de este origen por el cual les estaba emparentado, pero que, constituyendo en cierto modo un “secreto de Estado”, debía ser cuidadosamente disimulado a cualquier otro que ellos. En cuanto al otro enigma, el de la “leyenda”, es explicado tanto como es posible e interpretado a la luz de las doctrinas tradicionales en el capítulo final; como éste ha aparecido primero aquí mismo (nº de diciembre de 1945), nos contentaremos con recordar su gran interés, sin insistir más en ello. Pensamos que, a menos que se quiera atenerse todavía a las fantasías de las que se ha abusado demasiado hasta ahora en ciertos medios, no será ya posible en adelante hablar del conde de Saint-Germain sin remitirse a esta obra, por la cual dirigimos a su autor nuestras vivas felicitaciones.



    8.- Emile Dermenghem, Joseph de Maistre mystique. (La Colombe, Paris). Acaba de aparecer de este libro una nueva edición revisada, a la cual se han añadido numerosas notas precisando ciertos puntos e indicando los trabajos que, dedicados a cuestiones conexas, han aparecido desde su primera publicación. Para aquellos de nuestros lectores que no conocieran aún esta obra, diremos que expone de una manera tan completa como es posible la carrera masónica de Joseph de Maistre, sus relaciones con las organizaciones iniciáticas vinculadas a la Masonería de su tiempo y con diversos personajes pertenecientes a esas organizaciones, y la influencia considerable que sus doctrinas ejercieron sobre su pensamiento. Todo es muy interesante, y tanto más cuanto que las ideas religiosas y sociales de Joseph de Maistre han sido muy mal comprendidas lo más frecuentemente, incluso a veces enteramente desnaturalizadas e interpretadas en un sentido que no correspondía en absoluto a sus verdaderas intenciones; la principal crítica que tendríamos que formular es en suma la que se referiría al título mismo del libro, pues, a decir verdad, no vemos nada de “místico” en todo ello. E, incluso, cuando Joseph de Maistre se mantiene fuera de toda actividad de orden iniciático, no aparece que jamás se haya vuelto hacia el misticismo como otro lo hicieron a veces; no parece incluso que haya habido en él un cambio real de orientación, sino una simple actitud de reserva que estimaba, con razón o sin ella, serle impuesta por sus funciones diplomáticas; pero ¿se puede esperar que en el espíritu de algunos, la confusión de los dos dominios iniciático y místico pueda ser nunca enteramente disipado?



    9.- Louis-Claude de Saint-Martin, Tableau naturel des rapports qui existent entre Dieu, l´homme et l´Univers. Introducción de Philippe Lavastine. (Editions du Griffon d´Or, Rochefort-sur-Mer).

    -Esta reedición está ciertamente más cuidada que la edición “martinista” de 1900, pero han quedado todavía muchas faltas que parece hubiese sido fácil eliminar. El autor de la introducción ha resumido en algunas páginas los principales rasgos de la doctrina de Saint-Martin; pero ¿no busca un poco demasiado atenuar la diferencia entre los dos períodos de su existencia, es decir, entre su actividad iniciática del principio y su misticismo ulterior?

    RESEÑAS DE ARTICULOS DE REVISTAS APARECIDAS DE 1945 A 1950


    Enero de 1945


    1.- Nos toca volver una vez más sobre la cuestión de los Templarios, pues hemos tenido noticia, muy tardíamente por otra parte, de toda una serie de artículos que publicaron sobre el tema J.H. Probst-Biraben y A. Maitrot de la Motte-Capron en el “Mercure de France”, los siguientes 5 artículos:

    “Los Templarios y su alfabeto secreto” (1 de agosto de 1939)

    Nos parece bastante dudosa la autenticidad del “alfabeto secreto”. Parece que nadie vio realmente los antiguos manuscritos que lo contendrían, y toda esta historia no reposa en suma más que en los asertos del abate Gregoire y de Maillard de Chambure. Por otro lado no entendemos cómo puede considerarse “más serio” el segundo que el primero, ya que si el abate Gregoire recibió información de parte de los “Neo-templarios”, Maillard de Chambure fue miembro de ellos: la “fuente” es por tanto la misma, y sin duda muy poco digna de fe. Además, la cruz, complicada en su forma, que sirve de “llave” para el alfabeto en cuestión es justamente la de los “Neo-templarios”, que no parece sin embargo haber sido usada nunca por los verdaderos. Hay aún un detalle muy sospechoso: es la “U” distinta de la “V”, distinción totalmente desconocida en el Medioevo, y nos sorprende que los autores no lo hayan percibido, mientras sin embargo se inquietaron por la “W” que después de todo podría haber sido justificada más fácilmente.

    Bajo tales considerandos, cabe preguntarse qué utilidad tiene dedicarse a hipotéticas “especulaciones” sobre el simbolismo de ese alfabeto, que a todas luces no tiene más valor que la colección de “reliquias” de Fabré-Palaprat. Además, lo más probable es que, siendo una invención moderna, las irregularidades en el orden de formación de las letras nada tengan de esotérico, sino que su única razón de ser es la de complicar su desciframiento. En todo caso, por lo que hace al sentido de rotación, donde quiere verse “una influencia oriental muy marcada”, lo cierto es que desafortunadamente si se trata del Oriente islámico, la rotación debería ser justamente la contraria.

    Considerado de otra manera, es un hecho singular que los autores parecen esforzarse por reducir todo el misterio de la Orden del Templo a una cuestión de operaciones financieras, lo que sería muy poco esotérico”: ¿acaso no llegan a afirmar en el siguiente artículo que “el verdadero ídolo de los Templarios fue el poder financiero internacional?

    Hay que destacar también un par de inexactitudes históricas: Jacques de Molay no murió en 1312 sino en 1314, y jamás hubo una decisión papal que suprimiera la Orden del Temple, sino que fue suspendida “provisionalmente” por el Concilio de Viena.


    “Los Idolos de los Caballeros del Temple”

    Respecto de los pretendidos “ídolos”, los testimonios obtenidos durante el proceso, en condiciones tales que no permiten considerarlos válidos, se contradicen todos entre sí. Es posible que ciertas historias de “cabezas” se refieran en el fondo simplemente a relicarios, en todo caso se sobreentiende que, a pesar de lo que haya podido pensar la ignorancia occidental, ningún tipo de “ídolo” puede provenir de un ambiente islámico. En todo ello estamos de acuerdo con los autores.

    En cuanto al famoso “Bafomet”, nombre que dio lugar a tantas hipótesis tan poco satisfactorias en general, podemos incidentalmente proporcionar la explicación del susodicho “Bahumid” de von Hammer: es muy cierto que dicha palabra no existe en árabe, aunque en realidad debe leerse “Bahîmad”, que si bien no puede traducirse por “becerro” (interpretación que probablemente nació por influencia de la enigmática “cabeza de becerro” de los Drusos, mas bien que por la del “Buey Apis” o del “Becerro de Oro”), al menos sirve como término genérico de cualquier especie de ganado. No obstante, si en efecto es poco probable que “Bafomet” provenga del árabe “Bahîmah”, que lo inquisidores del proceso ni siquiera debían conocer, por el contrario podría muy bien ser que proviniera de su equivalente hebreo, es decir del “Behemot” bíblico, y tal vez no debería buscarse en otro lugar la solución de tal enigma...

    En lo que se refiere a las cuatro estatuas que, según el mismo von Hammer, se hallaron en el gabinete de Viena (pero ¿qué fue de ellas después de 1818), no vemos qué permitiría considerarlas “Bafomets” , y francamente ¿qué pensar de ellas cuando, de acuerdo a la fisonomía, a una se la califica de “romana”, a otra como “faraónica”, y a las dos restantes como “persas”, a pesar de que todas llevan inscripciones árabes, por lo demás de un árabe muy incorrecto y si el desciframiento de la escritura es correcto? Hay que reconocer que en todo ello hay algo que raya en la superchería, quizá más aún que en el caso de los cofrecitos que examinaremos seguidamente.

    No nos demoraremos en estudiar detalladamente el sentido de las frases árabes, cuya lectura misma parece muy dudosa. Nos limitaremos a indicar un error de hecho: es correcto que “kenîsah” (y no “kensen”) designa exclusivamente a una iglesia cristiana (más aún, tanto cristianos como musulmanes usan esta palabra al referirse a tal iglesia, pues no hay otra para designarla), pero no podemos comprender que se diga que “˜Maulana˜ jamás se ha utilizado”, puesto que en varios países islámicos (hay otros además del Maghreb) dicho término se emplea por el contrario corrientemente para dirigirse a los soberanos, y también a otros personajes respetables.

    “Los cofrecitos misteriosos de los Templarios”

    Se trata de los dos famosos cofrecitos que figuraron en la colección del duque de Blacas (¿por cuál extraña mala suerte será que también se perdieron?) Como en el caso de los pretendidos “Bafomets”, no hay ninguna prueba de que hayan tenido jamás alguna relación con los Templarios. Según los autores se trataría simplemente de “potes de triaca” usados por médicos griegos y árabes. Tal explicación no tiene en sí nada de inverosímil.

    No estudiaremos aquí la interpretación de las figuras en que se apoya la hipótesis, interpretación que en su conjunto vale tanto como cualquier otra, a pesar de que no es correcta en todos sus detalles (por ejemplo, no se ve muy bien por qué razón un mismo signo indicaría en un lugar un número de ingredientes, y en otro un número de meses o años).

    Lo más curioso son las cuestiones planteadas sobre la tapa de los cofrecitos: su simbolismo es completamente alquímico (¿por qué algunos quisieron ver en la figura principal, que es en realidad un “Rebis”, otra vez un “Bafomet”?), y, también en este caso, hay inscripciones que, si fueron transcriptas con exactitud, están redactadas en un árabe inimaginable, de lo que habría que extrañarse mucho si se admite la hipótesis de los autores, ya que según éstos dicha tapa, agregada posteriormente, habría sido fabricada por alquimistas occidentales hacia fines del Medioevo o comienzos de Renacimiento. Los motivos por los que se les asigna una fecha tan tardía no se indican por lo demás demasiado claramente, del mismo modo que aquellos que motivan la siguiente afirmación: “no se ve en qué podría un templario interesarse en la alquimia”; independientemente de la cuestión de los cofrecitos, no vemos por qué motivo no hubieran podido interesarse!

    “Los Templarios y los Guardianes del Temple”

    En este artículo se trata sobre todo de las relaciones de los Templarios con los Ismaelitas, denominados habitualmente con el nombre de “Assassins”. Los autores se preocupan inútilmente por explicar que debería escribirse “Assacine”, lo que no representa una mejor transcripción (el uso de la “e” muda, especialmente, no es más que una extravagante concesión a la pronunciación francesa), y que no quita que no sea justamente el origen de la palabra “asesino”, y que no se trata en absoluto de una simple “aproximación de asonancia”. La derivación claro está no indica lo que fueron realmente los Ismaelitas, sino solamente la opinión vulgar de los occidentales acerca de ellos.

    Al fin del artículo hay varias consideraciones contradictorias: ¿por qué decir que los Templarios “no estaban iniciados” porque que sea poco probable que hubieran recibido la iniciación de parte de los Ismaelitas, como si no hubieran podido tener su propia iniciación, sobre todo si se admite que fueron “joanitas”?

    Se dice también que poseían “un conocimiento profundo del simbolismo, del esoterismo del Cercano Oriente y mediterráneo”, lo que no se compadece con la carencia de iniciación, ni con las preocupaciones completamente profanas que además se les atribuye.

    En cuanto a buscar las pruebas de tal conocimiento en el alfabeto “neotemplario” posiblemente no es una argumentación demasiado sólida, a despecho del cuidado que tienen los autores de no “pasar por sobre los límites permitidos por la crítica histórica”.

    “El Rey de Francia y los Templarios” (1° de enero de 1940).

    Finalmente el último artículo parece que intenta justificar a todo el mundo: al Rey de Francia, al Papa, a los Templarios y a los jueces, donde cada cual habría tenido la razón de su propio punto de vista. No insistiremos. Nos conformaremos con señalar que mientras los Templarios son presentados como dueños no sólo de un secreto financiero, sino también de un secreto “sinárquico”, lo que a fin de cuentas resulta un poco menos burdamente material (sin embargo ¿es realmente “trasladarse al ambiente del siglo XIV” referirse aquí a un “asunto laico”?) De cualquier forma, nos parece que de estos extensos estudios lo que sobre todo se transparenta es la dificultad verdaderamente ardua de lograr saber exactamente a qué atenerse de todas estas cosas.

    Jules Romains y la tradición oculta

    2.- En “Cahiers du Sud” (marzo de 1940), Jean Richer publica un estudio sobre “Jules Romains y la tradición oculta”. A decir verdad, no sabemos muy bien qué puede ser una “tradición oculta”, sin embargo pensamos que, sin duda, habrá querido decir “esotérica”, aunque el término tampoco sería demasiado exacto en el caso pues se trata especialmente de la India. Jules Romains sin duda habrá leído algunos libros concernientes a las doctrinas hindúes, pero no vemos que haya extraído gran cosa de ello, ya que sus intentos son más bien vagos, y en todo caso no se refieren más que a asuntos de orden muy superficial. Reducir por ejemplo los diferentes estados a que se refiere el Vedanta a simples “regímenes de conciencia”, vale decir a algo puramente psicológico, significa entender muy poco o nada de lo que en realidad se trata. Por lo que hace al Yoga, a pesar de que el autor declara que sus objetivos son “espirituales”, parece no obstante que Jules Romains nada más percibió que ciertos aspectos “psicofisiológicos” más o menos extraordinarios, lo cual por otra parte nada tiene de sorprendente, ya que los occidentales, aún sin ser “literatos”, generalmente no se interesan más que por este aspecto “fenoménico” y completamente contingente. Lo que resulta más asombroso es que, a propósito de este tipo de “desdoblamiento” que los ocultistas denominan estrambóticamente “salida al astral” (lo que nada tiene que ver con el estado de “samâdhi”), se pueda llegar a escribir que “se trata sin duda de lo que los antiguos conocían con el nombre de Misterios o de Iniciación”. ¡He aquí observaciones sumamente imaginarias y que no podrían estar más lejos de la verdad! También encontramos en una nota la curiosa afirmación de que “la Francmasonería debería mucho a Egipto”: si bien es cierto que algunos sistemas se basaron sobre dicha fantástica teoría (y lo hicieron de tal manera que demostraron claramente el carácter artificial de dicha relación, tanto como también la ignorancia de los autores de la “egiptología”), es imposible hallar en la Masonería propiamente dicha algo que lleve la marca de un origen egipcio. Y si bien pueden realizarse comparaciones sobre ciertos puntos, por ejemplo entre la leyenda de Hiram y el mito de Osiris, se trata de cosas cuya equivalencia se encuentra en diversas tradiciones, y que de ningún modo pueden explicarse por “préstamos” ni por descendencia más o menos directa, sino en realidad por la unidad esencial de todas las tradiciones.


    Los Globos Terrestre y Celeste

    3.- En el “Grand Lodge Bulletin” de Iowa (nº de abril de 1940) hay una nota dedicada al tema de los globos celeste y terrestre que a veces se encuentran en la parte superior de las dos columnas. Es evidente que se trata al parecer de una innovación completamente moderna, no por la pretendida ignorancia que algunos se complacen en atribuir a los antiguos, sino muy simplemente porque tales globos no figuran en ningún simbolismo tradicional.

    Es también una hipótesis muy poco probable que deriven del globo alado egipcio, ya que la posición de los globos y su duplicación sería completamente anormal, y no guardaría relación alguna con el significado del globo alado.

    Queremos también señalar un error lingüístico bastante grave: el prefijo “ya”, tanto en hebreo como en árabe, es simplemente el indicativo de la tercera persona del futuro de los verbos, y no tiene relación alguna con el nombre divino “Yah”.

    El Antro, síntesis de los tres mundos

    4.- En “Symbolisme” (enero-febrero-marzo de 1940), G. Persigout estudia “El antro, síntesis obscura de los tres mundos”. A pesar de que nos cite repetidamente, y que también se apoye en analogías alquímicas, no estamos muy seguros de que haya comprendido totalmente el simbolismo de la caverna iniciática, tantas son las consideraciones extrañas al tema que entremezcla en su exposición. El simbolismo tradicional del diamante no tiene ciertamente nada que ver con las teorías de la química moderna del carbono, ni el de la luz con ciertas hipótesis biológicas sobre “el origen de la vida”. Hay ciertos análisis de palabras hebreas que son bastante fantásticos, y en todo caso si se quiere ser lo exacto debería tenerse mucho cuidado de no confundir “he” con “het”. Nos sorprendió ver una nota atribuida a Eliphas Levi tomada de la Llave de la Magia Negra: al verificar la cita vimos que en realidad se trataba de La Clave de los Grandes Misterios.


    El Arte adivinatorio

    En un artículo sobre “El arte adivinatoria” , Diogène Gondeau parecería confundir la intuición con la imaginación. Aún más ni siquiera alude al hecho de que ciertas “artes adivinatorias” no son otra cosa que residuos más o menos deformados de antiguas ciencias tradicionales, lo cual sin embargo es en el fondo el único aspecto realmente interesante de la cuestión.

    La rama del olivo

    François Ménard, en un breve artículo sobre “la rama del olivo” expone su simbolismo de manera muy incompleta: habla con justicia del papel que juega el olivo en varios ritos, como soporte de la “fuerza espiritual”. Lo restante en cambio no es sino un elogio demasiado exclusivo del “clima mediterráneo”.



    Diciembre de 1945


    5.- “The Speculative Mason”


    Cuadro de Dibujos

    En el número de julio de 1940, en un artículo sobre el primer Tracing Board (Cuadro de Logia) considerado como imagen del Cosmos, hay un muy buen análisis del Bhagavad Gitâ, posiblemente algo influido por algunas preocupaciones de “actualidad”, y un estudio sobre “Lady Godiva”, leyenda medieval anglosajona que parecería extraer sus raíces de algunas tradiciones precristianas.

    Varios

    El número de octubre contiene una historia de la construcción de la abadía de Saint-Alban relativa a ciertas leyendas de la Masonería operativa, y un estudio sobre Mary Ann Atwood, autora de la obra anónima titulada A suggestive Inquiry into the Hermetic Mystery que se continúan en el número de enero de 1941.


    6.-“Speculative Mason”


    Sobre la Atlántida

    En el número de abril de 1941, vale la pena señalar un resumen de las antiguas tradiciones concernientes a la Atlántida, algunas consideraciones geológicas que parecerían confirmarlas, y un estudio sobre las relaciones de la Kábala y la Masonería que prosigue en los números de julio y octubre. Este último trae una cantidad de curiosas indicaciones, sin embargo ciertos puntos son bastante discutibles, y no todos los ensayos mencionados son igualmente convincentes, ni todas las fuentes citadas igualmente válidas. Consideramos que no debe pensarse que exista una verdadera influencia más o menos directa de la Kábala sino en aquellos casos donde se encuentren detalles muy precisos, y no sólo semejanzas que se dan normalmente entre todas las tradiciones iniciáticas. Conviene destacar además que la ciencia de los números está bien lejos de ser asunto exclusivo de la Kábala hebrea.


    Historia del Grado de Compañero

    En el número de julio, hay un estudio histórico sobre el desarrollo del grado de Compañero en los primeros tiempos de la Masonería especulativa, que se continúa en octubre, otro artículo trata del simbolismo del centro considerado más particularmente en sus relaciones con la Estrella Polar, la Plomada y la Esvástica, tal como lo establecían los rituales operativos, y finalmente una nota sobre los “tokens1 (1) de las antiguas corporaciones.


    Varios

    En el número de octubre, hay que destacar una buena crítica sobre los historiadores masónicos que quieren atenerse exclusivamente al método llamado “científico” (y sobre todo profano, agregaríamos nosotros) que no admite “evidencia” alguna de otro orden que no sean los documentos escritos. En este mismo número y los siguientes (enero, abril, julio y octubre de 1942) hay un estudio muy detallado sobre el simbolismo ritual de la iniciación del grado de Aprendiz.

    El número de enero de 1942 trae la traducción de nuestro artículo sobre “Mitos, misterios y símbolos”2, así como también el artículo de Marius Lepage sobre “La espada flamígera” aparecido antes en la revista “Symbolisme” y que oportunamente reseñamos.


    Naymus Graecus

    En el número de abril encontramos un artículo sobre ese personaje enigmático designado con el nombre de Naymus Grecus en ciertas copias de las Old Charges (antiguos manuscritos operativos) que habría introducido la Masonería en Francia, en la época de Carlos Martel, y sobre la hipótesis que intenta identificarlo con Anthemius de Tralles, el arquitecto de Santa Sofía de Constantinopla. Destacamos también en el mismo número y en el de julio, un muy breve pero interesante estudio sobre “Pitágoras y los antiguos Misterios”. En su transcurso se recuerda naturalmente el Peter Gower de las Old Charges así como la conexa confusión entre ”Fenicios” y “Venecianos”.


    Antiguos Misterios y títulos caballerescos

    En el número de julio, hay una nota sobre algunos vestigios de los antiguos Misterios conservados hasta nuestros días, de forma bastante insospechada, (lo cual es un ejemplo de lo que dijimos acerca de los orígenes reales del “folklore”), y un artículo sobre los títulos caballerescos usados en la “Rosa-Cruz de Heredom”, y más particularmente sobre el significado de aquel título de “Via Determinata” adoptado por el autor.


    Golpes y Lewis

    En el número de octubre, además de la continuación de este último artículo, hay un estudio sobre el significado de los “golpes” rituales de los diferentes grados (constitutivos de lo que se llama la “batería” en la Masonería francesa) y una nota sobre el “grapón” (“clamp” o “cramp” también llamado “lewis”), instrumento usado para alzar piedras del suelo hasta el lugar que deben ocupar en la construcción, y que pertenece más especialmente al simbolismo de la Mark Masonry.



    Abril-mayo de 1947


    7.- “Le Symbolisme”

    A pesar del fallecimiento en 1943 de su fundador, Oswald Wirth, la revista “Le Symbolisme” ha vuelto a publicarse desde diciembre de 1945 bajo la dirección de J. Corneloup.


    Defensa del Gran Arquitecto del Universo de J. Corneloup

    En el número de diciembre de 1945, una “Defensa del Gran Arquitecto del Universo” de J. Corneloup, insiste muy justamente sobre la importancia esencial del simbolismo, al cual los actuales masones no testimonia, demasiado frecuentemente, otra cosa que "un respeto más verbal que real”, debido a que no comprenden verdaderamente el sentido y el alcance del mismo.

    Destacamos más particularmente la afirmación de que “lo propio de un símbolo es el hecho de que puede ser comprendido de diversas maneras, de acuerdo al punto de vista desde donde se lo considera”, de modo tal que “un símbolo que no admitiera más de una interpretación no sería un verdadero símbolo”, y también la formal declaración de que, contrariamente a lo que algunos pretenden, “la Masonería no es ni puede ser agnóstica”.

    A pesar de todo, el estudio en lo que concierne al simbolismo del Gran Arquitecto del Universo, no nos parece llegar al fondo de la cuestión, además de entremezclar ciertas consideraciones propias de la ciencia moderna que nada tienen que ver con el punto de vista iniciático. Por otra parte nos preguntamos cómo puede llegar a decirse que “Hiram es exterior a la Masonería operativa, que lo tomó de una dudosa leyenda hebrea”: esta es una afirmación muy discutible y que en todo caso tendría necesidad de explicación.


    Las fuentes de las actuales ideas tradicionales

    En el número de enero de 1946, François Ménard examina “Las fuentes de las actuales ideas tradicionales”. Parecería exagerar la influencia del platonismo, aunque fuera por intermedio de Fabre d’Olivet, sobre el ocultismo del pasado siglo, pero tiene toda la razón cuando marca el estado heterogéneo de la llamada “tradición occidental” que algunos quisieran oponer a las tradiciones orientales. “Del Oriente siempre nos vino la Luz” dice el autor, “y su pura claridad espiritual nos sigue llegando directamente a pesar de todo, gracias a algunos intérpretes autorizados y calificados”.


    De la finalidad y los medios de la Francmasonería

    En el número de febrero, Marius Lepage, hablando “De la finalidad y los medios de la Francmasonería”, puntualiza que la Francmasonería difiere completamente de los diversos tipos de asociaciones profanas por el hecho mismo de ser una iniciación. Las consideraciones que expone sobre el simbolismo de la Luz, sobre el evangelio de San Juan, la virtud de los ritos, la “Liberación” como fin supremo de la iniciación, son excelentes en su mayoría. Mas ¿por qué será que vemos reaparecer una vez más la confusión con la “mística”? El sentido actual de esta palabra está demasiado alejado de su acepción etimológica como para permitir volver a ella. Lo que se llama “mística” o “misticismo” hace ya mucho tiempo que ha dejado de ser la “ciencia del misterio” y menos aún la “ciencia de los iniciados”, y decir que “hay una técnica de la mística, idéntica para todas las religiones y todas las iniciaciones” significa no sólo confundir los dominios esotérico y exotérico, sino también olvidar que una de las características del misticismo es precisamente no tener “técnica” alguna.

    La cuestión del Gran Arquitecto del Universo

    En el número de marzo, François Ménard y Marius Lepage vuelven sobre la cuestión del Gran Arquitecto del Universo. Si bien es legítimo decir que el mismo “no es la Divinidad, sino un aspecto accesible de la Divinidad” que acentúa “el aspecto ordenador y constructivo del Inconcebible Principio”, nos parece que no constituye una razón para asimilarlo a la concepción gnóstica del “Demiurgo”, lo que le atribuiría mas bien una carácter “maléfico” muy poco conciliable con el lugar que ocupa en el simbolismo masónico, e incluso también con la conclusión misma a que llegan los autores, según la cual, al meditar sobre la fórmula del Gran Arquitecto del Universo, “el masón que ‘comprende bien su Arte’ sabrá y ‘sentirá’ que la orden excede el simple “deísmo” profano para acceder a una comprensión más profunda del Supremo Principio”.


    La naturaleza de los ritos

    J.H.Probst-Biraben destaca con razón que son insuficientes las concepciones de los actuales sociólogos sobre “La naturaleza de los ritos”, a los cuales no atribuyen generalmente nada más que un carácter sentimental, a la vez artístico y utilitario. Para nosotros se podría haber ido más lejos todavía, ya que en aquellas obras profanas referentes a este tema lo único valioso es la “documentación” que aportan, y todo el resto demuestra especialmente la incomprensión de sus autores.


    Hipótesis de trabajo de J. Corneloup

    En el número de abril, un artículo de J. Corneloup denominado “Hipótesis de trabajo”, acentúa todavía más la confusión antes señalada entre el punto de vista iniciático y el de la ciencia profana. Esta última podrá efectuar todas las hipótesis que quiera, y además eso es todo lo que puede hacer: ¿qué más podría hacer una hipótesis en el dominio del simbolismo (y nos referimos al verdadero simbolismo que nada tiene que ver con los pseudo símbolos inventados por los sabios modernos)? Y además ¿no equivaldría a desconocer completamente el carácter propio del conocimiento iniciático admitir que en él pudiera hallarse algo hipotético?


    Navidad de Marius Lepage

    Con el título de “Navidad”, Marius Lepage estudia diversos aspectos del simbolismo del solsticio de invierno. Tenemos que señalar que jamás dijimos, como parece creer el autor, que el nombre de “Janus” derivara del sánscrito “yâna”, sino solamente que uno y otro tienen la misma raíz, lo cual es indiscutible; en cambio la etimología hebrea que toma en consideración es totalmente inverosímil.


    Un método, una finalidad, una protección

    En el número de mayo, en otro artículo de J. Corneloup titulado “Un método, una finalidad, una protección”, leemos: “la finalidad que se propone el método simbólico de la búsqueda de la Verdad”, pensamos que se trata de un lapsus y que haya querido decir “el conocimiento de la Verdad” ya que evidentemente la búsqueda no puede de ningún modo constituir una finalidad. De todos modos, aunque no sea más que un lapsus, no deja de ser significativo porque transparenta las tendencias inherentes al espíritu moderno. Por otro lado, no es exacto decir que “la Masonería es la forma moderna de la iniciación”, en primer lugar porque nada que tenga carácter iniciático, y más generalmente tradicional, puede llegar a calificarse de “moderno” sin entrar en contradicción, y después porque históricamente significa desconocer los antecedentes antiguos y medievales de la Masonería: ¿acaso creerá el autor que la Masonería no se remonta más allá de 1717? El artículo concluye con algunas consideraciones acerca de la “ley del silencio” bastante juiciosas, pero que están lejos de representar todo lo que podría haberse dicho del tema, ya que ni siquiera rozan la verdadera naturaleza del secreto iniciático.

    La génesis del concepto de tolerancia

    En el número de junio, Albert Lantoine expone “La génesis del concepto de tolerancia”, y parecería querer destacar que el “lanzamiento” de dicha idea no fue en suma más que un acto político de Guillermo de Hannover, pero que también este acto influyó bastante directamente en la constitución de la Masonería en su nueva forma “especulativa”. Lo cual confirma aún más lo que siempre pensamos del papel que desempañaron en dicha constitución las influencias profanas, que penetraron de esta modo en un dominio que debería normalmente estarles vedado. ¿Pero cómo puede ser que aquellos, cuyos estudios históricos conducen a semejantes constataciones, no puedan llegar a comprender que este mismo hecho representa la marca de una grave degeneración desde el punto de vista iniciático?



    Julio-agosto de 1947

    8.- “Le Symbolisme”

    Masonería educativa y Masonería iniciática

    En el número de julio de 1946, J. Corneloup en un artículo titulado ”Masonería educativa y Masonería iniciática”, subraya con justa razón que “las Logias se las ingeniaron para darles ‘luces’ a sus miembros, en lugar de ayudarlos a buscar la ‘Luz’”; en otras palabras, “los masones consagraron la mayor parte de su tiempo y sus mejores esfuerzos a la tarea educativa de la Masonería, descuidando y aún ignorando el trabajo iniciático”. Pero cuando agrega que por otra parte “la iniciación no se opone a la educación” y que esta última incluso “es uno de los caminos que preparan para la iniciación”, hubiera sido necesario puntualizar un poco sobre de qué tipo de educación se habla, puesto que existe cierta educación profana que es todo lo contrario de una preparación con vistas a la iniciación. Por otra parte es exacto que no puede darse una definición propiamente dicha de la iniciación, a lo que de nuestra parte agregaremos que esto es así puesto que toda definición es forzosamente limitativa. De todos modos las nociones que se exponen “para ayuda a concebir la idea” son verdaderamente demasiado sumarias, y dejan la impresión de que la “facultad de comprensión” de que se trata no llega demasiado lejos.

    Agreguemos que no comprendemos muy bien cómo pueda hablarse de “la conjunción en una misma organización, durante el siglo XVII, de los masones operativos y de los masones aceptados”, como si éstos no hubieran sido siempre los miembros no “profesionales” de la Masonería operativa, y también que una alusión a los “egrégores” nos parecería reflejar algo de esa confusión que señalábamos en un reciente artículo.


    Ritos y rituales

    En el número de agosto, Marius Lepage se empeña en marcar una diferencia entre “Ritos y rituales”: se trata naturalmente de los rituales escritos de los que destaca muy justamente su carácter de simple “ayuda memoria”. Lamenta que “la Masonería no posea el organismo que permitiría mantener los ritos dentro de su pureza primitiva y auténtica”; por otra parte piensa que “manteniendo integralmente intactos los principios fundamentales de la iniciación formal, los ritos deberían materializarse en rituales adaptados a la mentalidad de los hombres a los cuales se dirigen”, y ello es también correcto, pero debería puntualizarse al respecto que tal adaptación no podrá ser legítima más que dentro de ciertos límites, puesto que no debería jamás implicar concesión alguna al espíritu antitradicional característico del mundo moderno.

    Desafortunadamente, el artículo contiene además cierta confusión entre “iniciaciones” y “religiones”, e incluso también una afirmación sobre el origen “mágico” de los ritos que es más que discutible. Se trata de temas sobre los que nos hemos explicado muy frecuentemente como para que sea necesario hacerlo de nuevo.




    De la iniciación

    En el número de septiembre, Jules Boucher trata “De la iniciación” en un artículo que destila un inoportuno pesimismo. No puede reprochársele, ciertamente, el denunciar los perjuicios que acarrea el racionalismo, y que deplore la trivialidad de ciertas “especulaciones” que no tienen nada de iniciático. Pero parecería desconocer totalmente el valor propio de la iniciación virtual, y concluye así: “¿Es posible oponerse a la decadencia de la Masonería? Para ello sería necesario reencontrar la “Palabra Perdida” y nos parece que dicha “Palabra (ese Verbo iniciático) se perdió para siempre”. Sigue al artículo una respuesta de Marius Lepage que vuelve a poner correctamente las cosas en su sitio, y del que citaremos algunos extractos:

    “Vivimos años que son de acelerado oscurecimiento de los principios espirituales que hasta este momento han sostenido la substancia del mundo: este mundo pronto se desmoronará... La incomprensión de los hombres frente a la expresión humana de lo sagrado es el signo más notorio de la proximidad del fin de los tiempos. ¿Porqué afligirse? Lo que tiene que ser será, y todas las cosas concurren a su fin. La apariencia de la decadencia de todas las organizaciones iniciáticas no es más que el efecto de la corrupción de los hombres, cada vez más alejados de su Principio. ¿Qué puede interesarnos si estamos seguros que este fin de un mundo se integra en la armonía universal, y si hemos comprendido bien la enseñanza de la Cámara del Medio? ... “

    “En el seno de la organizaciones iniciáticas, a pesar de las desviaciones y alteraciones, se hallarán los últimos testigos del Espíritu, aquellos por cuyo intermedio la Letra será conservada y trasmitida a los adeptos que recibirán el encargo de hacerlo conocer a los hombres de otro ciclo. Lo cual tampoco debe desesperarnos: ¿acaso sabemos cuándo y cómo las palabras que pronunciamos despertarán en alguno de nuestros Hermanos los centros sutiles y lo convertirán en un guardián de la tradición?”


    La Justicia

    En el número de noviembre, François Ménard formula consideraciones sobre “La Justicia” y sobre el simbolismo de la balanza, en conexión con la ley de las “acciones y reacciones concordantes” que rige la manifestación universal.


    Notas sobre la Masonería india

    Algunas “Notas sobre la Masonería india” de Silas H. Shepherd, contienen interesantes acotaciones sobre la tan poco conocida tradición de los Indios de América del Norte. Por otra parte el título es inexacto, puesto que evidentemente se trata aquí de una forma de iniciación totalmente diferente de la forma masónica, y a la que no puede aplicarse el nombre sin provocar una extensión abusiva.


    El esoterismo heráldico y los símbolos

    Un estudio de J.H. Probst-Biraben sobre “El esoterismo heráldico y los símbolos”, en los números de julio hasta octubre, reúne una muy considerable documentación sobre el tema. Insiste especialmente en el origen oriental de los escudos de armas y sus relaciones con el hermetismo, relaciones que por otra parte son comunes con “las figuras del Tarot, las marcas corporativas”, y sin dudas con muchas cosas más que en el Medioevo tuvieron un carácter similar: “sin el conocimiento del simbolismo hermético, el arte heráldica resulta en su mayor parte incomprensible”.

    Lo que nos parece en verdad sorprendente, es que el autor no quiera admitir que “algunos símbolos esotéricos fueron introducidos en los escudos por los mismo nobles” porque ellos “no eran en general ni instruidos ni mucho menos iniciados”, y que incluso nunca habrían llegado ni siquiera a suponer cual era su sentido real. ¿Será que el autor jamás habrá oído de la existencia de una iniciación caballeresca, y se imaginará que la instrucción exterior debería constituir una condición indispensable de la iniciación? Que algunos clérigos e incluso artesanos hayan colaborado a veces en la composición de los escudos de armas, es seguramente muy probable; pero ¿no será simplemente porque entre ellos y los nobles existían relaciones de orden iniciático, de las que pueden encontrarse muchos indicios, y sobre todo y precisamente en el dominio del hermetismo?

    Otra idea discutible es aquella según la cual hay símbolos que pueden llamarse “mediterráneos”, pero no llegamos a comprender a qué forma tradicional podría corresponder tal designación.


    La Virgen hermética

    Los números de julio a noviembre contienen también un extenso estudio de François Ménard sobre “La Virgen hermética”, en el transcurso del cual se abordan cuestiones diversas pero que, en su totalidad, se relacionan al orden cosmológico tal como se lo considera más particularmente en las formas tradicionales occidentales. Es así como se estudia en primer lugar el simbolismo del “vaso hermético” que corresponde a cierto aspecto de la Virgen.

    Luego el autor trata de puntualizar el sentido de la “Sabiduría hermética” de Khunrath, y extrae la conclusión de que “la Virgen es el principio esencial del hermetismo”, pero que “este aspecto sin embargo es ortodoxo, vale decir que está en relación con el dominio metafísico que es, como se sabe, el del Principio supremo”, correspondiendo dicha relación por lo demás a la que debe existir normalmente entre el “arte real” y el “arte sacerdotal”.

    A continuación, a propósito de la Virgen como “Luz de gloria” nos encontramos ante una especie de fantasía científica sobre la “luz coronal”, que nos parece bastante lamentable, en primer término porque las cosas de este tipo no dejan de ser muy hipotéticas, y también porque, como todo aquello que se inspira en la ciencia profana, no tienen realmente nada en común con los datos tradicionales, herméticos o no, sino que por el contrario recuerdan demasiado la clase de especulación típica de los ocultistas.

    Diremos más o menos lo mismo acerca “del ciclo del azoe y la trama del mundo sensible”, a pesar de que el autor haya tomado por lo menos la precaución de resaltar, a propósito de las fuerzas cuyas diversas modalidades constituyen dicha ‘trama”, que “el hermetismo tiene la considerable ventaja respecto de la ciencia moderna de conocer tal fuerza, por así decir, desde adentro, vale decir que la identifica con la luz que está en el hombre y que reconoce que, a partir de un cierto grado y mediante la dirección correcta de su voluntad, puede actuar sobre la luz y obtener así determinados resultados definidos, por medio de una técnica segura”. Por nuestra parte diríamos más claramente sobre el hermetismo y la ciencia moderna que no se trata de conocimientos del mismo orden.

    Posteriormente, la cuestión pasa a la “Virgen zodiacal”, así como al mito de Ceres, con el cual se relaciona en cuanto “signo de tierra”. Sigue luego un esbozo de las diferentes etapas de la realización hermética según la descripción simbólica que Dante proporcionó en la Divina Comedia. El autor, al querer “dilucidar el misterio jeroglífico de Hokmah”, cometió desafortunadamente un grave error: confundió la he final con una heth, lo que naturalmente falsea por completo su cálculo y su interpretación.

    En cuanto a la conclusión según la cual “la Virgen hermética, en tanto se halle en contacto con las cosas sensibles y materiales, es la forma de la Diosa (vale decir en suma de la Shakti) mejor adaptada a nuestro Occidente y a nuestra época de materialismo a ultranza”, diremos que nos parece un poco contradictoria con el hecho que, en este Occidente moderno, ¡las ciencias tradicionales están por completo perdidas!



    Marzo de 1948


    9.- “The Speculative Mason” de octubre 1947.

    Las cualificaciones físicas

    El número de octubre reproduce un extracto del informe de la última Conferencia de Grandes Maestros americanos, concerniente a la “calificaciones físicas” que algunos quisieran actualmente abolir para poder admitir en la Masonería a los inválidos de guerra. Es obvio que los partidarios de esta propuesta denominada “liberal” lo único que pueden esgrimir son argumentos de orden puramente sentimental, y de nuevo encontramos en ellos aquella idea completamente falsa según la cual las calificaciones corporales habrían perdido su razón de ser a partir de que la Masonería se tornó “especulativa”.

    Ya tratamos el tema bastante extensamente en una de nuestras obras (Aperçus sur l´Initiation, N. del T.). Los que sostienen la tesis contraria enfocan naturalmente las cosas de manera más correcta, pero no obstante sorprende que parecen preocuparse ante todo por el temor de que los inválidos puedan tornarse en algún momento ¡“una carga para la Fraternidad”! Tales consideraciones no tienen por cierto nada de iniciático, y al respecto nada mejor que las pocas palabras que el redactor de la revista agregó a manera de conclusión: “No se trata de una cuestión de sentimientos ni de situación financiera; se trata de una ley natural que exige que exista un perfecto “alineamiento” en todos los planos si se quiere que la iniciación se haga efectiva”.

    Signo zodiacal de Inglaterra

    Un artículo bastante curioso enfoca la cuestión de bajo la influencia de cuál signo zodiacal se encontraría Inglaterra. El autor pone en duda la habitual afirmación de los astrólogos según la cual sería Aries, todo lo cual es un pretexto para poner en consideración los diferentes signos y describir los caracteres humanos que les corresponden. Finalmente se inclina por Sagitario sin afirmarlo sin embargo de manera definitiva.


    Cuadro de Dibujos

    En otro artículo se pasa a tratar el tema del Tracing Board del grado de Maestro. Un punto particularmente importante es aquel que concierne a la buharda (o "buhardilla", ventana que ilumina el desván, N. del T.) que en este cuadro está ubicada en la parte superior del Templo. Y cuyo simbolismo, como muy bien lo vio el autor, es idéntico al del “ojo” del domo del que hemos hablado en varias oportunidades.

    “Es interesante también, dice el autor, encontrar algunas veces el símbolo “G” suspendido en la abertura de un domo iluminado desde lo alto, sugiriendo la Luz divina que se esparce sobre todas la cosas”. Y agregaremos que hay allí un evidente vestigio del simbolismo “polar” en uso en la Masonería operativa, y que ya señalamos en otra parte (La Gran Tríada, N. del T.).

    Además es bastante inexacta la relación que se establece con el “tercer ojo”, ya que en realidad éste no se sitúa en la coronilla de la cabeza , y es completamente distinto del Brahmâ-randhra.

    Puntualicemos por último que sólo en el grado del “Royal Arch” podría llegar a comprenderse efectivamente la verdadera relación existente entre estos dos “centros” diferentes.



    Junio de 1948


    10.- “ Le Symbolisme” (diciembre de 1946 a agosto de 1947)

    El Triángulo y el Hexagrama

    La revista publicó desde sus números de diciembre de 1946 hasta mayo de 1947 (salvo en el de marzo íntegramente consagrado a la memoria de Oswald Wirth), un estudio sobre “El triángulo y el hexagrama” firmado por “Maen-Nevez, Maître d’Oeuvre”, en el cual hay consideraciones de desigual importancia, entre las cuales las más interesantes para nosotros son aquellas que conciernen a los símbolos propiamente operativos y “compañónicos”.

    El autor reproduce una marca de picapedrero hallada en Vitré en la que figura el “cuatro de cifra” del cual hemos hablado en otra parte, y del cual el autor no parece haber intentado profundizar el significado, a pesar de que haya tomado dicha marca como punto de partida para los desarrollos del tema, los cuales no se relacionan más que de una manera bastante poco directa. Al menos logró meritoriamente “emplazar” la marca en cuestión sobre una de las “grillas” gráficas usadas a este efecto por las antiguas corporaciones de constructores.

    Hay que señalar también y en forma especial las consideraciones expuestas en el transcurso de este trabajo referentes a la construcción de madera y de piedras, más particularmente en la arquitectura nórdica; deben relacionarse con lo que dijimos sobre este tema al referirnos a otras tradiciones ("Albañiles y Carpinteros", diciembre de 1946, N. del T.)


    Símbolos Trinitarios

    A propósito de símbolos “trinitarios”, en el artículo se considera el curioso cuadro “compañónico” reproducido hace tiempo en un número especial de “Voile d’Isis” (noviembre de 1925). El parecido de esta figura con aquella del dios tricéfalo galo no es discutible, pero es posible que el autor, que evidentemente se interesa en particular por el Celtismo, quiera forzar demasiadas consecuencias. En todo caso, hay otra cosa bastante extraña y que no creemos se haya mencionado alguna vez: es que el dibujo en cuestión es exactamente semejante a ciertos cuadros provenientes del monte Athos (salvo que en éstos, las inscripciones son en griego en vez de en latín), y que parecería que los monjes griegos los utilizaron como apoyo para la contemplación. Este hecho podría arrojar una luz insospechada sobre ciertas afinidades del “Compañerazgo”.

    Quisiera señalar ahora una pequeña inexactitud: no es Shiva sino Brahmâ quien se representa con cuatro rostros en la iconografía hindú: por el contrario existen figuras de Shiva con tres rostros (en relación con el “triple tiempo”) que hubiera sido oportuno mencionar en esta ocasión.

    Las siguientes consideraciones sobre el hexagrama se inspiran en gran parte en los trabajos de Matila Ghyka y merecen una simple observación: es muy exacto que el triángulo con la cúspide arriba y el triángulo invertido corresponden respectivamente al fuego y al agua, de los que por otra parte son los símbolos alquímicos; sin embargo no deja de ser una interpretación entre muchas otras posibles, y el autor la considera de una manera demasiado exclusiva.

    No conocemos la obra de R.J.Gorsleben a que se refiere, pero de acuerdo con la cita, nos parecería que no debería usarse sin precaución, ya que es de temer que su interpretación de los símbolos contenga buena parte de “modernización” bastante fantasiosa.


    La Masonería negra en los Estados Unidos

    En el número de junio, Marius Lepage estudia “La Masonería negra en los Estados Unidos”, cuestión generalmente poco conocida por el hecho de que tal Masonería no tiene relación alguna con las Grandes Logias “blancas”, y es considerada por ellas como “clandestina” (o más exactamente “no reconocida”, ya que en realidad su origen es perfectamente regular), lo que por otra parte no impidió que haya alcanzado un desarrollo bastante más considerable de lo que podría suponerse. Lo más sorprendente es que en el mismo Estados Unidos hay una gran cantidad de masones “blancos” que ni siquiera sospechan de su existencia.


    Iniciación y Reglamentos

    En el número de julio-agosto, bajo el título “Iniciación y Reglamentos”, Marius Lepage insiste muy justamente que una cualidad iniciática no puede perderse de ninguna manera. Esto es algo contra lo cual los reglamentos administrativos no pueden hacer nada, y las exclusiones que pregonan son sólo medidas de orden totalmente exterior que no hacen perder la cualidad de masón, tanto como en la Iglesia católica, la “interdicción” de un sacerdote no le arrebata el carácter sacerdotal.

    La distinción del orden iniciático del administrativo debería observarse cuidadosamente siempre, y es de esperar a este respecto que los reglamentos se redacten de manera que no contengan nada en contradicción con los principios iniciáticos, lo que en suma equivaldría eliminar todo los que fue simplemente tomado de las instituciones profanas, y que no podría convenir con la verdadera naturaleza de la Masonería.


    Septiembre de 1948

    La muerte del Compañero

    11.- En “The Speculative Mason” de abril de 1948 vale la pena destacar un estudio sobre “La muerte del Compañero”. Se trata naturalmente de la iniciación al grado de Maestro y de la identificación del recipiendario con Hiram, en virtud de la cual “deberá elevarse hasta un nivel donde obrará en virtud de motivos superiores a él mismo, siendo partícipe de una carácter universal”, lo que se aproxima correctamente a la noción del desapego a los frutos de la acción del Bhagavad Gitâ.


    Conócete a ti mismo

    Varios autores estudian el significado de la máxima “Conócete a ti mismo”. De manera general estas exposiciones insisten sobre todo en la necesidad de orientar la conciencia a lo interior, haciéndola que pase gradualmente a otros estados cada vez más profundos, hasta finalmente llegar, después de haberse librado así de todas las limitaciones contingentes, a alcanzar el mismo centro del ser, donde reside el verdadero “sí mismo”.



    Octubre-noviembre de 1948

    12.- “Le Symbolisme”

    A propósito de las ‘Resoluciones de Nueva York’

    En el número de septiembre-octubre de 1947, P.O’Neil en un artículo titulado “A propósito de las ‘Resoluciones de Nueva York’”, examina algunos aspectos de la divergencia entre la Masonería anglosajona y la Masonería francesa, que parece deberse sobre todo porque habiendo partido ambas de las concepciones de las Constituciones de Anderson, se fueron apartando de alguna manera en sentido inverso durante su desarrollo; así, mientras la Masonería francesa acentuó cada vez más su tendencia a la “modernización”, la Masonería inglesa por lo contrario, gracias a la acción de los “Antiguos”, se aproximó a la verdadera tradición, la que había sido atacada inoportunamente por Anderson.


    Iniciación y mito adámico

    En el número de noviembre, bajo el título “Iniciación y mito adámico”, Gaston Moyse reflexiona a propósito de la substitución realizada en un templo masónico de las dos columnas por dos estatuas que representan un hombre y una mujer. Es muy cierto que las columnas simbolizan los dos principios complementarios, que puede ser designados como masculino y femenino, sin embargo pensamos que tal figuración antropomórfica, además de no tener nada de tradicional, restringe demasiado el significado del símbolo, pues llama la atención exclusivamente a lo que no es nada más que una simple aplicación particular.


    Ensayo de una interpretación jeroglífica según el P. Kircher

    En los número de septiembre a diciembre hay un estudio titulado “Ensayo de una interpretación jeroglífica según el P. Kircher”, de Louis Coulon. Es una explicación de una figura de una plancha isíaca del Museo de Turín, que representa un escarabajo con cabeza humana acompañado de varios símbolos accesorios.

    Los comentarios del P. Kircher, para quien dicha figura ‘resume los más grandes misterios, y encierra las más altas potencias’, seguramente no carecen de interés, pero debemos decir que es sumamente dudoso que pueda considerárselos en su conjunto como expresión de ideas auténticamente egipcias. Por otra parte, es cierto que el monumento en cuestión no sería demasiado antiguo, ya que sobre el mismo habrían, en lugar de una inscripción jeroglífica, cuatro caracteres que no pueden ser otra cosa que letras griegas más o menos deformadas, y por eso mismo muy difíciles de interpretar (en todo caso no creemos que puedan formar la palabra “philo”); por lo cual es muy evidente que no pueden datarse más allá del período alejandrino.

    Pero lo más curioso, y que no parece que hubiera sido percibido, es que dicha figura es manifiestamente el prototipo de otra que se encuentra, al parecer, en una obra árabe de Ibn Washiyah. Esto es un verdadero enigma, y seguramente sería interesante que alguien buscara más profundamente en este sentido; de todos modos habría que asegurarse en primer lugar de que von Hammer, cuya documentación es siempre muy sospechosa, no hubiera cometido alguna de las suyas, como nos tememos.


    Historia de las Constituciones del Gran Oriente de Francia

    En los números de marzo, abril y mayo, J. Corneloup traza la historia de las “Constituciones del Gran Oriente de Francia”, y de las modificaciones sucesivas realizadas en el siglo XIX, especialmente aquella de 1877 que tuvo tan inoportunas consecuencias.

    Lo verdaderamente singular es que las actas de la Asamblea General de que se trata no mencionan nada de la supresión de la fórmula del “Gran Arquitecto del Universo”, y que tampoco se halla rastro alguno de que hubiera habido una votación respecto de una “reforma de los rituales” que debería implicar dicha supresión, votación que no obstante se realizó con toda seguridad: ¿cuáles podrían ser los motivos de tan sorprendente laguna?

    Al respecto señalaremos otro punto curioso no mencionado en el artículo: la decisión de suprimir todos los “emblemas que tuvieran un carácter religioso o monárquico”. Una decisión así, que debió ser tomada por el Gran Colegio de Ritos, parecería asimismo tener relación con la misma “reforma”. Sin embargo, tenemos conocimiento de un documento que demuestra que desde 1876, sobre el sello de dicho Gran Colegio de Ritos, la divisa escocesa “Deum meumque jus” ("Dios y mi derecho", N. del T.) habría sido trocada por “Suum cuique jus” (A cada uno su derecho", N. del T.), y que el águila de dos cabezas ya se había metamorfoseado en lo que se llamó un día “una especie de quimera apocalíptica”. ¿Cómo y por qué tales cambios ( que por otra parte no se compadecen con la reivindicación de regularidad del Gran Oriente en lo que concierne a los altos grados del Rito Escocés) se realizaron por lo menos un año antes de aquella votación, cuando lo lógico sería suponer que debieran haber sido consecuencia de la misma?

    No nos haremos cargo de la respuesta de dicho interrogante al no disponer de todos los elementos necesarios, pero creemos que sería interesante tratar de aclarar este otro misterio.



    Enero-febrero de 1949

    13.- “The Speculative Mason”

    Cuadro de Dibujos

    El número de julio de 1948 trae una serie de estudios sobre los diversos símbolos del Tracing Board de primer grado. En primer lugar, hay una exposición histórica a la que se agregan interesantes indicaciones respecto del ritual operativo. De tal exposición, resulta claramente que la forma adoptada actualmente en Inglaterra para el Tracing Board es en suma bastante reciente, ya que no data más que de 1849. Anteriormente parece que hubo una gran variedad de dibujos usados por diferentes Logias, aunque naturalmente los principales símbolos se habrían mantenido de manera constante. El autor deplora con justa razón que las interpretaciones puramente “moralizantes”, que adquirieron una especie de autoridad por el hecho de haber sido incorporadas en los rituales impresos, se transformaron precisamente y por tal motivo en impedimento para toda búsqueda de una explicación de orden más esotérico.

    La semilla de la sabiduría está en nosotros

    Mencionaremos también el comienzo de un artículo titulado “On asking questions”; no se trata de cuestiones que deban exponerse exteriormente, sino de un esfuerzo de concentración que debe llevarnos a encontrar las respuestas en nosotros mismos, puesto que “la semilla de la sabiduría está en nosotros, y su crecimiento se efectúa desde el interior hacia el exterior”, y, como enseña el Bhagavad Gîtâ, todo está comprendido en el verdadero conocimiento espiritual, que no es definitiva nada más que el conocimiento del “Sí-mismo”.


    14.- “Masonic Light”. Hemos recibido el primer año (de septiembre de 1947 a junio de 1948) de la revista “Masonic Light” de Montréal; se encuentra ahí sobre todo investigaciones históricas, cuya mayor parte se relaciona con la cuestión bastante oscura y controvertida de los orígenes de la Masonería en Canadá, pero que, a pesar de tal carácter más bien “local”, no carecen de interés. Por contra, hemos observado la ausencia casi completa de artículos concernientes más o menos directamente al simbolismo, y nos preguntamos cuál puede ser la causa de esta laguna un poco sorprendente. Por otra parte, los redactores de esta revista comprueban con tristeza la ignorancia general de todo lo que concierne a la Masonería de los otros países, y se proponen la tarea de remediar este fastidioso estado de cosas, que, por lo demás, no es ciertamente particular del Canadá; tendrán sin duda mucho que hacer al respecto, a juzgar por las notas diversas y más o menos contradictorias, especialmente respecto a la Masonería francesa, que dan la impresión de que se tienen dificultades para hacerse ideas un poco exactas sobre el asunto. A este propósito, señalemos, desde un punto de vista más general, el gran interés que tendría estudiar la cuestión un poco más de cerca, que encontramos mencionada incidentalmente y que, por lo demás, parece muy difícil de aclarar completamente, de la existencia de la Masonería en Francia antes de la fecha comúnmente admitida de 1725, y de lo que podría ser un “rito escocés” que, a decir de algunos, se habría establecido desde 1688; ello daría quizás la explicación de ciertas particularidades de los rituales franceses, que no pueden sin duda provenir de los que eran practicados por la Gran logia de Inglaterra. Destaquemos también un detalle bastante divertido, y es la sorpresa que se manifiesta al saber la existencia del Martinismo, que sin embargo nunca ha sido algo muy oculto, por el descubrimiento fortuito de un ritual de la rama americana del Dr. Blitz; y, a este respecto, puesto que se plantea una cuestión respecto al significado del nombre de Eliphas Lévy, podemos responder muy fácilmente: no es una traducción, sino simplemente una “hebraización”, por equivalencia fonética aproximativa, de sus nombres Alphonse-Louis; en canto a Zahed y no Zaheb), es la traducción de Constant y no Contant, que era su apellido; luego no hay ahí nada de muy enigmático.



    Octubre-noviembre de 1949

    Compañerazgo

    15.- En “The Speculative Mason”, número de enero de 1949, destacamos algunas notas sobre el Compañerazgo, a decir verdad un poco sumarias, y un artículo sobre astrología, que expone consideraciones generalmente correctas sobre la parte de verdad que contiene esta ciencia tal como se presenta actualmente, y sobre las fantasías que se le han entremezclado. El autor del artículo otorga poca importancia al aspecto de “predicciones”, con lo cual estamos totalmente de acuerdo.


    Orígenes de la Masonería

    16.- La revista “Masonic Light” de Montreal, número de septiembre de 1948 hasta junio de 1949, publicó una curiosa serie de artículos que exponen una nueva teoría sobre los orígenes de la Masonería, que su autor quiere vincular ya no a Salomón sino a Moisés, lo cual nos parece paradójico. Por medio de consideraciones basadas fundamentalmente en los números, pero que no siempre son demasiado claras (es posible que se habrían necesitado algunas figuras aclaratorias), trata de establecer que el simbolismo del Tabernáculo fue mucho más completo que el del Templo de Salomón, el cual de algún modo no habría sido más que una imitación imperfecta de aquél, habiéndose perdido ciertos secretos en el ínterin. A decir verdad, es completamente natural que el Templo de Salomón presentara ciertas relaciones con el Tabernáculo, puesto que estaba destinado a cumplir la misma función, pero también ciertas diferencias que correspondía al paso de los israelitas del estado nómada al estado sedentario. Realmente no vemos cómo, unas u otras, puedan constituir una motivo para despreciarlo así.

    Por otra parte el Tabernáculo no fue un edificio construido evidentemente con piedras, lo que ya nos parecería suficiente como para que no pueda hablarse de Masonería: el oficio de carpinteros es ciertamente muy distinto del de los albañiles, y el antiguo diferendo entre ambos, que se perpetuó hasta nuestros días, demuestra bien que no es posible ningún intento de asimilación entre ellos (ver nuestro artículo en el número de diciembre de 1946). El hecho de que los nombres de los principales obreros que trabajaron en la construcción del Tabernáculo hayan sido introducidos en ciertos grados es un asunto totalmente distinto, que nada tiene que ver con la Masonería propiamente dicha.

    Ahora bien, si se quiere ir más allá de Salomón, se puede con mayor razón remontar todavía más lejos hasta el mismo Abraham: en efecto, un indicio muy claro de ello se encuentra en el hecho de que el Nombre divino, (SHADAI), invocado más particularmente por Abraham fue siempre conservado por la Masonería operativa, y dicha conexión entre Abraham y la Masonería operativa es por lo demás fácilmente comprensible para quien tenga algunos conocimientos de la tradición islámica, ya que la misma está en relación directa con la edificación de la “Kaabah”.



    Diciembre de 1949

    17.- “Le Symbolisme”

    La liberación espiritual en la Francmasonería

    En el número de octubre de 1948, Marius Lepage en su artículo “La liberación espiritual en la Francmasonería” se dedica a puntualizar las características generales de la época actual, y denuncia muy justamente la confusión que predomina en todos los dominios, y especialmente en el intelectual, donde se ha llegado a un punto donde las palabras parecen haber perdido completamente el sentido.

    Desafortunadamente, crea él mismo otra confusión al decir que en Occidente no existirían en la actualidad más que dos organizaciones que podrían decirse “iniciáticas”, es decir la Iglesia Católica y la Masonería: con respecto a la última lo que dice es exacto, pero no sucede lo mismo en el caso de la Iglesia, puesto que una religión, o más generalmente un exoterismo tradicional, no tiene absolutamente nada de iniciático. Esta confusión no deja de provocar consecuencias muy inoportunas, ya que al poner en el mismo nivel y de alguna manera en competencia a ambas organizaciones, cuando en realidad sus dominios son totalmente diferentes, se correría el riesgo mayor de ofrecer un argumento a aquellos que quieren ver entre ambas un oposición radical.

    Por otra parte, puede verse aquí un claro ejemplo de lo que acabamos de decir, pues el autor descarta los dogmas de la caída y de la redención, y llega a querer incluso descubrir en ello una de las principales diferencias entre Iglesia y Masonería. Esto mismo fue destacado muy claramente en el número de enero de 1949 por un lector que firma con las iniciales J.G., y que proporcionó una excelente exposición sobre la interpretación de esos dogmas, teniendo sumo cuidado de resaltar la distinción entre el punto de vista exotérico y el iniciático. Citaremos algunas frases de su conclusión:

    “Si bien el exoterismo puede combatir con otro exoterismo sobre la realidad de las definiciones dogmáticas que preconiza, parece imposible por lo contrario, que el discípulo de un esoterismo pueda negar el dogma religioso. ‘Si comprende bien el arte’ lo interpretará pero nunca lo negará; caso contrario descendería sobre el mismo terreno de las limitaciones exoteristas. Seria una confusión lamentable querer juzgar a un exoterismo desde la óptica esotérica y en el nombre del esoterismo...”


    La letra G

    En el número de noviembre queremos destacar un artículo interesante de Marius Lepage sobre “La letra G”. En primer lugar cita lo que dijimos en La Gran Tríada; luego cita varios documentos que fueron publicados recientemente, tanto sobre la Masonería operativa como sobre los primeros tiempos de la Masonería especulativa, de donde parecería concluir que en el grado de Compañero la letra G fue considerada como la inicial de la palabra “Geometría”, en tanto que fue tan sólo con el grado de Maestro cuando se la consideró en su significado de “God”.

    Como ya dijimos muchas veces, no creemos en absoluto en el origen reciente que comúnmente se atribuye al grado de Maestro. En realidad no hay incompatibilidad alguna entre esos dos significados que sólo se superponen uno al otro, tal como frecuentemente sucede en el simbolismo. Por otra parte, tal vez tengamos todavía la ocasión de retornar a esta cuestión.


    El simbolismo del punto

    En el número de diciembre, un artículo sobre “El simbolismo del punto” firmado por “Timotheus” reúne algunas nociones extraídas principalmente del esoterismo islámico y de la Kábala, y reseña algunos textos de autores occidentales, especialmente de Saint-Martin y Novalis. A los cuales luego los confronta con el reflejo invertido que se encuentra actualmente en el surrealismo, al cual presenta, y no sin cierta razón, como inspirado en la contrainiciación.


    Contribución al estudio de los landmarks

    El número de febrero de 1949 trae un importante “Contribución al estudio de los landmarks” de G. Mercier. Intenta especialmente resolver la cuestión tan controvertida del número de los landmarks, y el autor piensa con razón que el asunto no tendría solución sino fuera con referencia a la Masonería operativa.

    El autor se apoya en los procedimientos utilizados por la Masonería operativa para determinar la orientación y los límites o lindes (sentido original de la palabra landmarks) de un edificio, y concluye, por medio de consideraciones que desafortunadamente nos es imposible resumir, que el número es 22, al mismo tiempo que prepondera su valor simbólico y las múltiples correspondencias que implica. El autor además encuentra una confirmación de los dicho en la figura del “cuadro de dibujos”.


    Cuerda anudada y borla dentada

    De igual autor en el número de marzo, se publica un artículo sobre “Cuerda anudada y borla dentada”, tema que se aproxima al de “Cadena de unión” y de los “encuadres”, que tratamos nosotros mismos en esta sede (ver números de septiembre y octubre-noviembre de 1947 (V. Símbolos de la Ciencia Sagrada). Ofrece también consideraciones interesantes sobre el simbolismo numérico. A decir verdad, todo ello poco o nada tiene que ver con la “borla dentada”, lo cual es en sí inevitable ya que no se sabe exactamente lo que podría haber designado primitivamente, la cual a nuestro entender parecería que más se relaciona con algo comparable al “dosel celeste” de la tradición extremo oriental que con el “tesselated border” de la Masonería inglesa.


    El oportunismo del iniciado

    En el mismo número, el artículo “La Letra G” trata de “El oportunismo del iniciado” que “no es por cierto sumisión a la moda de la época, ni a la baja imitación de las ideas corrientes” sino que por el contrario consiste en esforzarse por desempeñar, conforme a la noción taoísta, el papel de “rector invisible” con respecto al mundo de las relatividades y de las contingencias.


    La tolerancia, virtud iniciática

    En el número de abril, el mismo autor considera “La tolerancia, virtud iniciática”, la cual nada tiene que ver con esa especie de indiferencia a la verdad y el error que comúnmente se designa con el mismo nombre. Desde el punto de vista iniciático quiere decir que hay que admitir como igualmente válidas todas las diferentes expresiones de la única Verdad, es decir en suma, que debe reconocerse la unidad fundamental de todas las tradiciones.

    No obstante y considerando el tan frecuente sentido totalmente profano de la palabra “tolerancia”, la cual en sí misma evoca más bien la idea de soportar con una especie de condescendencia aquellas opiniones que no se comparten, ¿no sería mejor intentar hallar otra que no corriera el riesgo de prestarse a semejante confusión?


    Albert Lantoine

    Este número comienza con una nota necrológica sobre Albert Lantoine, bien conocido historiador de la Masonería. Desafortunadamente no creemos que haya jamás comprendido su sentido profundo y su alcance iniciático. Incluso él mismo declaró de buen grado que no se reconocía competencia alguna en el ámbito simbólico; de todos modos, en el tipo de estudios al que se vincularon sus trabajos, hizo gala de una independencia y de una imparcialidad dignas de los mejores elogios, y éstas son cualidades raras como para que no se le proporcione el debido homenaje.


    Psicoanálisis colectivo y simbolismo masónico

    En el número de mayo, “Psicoanálisis colectivo y simbolismo masónico” de “Timotheus”, se fundamenta en las teorías de Jung a fin de interpretar la idea de tradición y el origen del simbolismo. Como ya demostramos en nuestro reciente artículo sobre “Tradición e inconsciente” (ver número de julio-agosto de 1949) (Recopilado en Símbolos de la Ciencia Sagrada, cap. V) sobre cuán peligrosos errores implican las concepciones de este tipo, es inútil que volvamos a insistir sobre lo mismo, y puntualicemos solamente esto: cuando se llega a poner en relación el surrealismo con la acción de la contrainiciación ¿cómo es posible que no pueda comprenderse que, con mayor razón, lo mismo vale para el caso del psicoanálisis?


    La sabiduría ‘taoísta’ de los ensayos de Montaigne

    En este número y en el de junio, François de Menard estudia lo que él llama “La sabiduría ‘taoísta’ de los ensayos de Montaigne”. Quede claro que no es sino una manera de decir, ya que Montaigne ciertamente no pudo tener conocimiento del Taoísmo, e incluso que jamás recibió, sin duda alguna, ninguna iniciación, de manera tal que su “sabiduría”, en suma permanece en una orden bastante exterior. No obstante, ciertos “contactos” no dejan de ser curiosos, y además también ya hubo otros que destacaron la extraña similitud entre la forma como se desarrolla el pensamiento de Montaigne y la del pensamiento chino, pues ambos proceden de algún modo “en espiral”. Además, es notable que Montaigne haya reencontrado, al menos teóricamente y por sus propios medios, ciertas ideas tradicionales que seguramente no pudieron proporcionarle aquellos moralistas que había estudiado, y que fueron el punto de partida de sus reflexiones.


    El hermetismo de Rabelais y el Compañerazgo

    En el número de junio, J.H. Probst-Biraben, en “El hermetismo de Rabelais y el Compañerazgo” alude a la cuestión tan enigmática de las relaciones de Rabelais con las herramientas y las organizaciones iniciáticas de su tiempo. Destaca el autor los numerosos pasajes de su obra que parecen contener alusiones a los ritos de la fraternidades operativas, y piensa que el mismo Rabelais debió haber estado afiliado a alguna de ellas, sin dudas en calidad de capellán, lo cual no tiene nada de inverosímil.


    Francmasonería y Tradición iniciática

    En el número de julio, con el título “Francmasonería y Tradición iniciática”, J. Corneloup expone algunas ideas que estima corresponder con el actual desarrollo de ciertas tendencias de restauración del espíritu tradicional en la Masonería. La intención ciertamente es excelente, pero tiene aquí y allá algunos errores: por ejemplo, no debería olvidarse que la Masonería es una forma iniciática propiamente occidental, y que en consecuencia no puede recibir ‘injertos” de elementos orientales. A pesar de que pueda considerarse legítimamente recibir una cierta ayuda del Oriente a fin de revivir las tendencias espirituales adormecidas, no es en todo caso la forma en que pueda concebírsela. De todos modos éste es un tema del cual habría mucho por decir y no podemos abordarlo en este momento.

    Contribución al estudio de las herramientas

    François Menard ofrece una interesante “Contribución al estudio de las herramientas” que, inspiradas en el ‘espíritu operativo”, podría servir de algún modo de base para una restauración de los rituales del grado de Compañero, en los que se introdujeron múltiples divergencias en cuanto a la cantidad de herramientas que intervienen y del orden como se las enumera. El autor considera cuatro parejas de herramientas: escuadra y compás, mazo y cincel, plomada y nivel, regla y palanca, y en último término una herramienta solitaria, la cuchara, que “corresponde a la misma mano del obrero divino, constructor del mundo”.


    Acerca del origen de la palabra “Francmasón”

    Marius Lepage trata “Acerca del origen de la palabra “Francmasón”. En antiguos documentos ingleses se encuentra la expresión “freestone masons” = “albañiles de piedra franca”, usada como equivalente de freemasons, de tal manera que ésta última no parecería haber sido más que una abreviatura de la primera. La interpretación más generalmente conocida de “masones libres” no habría sido agregada sino hasta los tiempos del siglo XVII. Pero ¿no será posible acaso que tal doble sentido, bastante natural en suma y por lo demás justificado de hecho, hubiera existido ya desde mucho antes, aunque los documentos escritos no contengan expresamente nada que así lo indique?


    Sabiduría e Iniciación

    Finalmente en “Sabiduría e Iniciación”, “La Letra G”, critica muy justamente a aquellos que, en medio de la inestabilidad del mundo moderno, tienen la pretensión de “construir una nueva sabiduría” sobre bases tan inestables como todo lo demás. No puede haber otra sabiduría que la que descansa sobre lo que no padece cambio alguno, vale decir sobre el Espíritu y el puro intelecto, y sólo la vía iniciática permite alcanzarla.


    18.- “The Speculative Mason” (julio de 1949). El “Speculative Mason” dedica una gran parte de su número de julio de 1949 a un importante estudio que, tomando como punto de partida un artículo de Marius Lepage en el “Symbolisme” (véase nuestra recensión en el número de diciembre de 1949), aporta informaciones inéditas y muy interesantes sobre la cuestión de la “letra G”, así como sobre sus relaciones con la esvástica en la Masonería operativa; no insistiremos al respecto de momento, pues nos proponemos volver sobre ello en un número especial. –En el mismo número, un artículo sobre las “dimensiones del Templo” consideradas desde el punto de vista astrológico, contiene consideraciones bastante curiosas, pero quizás un poco influidas por ciertas concepciones “neo espiritualistas”. –Señalaremos aún una exposición sobre el “prejuicio del color” en la Masonería americana, dando precisiones históricas poco conocidas y cuya naturaleza causará cierta sorpresa en todos los que no están al corriente de la cuestión.


    Abril-mayo de 1950

    19.- Sobre artículos de “Masonic Light” de Montreal.

    Varios

    En el número de septiembre de 1949 encontramos un artículo sobre los emblemas descubiertos en el antiguo “Collegium” de los Masones operativos de Pompeya, y en otro que presenta, pero sin resolverla, la cuestión de saber quién fue el sucesor inmediato de Salomón como Gran Maestre de la Masonería.


    The Honorable Fraternity of Ancient Masonry

    Queremos destacar también la reproducción de extractos de un folleto publicado por una organización inglesa denominada “The Honourable Fraternity of Ancient Masonry” proveniente de uno de los cismas que se produjeron en la “Co-Masonry”, y que a continuación vino a ser exclusivamente femenina. Lo más curioso es que los que redactaron el folleto estaban tan mal informados sobre los orígenes de su propia organización como para creer que María Deraismes hubiera recibido la iniciación en la Gran Logia Simbólica Escocesa, con la cual ni ella ni el “Droit Humain” que fundara, y cuya rama sajona es la “Co-Masonry”, no tuvieron jamás relación alguna, y que por otra parte no se transformó en “mixta” sino mucho tiempo después. La verdad es que María Deraismes fue iniciada en una Logia dependiente del Gran Oriente de Francia, que incluso fue puesta en sueño por semejante irregularidad.

    También es singular que los dirigentes de dicha organización hubieran podido ilusionarse hasta el punto de enviar a la Gran Logia de Inglaterra en 1920 una solicitud de reconocimiento, en la cual pretendían asimilar la admisión de mujeres a que las mismas habían logrado en ese entonces el acceso a determinadas carreras profanas que anteriormente les estaban vedadas. Les fue contestado con una cortés pero muy firme desaprobación, y evidentemente no podía haber sido de otro modo.


    Simbolismo de la Estrella Flamígera

    En el número de octubre, mencionaremos un artículo acerca del simbolismo de la Estrella Flamígera, cuyo principal interés son las numerosas divergencias de interpretación y aun de figura que muestra. Por ejemplo, desde el momento que la Enciclopedia de Mackey se dice que la Estrella Flamígera no debe confundirse con la estrella de cinco puntas, se está implicando que debiera representarse con seis puntas. En efecto, algunas veces es así, y sin duda es lo que permitió presentarla como un símbolo de la Providencia, así como la de asimilarla a la estrella de Belén, ya que el sello de Salomón también se lo designa como la “Estrella de los Magos”. Todo lo cual no deja de ser un error, porque la estrella de seis puntas es un símbolo esencialmente macrocósmico, mientras que la de cinco es microcósmico.

    Ahora bien, el significado de la Estrella Flamígera es un símbolo microcósmico, y hay algunos casos donde no podría asumir otro, como cuando está representada entre la escuadra y el compás (Ver La Gran Tríada, cap.XX).

    Por otra parte cuando se enfoca la cuestión desde un punto de vista propiamente cósmico, la muy extraña identificación de la Estrella Flamígera con el Sol constituye otra deformación, que además fue voluntaria, ya que el hecho está conectado manifiestamente con la transformación de un simbolismo primitivamente polar, en uno solar.

    En realidad, la Estrella Flamígera no puede identificarse sino con la estrella polar, y la letra G inscrita en su centro es por lo demás prueba suficiente de ello, como ya tuvimos ocasión de indicarlo (ver también La Gran Tríada, cap XXV), y como lo confirman todavía las consideraciones expuestas en el estudio de “The Speculative Mason” mencionado anteriormente.


    Abril-mayo de 1950

    20.- “The Speculative Mason”.

    Old Charges y el nombre de Hiram

    En el número de octubre de 1949, luego de consideraciones generales sobre el contenido de los manuscritos de las Old Charges, de las que se conocerían aproximadamente un centenar, y de haber acentuado las indicaciones que tienen respecto a la existencia de un secreto, indicaciones que no podrían evidentemente ser muy explícitas en una documentación escrita y “semipública”, estudia más especialmente la cuestión del nombre asignado al arquitecto del Templo de Salomón. Cosa curiosa, este nombre jamás es el de Hiram; en la mayor parte de los manuscritos es, ya sea “Amón”, ya sea alguna otra forma que parecería no se más que una corrupción del mismo.

    Parecería entonces que el nombre de Hiram no fue más que un sustituto tardío, probablemente porque lo menciona la Biblia, la cual en realidad no le atribuye la cualidad de arquitecto, en tanto que en ninguna parte de la Biblia es cuestión de Amón. Lo que también es extraño es que Amón en hebreo tiene precisamente el sentido de artesano y de arquitecto: podríamos preguntarnos si un nombre común fue tomado por nombre propio, o si por el contrario tal denominación fue atribuida a los arquitectos porque correspondía primitivamente al nombre del arquitecto que edificó el Templo.

    De todos modos esta raíz, de donde claramente deriva también la palabra amén, expresa tanto en hebreo como en árabe, las ideas de firmeza, constancia, fe, fidelidad, sinceridad, verdad, que se adaptan muy bien al carácter atribuido en la leyenda masónica al tercer Gran Maestre.

    En cuanto al nombre del dios egipcio Amón, a pesar de su forma idéntica, tiene un significado diferente, de “oculto” o de “misterioso”. Podría ser que en el fondo existiera entre todas estas ideas más relación de lo que pudiera parecer a primera vista. En todo caso, es por lo menos curioso comprobar que las tres partes de la palabra de Royal Arch, a la cual aludimos en uno de nuestros estudios (“Palabra perdida y palabras sustituidas” en el número de octubre-noviembre de 1948) y que se consideran representan los nombres divinos de las tradiciones hebrea, caldea y egipcia, en la Masonería operativa se relacionaban respectivamente en este orden, a Salomón, a Hiram Rey de Tiro, y el tercer Gran Maestre, lo que podría llevar a pensar que la conexión “egipcia” sugerida por el antiguo nombre posiblemente no sea puramente accidental.

    A este propósito agregaremos otra observación que tampoco carece de interés: se ha supuesto que Amón, presentado como un nombre divino, era en realidad el nombre de una ciudad, y que el sentido provino de la confusión entre una divinidad y el lugar en donde se la adoraba. No obstante y bajo un forma apenas diferente, y aún bastante similar teniendo en cuenta la indeterminación de las vocales, el nombre encaja realmente en la composición de uno de los nombres de Osiris, que incluso se dice ser el “nombre regio”, y adopta propiamente el sentido de “ser”, lo que es todavía más singular, al igual de la palabra griega de la cual es casi un homónimo, y que según algunos podría haber contribuido asimismo a la confusión.

    No queremos extraer de todo esto ninguna conclusión, aunque más no sea porque en las cuestiones de este tipo puede que no se deba confiar excesivamente en soluciones que parecen demasiado simples al no examinarse las cosas con mayor atención.

    Entre los otros artículos, señalaremos uno titulado The Tables of King Salomon and King Arthur; las “mesas” de que se trata tienen las dos un mismo simbolismo astronómico, y la prioridad es aquí reivindicada por la de Arturo, porque es identificada al Zodíaco arcaico de Somerset, cuyo origen sería muy anterior a la época de Salomón; pero, a decir verdad, esta cuestión de prioridad nos parece que pierde mucha de su importancia si se trata, como pensamos, de representaciones derivadas de un mismo prototipo, sin ninguna filiación directa de una a otra. –Mencionemos aún reflexiones diversas sobre el simbolismo de la Mark Masonry, y un artículo titulado The A. B. C. of Astrology, que da un esbozo de las características de los planetas y de los signos zodiacales, introduciendo ahí además ciertos puntos de vista modernos que demandarían más de una reserva.


    La rama de Acacia y la Regla de 24 pulgadas

    21.- En el Masonic Light de noviembre de 1949 hay dos artículos consagrados a cuestiones de simbolismo.

    Uno aborda el tema de la rama de acacia, símbolo de inmortalidad, y también, según el significado griego del nombre, de inocencia ("Akakia", "Acacia" y literalmente, "no maldad", N. del T.). En cuanto referido a la iniciación no pensamos que pueda considerárselo con total propiedad como un tercer sentido, ya que la iniciación está directamente vinculada con las ideas de resurrección e inmortalidad.

    El otro artículo se refiere a la regla de 24 pulgadas. Puntualicemos que, si bien en ciertos países se adoptó más o menos recientemente el sistema métrico decimal, no por ello se debe modificar en los rituales la indicación de esta medida, que en sí misma tiene un valor tradicional. Por otra parte el autor señala que la regla figura en todas partes como una de las herramientas del primer grado. Esto es exacto, pero además olvidó completamente destacar su función en el ritual del tercer grado, cuando es justamente éste el que hace aparecer más claramente su relación simbólica con la jornada dividida en 24 horas.

    Señalemos además que la división en tres grupos de ocho horas, a pesar de mencionarse en ciertas instrucciones a los recién iniciados, no representa en suma más que una ‘utilización del tiempo’ bastante banal, constituye uno de los ejemplos de aquella tendencia “moralizante” que desafortunadamente prevaleció en la interpretación habitual de los símbolos.

    La división en dos series de doce, correspondiente a las horas del día y a las de la noche (como en la cantidad de letras que componen las dos partes de la fórmula shahâdah islámica) ciertamente daría lugar a consideraciones mucho más interesantes.

    Por lo que respecta a la equivalencia más o menos aproximada de la pulgada inglesa con la antigua pulgada egipcia, aparece sin lugar a dudas como muy hipotética: las variaciones sufridas por las medidas que se designan con los mismos nombres, según los países y las épocas, no parecen haber sido estudiadas tal como lo hubieran merecido, y debe reconocerse que semejante estudio no carecería de dificultades, cuando se sabe exactamente lo que fueron, por ejemplo, las diferentes especies de codos, pies y pulgadas que se utilizaron, incluso a veces simultáneamente, entre ciertos pueblos de la antigüedad.


    Logias transformadas en Trade Unions

    Entre los artículos históricos, destacaremos uno en el que se exponen los hechos que condujeron, entre 1830 y 1840, a ciertas Logias operativas inglesas a renunciar a todo carácter masónico y a transformarse en simples “Trade Unions”. Nos preguntamos si no será ésto lo que explicaría que en los rituales operativos, hacia tal época, se produjeran ciertas lagunas reparadas por otra parte posteriormente, pero sobre todo a lo que parece con la ayuda de los rituales de la Masonería especulativa.

    Por curiosa coincidencia, en el transcurso del siglo XIX, en Francia, sucedió algo parecido con los rituales del Compañerazgo, que se remedió también de la misma forma, lo que por otra parte puede arrojar algunas dudas respecto de la antigüedad de lo que dichos rituales, tal como existen actualmente, presentan en común con los de la Masonería, y que al menos parcialmente puede no ser más que una consecuencia de dicha reconstitución.



    Julio-agosto de 1950

    La orientación de los edificios sagrados

    22.- “The Speculative Mason” (número del primer trimestre de 1950) contiene un buen artículo sobre la orientación de edificios, más específicamente, de los templos e iglesias, casos en los que las consideraciones “utilitarias”, con las que los modernos pretender explicar todo, carecen evidentemente de todo valor. No obstante hubiera sido mejor indicar con mayor claridad que en las civilizaciones tradicionales no había diferencia alguna entre la orientación de templos e iglesias y la de las casas y ciudades. El “utilitarismo” pudo introducirse con el punto de vista profano que invadió todo poco a poco hasta el punto que, en los tiempos modernos, la orientación misma de los edificios sagrados, considerada “inútil”, terminó por quedar completamente olvidada.

    Acerca de los “regentes” de los cuatro puntos cardinales, nos parece que hubiera sido muy fácil hallar otros a quien citar, cuya autoridad fuera superior a la de H. P. Blavatsky. De todos modos estamos totalmente de acuerdo con el autor cuando se pregunta: “¿Cuál es el valor de un fenómeno físico cualquiera si no nos condujera a su contrapartida de orden superior?” En efecto aquí está la diferencia esencial entre ciencia tradicional y ciencia profana de los modernos, y es precisamente por ello que ésta no tiene el menor valor real como “conocimiento”.


    Varios

    Señalemos también un artículo sobre el simbolismo del centro considerado como “el punto a partir del cual no se puede errar”; otros dos sobre el significado del ritual, desafortunadamente ambos demasiado sumarios, y algunas impresiones sobre el Mark Degree.


    Order of the Eastern Star

    23.-En la revista “Masonic Light” (número de diciembre de 1949) destacamos un artículo sobre la “Order of the Eastern Star”, organización femenina reservada a las esposas, madres, hermanas e hijas de masones, que sin embargo no pretende tener ningún carácter masónico; y otro artículo sobre Shakespeare y la Masonería, que es un análisis del ya viejo libro de Alfred Dodd, Shakespeare Creator of Freemasonry que ya reseñamos aquí en su momento.


    Regularidad masónica

    En el mismo número hay un estudio consagrado a varios puntos relativos a la cuestión de la regularidad masónica. Los masones de los diferentes países están evidentemente muy lejos de estar de acuerdo sobre lo que debería o no ser considerado esencial respecto de la regularidad, y por lo demás se sabe que jamás se estableció de manera definitiva una lista verdaderamente autorizada de los landmarks.


    Historia de la arquitectura

    El número de marzo contiene un resumen de la historia de la arquitectura, en el cual que se destacan algunas consideraciones interesantes. Pero el artículo resulta demasiado “simplista”, y además muy poco conforme con el espíritu tradicional toda vez que quiere explicar, por medio de una serie de factores puramente externos, las diferencias de la arquitectura a través del tiempo y de los países. Por otra parte, el autor no parece tener idea alguna del papel esencial desempeñado por la imitación de un “modelo cósmico” en toda arquitectura tradicional, y sin embargo es allí en primer lugar de donde ella extrae su valor iniciático, sin el cual la misma iniciación masónica no podría evidentemente haber existido jamás.


    Voltaire

    Una pequeña observación accesoria: ¿por qué razón, en un epígrafe reproducido en el encabezamiento de cada número, se presenta a Voltaire (que por lo demás no debería especialmente ser citado invocando su cualidad masónica, puesto que fue iniciado “honoris causa” nada más que algunos meses antes de su muerte) como miembro de la “Logia de las Siete Hermanas”? ¿No parece mas bien que las Musas siempre fueron nueve!





    RESEÑAS DE LIBROS


    1.- Pierre Lhermier. Le mystérieux Comte de Saint-Germain, Rose-Croix et diplomate. Editions Colbert, Paris). –Este libro, publicado tras la muerte de su autor, es un estudio histórico bastante superficial y que, a decir verdad, no aclara mucho el “misterio” de que se trata. El Sr. Lhermier expone primero las múltiples hipótesis emitidas respecto al conde de Saint-Germain; él no se pronuncia por ninguna, pero parece sin embargo inclinarse por admitir que podía pertenecer a la familia de los Estuardo, o al menos a su entorno. Una de las razones que aporta reposa, por otra parte, sobre una confusión bastante sorprendente: “Saint-Germain era Rosa-Cruz, escribe textualmente, es decir, que pertenecía a la Francmasonería de rito escocés, de tendencia católica y estuardista... “ ¿Hay que decir que la Masonería “jacobita” no era en absoluto el rito escocés y no comportaba ningún grado de Rosa-Cruz, y también, por otro lado, que este grado, a pesar de su título, nada tiene que ver con el Rosacrucismo del que Saint-Germain habría sido uno de los últimos representantes conocidos? La mayor parte del volumen está dedicada al relato entremezclado de anécdotas diversas de los viajes en el curso de los cuales el héroe habría cumplido, por cuenta de Luis XV, misiones secretas en relación con diversos asuntos políticos y financieros, en todo ello, hay también puntos dudosos, y no se trata, en todo caso, más que del lado más exterior de esta existencia enigmática. Señalemos que, según el autor, ciertos dichos extraordinarios, mantenidos por Saint Germain, especialmente respecto a la edad que se atribuía, deberían en realidad cargarse en la cuenta de un mistificador denominado Gauve, que se hacía pasar por él, parece, por instigación del duque de Choiseul, el cual quería desacreditar así a un hombre en quien veía un peligroso rival. Pasaremos de la identificación de Saint-Germain con algunos otros personajes misteriosos, así como sobre muchas otras cosas más o menos hipotéticas; pero debemos al menos remarcar que se le presta, a fe de algunos indicios más bien vagos, una especie de filosofía “panteísta” o “materialista” ¡que no tendría ciertamente nada de iniciático! En las últimas páginas, el autor vuelve sobre lo que llama “la secta de los Rosa-Cruz”, de manera que parece un poco contradictoria con la aserción que antes citábamos; como habla además según fuentes tales como la Sra. Besant y F. Wittemans, incluso Spencer Lewis, Imperator de la A.M.O.R.C., sin contar a cierto “Fr. Syntheticus, R. C., escritor ocultista cuya obra hace ley”(!), no hay que sorprenderse de las nociones prodigiosamente confusas, y que, incluso desde el punto de vista histórico al cual quiere atenerse, lo que dice apenas tiene relación con la verdad. Ello prueba todavía una vez más que cierto escepticismo no es siempre lo que mejor garantiza librarse del peligro de aceptar sin control las peores fantasías; algunos conocimientos tradicionales, aunque fuesen de orden elemental, serían sin duda mucho más eficaces a este respecto.


    2.- G. De Chateaurhin. Bibliographie du Martinisme. (Derain et Raclet, Lyon). –Esta bibliografía (cuyo autor nos parece que tiene un estrecho parentesco con el Sr. Gérard van Rijnberk, del cual examinamos en su tiempo la obra sobre Martines de Pasqually comprende bajo la denominación común de “Martinismo”, según el hábito establecido sobre todo por ocultistas contemporáneos con su ignorancia de la historia masónica del siglo XVIII, varias cosas totalmente diferentes en realidad: la Orden de los Elegidos Cohen de Martines de Pasqually, el régimen Escocés Rectificado con J.-B. Willermoz, el misticismo de L.-Cl. de Saint-Martin, y en fin el Martinismo propiamente dicho, es decir, la organización reciente fundada por Papus. Pensamos que habría sido preferible dividirla en secciones correspondientes a tan diferentes temas, más bien que en “obras dedicadas especialmente al Martinismo” y “obras en las cuales se trata del Martinismo incidentalmente”, la cual habría podido ser más bien una simple subdivisión de cada una de tales secciones; en cuanto a las “fuentes doctrinales” que aquí son mencionadas aparte, son únicamente los escritos de Martines de Pasqually y de L.-Cl. De Saint Martin, y, de hecho, no podía haber otros. Habría sido bueno también el marcar de alguna forma, sobre todo para las obras recientes, una distinción entre las que tienen un carácter, sea martinista, sea masónico, las que al contrario están escritas con un espíritu de hostilidad (sobre todo son obras antimasónicas), y las que se colocan en un punto de vista “neutro” y puramente histórico, el lector así habría podido orientarse mucho más fácilmente. La lista nos parece en suma bastante completa, bien que el Discurso de Iniciación de Stanislas de Guaita, que hubiese merecido un lugar, esté ausente; pero no vemos verdaderamente muy bien qué interés había en hacer figurar esta inverosímil mistificación que se llama El Diablo en el siglo XIX (sin mencionar además el folleto titulado El Diablo y el Ocultismo que Papus escribió en respuesta), tanto más cuanto que, por el contrario, se ha desdeñado citar el Lucifer desenmascarado de Jean Kostka (Jules Doinel). Donde el Martinismo es sin embargo tratado más directamente.


    3.- Dr. R. Swinburne Clymer. The Rosicrucian Fraternity in America. Vol. II (“The Rosicrucian Fondation”, Quakertown, Pennsylvania). –Hemos reseñado precedentemente (nº de abril de 1937) el primer volumen publicado bajo este título; en cuanto al segundo, que es verdaderamente enorme (¡más de mil páginas!) Las circunstancias no nos han permitido aún hablar de él hasta aquí. El principal adversario del Dr. Clymer, el Imperator de la A.M.O.R.C., ha muerto entre tanto, pero evidentemente ello no quita nada del interés que presenta esta obra desde un especial punto de vista, puesto que se trata de un caso típico de charlatanismo seudo iniciático, al cual vienen incluso a añadirse, como ya hemos explicado, influencias de un carácter todavía más sospechoso. Hay que reconocer, por lo demás, que, como otros ya han notado antes, el Dr. Clymer daña mucho su causa al emplear demasiado frecuentemente un lenguaje “argótico” e injurioso, del cual lo menos que puede decirse es que carece totalmente de dignidad; pero poco nos importa en el fondo, pues en absoluto estamos tentados de tomar partido en semejante querella. Como quiera que se pudiese pensar de lo bien fundado de sus pretensiones, su exposición es en todo caso muy “instructiva” en diversos aspectos: así, puede verse, entre otras cosas cómo un abogado puede entenderse con el de la parte adversaria para arreglar un asunto con la ignorancia de su cliente y en detrimento de los intereses de éste; y es desgraciadamente probable ¡que tales costumbres no sean particulares de América! Por otra parte, es verdaderamente difícil, repitámoslo aún a este propósito, comprender cómo organizaciones que se dicen iniciáticas pueden llevar así sus diferendos ante una jurisdicción profana; incluso si no lo son realmente, ello no cambia nada al respecto, pues, en buena lógica, deberían al menos comportarse como si lo fueran. Ocurre necesariamente una de estas dos cosas: o bien el juez es profano el mismo, y entonces es incompetente por definición, o bien es Masón, y, como cuestiones masónicas están tan mezcladas en todas estas historias, él debe, entre sus obligaciones de discreción iniciática y los deberes de su cargo público, encontrarse en una situación más bien falsa y singularmente apurada... Con relación a las cuestiones a las que aludimos, debemos destacar que el Dr. Clymer tiene sobre la regularidad masónica ideas de todo punto especiales: de dos organizaciones parecidamente irregulares, y además del mismo origen, él no tiene más que elogios para una, mientras que colma a la otra de injurias y denuncias; la razón de ello es muy simplemente que la primera se ha adherido a su propia “Federación” y la segunda a la “Federación” rival. Tales motivos sobre todo mezquinos no quitan, a decir verdad, para que la documentación concerniente a esta última, denominada F.U.D.O.S.I., es decir, Federatio Universalis Dirigens Ordines Societatesque Initiationis (¡qué latín!), sea, siempre desde el mismo punto de vista, una de las cosas más interesantes entre todas las que contiene el libro; ¡cuán edificantes son las actuaciones de esos medios supuestamente “fraternales”! Hemos reencontrado ahí viejos conocidos, entre los cuales algunos supervivientes del antiguo movimiento ocultista francés, que parece no querer decidirse a desaparecer del todo.. Naturalmente, es cuestión de nuevo de Theodor Reuss, aliasFrater Peregrinus”, de Aleister Crowley y de su O.T.O, sin hablar de muchos otros personajes (reales e imaginarios) y de otras agrupaciones de un carácter no menos extraño; todo ello, que no podría resumirse, constituye una importante recopilación de documentos que debería consultar cualquiera que se proponga escribir algún día con detalle la fantástica historia de las seudo iniciaciones modernas


    4.- Albert Lantoine. Les Sociétés secrèts actuelles en Europe et en Amerique. (Presses Universitaires de France, Paris). Este pequeño volumen, que estaba presto para aparecer en Francia en 1940, pero cuya salida se ha retardado cinco años por los acontecimientos, forma parte de una colección que está evidentemente destinada al “gran público”, lo que explica su carácter un poco superficial. Se encuentra sin embargo una muy loable distinción entre “sociedades secretas iniciáticas” y “sociedades secretas políticas”, de donde su división en dos partes “que nada tienen en común entre ellas salvo la similitud de sus etiquetas”. En cuanto a decir que las primeras se distinguen de las otras en que “la solidaridad no es en ellas de orden sentimental, sino de orden espiritual”, ello es sin duda justo, pero insuficiente, tanto más cuanto que lo “espiritual” parece no ser concebido aquí más que como un simple asunto de “pensamiento”, lo que está muy lejos del verdadero punto de vista iniciático; en todo caso, la cuestión es mucho más compleja de hecho, y nos permitimos remitir a lo que hemos dicho en nuestro Apreciaciones sobre la Iniciación (cap. XII). Por otro lado, nos es absolutamente imposible compartir ciertos puntos de vista sobre una pretendida oposición entre la religión y todo lo que tiene un carácter secreto en general e iniciático en particular; una distinción clara entre el exoterismo y el esoterismo basta para poner cada cosa en su sitio y hacer desaparecer toda oposición, pues la verdad es que se trata de dos dominios enteramente diferentes. –La primera parte comienza con un corto capítulo sobre las “pequeñas sociedades iniciáticas”, cuya ausencia no habría hecho perder nada a la obra, pues los pocos datos que contiene están tomados de fuentes muy profanas, y, además, aparece ahí una frase más bien desgraciada, que parece admitir las pretensiones de las organizaciones seudo iniciáticas de todo género: ciertamente ¡no es por el hecho de que un grupo practique un simulacro o una parodia de iniciación por lo que tiene el derecho de decirse iniciático! Añadamos seguidamente que el capítulo sobre el Compagnonnage, bien que no incluyendo nada inexacto, es también lamentablemente insuficiente; ¿se lo considera como “cosa del pasado”, luego “inactual” y por eso no se ha juzgado oportuno concederle más lugar en este libro? Lo que hay de más interesante y mejor hecho, es ciertamente el resumen de la historia de la Masonería en Europa y más particularmente en Francia, y esto se comprende sin dificultad, puesto que se trata en cierto modo de la “especialidad” del autor; pero lo que concierne a los orígenes está terriblemente simplificado; ¿y por qué siempre esta especie de temor a remontarse más alla´de 1717? En cuanto a la Masonería americana, es evidente que el autor sólo tiene un conocimiento bastante incompleto; para los altos grados especialmente, parece ignorar todo lo que no es el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, que sin embargo está muy lejos de ser el más extendido en los países anglo-sajones... Se encontrará también en este libro, para América, algunas indicaciones históricas sobre los Old Fellows y los Knights of Pythias, así como sobre ciertas asociaciones de negros cuyo carácter es bastante mal definido: aquí aún, reencontramos la molesta tendencia a creer que basta que la admisión de los miembros se acompaña de “ceremonias” para que sea permisible hablar de iniciación. –La segunda parte, dedicada a las “sociedades secretas políticas”, pasa revista, para Europa, a las sociedades irlandesas, los Comitadjis de Macedonia, los Ustachis de Croacia; para América, los “Caballeros de Colón”, la Orden de los Hiberniens, el Ku-klux-Klan (del que por lo demás se dice muy poca cosa), las sociedades judías y algunas otras organizaciones de menor importancia. –La conclusión tiene un tono “despegado” e incluso un poco escéptico, que es más bien decepcionante; pero, a fin de cuentas, quizás es casi inevitable que sea así entre aquellos que, en el estado actual de las organizaciones iniciáticas occidentales, no han logrado descubrir lo que es verdaderamente la iniciación.


    5.- John Charpentier. L´Ordre des Templiers. (“La Colombe”, Paris). El autor de este libro ha publicado recientemente algunas novelas en las cuales hace jugar a los Templarios, o a sus continuadores reales o supuestos, un papel que parece testimoniar ideas sobre todo singulares aeste respecto; también nos temíamos reencontrar aquí fantasías del mismo género, pero felizmente no hay nada de eso: se trata esta vez de un estudio histórico hecho seriamente, lo que ciertamente vale mucho más. Lo que hay que lamentar solamente, tanto más cuanto que se trata del lado más interesante de la cuestión, es que resulta casi imposible comprender cuál es el pensamiento exacto del autor en lo que concierne al esoterismo de los Templarios: en el origen, no abría habido entre ellos “ningún esoterismo” (pero la caballería misma, en general, ¿no tenía sin embargo cierto carácter iniciático? Se habría introducido el esoterismo más tarde ¿pero, de dónde habría venido? Del Oriente sin duda; sin embargo, de sus relaciones con los Ismaelitas, no habrían recogido apenas sino la idea de cierta jerarquía de grados (que, por lo demás, parece aquí confundirse con las funciones) y la de un “universalismo pacifista” (sic) que es quizás, la concepción del Imperio tal como Dante la expuso. Discutiendo la cuestión de la pretendida “herejía” de los Templarios, J. Charpentier utiliza ampliamente los artículos de Probst Biraben y Maitrot de la Motte-Capron: como ya hemos examinado estos con detalle (nº de octubre-noviembre de 1945), no volveremos sobre ello. Él no cree que hayan sido realmente heréticos, pero admite que hayan podido ser “gnósticos”; remarca además muy justamente, a este propósito, que “bajo esta etiqueta se encuentran reunidas muchas nociones heteróclitas, sin relación unas con otras, y a veces incluso inconciliables” y que además, “no se posee apenas sobre el gnosticismo otras informaciones que las proporcionadas por sus adversarios”. Pero he aquí ahora que las cosas se complican extrañamente: por una parte, es al gnosticismo valentiniano al que “los Templarios se vinculan lejanamente”; por ora parte, “para hablar del gnosticismo de los Templarios, haría falta que hubiese existido una gnosis activa en la época en la cual vivieron”, lo que no ocurría. Por añadidura, no debía tratarse de una doctrina, pues “no se ha recogido ningún testimonio probatorio”, y los Templarios, “no se han hecho propagandistas (?) más que de ideas sociales y políticas fundadas sobre la solidaridad”. Sin embargo, habría habido entre ellos una transmisión oral (pero de que alcance?) Finalmente, se encuentra que poseían un esoterismo de origen pitagórico, sin que se pueda adivinar de dónde y cómo lo han recibido; ¡es verdaderamente difícil el orientarse en todo eso! No comprendemos muy bien tampoco cómo se puede pensar que el “Joanismo” procede, no de San Juan Evangelista, sino de San Juan Bautista; pero, por lo referente al Pitagorismo, señalaremos que es quizás en las relaciones de los Templarios con las corporaciones de constructores (que no son mencionadas aquí más que incidentalmente) donde se podría encontrar la clave del enigma... en un último capítulo se trata de la Masonería “templaria”, que es “liquidada” de manera verdaderamente muy sumaria (y notemos de pasada el curioso lapsus que le ha hecho escribir “Magnus Grecus” en lugar de “Naymus Grecus”), después de los neotemplarios de Fabré-Palaprat; y aquí hemos sentido viva sorpresa viéndonos nombrado entre los que “han acreditado la tesis según la cual ¡Larménius habría sido el legítimo sucesor de Molay! Ahora bien, en tanto que podamos recordar, jamás hemos escrito en ninguna parte una sola palabra sobre la cuestión; y, en todo caso, estaríamos tanto menos tentado a sostener esta tesis, cuanto que no estamos del todo seguros de que dicho Larmenius haya existido realmente pues tenemos por extremadamente sospechoso todo lo relacionado con él y comprendido el “alfabeto secreto”, proveniente de una fuente neotemplaria; esperamos que se tendrá a bien, en su momento, tener en cuenta esta rectificación.

    ANEXOS

    Capítulo I: LA ESTRICTA OBSERVANCIA Y LOS SUPERIORES INCÓGNITOS

    Nuestras investigaciones sobre el Régimen Escocés Rectificado nos han conducido a emprender, como indispensable complemento, un estudio sobre la Estricta Observancia, tan profundamente como lo permite un asunto tan obscuro, y que propició tantas controversias. Mientras se publica dicho estudio, consideramos interesante ofrecer los documentos que aparecieron en otra parte sobre el tema, relacionándolos con los que ya conocíamos.

    En primer lugar destaquemos en la “Bastille” del 6 y del 13 de septiembre de 1913, un notable artículo titulado “Algunos impostores F. ·. M.·. : Strack y Coucoumous” de Benjamin Fabre, autor de la reciente obra sobre Franciscus, Eques a Capite Galeato. Se habla ahí especialmente de los Clérigos de Lata Observancia, sobre lo cual dijimos algunas palabras a propósito del Rito fundado en Malta en 1771 por el mercader jutlandés Kolmer. He aquí en qué términos Eques a Capite Galeato habló “como uno de los comisarios de los Archivos de los ‘Philatethes’”1 acerca de los Clérigos de Lata Observancia2:

    “Estos ‘Clérigos’ constituyen todavía un problema para quien sea observador imparcial. Se ha dicho que fueron los ‘Jesuitas’(!) quienes, queriendo perpetuarse secretamente, formaron la ‘clase eclesiástica del orden interior del Régimen de la Estricta Observancia’3.

    Se ha dicho que se trató de una nueva “Confederación” que, impulsada por motivos de orgullo y de codicia, quería dominar en dicho Régimen por medio de algunas formalidades y algunas ideas científicas recogidas de los manuscritos y de los raros libros de los Rosa-Cruz del siglo XVII4.

    Se ha dicho que era el ‘Clero de la Orden de los Antiguos Templarios’ que se habrían perpetuado, y que, con exclusión de los simples ‘caballeros’, poseían ‘la doctrina y la práctica de las Ciencias Ocultas, de las que cada uno extendía el catálogo según el alcance de sus ideas, y según sus propios gustos’5.

    En realidad estos “Clérigos” favorecían cualquier opinión que uno quisiera formularse sobre ellos, dada la ambigüedad de sus respuestas, de su constitución y de la astucia de su conducta”. Y Benjamín Fabre agrega: “La finalidad que perseguían habría sido la de ‘superponerse’ al Régimen de la Estricta Observancia6 para asumir la dirección de sus Logias establecidas en toda Europa, e incluso en el Nuevo Mundo. Exigían de sus adeptos que poseyeran todos los grados otorgados por la Estricta Observancia’”.

    Fue en 1767 cuando dicha escisión, “que parecía haber suscitado un ‘Poder Oculto’”, y que se manifestó primeramente en Viena, ocurrió en el Régimen de la Estricta Observancia. A partir de entonces “parece que por una u otra razón el barón von Hundt, Eques ab Ense7, perdió su preeminencia y, lo que hasta ese momento había constituido su fuerza, vale decir la comunicación con los Superiores Incógnitos”. Cuando se reunió la Asamblea General Masónica de Brunswick, en 1775, “el barón von Hundt, representante del Gran Maestre Eques a Penna Rubra8, ...ya no era más que ‘la sombra de una sombra’”. Es posible que la desgracia haya golpeado más allá del jefe de la “Estricta Observancia”, y haya alcanzado a este mismo Gran Maestre, intermediario entre von Hundt y los verdaderos Superiores Incógnitos9.

    Uno de los jefes del cisma fue el H.·. Starck, predicador de la corte de Prusia, doctor en teología (protestante) ...y en ciencias masónicas, en las cuales tuvo como maestros a Gugumus y al tabernero Schroepfer. El primero (cuyo nombre también se escribe Gugomos, Gouygomos, Kukumus, Cucumus, etc. Ya que la ortografía es muy incierta), figura en la lista de los miembros de la Estricta Observancia con el nombre de Eques a Cygno Triomphante10, y con el título de ‘lugarteniente al servicio de Prusia”. Según una carta del H.·. príncipe de Carolath al H.: marqués de Savalette de Langes11, “Coucoumus (sic) o Kukumus, proveniente de una familia procedente de Suabia, pasa por casi todos los servicios de Alemania, tanto militares como civiles, fue admirado por su talento, pero al mismo tiempo también despreciado por su inconstancia y su mala conducta ..., fue chambelán del duque de Wirtemberg”.

    “Gugomos”, cuenta el H.·.Clavel12, “había aparecido en la Alta Alemania y se había dicho enviado desde Chipre13 por los Superiores Incógnitos de la Santa Sede (?). Él se asignaba los títulos de gran sacerdote, de caballero, de príncipe. Prometía enseñar el arte de fabricar oro, de evocar a los muertos, y de indicar el sitio de ocultos tesoros de los Templarios. Pero bien pronto se le desenmascaró; cuando quiso huir lo arrestaron y obligaron a retractarse por escrito de todo lo que había afirmado, y confesar que no había sido más que un simple impostor14”.

    Lo que veremos más adelante, no nos permite compartir plenamente la conclusión la siguiente: Gugomos en efecto pudo muy bien haber sido un impostor, pero también debió haber sido otra cosa, al menos durante parte de su carrera. Por lo menos así nos parece que se desprende de la continuación de la carta, ya citada, del H.·. príncipe de Carolath: “Hacía ya largo tiempo que profesaba las Ciencias Ocultas, pero fue en Italia donde se formó sobre este asunto. Por lo que se asegura, volvió a su patria poseedor de los más extraordinarios conocimientos que no dejó de practicar. Por medio de ciertos caracteres, que sin embargo no eran los verdaderos, y de fumigaciones, convocaba a los espíritus, a los espectros. Se asegura incluso que tenía una especie de rayo bajo su control”.

    Ahora bien, de acuerdo a testimonios que no tenemos ninguna razón para poner en duda, todavía existen en África del Norte ciertos rabinos15 que precisamente tienen “una especie de rayo bajo su control”, y que por medio de “caracteres” o de figuras cabalísticas producen, en la sala donde llevan a cabo tal ‘operación”, una especie de tormenta en miniatura, con formación de nubes, relámpagos, truenos, etc.16 Poco más o menos ésto era lo que hacía Gugomos, y dicha semejanza, significativa desde el punto de vista de ciertas influencias judías, nos hace recordar por otro lado a ese “misterioso adepto oculto bajo el nombre de Valmont, que frecuentemente viajaba desde África a Italia y Francia, y que inició el H.·. barón de Waechter”17.

    Hubiera sido interesante contar con información un poco más puntualizada acerca de los “caracteres’ de que se servía Gugomos en sus “operaciones”. Además, tanto entre los “Philalethes” como entre otros HH.·. de “Regímenes” diversos y rivales, que se esforzaban con mucho fervor y tan poco éxito en hacer surgir “la luz de las Tinieblas” y “el Orden del Caos” ¿quién podría haberse jactado, sobre todo en tal época18, de poseer los “verdaderos caracteres”, vale decir en suma, de remontarse a la emanación de una “Potencia legítima” ante los ojos de los verdaderos Superiores Incógnitos? A veces eran destruidos o desaparecían archivos muy oportunamente, demasiado oportunamente incluso como para no despertar sospechas. La Gran Logia de Inglaterra ¿no fue acaso desde sus comienzos (1717-1721) y por inspiración del Rev. H.·. Anderson (ex capellán de una logia operativa) la primera en dar ejemplo de semejante proceder?19 Pero continuemos la cita: “la noticia de tantas cosas maravillosas llamó la atención de todo el mundo, es decir del mundo masónico, ya que se le debe reconocer que jamás se dirigió a los profanos”.

    Se trataba por parte de Gugomos de una conducta conforme a las reglas de la más elemental prudencia. De todos modos aún en ambientes masónicos debería haberse mostrado más circunspecto, en su propio interés y en el de su “misión”; y la ostentación que hizo de sus “conocimientos” y poderes posiblemente fue una de las causas de la desgracia que le esperaba, como veremos dentro de poco. “Muy pronto confiado en sí mismo, tuvo el coraje de convocar un Congreso General, donde debía propalar sus raros conocimientos. Pero prodigiosamente sus fuerzas le abandonan. Ya no estuvo en condiciones de producir las cosas de que se había jactado. En consecuencia, fue expulsado de la Orden por su mala conducta. Hoy en día su estado es el de un continuo errar, a pesar de que se asegura recobró parte de sus conocimientos. Se ignora su actual paradero”.

    Entonces Gugomos, manifiestamente abandonado por aquellos Superiores Incógnitos de los que no había sido más que un instrumento, perdió todos sus poderes justo en el momento cuando más los hubiera necesitado. Es muy posible que recurriera entonces a ciertas supercherías con el intento de sostener la credibilidad de aquellos títulos que ya no podía justificar por poderes verdaderos, de los cuales no había sido más que el depositario momentáneo; dichos títulos no eran de los que pudieran comprobarse con algún documento escrito, el cual por otra parte no hubieran sido capaces de descifrar aún aquellos HH.·. de los Altos Grados20. En tales circunstancias, Gugomos, presionado por cuestiones indiscretas, no pudo sustraerse de ellas sino declarándose “impostor”, y fue “expulsado de la Orden”, es decir, de los Altos Grados “conocidos”, organización “interior” en relación a la Masonería Simbólica, pero sin embargo “exterior” aún en relación a otras, a aquellas a las que el mismo Gugomos podría haber estado vinculado, bien que más como simple auxiliar que como verdadero iniciado.

    Tal desventura no debe sorprendernos, tanto menos cuanto la historia de la Alta Masonería de entonces proporciona otros varios ejemplos: más o menos lo mismo le sucedió al barón von Hundt, a Starck, a Schroepfer, etc., sin hablar de Cagliostro. Además, sabemos que aún en nuestra época algo parecido sucedió a algunos enviados o agentes de ciertos “Superiores Incógnitos”, verdaderamente “superiores” y verdaderamente “desconocidos”: a aquellos que se han comprometido, y aún sin cometer otra falta fracasaran en su misión, inmediatamente se les retiran todos los poderes21. La desgracia, por lo demás, bien puede ser solamente temporal, y tal fue posiblemente el caso de Gugomos; pero el corresponsal del H.: Savalette de Langes se equivoca o se expresa mal al escribir que, acto seguido, “recobró parte de sus conocimientos”, ya que, si bien los “poderes” pueden siempre arrebatarse o devolverse conforme a la voluntad de los “Superiores Incógnitos”, evidentemente no podría suceder lo mismo con respecto a los “conocimientos” adquiridos de una vez para siempre en la iniciación, por más imperfecta que hubiera sido.

    El príncipe de Carolath, tan severo con Gugomos, vacila sin embargo en acusarlo de impostor. Bien que evita pronunciarse, pareciera mas bien dudar de la calidad de tales “conocimientos” que de su misma realidad, pues dice: “En ese Congreso Masónico (de 1775), Waechter termina por confundir a Kukumus22. Parecería que Kukumus no poseía la ‘verdadera luz’, y que persistiendo en la conexión que posiblemente tuviera con algunos ‘espíritus impuros’, contribuyera así a aumentar su propia perversidad y la de los demás, y a crearse nuevos encadenamientos en lugar de liberarse de ellos”. En efecto, parece que Gugomos seducía sobre todo por la posesión de ciertos poderes de orden muy inferior y se habría dedicado casi con exclusividad a practicarlos. Es posible que esto fuera una de las causas de su desgracia, ya que podría muy bien no concordar con las determinaciones de sus “Superiores Incógnitos”23.

    En otra carta dirigida también al H.·. Savalette de Langes, en referencia a Gugomos o Kukumus, el H.: barón de Gleichen llega a declarar que “es un impostor”, pero se apresura a agregar: “Pero nada sé de su ‘doctrina’”, lo que tal vez le resultara menos interesante, pero no obstante constituía un “conocimiento’ más real, como sin duda terminó por comprender a sus propias expensas. ¿De quién pudo recibir dicha “doctrina”? La pregunta, mucho más importante que el tema del valor moral, eminentemente sospechoso, de Gugomos, se reduce exactamente a lo siguiente: ¿quiénes fueron sus “Superiores Incógnitos”? Y por cierto que no podemos aceptar la solución que propone el barón de Gleichen, atormentado por la obsesión de la que ya conocemos ejemplos: “La mayoría creería que fue un enviado de los Jesuitas(!) quienes verdaderamente intentaron varios veces unirse a la Masonería”. Intento de igual tenor pudieron realizarse, en el caso, por otros que no fueran Jesuitas; los Judíos por ejemplo estaban excluidos de una parte de la Masonería, y por lo demás aún lo están en Suecia y en varias Grandes Logias de Alemania. Justamente fue en este país donde vieron la luz la mayoría de los “Regímenes” cuyo prototipo fue la “Estricta Observancia”, lo cual no quiere decir por cierto que todos hayan tenido el mismo origen “de hecho”, lo que nos parecería poco verosímil. Pero se comprende fácilmente como, al apoderarse de los Altos Grados por intermedio de emisarios carentes de todo mandato oficial, se pudiera llegar a dirigir ‘invisiblemente’ toda la Masonería, lo cual basta a los efectos de explicar la multiplicidad de los intentos realizados para lograrlo24.

    Abramos ahora un paréntesis: se ha reprochado a veces a algunos el querer ver en todas partes la influencia de los Judíos. Puede ser que no se la deba ver en forma exclusiva, pero hay otros que, cayendo en el extremo contrario, no quieren verla en ninguna parte. Esto es lo que ocurrió particularmente respecto del misterioso Falc (así lo escribe el H.: Savalette de Langes) que algunos “creían que era el jefe de todos los Judíos”25. Se quiso identificarlo ya no con Falk-Scheck, gran rabino de Inglaterra, sino con el H.; Ernest Falcke (Epimenides, Eques a Rostro), burgomaestre de Hannover, lo cual no explicaría en lo más mínimo los rumores que, acerca suyo corrieron en su época. Por otra parte quienquiera haya sido el enigmático personaje, su papel, como el de muchos otros, está esperando aclaración, lo que parecería un tema todavía más difícil que el caso Gugomos.

    Por lo que se refiere a Falk-Scheck, encontramos en una “Noticia histórica sobre el Martinesismo y Martinismo”, sobre la cual volveremos más adelante, un hecho que merece citación: “Mme. De la Croix, exorcista de poseídos, y a su vez ella misma demasiado frecuentemente poseída, se jactaba sobre todo de haber destruido un talismán de lapislázuli que el duque de Chartres (Philippe-Egalité, más tarde duque de Orleans, y Gran Maestre de la Masonería francesa) había recibido de Inglaterra de parte del célebre Falk-Scheck, gran rabino de los Judíos, un talismán que debería haber conducido al príncipe hasta el trono, y que, según ella decía, fue destruido sobre su pecho en virtud de sus rogativas”. Tuviera o no justificación tal pretensión, no es menos cierto que la historia resulta singularmente esclarecedora de algunas influencias ocultas que contribuyeron a preparar la Revolución Francesa.

    Benjamin Fabre dedica la continuación de su artículo26 al H.·. Schroepfer, “que tuvo una agitada carrera” que terminó en suicidio27 y “que, en un aspecto muy curioso, nos la ofrece la correspondencia de Savalette de Langes”.

    El H.·. Bauer describe así una de sus evocaciones, de la cual había sido testigo él mismo: “En una asamblea de HH.:, tanto en Leipzig como en Frankfurt, compuesta de gente de letras, ciencias, etc. Después de haber cenado en una Logia ordinaria, hizo que nos despojáramos de todos los metales, y él se preparó una mesita aparte sobre la cual había una pintura que contenía todo tipo de figuras y caracteres, desconocidos para mí. Hizo que recitáramos una oración bastante extensa y “muy eficaz”, y nos encerró en un círculo. A eso de la una de la mañana, escuchamos un ruido de cadenas, y poco después los tres grandes golpes de manera asombrosa, en la misma sala, donde estábamos tendidos en el piso. Después comenzó a recitar una especia de oración con su segundo ‘en un lenguaje que yo no comprendía’. Luego por la puerta, que antes había estado cerrada con cerrojo, entró un fantasma negro que él llamaba ‘el espíritu malvado’ y con el cual habló en el mismo lenguaje’. El espíritu le contestó a su vez, y se retiró a su orden. A eso de las dos, apareció otro con las mismas ceremonias. Esta vez blanco, llamado ‘el buen espíritu’ y que despidió del mismo modo. Después de todo ello, cada uno se marchó ensimismado, la cabeza llena de quimeras...”

    Eques a Capite Galeato” declara que otro testigo le “dio a entender que todos estos hechos, de tanto renombre, no eran sino resultado de prestigios físicos, con la ayuda de la prevención o credulidad de los espectadores”. Sin embargo, el Dr. Koerner confiesa “no haber logrado todavía conciliar los relatos contradictorios que se hicieron acerca de este hombre”, y el H.: Massenet asegura que “fue este mismo hombre que manifestó ante el príncipe Charles de Courlande28, al mariscal de Saxe29, en presencia de seis testigos que, en su totalidad, declararon las mismas circunstancias, y aseguraron la realidad del hecho, a pesar de que antes no habían tenido ninguna propensión a creer nada semejante”.

    Por nuestra parte ¿qué debemos creer de todo esto? Seguramente nos resulta todavía más difícil que a sus contemporáneos formarnos una idea clara y definida sobre la naturaleza de las “obras pneumatológicas” de Schroepfer, cuyos mismo alumnos, como el barón de Benst, chambelán del Elector del Saxe, aún se encontraban, de creer a Savalette de Langes, “en el mismo punto” que los “Philatethes” en la búsqueda de la “verdadera luz”. Luego de “vistos tantos doctores, Teósofos, Herméticos, Cabalistas, Pneumatólogos”, se trata en realidad de un muy mediocre resultado!30.

    Todo lo que puede decirse con certeza es que, si en algún momento Schroepfer poseyó algunos poderes reales, tales poderes fueron de un orden más inferior que los de Gugomos. En suma, personajes como éstos no fueron evidentemente iniciados sino muy imperfectos, y de una u otra manera desaparecieron sin dejas huellas, luego de jugar un papel efímero como agentes subalternos, y posiblemente indirectos, de los verdaderos “Superiores Incógnitos”31

    Como dijo muy justamente Benjamin Fabre, “Cabalistas judaizantes y magos ‘al mismo tiempo’ impostores y bribones, tales fueron los maestros de Starck”. Y agrega “De tan buen escuela este inteligente discípulo supo sacar provecho, como ya lo veremos”.

    El siguiente artículo32, consecuentemente, está consagrado al H.: Starck (”Archidemides, Eques a Aquila Fulva”) al cual encontramos en la Asamblea General de Bruswick (22 de mayo de 1775) enfrentándose con el barón von Hundt (“Eques ab Ense”), fundador de la “Estricta Observancia”, y contra quien “contribuyó para alejarlo de la presidencia de la Orden”, bien que sin lograr que sus propias pretensiones prevalecieran. Como volveremos sobre este punto más adelante, no insistiremos por ahora en el tema. Indiquemos que en 177933 Starck promovió otro intento que tampoco resultó, y que Thory refiere en estos términos: “El doctor Stark (sic) convoca en Mittau a los ‘Hermanos’ y a los ‘Clérigos de la Estricta Observancia’. Pese a que trató de conciliar sus debates, fracasó con este proyecto34.

    Eques a Capite Galeato” relata así el final, real o supuesto, de los “Clérigos de la Lata Observancia”:

    “En una de las ‘Asambleas Generales Provinciales’ en Alemania del ‘Régimen de la Estricta Observancia’, se presionó a los miembros con cuestiones que no supieron o no quisieron contestar. Por lo que se dice, dos de ellos (Starck y el barón de Raven), que dijeron ser los últimos (de estos ‘Clérigos’ o ‘Clerici’) se presentaron al dimisión el uno al otro, y renunciaron totalmente a propagar su Orden secreta.

    Algunos consideran que tal dimisión fue simulada, y que, no habiendo encontrado en la ‘Estricta Observancia’ propagadores de su agrado, fingieron renunciar con objeto de que no se siguieran sus huellas y se los pudiera olvidar. De todos modos, el H.: Starck, sabio masón y sabio ministro del Santo Evangelio, quien por lo que se me asegura fue uno de los ‘Clerici’, publicó gran cantidad de obras, en las cuales no es imposible dejar de apreciar, hasta cierto punto, los conocimientos y el objetivo de su Orden secreta. Las obras de las que tuve conocimiento son; La apología de los F.: M.:, La finalidad de la Orden de los F.·. M.·.35, Sobre los Antiguos y los Nuevos Misterios. Hay traducciones de las dos primeras”36.

    Hay que agregar que en 1780 “atacó públicamente el ‘sistema de los Templarios’, como contrario a los gobiernos y sedicioso, en un folleto titulado: ‘La piedra que obstaculiza y la piedra del escándalo’”37

    Es posible que los “Clerici” se hayan perpetuado secretamente; en todo caso Starck no desapareció de la escena masónica, pues vemos que lo convocaron a la “Asamblea General Masónica de Paris” en 178538. A pesar de su desventura conservaba una gran autoridad. ¿Debemos acaso sorprendernos cuando vemos que, al fallecer el barón von Hundt, se mandó acuñar una medalla en honor de este otro “sabio Masón”39 que por su lado fue por lo menos sospechoso de impostura y mistificación?

    En cuanto a los conocimientos particulares que los ‘Clerici” pretendían poseer exclusivamente, citaremos lo que dijo al respecto el H.·. Meyer40, en carta a Savalette de Langes de 1780: “Vos sabéis que hubo ‘Clerici’ en el Capítulo de cierta Orden que no nombro41, y se pretende que fueron los únicos depositarios de la ciencia o del secreto. Esto no conforma a los Masones modernos que siente carcomerse de curiosidad: luego de haber sido armados “Caballeros” piden, además de la espada, el incensario. La facilidad con que se comunica este grado no previene por cierto en su favor; además los que lo poseen no sabe sino algunas palabras enigmáticas extras”. Por lo tanto los HH.: ya admitidos a Altos Grados que ingresaban en este “sistema”, más “interior” o que así se autotitulaba, no encontraban mayormente sin duda el “secreto de la Masonería”, y no se transformaban todavía en “verdaderos iniciados”.

    Lo verificado nos recuerda estas palabras del H.·. Ragon: “Ningún grado conocido enseña ni desvela la ‘verdad’. Solamente ‘aligerará’ el velo... Los grados que se practican hasta hoy produjeron Masones y no ‘iniciados’42. Por lo tanto sólo más allá de los diversos “sistemas”, y de ningún modo en uno u otro de ellos, puede descubrirse a los “Superiores Incógnitos”. No obstante, en lo que concierne a las pruebas de su existencia y de su acción más o menos inmediata, no son difíciles de hallar sino para quien no quiere verlas. Esto es lo que más especialmente queríamos resaltar, y al menos por el momento nos abstendremos de formular otras conclusiones.








    Publicado originalmente, sin firma, en La France Antimaçonnique, números del 20 de noviembre y 4 de diciembre de 1913 y retomado en Etudes Traditionnelles, junio de 1952.

    Capítulo II: ACERCA DE LOS SUPERIORES INCÓGNITOS Y DEL ASTRAL



    Cuando escribíamos nuestro precedente artículo sobre La Estricta Observancia y los Superiores Incógnitos, señalando en él la singular obsesión que, para ciertos escritores masónicos y ocultistas, hace ver por todas partes la acción de los Jesuitas en la Alta Masonería del siglo XVIII y en el Iluminismo, no pensábamos ciertamente tener que comprobar semejante obsesión entre los antimasones mismos. Ahora bien, he aquí que se nos ha señalado un artículo aparecido en la Revue Internationale des Sociétés Secretes, en la sección “Antimasónica” del Índice documental1, bajo la firma de A. Martigue, artículo en el cual leemos esta frase verdaderamente sorprendente: “No hay que olvidar, cuando se estudia a los Iluminados, que Weishaupt ha sido alumno, después profesor, con los Jesuitas, y que se ha inspirado mucho en ellos, deformando, entiéndase bien, para hacerlos servir al mal, métodos que los R. Padres de Ingolstadt aplicaban al bien con tanto éxito... ¡salvo cuando se han servido de ellos para formar a Weishaupt y sus primeros discípulos!”


    He ahí insinuaciones que, a pesar de todas las precauciones de las que se han rodeado, revisten un carácter particularmente grave bajo la pluma de un antimasón; el Sr. Martigue ¿estaría en disposición de justificarlas? ¿Podría explicarnos en qué los R. Padres del siglo XVIII pueden ser responsables, incluso indirectamente, de las doctrinas revolucionarias del H.·. Weishaupt y de sus adeptos? Para nosotros, hasta que tal demostración se haga, nos parece que es un poco como si se hiciera responsable a los Padres del siglo XIX de las teorías anarquistas desarrolladas en nuestros días ¡por su ex alumno y ex novicio, el H.·. Sébastien Faure! Se podría sin duda ir muy lejos en ese sentido, pero ello no sería ni serio ni digno de un escritor que afirma poseer “métodos rigurosos y exactos”.


    He aquí, en efecto, lo que escribe Martigue, un poco antes de la frase ya citada, respecto a un estudio titulado Las Trampas de la Secta: el Genio de las Conspiraciones, publicado en los Cahiers Romains de la Agencia Internacional Roma: “El autor no parece conocer más que las obras del P. Deschamps, de Barruel, de Claudio Janet y de Crétineau-Joly. Esto es mucho, pero no es suficiente, y si esos excelentes trabajos, que deberán, ciertamente, ser siempre consultados con fruto por los estudiantes en antimasonería, han sido escritos por maestros respetables, cuyos esfuerzos todo el mundo debe alabar y reconocer, es imposible, sin embargo, no dar fe de que datan de una época en la cual la ciencia y la crítica históricas no habían avanzado hasta el punto donde nos encontramos hoy. Nuestros métodos, que tienden a perfeccionarse cada día, son más rigurosos y exactos. Por ello, es peligroso, desde el punto de vista de la exactitud científica, desdeñar los trabajos más modernos; aún es más inoportuno el desdeñarlos a priori.”


    Es preciso estar muy seguro de sí mismo y de todo lo que se dice, para permitirse reprochar una falta de “exactitud científica” a cuatro autores que están entre los maestros más incontestados del antimasonismo. Sin duda, el Sr. Martigue tiene confianza en el “progreso de la ciencia y de la crítica”; pero, como esos mismos “progresos” sirven para justificar cosas tales como la exégesis modernista y la pretendida “ciencia de las religiones”, nos es difícil considerarlos como un argumento convincente. No esperábamos ver al Sr. Martigue haciendo una declaración tan ... “evolucionista”, y nos preguntamos si los métodos que preconiza, y que él opone “ a los métodos y a los hábitos defectuosos de algunos” (¿a quién hace alusión?), no se aproximan singularmente al “método positivista” del que ya hemos hablado... en fin, si él conoce “los papeles de Weishaupt mismo”, como lo da a entender, esperamos que no tardará en comunicarnos los descubrimientos que ahí ha debido hacer, especialmente en lo que concierne a las relaciones de Weishaupt con “los RR. Padres de Ingolstadt”; nada podría probar mejor el valor de sus métodos.


    Pero, sin embargo, ¿no valdría más detenerse con preferencia sobre el papel que los Judíos han podido desempeñar en el origen del Iluminismo bávaro, así como tras ciertos “sistemas” de la Alta Masonería? Citemos, en efecto, esta frase del estudio de los Cahiers Romains: “Las combinaciones de este genio (Weishaupt) fueron sin duda ayudadas por judíos, herederos de los odios implacables de la vieja sinagoga, pues el famoso Bernard Lazare no ha retrocedido ante esta confesión: “Hubo judios alrededor de Weishaupt” (El antisemitismo, su historia y sus causas, páginas 339-340).


    Señalamos esto porque hemos ya tenido ocasión de hablar de esta influencia de los Judíos, pero habría muchas otras cosas interesantes que señalar en este trabajo, contra el cual el redactor de la Revue Internationale des Sociétés Secrètes da prueba de una prevención que raya en la parcialidad. Tras haberle reprochado “la ausencia de variedad en la documentación”, aunque reconociendo su “valor real”, añade: “Hay otra laguna muy lamentable, cuando se quiere estudiar el Iluminismo, y es la ignorancia de la mística y del ocultismo”. Volveremos un poco después sobre este punto; por el momento, solamente subrayaremos que la mística, que procede de la teología, es una cosa, y que el ocultismo es otra totalmente diferente: los ocultistas son, en general, profundamente ignorantes de la mística, y ésta nada tiene que ver con su seudo misticismo.


    Desgraciadamente, algo nos hace temer que los reproches de M. Martigue sean causados por un movimiento de malhumor: y es que el artículo de los Cahiers Romains contiene una crítica, muy justa en nuestra opinión, de la reseña dada por Gustave Bord en la misma Revue Internationale des Sociétés Secretes2, sobre el libro de M. Benjamin Fabre, Un iniciado de las Sociedades Secretas superiores: Franciscus, Eques a Capite Galeato. Hablando de algunos aventureros masónicos que procuraban imponerse a los “memos” de las Logias, haciéndose notar como mandatarios de los misteriosos S. I. (Superiores Incógnitos), centro cerrado de toda la Secta, M. Bord comprueba que esos aventureros se jactaban; de donde él deduce que esos S. I. no existían. La deducción es muy arriesgada. Si los aventureros en cuestión se han presentado falsamente como missi dominici de los S. I., no solamente nada indica que estos últimos no existían, sino que sobre todo, ello muestra la convicción general de la existencia de tales S. I., pues habría sido bien extraño que esos impostores hubiesen inventado completamente al mandante, además de el mandato. Su cálculo de resultados debía, evidentemente, basarse sobre esta convicción, y ello no es prueba contra la existencia de los Superiores Incogniti, evidentemente”.

    En efecto, ello es la evidencia misma para quienquiera que no esté cegado por la preocupación de sostener a cualquier precio la tesis opuesta; pero ¿no sería M. Bord mismo el que, poniéndose en contradicción con los maestros del antimasonismo, niega la evidencia, y desconoce absolutamente (según sus propias expresiones) “el emplazamiento, la táctica y la fuerza del adversario”?... Hay antimasones muy extraños”. Y añadiremos aquí que es precisamente a esta reseña de Gustave Bord, tan poco imparcial como las apreciaciones de M. Martigue, en la que pensábamos cuando hacíamos alusión al “método positivista” de ciertos historiadores. He aquí ahora que M. Martigue, a su vez, reprocha a Benjamin Fabre y Copin-Albanceli “el deseo de aportar un argumento a una tesis preconcebida sobre la existencia de los directores desconocidos de la Secta”; ¿no es más bien a M. Bord al que se podría reprochar una “tesis preconcebida” sobre la no-existencia de los Superiores Incógnitos?


    Veamos pues lo que responde al respecto M. Martigue: “En cuanto a la tesis opuesta a M. Bord a propósito de los Superiores Incógnitos, es necesario distinguir: si el director de los Cahiers Romains entiende por tales a hombres en carne y hueso, nosotros creemos que está en el error y que M. Bord tiene razón”. Y, tras haber enumerado algunos de los jefes de la Alta Masonería del siglo XVIII, continua: “... Si fueran presentados como mandatarios de hombres vivos, como se tiene el derecho de hacer en nuestros días, por ejemplo, para Mme. Blavatsky, Annie Bessant y otros jefes de la Teosofía, cuando nos hablan de los Mahâtmâs, viviendo en una logia del Tíbet”. A ello, se puede muy bien objetar que los sedicentes Mahâtmâs han precisamente sido inventados sobre el modelo, más o menos deformado, de los verdaderos Superiores Incógnitos, pues hay pocas imposturas que no reposen sobre una imitación de la realidad, y es además la hábil mezcla de lo verdadero y de lo falso lo que los hace más peligrosos y más difíciles de desenmascarar. Por otra parte, como hemos dicho, nada nos impide considerar como impostores, en ciertas circunstancias, a hombres que sin embargo han podido ser realmente agentes subalternos de un Poder oculto; hemos dicho las razones de ello y no vemos la necesidad de justificar a tales personajes de esta acusación, incluso por la suposición de que los superiores Incógnitos no fueran hombres de carne y hueso”. En ese caso, ¿qué eran pues según M. Martigue? La continuación de nuestra cita va a enseñárnoslo, y no será, en su artículo, nuestro motivo menor de sorpresa.


    “Pero eso no es de eso de lo que se trata (sic); esta interpretación es totalmente exotérica para los profanos y los adeptos no iniciados”. Hasta aquí, habíamos creído que el “adeptado” era un estadio superior de la “iniciación”; pero sigamos. “El sentido esotérico ha sido siempre muy diferentes. Los famosos Superiores Incógnitos, para los verdaderos iniciados, existen perfectamente, pero ellos viven... en el Astral. Y es de ahí de donde, por la teúrgia, el ocultismo, el espiritismo, la videncia, etc., dirigen a los jefes de las Sectas, al menos al decir de éstos”. Luego ¿es a concepciones tan fantásticas a lo que debe conducir el conocimiento del ocultismo, o al menos el de cierto ocultismo, a pesar de todo el “rigor” y de toda la “exactitud” de los “métodos científicos y críticos” y de las “pruebas históricas indiscutibles que se exigen hoy (!) por los historiadores serios y los eruditos?


    De dos cosas una, o M. Martigue admite la existencia del “Astral” y de sus habitantes, Superiores Incógnitos u otros, y entonces estamos en el derecho de admitir que “hay antimasones muy extraños” distintos a Gustave Bord; o él no admite, como queremos creerlo según la última restricción, y, en ese caso, no puede decirse que los que la admiten son “los verdaderos iniciados”. Pensamos, al contrario, que no son más que iniciados muy imperfectos, e incluso es demasiado evidente que los espiritistas, por ejemplo, no pueden de ningún modo ser considerados como iniciados. Tampoco habría que olvidar que el espiritismo no data sino de las manifestaciones de Hydesville, que comenzaron en 1847, y que era desconocido en Francia antes del H. ·. Rivail, llamado Allan Kardec. Se pretende que éste: “fundó su doctrina con ayuda de las comunicaciones que había obtenido, y que fueron recogidas, controladas, revisadas y corregidas por “espíritus superiores3 ello sería, sin duda, un notable ejemplo de la intervención de Superiores Incógnitos según la definición de M. Martigue, si no supiéramos desgraciadamente que los “espíritus superiores” que tomaron parte en ese trabajo no estaban todos “desencarnados”, e incluso no lo están todavía: si Eugène Nus y Victorien Sardou han, desde esta época, “pasado a otro plano de evolución”, para emplear el lenguaje espiritista, M. Camille Flammarion continúa celebrando siempre la fiesta del Sol cada solsticio de verano.


    Así, para los jefes de la Alta Masonería en el siglo XVIII, no podía ser cuestión de espiritismo, que no existía todavía, como tampoco de ocultismo, pues, si había por entonces “ciencias ocultas”, no había ninguna doctrina llamada “ocultismo”; parece que sea Eliphas Lévi el primero en haber empleado esta denominación, acaparada, tras su muerte (1875), por cierta escuela de la cual, desde el punto de vista iniciático, lo mejor es no decir nada. Son esos mismos “ocultistas” los que hablan corrientemente del “mundo astral”, del cual pretenden servirse para explicar todas las cosas, sobre todo las que ignoran. También es Eliphas Lévi quien ha extendido el uso del término “astral”, y, bien que esta palabra se remonte a Paracelso, parece haber sido casi desconocida de los Altos Masones del XVIII, que, en todo caso, no la habrían sin duda entendido totalmente de la misma manera que los ocultistas actuales. ¿está M. Martigue, del cual no contestamos sus conocimientos en ocultismo, bien seguro de que sus conocimientos mismos no le llevan a “una interpretación “totalmente exotérica” de Swedenborg, por ejemplo, y de todos los demás que cita asimilándolos, o casi, a los “médiums” espiritistas?


    Citamos textualmente: “Los Superiores Incógnitos, son los Ángeles que dictan a Swedenborg sus obras, son la Sophia de Gichtel, de Boehme, de Martinez Pasqualis (sic), el Filósofo Incógnito de Saint Martin, las manifestaciones de la Escuela del Norte, el Guru de los Teósofos, el espíritu que se encarna en el médium, levanta el pie de la mesa parlante o dicta las elucubraciones de la oui-ja, etc, etc.” No pensamos, por nuestra parte, que todo eso sea lo mismo, incluso con “variaciones y matices”, y eso es quizás buscar a los Superiores Incógnitos allá donde es inútil. Acabamos de decir lo que hay de los espiritistas, en cuanto a los “Teósofos”, o más bien teosofistas, se sabe bastante bien lo que hay que pensar de sus pretensiones. Notemos además, a propósito de estos últimos, que anuncian la encarnación de su “Gran Instructor” (Mahâguru), lo que prueba que no es del “plano astral” de donde cuentan con recibir sus enseñanzas. Por otra parte, no pensamos que Sophia (que representa un principio) se haya jamás manifestado de manera sensible a Boehme o a Gichtel. En cuanto a Swedenborg, él ha descrito simbólicamente unas “jerarquías espirituales” de las que todos los escalones podrían muy bien estar ocupados por iniciados vivos, de manera análoga a lo que encontramos, en particular, en el esoterismo musulmán.

    En lo concerniente a Martinez de Pasqually, sin duda es bastante difícil saber exactamente lo que él llamaba “la Cosa”; pero, por todas partes donde hemos visto esta palabra empleada por él, parece que no haya querido designar así otra cosa que sus “operaciones”, o lo que se entiende más ordinariamente por el Arte. Son los modernos ocultistas quienes han querido ver ahí “apariciones” pura y simplemente, y ello conforme a sus propias ideas; pero el H.·. Franz von Baader nos previene que: “sería erróneo pensar que su física (de Martinez) se reduce a los espectros y a los espíritus”4. Había ahí, como por lo demás en el fondo de toda la Alta Masonería de esta época, algo mucho más profundo y más verdaderamente “esotérico”, que el conocimiento del ocultismo actual no basta de ningún modo para poder penetrar.

    Pero lo que es quizá más singular, es que M. Martigue nos habla del “Filósofo Incógnito de Saint-Martin”, mientras que Saint-Martin mismo y el Filósofo Incógnito eran el mismo, no siendo el segundo más que un seudónimo del primero. Conocemos, es cierto, las leyendas que circulan al respecto en ciertos medios; pero he aquí cómo pone admirablemente las cosas en su punto: Los Superiores Incogniti o S. I. Han sido atribuidos, por un autor fabulador, al teósofo Saint-Martin, quizá porque este último firmaba sus obras: un Filósofo Incógnito, nombre de un grado de los Filaletos (régimen del que por otro lado nunca formó parte). Es cierto que el mismo fabulador ha atribuido el libro De los Errores y de la Verdad, del Filósofo Incógnito, a un Agente Ignoto; y que se titula él mismo como S. I. Cuando uno se engancha a lo incógnito ¡no se podría enganchar demasiado!”5 Se ve así bastante bien cuán peligroso es quizás el aceptar sin control las afirmaciones de ciertos ocultistas; en semejantes casos conviene sobre todo mostrarse prudente y, según el consejo de M. Martigue mismo, “no exagerar nada”.


    Así, sería muy equivocado el tomar a esos mismos ocultistas en serio cuando se presentan como los descendientes y los continuadores de la antigua Masonería; y sin embargo encontramos como un eco de tales aserciones “fantásticas” en la frase siguiente de M. Martigue: Esta cuestión (de los Superiores Incógnitos) levanta problemas que estudiamos en el ocultismo, problemas de los cuales los Francmasones del siglo XVIII perseguían con ardor la solución” sin contar que esta misma frase, interpretada demasiado literalmente, podría hacer pasar al redactor de la Revue Internationale des Sociétés Secrètes por un “ocultista” a los ojos de “los lectores superficiales que no tengan tiempo de profundizar en esas cosas”.

    “Pero, continúa él, no se puede ver claro en esta cuestión más que si se conoce a fondo las ciencias ocultas y la mística”. Tal es lo que quería probar contra el colaborador de la Agencia Internacional Roma; pero ¿no ha probado sobre todo, contra sí mismo, que este conocimiento debería extenderse aún más lejos de lo que había él supuesto? “Es por lo que tan pocos antimasones llegan a penetrar esos arcanos que no conocerán nunca los que pretenden permanecer en el terreno positivista”. Esto es, en nuestra opinión, mucho más justo que todo lo que precede; pero ¿no está un poco en contradicción con lo que M. Martigue nos ha dicho de sus “métodos”? Y entonces, si no se adhiere a la concepción “positivista” de la historia, ¿por qué toma frente a y contra todos la defensa de M. Gustave Bord, incluso cuando éste es menos defendible?


    “Es imposible comprender los escritos de hombres que viven en lo sobrenatural y se dejan dirigir por él, como los teósofos swedenborgianos o martinistas del siglo XVIII, si uno no hace el esfuerzo de estudiar la lengua que hablan y la cosa de la que tratan en sus cartas y en sus obras. Todavía menos si, de antemano, se pretende negar la existencia de la atmósfera sobrenatural en la cual estaban sumergidos y que respiraban cada día“. Sí, pero, además de que eso se vuelve contra M. Bord y sus conclusiones, no es una razón para pasar de un extremo a otro y atribuir más importancia de la que conviene a las “elucubraciones” de las tablillas espiritistas o a las de algunos seudo-iniciados, hasta el punto de remitir todo lo “sobrenatural” en cuestión, cualquiera que sea por otro lado su cualidad, a la estrecha interpretación de lo “Astral”.


    Otra observación: M. Martigue habla de los “teósofos swedenborgianos o martinistas”, como esas dos denominaciones fueran casi equivalentes; luego ¿estaría tentado de creer en la autenticidad de cierta filiación que está sin embargo muy alejada de todo “dato científico” y de toda “base positiva”? “A este respecto, creemos deber decir que, cuando Papus afirma que Martinez de Pasqually ha recibido la iniciación de Swedenborg en el curso de un viaje a Londres, y que el sistema propagado por él con el nombre de rito de los Elegidos-Cohen no es más que un Swedenborgismo adaptado, este autor abusa o busca abusar de sus lectores en interés de una tesis muy personal. Para librarse a semejantes afirmaciones no basta, en efecto, haber leído en Ragon, que él mismo había en Reghelini, que Martinez ha tomado el rito de los Elegidos-Cohen al sueco Swedenborg. Papus habría podido abstenerse de reproducir, amplificándola, una afirmación que no reposa sobre nada serio. Habría podido buscar las fuentes de su documento y asegurarse de que hay muy pocas relaciones entre la doctrina y el rito de Swedenborg, y la doctrina y el rito de los Elegidos-Cohen... En cuanto al precedente viaje a Londres, no tuvo lugar más que en la imaginación de Papus”6. Es enojoso, para un historiador, dejarse atrapar por su imaginación... “en Astral”; y, desgraciadamente, las mismas observaciones pueden aplicarse a muchos otros escritores, que se esfuerzan en establecer las comparaciones menos verosímiles “en interés de una tesis muy personal”, ¡frecuentemente incluso demasiado personal!

    Pero volvamos a M. Martigue, que nos advierte aún una vez más que, “sin el socorro de esas ciencias, llamadas ocultas, es del todo imposible comprender la Masonería del siglo XVIII e incluso, lo que sorprenderá a los no iniciados, la de hoy”. Aquí, uno o dos ejemplos nos habrían permitido aprehender mejor su pensamiento; pero veamos la continuación: “De esta ignorancia (del ocultismo), compartida no solamente por profanos, sino también por Masones, incluso revestidos de los altos grados, provienen errores como aquel del que nos ocupamos. Este error ha lanzado a la antimasonería a la búsqueda de Superiores Incógnitos que, bajo la pluma de los verdaderos iniciados, son simplemente manifestaciones extranaturales de seres vivientes en el Mundo Astral”. Como hemos dicho, no creemos por nuestra parte, que los que puedan sostener esta tesis sean “verdaderos iniciados”; pero, si M. Martigue, que lo afirma, lo cree verdaderamente, no vemos demasiado el porqué se apresura a añadir: “Lo que no prejuzga nada de su existencia (de esos Superiores Incógnitos), como tampoco, además, de dicho “Mundo Astral”, sin parecer darse cuenta de que pone así todo en cuestión. Incluso “no pretendiendo indicar más que lo que pensaban los Altos Masones del siglo XVIII” ¿está bien seguro de interpretar fielmente su pensamiento, y de no haber simplemente introducido una complicación nueva en uno de los problemas de los cuales esos HH.·. “perseguían con ardor la solución”, porque esta solución debía ayudarles a devenir los “verdaderos iniciados” que aún no eran, evidentemente, en tanto que no lo hubieran encontrado? Es que los “verdaderos iniciados” son todavía más raros de lo que se piensa, pero eso no quiere decir que no los haya, o que no existan más que “en Astral”; y ¿por qué, bien que viviendo sobre tierra, esos “adeptos”, en el sentido verdadero y completo de la palabra, no serían los verdaderos Superiores Incógnitos?

    “Por consiguiente, escribiendo las palabras Superiores Incógnitos, S. I. , los Iluminados, los Martinistas, los miembros de la Estricta Observancia y todos los Masones del siglo XVIII hablan de seres considerados como teniendo una existencia real superior, bajo la dirección de los cuales cada Logia y cada adepto iniciado (sic) están colocados”. Haber hecho de los Superiores Incógnitos unos “seres astrales”, después asignarles tal papel de “ayudas invisibles” (invisible helpers), como dicen los teosofistas ¿no es querer aproximarlos un poco demasiado a los “guías espirituales que dirigen igualmente desde “un plano superior”, a los médiums y los grupos espiritistas? Luego no es quizás totalmente que “en ese sentido escriben Eques a Capite Galeato y sus corresponsales”, a menos que se quiera hablar de una “existencia superior” pudiendo ser “realizada” por ciertas categorías de iniciados, que no son “invisibles” y “astrales” más que para los profanos y para los seudo-iniciados a los cuales hemos ya hecho algunas alusiones. Todo el ocultismo contemporáneo, incluso añadiéndole el espiritismo, el teosofismo y los otros movimientos “neo-espiritualistas”, no puede con todo, diga lo quiera M-. Martigue, conducir más que a “una interpretación totalmente exotérica”. Pero, si es difícil conocer exactamente el pensamiento de los Altos Masones del siglo XVIII, y, por consiguiente, “interpretar sus cartas como las comprendían ellos mismos”, ¿es indispensable que tales condiciones sean cumplidas íntegramente para no equivocarse completamente prosiguiendo esos estudios, ya tan difíciles, incluso cuando se está en la buena vía”? Y ¿Hay alguien, entre los antimasones, que se pueda decir que está “en la buena vía” con exclusión de todos los demás? Las cuestiones que han de estudiar son demasiado complejas para eso, incluso sin hacer intervenir el “Astral” allá donde nada tiene que hacer. Por ello es siempre “fastidioso desdeñar a priori”, incluso en nombre de la “ciencia” y de la “crítica”, unos trabajos que, como lo dice muy bien el redactor de los Cahiers Romains, “ no son definitivos, lo que no impide que sean muy importantes, que lo son”. Sin duda, M. Gustave Bord tiene pretensiones de imparcialidad; pero ¿posee verdaderamente esta cualidad en el grado que debe necesitarse, suponemos al menos, para realizar el ideal de M. Martigue, “el historiador advertido que sabe encontrar lo mejor en todas partes, y a quien la sana crítica permite juzgar el valor de los documentos”? Aún más puede haber varias maneras de estar “en la buena vía”, y basta estar en ella, de una u otra manera, para no “equivocarse completamente”, sin incluso que sea “indispensable iluminar la buena ruta a las tenebrosas luces (? !) del ocultismo”, ¡lo que está desde luego muy claro!

    M. Martigue concluye en estos términos: “En la espera, reconocemos de buena gana que, si comprende el poder oculto en el sentido que acabamos de indicar, el redactor de los Cahiers Romains tiene razón al escribir, como lo hace: “Comprobamos que ningún argumento probatorio ha sido presentado, hasta aquí, contra el poder central oculto de la Secta”. Pero si entiende, por tales palabras, contrariamente a los Francmasones iniciados del siglo XVIII, un comité de hombres de carne y hueso, estamos obligados a redargüir: “Comprobamos que ningún documento probatorio ha sido presentado hasta ahora, a favor de ese comité director desconocido. Y corresponde a los que afirman esta existencia el aportar la prueba decisiva. Nosotros esperamos. La cuestión permanece pues abierta”. En efecto, está siempre abierta, y es cierto que “es de las más importantes”; pero ¿quien ha pues jamás pretendido que los Superiores Incógnitos, incluso “de carne y hueso”, constituían un “comité”, o incluso una “sociedad” en el sentido ordinario de la palabra? Esta solución parece muy poco satisfactoria, al contrario, cuando se sabe que existen ciertas organizaciones verdaderamente secretas, mucho más próximas al “poder central” de lo que está la Masonería exterior, y cuyos miembros no tienen ni reuniones, ni diplomas, ni medios de reconocimiento. Es bueno tener respeto por los “documentos”, pero se comprende que sea más difícil descubrirlos “probatorios” cuando se trata precisamente de cosas que, como escribíamos anteriormente, “ no son de naturaleza que pueda ser probada por un documento escrito cualquiera”. Ahí aún, es preciso pues “no exagerar”, y se precisa sobre todo evitar dejarse absorber exclusivamente por la preocupación “documental”, hasta el punto de perder de vista, por ejemplo, que la antigua Masonería reconocía varios tipos de Logias trabajando “sobre planos diferentes”, como diría un ocultista, y que, en el pensamiento de los Altos Masones de entonces, ello no significaba en modo alguno que la “tenidas” de algunas de esas Logias tuvieran lugar “en el Astral”, cuyos archivos, por lo demás, apenas son accesibles más que a los “estudiantes” de la escuela de Leadbeater. Si hay hoy S. I. “de fantasía” que pretenden reunirse “en Astral”, es para no confesarse simplemente que no se reúnen, y, si sus “grupos de estudios” han sido, en efecto, transportados “a otro plano”, no es más que de la manera común a todos los seres “en sueño” o “desencarnados”, ya se trate de individualidades o de colectividades, de “comités” profanos o de “sociedades” sedicentemente “iniciáticas”. Hay, en estas últimas, muchas gentes que querrían hacerse pasar por “místicos” mientras que no son más que vulgares “mistificadores”, y a quienes no importa juntar el charlatanismo al ocultismo, sin incluso poseer los “poderes” ocasionales que han podido exhibir a veces un Gugomos o un Schoepfer. También, quizá valdría más estudiar un poco más de cerca las “operaciones” y la “doctrina” de estos últimos, por imperfectamente iniciados que hayan sido, que las de los pretendidos “Magos” contemporáneos, que no son del todo iniciados, o al menos que no lo son en nada serio, lo que viene a ser lo mismo.

    Todo ello, entiéndase bien, no quiere decir que no sea bueno estudiar y conocer incluso el ocultismo y “vulgarizador”, pero no dándole más que la importancia muy relativa que merece, y mucho menos para buscar en él lo que no se encuentra, que para mostrar si hay ocasión toda su inanidad, y para poner en guardia a los que estuvieran tentados a dejarse seducir por las tramposas apariencias de una “ciencia iniciática” totalmente superficial y de segunda o de tercera mano. No hay que hacerse ninguna ilusión: si la acción de los verdaderos superiores Incógnitos existe un poco, a pesar de todo, hasta en los movimientos “neo-espiritualistas” de que se trata, cualesquiera que sean sus títulos y sus pretensiones, no es más que de una manera tan indirecta y lejana como en la Masonería más exterior y más moderna. Lo que acabamos de decir, lo prueba ya, y tendremos ocasión, en próximos estudios, de aportar al respecto otros ejemplos no menos significativos.


    Publicado en La France antimaçonnique, París, 18 de diciembre de 1913, firmado Le Sphynx y retomado en Etudes Traditionnelles, París, septiembre de 1952.

    Capítulo IV: LA GNOSIS Y LA FRANCMASONERIA



    “La Gnosis, ha dicho el M.·. Ill.·. H.·. Albert Pike, es la esencia de la Francmasonería". Lo que hay que entender aquí por Gnosis, es el Conocimiento tradicional que constituye el fondo común de todas las iniciaciones, y cuyas doctrinas y símbolos se han transmitido, desde la antigüedad más alejada hasta nuestros días, a través de todas las fraternidades secretas cuya larga cadena jamás ha sido interrumpida.


    Toda doctrina esotérica no puede transmitirse más que por una iniciación, y toda iniciación comprende necesariamente varias fases sucesivas, a las cuales corresponden otros tantos grados diferentes. Estos grados y estas fases pueden siempre reducirse a tres; se los puede considerar como marcando las tres edades del iniciado, o las tres épocas de su educación, y caracterizarlos respectivamente por estas tres palabras: nacer, crecer, producir. He aquí lo que ha dicho al respecto el H.·. Oswald Wirth: “La iniciación masónica tiene como fin el iluminar a los hombres, a fin de enseñarles a trabajar útilmente, en plena conformidad con las finalidades mismas de su existencia. Ahora bien, para iluminar a los hombres, hay que despojarlos primero de todo lo que puede impedirles ver la luz. Esto se consigue sometiéndolos a ciertas purificaciones destinadas a eliminar las escorias heterogéneas, causa de la opacidad de las envolturas que sirven de cortezas protectoras al núcleo espiritual humano. Una vez que estas devienen límpidas, su transparencia perfecta deja penetrar los rayos de la luz exterior hasta el centro consciente del iniciado. Entonces todo su ser se satura de ella progresivamente, hasta que se convierta en un Iluminado en el sentido más elevado de la palabra, un Adepto, dicho de otra forma, transformado en adelante él mismo en un hogar irradiante de Luz.


    “La iniciación masónica comporta así tres fases distintas, consagradas sucesivamente al descubrimiento, a la asimilación y a la propagación de la luz. Estas fases son representadas por los tres grados de Aprendiz, Compañero y Maestro, que corresponden a la triple misión de los Masones, consistente en buscar primero, con el fin de poseer a continuación, y poder finalmente expandir la Luz.


    "El número de estos grados es absoluto: no podría haber más que tres, ni más ni menos, la invención de los diferentes sistemas denominados de altos grados sólo reposa sobre un equívoco, que ha hecho confundir los grados iniciáticos, estrictamente limitados al número de tres, con los grados de la iniciación, cuya multiplicidad es necesariamente indefinida.


    "Los grados iniciáticos corresponden al triple programa perseguido por la iniciación masónica. Aportan en su esoterismo una solución a las tres cuestiones del enigma de la Esfinge: ¿de dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos? Y responden así a todo lo que pueda interesar al hombre; son inmutables en sus caracteres fundamentales, y forman en su trinidad un todo completo, al cual nada hay que añadir ni que quitar: el Aprendizaje y el Compañerismo son los dos pilares que soportan la Maestría.


    "En cuanto a los grados de la iniciación, permiten al iniciado penetrar más o menos profundamente en el esoterismo de cada grado, de ahí resulta un número indefinido de maneras diferentes de entrar en posesión de los tres grados de Aprendiz, de Compañero y de Maestro. Se puede no poseer de ellos más que la forma exterior, la letra incomprendida; en Masonería, como en todas partes, muchos son los llamados y pocos los elegidos, pues no es dado más que a los iniciados verdaderos la aprehensión del espíritu íntimo de los grados iniciáticos. Cualquiera no consigue, por lo demás, el mismo éxito; apenas se sale, lo más frecuentemente, de la ignorancia esotérica, sin avanzar de un modo decidido hacia el conocimiento integral, hacia la Gnosis perfecta.


    "Ésta, figurada en Masonería por la letra G.·. de la Estrella Llameante, se aplica simultáneamente al programa de búsquedas intelectuales y de entrenamiento moral de los tres grados de Aprendiz, Compañero y Maestro. Ella busca con el Aprendizaje, penetrar el misterio del origen de las cosas; con el Compañerismo, desvela el secreto de la naturaleza del hombre, y revela, con la Maestría, los arcanos del destino futuro de los seres. Enseña, además, al Aprendiz a elevar hasta su más alta potencia las fuerzas que porta en sí mismo; muestra al Compañero cómo puede atraer a él las fuerzas del ambiente, y enseña al Maestro a regir como soberano la naturaleza sometida al cetro de su inteligencia. No hay que olvidar en todo ello, que la iniciación masónica se relaciona con el Gran Arte, con el "Arte Sacerdotal y Regio de los antiguos iniciados”1.


    Sin querer tratar aquí la cuestión tan compleja de los orígenes históricos de la Masonería recordaremos simplemente que la Masonería moderna, en la forma que conocemos actualmente, ha resultado de una fusión parcial de los Rosa-Cruz, que habían conservado la doctrina gnóstica desde la Edad Media, con las antiguas corporaciones de Masones Constructores, cuyos útiles habían sido ya empleados, por otra parte, como símbolos por los filósofos herméticos, como se ve en particular en una figura de Basilio Valentín2.


    Pero, dejando de lado por el momento el punto de vista restringido del Gnosticismo, insistiremos sobre todo sobre el hecho de que la iniciación masónica, como, por otra parte, toda iniciación, tiene como fin la obtención del Conocimiento integral, que es la gnosis en el sentido verdadero de la palabra. Podemos decir que es este Conocimiento mismo el que, propiamente hablando, constituye realmente el secreto masónico, y es por lo que este secreto es esencialmente incomunicable.


    Para terminar, y a fin de descartar todo equívoco, diremos que, para nosotros, la Masonería no puede y no debe atarse a ninguna opinión filosófica particular, que no es más espiritualista que materialista, no es más deísta que atea o panteísta, en el sentido que se da de ordinario a esas diversas denominaciones, porque ella debe ser pura y simplemente la Masonería. Cada uno de sus miembros, entrando en el Templo, debe despojarse de su mentalidad profana y hacer abstracción de todo lo que es extraño a los principios fundamentales de la Masonería, principios sobre los cuales todos deben unirse para trabajar en común en la gran Obra de la Construcción universal.






    Texto publicado en La Gnose, París, marzo de 1910, con el seudónimo Palingénius. Reproducido en René Guénon, Etudes sur la Franc-Maçonnerie, Tomo II, a título documental.

    Capítulo V: LA ORTODOXIA MASONICA



      Se ha escrito tanto sobre la cuestión de la regularidad masónica, se han dado tantas definiciones diferentes e incluso contradictorias, que este problema, lejos de estar resuelto, no ha hecho, quizá, sino devenir más oscuro. Parece que ha sido mal expuesto, pues, a menudo, se tiende a fundamentar dicha regularidad sobre consideraciones puramente históricas, apoyándose en la prueba, verdadera o supuesta, de una transmisión ininterrumpida de poderes desde una época más o menos alejada. Ahora bien, es preciso confesar que, desde este punto de vista, sería fácil encontrar algunas irregularidades en el origen de todos los Ritos practicados actualmente. Nosotros pensamos que todo ello dista mucho de tener la importancia que algunos, por razones diversas, han querido atribuirle, y que la verdadera regularidad reside esencialmente en la ortodoxia masónica, y que esta ortodoxia consiste ante todo en seguir fielmente la Tradición, en conservar con cuidado los símbolos y las formas rituales que expresan esta Tradición y que son como su ropaje, y en rechazar toda innovación sospechosa de modernidad. Y es a propósito que empleamos aquí la palabra modernidad, para designar esta tendencia demasiado difundida que, en Masonería como en todas partes, se caracteriza por el abuso de la crítica, el rechazo del simbolismo y la negación de todo aquello que constituye la Ciencia esotérica y tradicional.

    No obstante, no queremos decir con ello, que la Masonería, para ser ortodoxa, deba ceñirse a un formalismo estrecho, en que lo ritual deba ser algo absolutamente inflexible, dentro de lo cual no se pueda añadir ni suprimir nada sin hacerse acreedor de algún tipo de sacrilegio; esto sería dar muestra de un dogmatismo que resulta del todo extraño e incluso contrario al espíritu masónico. La Tradición no excluye de ningún modo la evolución ni el progreso, los rituales pueden y deben ser modificados todas las veces que sea necesario para adaptarse a las condiciones variables del tiempo y del lugar pero, bien entendido, únicamente en la medida en que estas modificaciones no afecten a ningún aspecto esencial. El cambio en los detalles del ritual importa poco siempre y cuando la enseñanza iniciática que se desprenda de ellos no sufra ninguna alteración; y la multiplicidad de Ritos no tendría graves inconvenientes, quizá incluso tendría ciertas ventajas, si desgraciadamente no tuviera demasiado a menudo como consecuencia, sirviendo de pretexto a enojosas disensiones entre Obediencias rivales, el comprometer la unidad, si se quiere ideal, pero con todo real, de la Masonería universal.


    Lo lamentable es, sobre todo, tener que comprobar demasiado a menudo en un gran número de Masones la ignorancia completa del simbolismo y de su interpretación esotérica, el abandono de los estudios iniciáticos sin los cuales el rito no es sino un cúmulo de ceremonias vacías de sentido, como en las religiones exotéricas. En este sentido hoy en día hay, particularmente en Francia e Italia, negligencias verdaderamente imperdonables; podemos citar, por ejemplo, aquella que cometen los Maestros que renuncian a llevar mandil, cuando no obstante, como bien ha demostrado recientemente el M:. Il:. H:. Dr. Blatin, en un comunicado que debe estar todavía presente en la memoria de todos los HH.·., es el mandil la verdadera indumentaria del Masón, mientras que el cordón no es más que su adorno. Algo más grave todavía es la supresión o la simplificación exagerada de las pruebas iniciáticas y su reemplazo por el enunciado de fórmulas casi insignificantes; y, a este propósito, no podemos hacer nada mejor que reproducir unas líneas que al mismo tiempo nos dan una definición general del simbolismo, y que consideramos perfectamente exactas: "El simbolismo masónico es la forma sensible de una síntesis filosófica de orden trascendente o abstracta. Las concepciones que representan los Símbolos de la Masonería no pueden dar lugar a ningún tipo de enseñanza dogmática; ellas escapan a las fórmulas concretas del lenguaje hablado y en absoluto se dejan traducir por palabras. Son, como se dice muy justamente, los Misterios que se sustraen a la curiosidad del profano, es decir, las Verdades que el espíritu no puede alcanzar sino después de haber sido cabalmente preparado. La preparación al entendimiento de los Misterios es alegóricamente puesta en escena en las iniciaciones masónicas por las pruebas de los tres grados fundamentales de la Orden. Contrariamente a lo que alguno se ha imaginado, estas pruebas no tienen en absoluto como objetivo el de hacer resurgir el coraje o las cualidades morales del recipiendario; ellas figuran una enseñanza que el pensador deberá discernir, y luego meditar, en el transcurso de toda su carrera de iniciado".


    Vemos en ello que la ortodoxia masónica, tal y como la hemos definido, se refiere al conjunto del simbolismo considerado como un todo armónico y completo y no exclusivamente a este o aquel símbolo en particular, incluso una fórmula como A L.·. G.·. D.·. G.·. A..·. D.·. U.·., de la que se ha querido a veces hacer una característica de la Masonería regular, como si ella pudiera por sí misma constituir una condición necesaria y suficiente de regularidad y cuya supresión, después de 1877, ha sido a menudo reprochada a la Masonería francesa. Aprovecharemos esta ocasión para protestar enérgicamente contra una campaña todavía más ridícula que odiosa, si cabe, dirigida desde hace ya algún tiempo contra esta última, en Francia mismo, en nombre de un pretendido espiritualismo que no tiene razón de ser en este caso, por ciertas gentes que se revisten de cualidades masónicas más que dudosas; si estas gentes a quienes no queremos hacer el honor de nombrar, creen que sus procedimientos asegurarán el triunfo de la pseudo-masonería que ellos mismos tratan vanamente de lanzar bajo etiquetas diversas, se equivocan extrañamente.


    No queremos tratar aquí, al menos por el momento, la cuestión del G.·. A.·. D.·. U.·.. Esta cuestión ha sido, en los últimos números de "La Acacia", objeto de una discusión muy interesante entre los HH:. Oswald Wirth y Ch. M. Limousin; desgraciadamente, esta discusión ha sido interrumpida por la muerte de este último, muerte que fue un duelo para la Masonería entera. Sea como fuere, diremos solamente que el símbolo del G.·. A.·. D.·. U.·. no es en absoluto la expresión de un dogma, y que, si se comprende como es debido, puede ser aceptado por todos los Masones, sin distinción de opiniones filosóficas, pues ello no implica en absoluto el reconocimiento por su parte de un Dios cualquiera, como se ha creído muy a menudo. Es lamentable que la Masonería francesa se haya equivocado a este respecto, pero es justo reconocer que no ha hecho en esto más que compartir un error bastante general; si se consigue disipar esta confusión, todos los Masones comprenderán que, en lugar de suprimir al G.·. A.·. D.·. U.·. es preciso, como dice el H.·. Oswald Wirth, en las conclusiones a las que nos adherimos plenamente, buscar el hacerse una idea racional, y tratarlo de esta manera como a todos los demás símbolos iniciáticos.


    Esperamos que llegará un día no muy lejano en que se establecerá el acuerdo definitivo sobre los principios fundamentales de la Masonería y sobre los aspectos esenciales de la doctrina tradicional. Todas las ramas de la Masonería universal volverán entonces a la verdadera ortodoxia, de la cual algunas de ellas se han alejado un poco, y todas se unirán al fin para trabajar en la realización de la Gran Obra que es el cumplimiento integral del Progreso en todos los dominios de la actividad humana.


     

    Publicado originalmente en La Gnose, París, abril de 1910 firmado por T. Palingénius. Recopilado en René Guénon, Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage II, a título documental.

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    Capítulo VI: LOS ALTOS GRADOS MASÓNICOS
    Hemos visto, en un precedente artículo, que comportando la iniciación masónica tres fases sucesivas, no puede en ella haber más que tres grados, que representan esas tres fases; parece resultar de ahí que todos los sistemas de altos grados son completamente inútiles, al menos teóricamente, puesto que los rituales de los tres grados simbólicos describen, en su conjunto, el ciclo completo de la iniciación, Sin embargo, de hecho, siendo simbólica la iniciación masónica, forma unos Masones que no son sino el símbolo de los verdaderos Masones, y ella les traza simplemente el programa de las operaciones que tendrán que efectuar para llegar a la iniciación real. Es a este último fin al que tendían, al menos originariamente, los diversos sistemas de altos grados, que parecen haber sido precisamente instituidos para realizar en la práctica la gran Obra de la cual la Masonería enseñaba la teoría.


    Con todo, hay que reconocer que bien pocos de esos sistemas alcanzaban realmente el fin que se proponían; en la mayor parte, se encuentran incoherencias, lagunas, redundancias, y algunos rituales son de muy débil valor iniciático, sobre todo cuando se los compara con los de los grados simbólicos, Estos defectos son, por otra parte, tanto más sensibles cuanto que el sistema comprende un mayor número de grados; y, si es ya así en el Escocismo de 25 y 33 grados, ¿qué será en los Ritos de 90, 97, o incluso 120 grados? Esta multiplicidad de grados es tanto más inútil cuanto que se está obligado a conferirlos por series. En el siglo XVIII, cada uno quiso inventar un sistema para él, siempre injertado, entiéndase bien, sobre la Masonería simbólica, de la cual no se hacía más que desarrollar los principios fundamentales, interpretados demasiado frecuentemente en el sentido de las concepciones personales del autor, como se ve en casi todos los Ritos herméticos, Kabalísticos y filosóficos, y en las Ordenes de Caballería y de Iluminismo. De ahí nació, en efecto, esta prodigiosa diversidad de Ritos, de los que muchos no existieron jamás más que sobre el papel, y de los cuales es casi imposible desembrollar la historia; todos los que han intentado poner un poco de orden en ese caos han debido renunciar a ello, a menos que, por una razón cualquiera, hayan preferido dar de los orígenes de los altos grados explicaciones más o menos fantásticas, a veces incluso totalmente fabuladas.


    No señalaremos, a tal respecto, todas las aserciones sedicentemente históricas que hemos encontrado en diversos autores, pero, en todo caso, lo que es cierto, es que, contrariamente a lo que se ha pretendido frecuentemente, el caballero Ramsay no fue el inventor de los altos grados, y que, si es responsable de ellos, no es más que indirectamente, porque los que concibieron el sistema del Escocismo se inspiraron en un discurso que él había pronunciado en 1737, y en el cual relacionaba a la vez la Masonería a los Misterios de la Antigüedad y, más inmediatamente, a las Ordenes religiosas y militares de la Edad Media. Pero Ramsay es tan poco autor de los rituales de los grados escoceses como Elías Ashmole lo es de los grados simbólicos, como lo querría una opinión bastante generalmente admitida, reproducida por Ragon entre otros historiadores. "Elías Ashmole, sabio anticuario, adepto del hermetismo y de los conocimientos secretos entonces en boga, fue recibido como Masón el 16 de octubre de 1646, en Warrington, pequeña ciudad del condado de Lancaster. No reapareció en logia más que pasados 35 años, el 11 de marzo de 1682, por segunda y última vez en su vida, como lo testimonia su diario, que nunca cesó de llevar día tras día con escrupulosa minuciosidad1.


    Por otra parte, pensamos nosotros que los rituales iniciáticos no pueden ser considerados como la obra de una o de varias individualidades determinadas, sino que son constituidos progresivamente, por un proceso que nos es imposible precisar, que escapa a toda definición. Por el contrario, los rituales de aquellos de entre los altos grados que son casi insignificantes presentan todos los caracteres de una composición ficticia, artificial, creada en todas sus piezas por la mentalidad de un individuo. En suma, sin detenernos en consideraciones sin mucho interés, basta considerar todos los sistemas, en su conjunto, como las diversas manifestaciones de la tendencia realizadora de hombres que no se contentaban con la pura teoría, sino que queriendo pasar a la práctica, olvidaban demasiado frecuentemente que la iniciación real debe ser necesariamente en gran parte personal.


    Hemos simplemente querido decir aquí lo que pensamos de la institución de los altos grados y de su razón de ser, nosotros los consideramos como teniendo una utilidad práctica incontestable, pero a condición, desgraciadamente muy pocas veces realizada, sobre todo hoy en día, que cumplan verdaderamente el fin para el que han sido creados. Para eso, haría falta que los Talleres de los altos grados fuesen reservados a los estudios filosóficos y metafísicos, demasiado descuidados en las Logias simbólicas; jamás se debería olvidar el carácter iniciático de la Masonería, que no es ni puede serlo, quienquiera que lo haya dicho, ni un club político ni una asociación de socorros mutuos. Sin duda, duda no se puede comunicar lo que es inexpresable por esencia, y por ello los verdaderos arcanos se defienden por sí mismos contra toda indiscreción, pero se puede al menos dar las claves que permitirán a cada uno obtener la iniciación real por sus propios esfuerzos y su meditación personal, y se puede también, según la tradición y la práctica constantes de los Templos y de los Colegios iniciáticos de todos los tiempos y de todos los países, emplazar a aquel que aspira a la iniciación en las condiciones más favorables de realización, y proporcionarle la ayuda sin la cual sería casi imposible completar esta realización. No nos extenderemos más tiempo sobre este asunto, pensando haber dicho lo suficiente para hacer entrever lo que podrían ser los altos grados masónicos, si en lugar de querer suprimirlos pura y simplemente, se hiciera de ellos unos centros iniciáticos verdaderos, encargados de transmitir la ciencia esotérica y de conservar el depósito sagrado de la Tradición ortodoxa, una y universal.




    Publicado en La Gnose, mayo de 1910, firmado por Palingénius. Recopilado en René Guénon, Etudes sur la Franc-Maçonnerie II, a título documental.
    Capítulo VII: ACERCA DEL GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO



    Hacia el final de nuestro precedente estudio1, hemos hecho alusión a ciertos astrónomos contemporáneos a los que se les ocurre a veces salirse del dominio que les es propio, para darse a digresiones teñidas de una filosofía que no es ciertamente injusto señalar como totalmente sentimental, pues esencialmente poética en su expresión. Quien dice sentimentalismo dice siempre antropomorfismo, pues éste lo es de varios tipos; y aquel del que hablamos a este particular es el que se ha primero manifestado como una reacción contra la cosmogonía geocéntrica de las religiones reveladas y dogmáticas, para desembocar en las concepciones estrechamente sistemáticas de sabios que quieren limitar el Universo a la medida de su comprehensión actual2 por una parte, y, por otra parte, de las creencias por lo menos tan singulares y poco racionales (en razón misma de su carácter de creencias totalmente sentimentales) como las que pretenden reemplazar3. Sobre uno y otro de estos dos productos de la misma mentalidad, tendremos igualmente que volver a continuación; pero es bueno comprobar que se unen a veces, y apenas es necesario recordar, para dar un ejemplo, la famosa "religión positivista" que Auguste Comte instituyó hacia el fin de su vida. Que no se crea, por otro lado, que somos en absoluto hostiles a los positivistas; nosotros tenemos, al contrario, por ellos, cuando son estrictamente positivistas4, y a pesar de que su positivismo se queda forzosamente incompleto, muy diferente estima a la que sentimos por los filósofos doctrinarios modernos, ya se declaren monistas o dualistas, espiritualistas o materialistas.

    Pero volvamos a nuestros astrónomos; entre ellos, uno de los más conocidos del gran público (y por ese sólo motivo le citamos antes que a cualquier otro, aunque tuviese un valor científico muy superior) es, sin duda, Camille Flammarion, al que vemos, incluso en aquellas de sus obras que parecerían deber ser puramente astronómicas, decir cosas como éstas:

    ( ... Si los mundos murieran para siempre, si los soles una vez extinguidos no se encendieran ya más, es probable que no hubiera ya estrellas en el cielo.

    "¿y eso por qué?

    Porque la creación es tan antigua, que podemos considerarla como eterna en el pasado5. Desde la época de su formación, los innumerables soles del espacio han tenido largo tiempo para extinguirse. Con relación a la eternidad pasada (sic), no hay más que los nuevos soles que brillan. Los primeros están extinguidos. La idea de sucesión se impone, pues, por sí misma a nuestro espíritu6.

    "Cualquiera que sea la creencia íntima que cada uno de nosotros haya adquirido en su conciencia sobre la naturaleza del Universo, es imposible admitir la antigua teoría de una creación hecha de una vez por todas7. La idea de Dios ¿no es, por sí misma, sinónimo de la idea de Creador? Desde el momento que Dios existe, él crea; si no hubiera creado más que una vez, no habría ya soles en la inmensidad, ni planetas impulsando alrededor de ellos la luz, el calor, la electricidad y la vida8. Es preciso, con absoluta necesidad, que la creación sea perpetua9. Y, si Dios no existiera, la antigüedad, la eternidad del Universo se impondría con mayor fuerza aún10".

    El autor declara que la existencia de Dios "no es más que una cuestión de filosofía pura y no de ciencia positiva", lo que no le impide querer demostrar, en otro lugar11, si no científicamente, al menos con argumentos científicos, esta misma existencia de Dios, o más bien de un dios, deberíamos decir, y aún de un dios muy poco luminoso12, puesto que no es más que un aspecto del Demiurgo; Es el autor mismo quien lo declara, al afirmar que para él, "la idea de Dios es sinónimo de la de Creador", y, cuando habla de creación, se trata siempre solamente del mundo físico, es decir, del contenido del espacio que el astrónomo tiene posibilidad de explorar con su telescopio13. Por lo demás, hay sabios que se afirman ateos solamente porque les es imposible hacerse del Ser Supremo otra concepción que la citada, la cual repugna demasiado fuertemente a su razón (lo que testimonia al menos en favor de ésta); pero Flammarion no está entre éstos, puesto que, al contrario, no pierde ocasión de hacer una profesión de fe deísta. Aquí mismo, sobre todo tras el pasaje que hemos citado precedentemente, es conducido, por consideraciones tomadas de una filosofía totalmente atomista, a formular esta conclusión: "La vida es universal y eterna14". El pretende haber llegado a tal conclusión por la ciencia positiva solamente (¡por medio de muchas hipótesis!); pero es bastante singular que esta misma conclusión haya sido desde hace mucho tiempo afirmada y enseñada dogmáticamente por el Catolicismo, como surgiendo exclusivamente del dominio de la fe15. Si la ciencia y la fe debían reunirse tan exactamente, no valía la pena reprochar con tanta acrimonia a esta religión las molestias que Galileo tuvo antaño que sufrir de parte de sus representantes por haber enseñado la rotación de la Tierra y su revolución alrededor del Sol, opiniones contrarias a un geocentrismo que se quería entonces apoyar sobre la interpretación exotérica (y errónea) de la Biblia, pero de la cual, en nuestra época, los más ardientes defensores (pues aún los hay) ¿no se encuentran quizás más entre los fieles de las religiones reveladas?16

    Viendo a Flammarion mezclar así el sentimentalismo con la ciencia so pretexto de "espiritualismo", no podemos sorprendernos de que haya llegado bastante rápidamente a un "animismo" que, como el de un Crookes, de un Lombroso (al final de su vida) o de un Richet (otros tantos ejemplos del fracaso de la ciencia experimental de cara a la mentalidad formada desde hace largo tiempo en Occidente por la influencia de las religiones antropomórficas), no difiere apenas del espiritismo ordinario más que por la forma, para salvar las apariencias "científicas". Pero lo que podría sorprender más, si se pensara que la concepción de un Dios individual, más aún que "personal", no podría satisfacer todas las mentalidades, ni incluso todas las sentimentalidades, lo que, decimos nosotros, sorprendería quizá más, es reencontrar esta misma "filosofía científica" sobre la cual Flammarion edifica su neoespiritualismo, y expuesta en términos casi idénticos, bajo la pluma de otros sabios que de ella se sirven precisamente para justificar al contrario una concepción materialista del Universo. Bien entendido, no podemos dar más la razón a los unos que a los otros, pues el espiritualismo o el "vitalismo" o el "animismo" de los unos, son tan extraños a la pura metafísica, como el materialismo y el "mecanicismo" de los otros, y todos se hacen del Universo, concepciones igualmente limitadas, aunque de manera diferente17; todos toman por el infinito y la eternidad lo que no es en realidad más que la indefinidad espacial y la indefinidad temporal. "La creación se desarrolla en el infinito y en la eternidad", escribe en efecto Flammarion18, y sabemos en qué sentido restringido entiende él la creación; dejémosle con esta afirmación y vamos ahora, sin más tardar, a lo que es la causa del presente artículo.


    En "La Acacia" de marzo de 1911, ha aparecido un artículo del H.·. M.-I. Nergal sobre "La cuestión del Gran Arquitecto del Universo"; cuestión que había ya sido tratada precedentemente19 en la misma revista, por el llorado H.·.Ch.-M. Limousin y por el H.·. Oswald Wirth; nosotros hemos comentado algo al respecto hace más de un año20.

    Ahora bien, si hemos citado a Flammarion como simple ejemplo de la tendencia neoespiritualista de ciertos sabios contemporáneos, podemos tomar muy bien al H.·. Nergal como ejemplo de la tendencia materialista de ciertos otros. En efecto, se afirma claramente como tal, rechazando todas las otras denominaciones que (como la de "monista" especialmente) podrían dar lugar a algún equívoco; y se sabe que en realidad, los verdaderos materialistas son muy poco numerosos. Además les es muy difícil conservar siempre una actitud estrictamente lógica: mientras que creen ser espíritus rigurosamente científicos21, su concepción del Universo no es sino una visión filosófica como cualquier otra en la construcción de la cual entran buen número de elementos de orden sentimental; hay incluso entre ellos quienes van tan lejos en el sentido de la preponderancia permitida (al menos en la práctica) al sentimentalismo sobre la intelectualidad, que se pueden encontrar casos de verdadero misticismo materialista. ¿No es, en efecto, un concepto eminentemente místico y religioso el de una moral absoluta (o que se dice tal), que puede ejercer sobre la mentalidad de un materialista una influencia lo bastante poderosa como para hacerle confesar que, aunque no hubiera ningún motivo racional para ser materialista, él permanecería siéndolo aún, únicamente porque es "más bello" "hacer el bien" sin esperanza de alguna posible recompensa? Tal es, sin duda, una de esas "razones" que la razón ignora, pero creemos que el H.·. Nergal mismo concede una importancia demasiado grande a las consideraciones de orden moral para denegar todo valor a tal argumento22.

    Como quiera que sea, en el artículo al cual acabamos de hacer alusión, el H.·. Nergal define el Universo como "el conjunto de los mundos que gravitan a través de los infinitos (sic)"23; ¿no parecería estar oyendo a Flammarion? Es precisamente con una afirmación equivalente a ésta como hemos dejado antes a este último, y hacemos la observación primero para poner de manifiesto la similitud de ciertas concepciones entre hombres que, debido a sus tendencias individuales respectivas, deducen doctrinas filosóficas diametralmente opuestas.


    Hemos pensado que la cuestión del Gran Arquitecto del Universo, por otro lado estrechamente ligada a las consideraciones que preceden, era de aquellas sobre las cuales es bueno volver a veces, y, puesto que el H.·. Nergal desea que su artículo dé lugar a respuestas, expondremos aquí alguna de las reflexiones que nos ha sugerido, ello sin ninguna pretensión dogmática, bien entendido, pues la interpretación del simbolismo masónico no podría admitirla24.

    Hemos ya dicho que para nosotros, el Gran Arquitecto del Universo constituye únicamente un símbolo iniciático, que se debe tratar como todos los otros símbolos, y del cual se debe buscar antes que nada hacerse una idea racional25; es decir, que esta concepción nada puede tener en común con el Dios de las religiones antropomórficas, que es no solamente irracional, sino incluso antirracional26. Sin embargo, si pensamos que "cada uno puede dar a este símbolo la significación de su propia concepción filosófica" o metafísica, estamos lejos de asimilarlo a una idea tan vaga e insignificante como "El Incognoscible" de Herbert Spencer, o, en otros términos, a "lo que la ciencia no puede alcanzar"; y es bien cierto que, como dice con razón el H.·. Nergal, "si nadie contesta que existe lo desconocido27, nada absolutamente nos autoriza a pretender, como algunos lo hacen, que eso desconocido represente un espíritu, una voluntad". Sin duda, "lo desconocido retrocede" y puede retroceder indefinidamente; es pues limitado, lo que viene a significar que no constituye más que una fracción de la Universalidad; por lo tanto, tal concepción no podría ser la del Gran Arquitecto del Universo, que debe, para ser verdaderamente universal, implicar todas las posibilidades particulares contenidas en la unidad armónica del Ser Total28.

    El H.·. Nergal tiene razón aún cuando dice que frecuentemente "la fórmula del Gran Arquitecto no corresponde más que a un vacío absoluto, incluso entre los que son partidarios de ella", pero es poco verosímil que haya ocurrido lo mismo entre los que la han creado, pues ellos han debido querer inscribir en el frontón de su edificio iniciático otra cosa que una palabra vacía de sentido. Para adivinar su pensamiento, basta evidentemente preguntarse lo que significa esta palabra en sí misma, y, desde este punto de vista precisamente, nosotros la encontramos tanto mejor apropiada para el uso que de ella se hace cuanto que corresponde admirablemente al conjunto del simbolismo masónico, al que domina e ilumina todo entero, como la concepción ideal que preside la construcción del Templo Universal.

    El Gran Arquitecto, en efecto, no es el Demiurgo, es algo más, infinitamente más incluso, pues representa una concepción mucho más elevada: él traza el plano ideal29 que es realizado en acto, es decir, manifestado en su desarrollo indefinido (pero no infinito), por los seres individuales que son contenidos (como posibilidades particulares, elementos de esta manifestación al mismo tiempo que sus agentes) en su Ser Universal; y es la colectividad de esos seres individuales, considerada en su conjunto, la que en realidad, constituye el Demiurgo, el artesano o el obrero del Universo30. Esta concepción del Demiurgo, que es la que hemos expuesto precedentemente en otro estudio, corresponde en la Kábala, al "Adán Protoplastos"(primer formador)31 mientras que el Gran Arquitecto, es idéntico al "Adam Kadmon", es decir, al Hombre Universal32.

    Esto basta para marcar la profunda diferencia que existe entre el Gran Arquitecto de la Masonería, por una parte, y por otra, los dioses de las diversas religiones, que no son más que aspectos diversos del Demiurgo. Por otra parte, es erróneamente como, al Dios antropomorfo de los Cristianos exotéricos, el H.·. Nergal asimila Jehovah, es decir, el Hierograma del Gran Arquitecto del Universo mismo (cuya idea, a pesar de esta designación nominal, permanece mucho más indefinida de lo que el autor puede incluso suponer). Y Allâh, otro tetragrama cuya composición jeroglífica designa muy claramente al Principio de la Construcción Universal33; tales símbolos no son de ningún modo personificaciones, y lo son tanto menos cuanto que está prohibido representarlos por cualquier figura.


    Por otra parte, tras lo que acabamos de decir se ve que, en realidad, no se ha hecho más que querer reemplazar la fórmula antiguamente en uso, "A la Gloria del Gran Arquitecto del Universo" (o del Sublime Arquitecto de los Mundos en el Rito Egipcio), por otras fórmulas exactamente equivalentes, cuando se ha propuesto sustituirla por estas palabras: "A la Gloria de la Humanidad", debiendo ésta ser entonces comprendida en su totalidad, que constituye el Hombre Universal34, o incluso: "A la Gloria de la Francmasonería Universal", pues la Francmasonería en el sentido universal, se identifica con la Humanidad integral considerada en el cumplimiento (ideal) de la Gran Obra Constructiva35.

    Podríamos extendernos aún más largamente sobre el asunto, que es naturalmente susceptible de desarrollos indefinidos, pero para concluir prácticamente, diremos que el ateísmo en la Masonería no es y no puede ser más que una máscara, que en los países latinos y particularmente en Francia, ha tenido sin duda temporalmente su utilidad, se podría casi decir su necesidad, y ello por razones diversas que no tenemos que determinar aquí, pero que hoy se ha convertido sobre todo en peligroso y comprometedor para el prestigio y la influencia exterior de la Orden. Esto no quiere decir, sin embargo, que se deba por ello, imitando la tendencia pietista que domina aún la Masonería anglosajona, pedir a la institución una profesión de fe deísta, implicando la creencia en un Dios personal y más o menos antropomorfo. Lejos de nosotros semejante pensamiento; aún más, si semejante declaración viniera nunca a ser exigida en una Fraternidad iniciática cualquiera, seríamos seguramente el primero en rechazar suscribirla. Pero la fórmula simbólica de reconocimiento del G.·. A.·. del U.·. no comporta nada semejante; ella es suficiente, aun dejando a cada uno la perfecta libertad de sus convicciones personales (carácter que tiene en común con la fórmula islamita del Monoteísmo36, y, desde el punto de vista estrictamente masónico, no se puede razonablemente exigir nada más ni otra cosa que esta simple afirmación del Ser Universal, que corona tan armoniosamente el imponente edificio del simbolismo rituálico de la Orden.







    Texto publicado en "La Gnose", nº de julio-agosto de 1911, firmado por T. Palingenius. Retomado aquí como anexo documental

    P. (PALINGENIUS): RESEÑA DE John T. Lawrence Highways and By-ways of Freemasonry1.


    El autor de la serie de estudios reunidos bajo este título ha querido mostrar, como declara él mismo en el prefacio (y pensamos que lo ha logrado), que la literatura masónica puede encontrar temas dignos de interés fuera de los estudios puramente históricos y arqueológicos, que parecen constituir actualmente su preocupación casi exclusiva, al menos en Inglaterra. Así, él se ha propuesto tratar en este volumen diversas cuestiones que se plantean en cierto modo cotidianamente, sobre lo que pueden denominarse "los "injertos de la Masonería"; y afronta, en primer lugar, la del número de grados, de lo cual hemos ya otras veces hablado en la presente revista2.


    Según el "Libro de las Constituciones", no hay más que tres grados, incluido el Sacro Arco Real3 y esta es, en efecto, la única respuesta conforme a la más estricta ortodoxia4. Resulta de ello, en primer lugar, que la "Arch Masonry" no es de hecho real y originariamente distinta de la "Craft Masonry", sino que, (y sin ser para nada un grado especial) viene aquella a superponerse a la "Square Masonry" para constituir el complemento de la Maestría5. Otra consecuencia es que no se pueden considerar como esencialmente masónicos, y tampoco como formando parte efectiva de la Masonería, los diversos órdenes, ritos o sistemas de los altos grados; estos no son, en realidad, sino organizaciones "adjuntas", que se han venido añadiendo sucesivamente, en épocas más o menos lejanas, pero siempre relativamente recientes, sobre la primitiva Fraternidad de los "Antiguos Masones Libres y Aceptados"6, y que, frecuentemente, no tiene con esta última y entre ellas otro ligamen que el hecho de reclutar los propios miembros exclusivamente entre los poseedores de uno u otro grado masónico7. Tal es, en primer lugar, la "Mark Masonry", que se podría, en cierto sentido, considerar como una continuación del grado de compañero (Fellow Craft)8, y que, a su vez, sirve de base a la organización de los "Royal Arch Mariners"9; tales son también las múltiples órdenes de caballería, la mayor parte de las cuales no admiten como miembros más que "Royal Arch Masons", y entre las cuales se pueden citar principalmente las "Ordenes Unidas del Templo y de Malta" y la "Orden de la Cruz Roja de Roma y de Constantino"10.

    Entre los otros sistemas de altos grados practicados en Inglaterra (fuera del "Rito Escocés Antiguo y Aceptado") mencionaremos solamente la "Orden Real de Escocia" (comprendiendo los dos grados de H.R.D.M. y R.S.Y.C.S.11, el Rito de "Royal and Selectd Masters" (o "Criptic Masonry) y el de "Allied Masonic Degrees", sin hablar de la Orden de los "Secret Monitor"12, de la de los "Rosacrucianos"13, etc.


    No nos detendremos sobre los capítulos que no conciernen sino a puntos del todo peculiares a la Masonería inglesa; de interés mucho más general son aquellos en los cuales el autor (que, digámoslo de pasada, se muestra un poco severo frente al Gran Oriente de Francia14 considera diversos temas de orden simbólico y más propiamente especulativo y formula en particular consideraciones que pueden contribuir a dilucidar diversas cuestiones relativas a la leyenda de los grados simbólicos y a su valor desde el punto de vista de la realidad histórica. Desafortunadamente, la falta de espacio no nos permite otra cosa que traducir aquí los títulos de los principales de tales capítulos: El Rey Salomón, La Biblia y el Ritual15, Los Dos San Juan16, El Tetragrama17, La Piedra Cúbica18, La Escala de Jacob19, La Tierrra Sacra, La Rama de Acacia. Recomendamos la lectura de esta interesante obra a todos aquellos que se ocupan de estudios masónicos, y que posean un conocimiento suficiente de la lengua inglesa.



















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    1 En francés, la palabra "maçon" es sinónimo de "albañil" (N. del T.)


    2 Ver las consideraciones que hemos expuesto a tal respecto en El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, (Paidós, Barcelona, 1996), especialmente capítulos XXI y XXII.- Naturalmente, el cambio de que se trata no puede ser considerado como habiéndose producido simultáneamente en todos los pueblos, sino que hay siempre etapas correspondientes en el curso de la existencia de éstos.


    3 Bien entendido que oficios como el del carretero y el del ebanista deben ser encarados como no siendo más que particularizaciones o "especializaciones" ulteriores del oficio de carpintero, que, en su acepción más general, que es al tiempo la más antigua, comprende todo lo que concierne al trabajo de la madera.


    4 Si incluso, más tarde aún, esas vigas son reemplazadas en ciertos casos por "nervaduras" en piedra (y pensamos sobre todo aquí en las bóvedas góticas), ello tampoco cambia nada del simbolismo.- En inglés, la palabra beam significa a la vez "rayo" y "viga", y, como Ananda Coomaraswamy ha señalado en diversas ocasiones, ese doble sentido nada tiene sin duda de fortuito, desgraciadamente es intraducible en francés, donde, por contra, se habla corrientemente de las "rayas"(rais) o de los "rayos"(rayons) de una rueda, que desempeñan con relación al medio de ésta, la misma función que las vigas en cuestión con relación al "ojo" del domo.


    5 Es bastante curioso que en español, la palabra "madera", derivada directamente de "materia", sea empleada todavía para designar "le bois" ("la madera" en francés) e incluso más especialmente la de carpintería.


    6 Quizás no carezca de interés el anotar que, en el grado 22 de la Masonería escocesa, que representa, según la interpretación hermética, "la preparación de los materiales necesarios para la realización de la Gran Obra", estos materiales son figurados , no por las piedras como en los grados que constituyen la iniciación propiamente masónica, sino por la madera de construcción; podría pues verse en este grado, cualquiera que pueda ser de hecho su origen histórico, como una especie de "vestigio" de la iniciación de los carpinteros, tanto más cuanto que el hacha, que es su símbolo o atributo principal, es esencialmente un útil de carpintero.- Además hay que resaltar que el simbolismo del hacha es aquí muy diferente de aquel, mucho más enigmático, según el cual, en la Craft Masonry, está asociada a la "piedra cúbica en punta", y del que hemos dado la explicación en un precedente artículo ("Un jeroglífico del Polo", mayo de 1937). Conviene recordar también, por otro lado, la relación simbólica que el hacha tiene, de manera general, con el vajra (cf. Nuestros artículos sobre "Las piedras de rayo", en el nº de mayo de 1929, y sobre "Las armas simbólicas", en el nº de octubre de 1936). (Actualmente, están recopilados en Symboles de la Science Sacrée, trad. española: Símbolos de la Ciencia Sagrada, Paidós, Barcelona, 1996, N. del T).


    1 The Speculative Mason, octubre de 1947.


    2 Nos parece del todo punto inútil el hacer intervenir aquí la herencia de los Estuardo como lo quería Ragon; incluso si es cierto que algunos hayan hecho tal aplicación, ésta no podría ser en todo caso más que tardía y ocasional, y sería casi tan desviada como aquella según la cual Hiram habría sido, se dice también, considerado como figurando a Carlos I de Inglaterra.


    3 Es en los rituales adonhiramitas donde se encuentra, entre otras extravagancias, a la Shekina transformada en el "Stekenna", evidentemente por un error debido a la ignorancia de algún copista o "arreglista" de rituales manuscritos más antiguos; ello muestra suficientemente que tales documentos no pueden ser utilizados sin algunas precauciones.


    4 Estos poseían solamente el grado de Compañero en calidad de Masones "aceptados"; en cuanto a Anderson, con toda verosimilitud, debió haber recibido la iniciación especial de los Capellanes en una Lodge of Jakin. (cf. Aperçus sur l´Initiation, cap. XXIX, Editions Traditionnelles).


    5 Se podría quizás encontrar como un vestigio, a este respecto, en la designación del grado de "Intendente de los Edificios", 8º grado del Rito Escocés Antiguo y Aceptado.


    1 Un caso como el de Juana de Arco parece muy significativo a este respecto, a pesar de los múltiples enigmas de los que está rodeado.


    2 Aperçus sur l´Initiation, cap. XIV.


    3 Entiéndase bien que hablamos aquí de una Masonería donde las mujeres son admitidas al mismo título que los hombres, y no de la antigua "Masonería de adopción", que tenía solamente como fin el dar satisfacción a las mujeres que se lamentaban de estar excluidas de la Masonería, confiriéndoles un simulacro de iniciación que, si era totalmente ilusorio y no tenía ningún valor real, no tenía al menos ni las pretensiones ni los inconvenientes de la "Masonería mixta".


    4 Le Symbolisme de la Croix, cap. XIV.


    5 Ver especialmente "Encuadres y laberintos", en el número de octubre-noviembre de 1947: los dibujos de Durero y de Vinci de los que se trata podrían ser considerados, y lo han sido además por algunos, como representando modelos de bordado. (Véase Symboles de la Science Sacrée, cap. LXVI).


    6 Hemos visto mencionar en alguna parte que, en el siglo XVIII, una corporación femenina al menos, la de las alfileteras, habría sido afiliada así al Compañerazgo; lamentablemente, nuestros recuerdos no nos permiten aportar más precisiones al respecto.


    7 El peligro sería en suma hacer en el Compañerazgo, o a su lado, algo que no tendría más valor real que la "Masonería de adopción" de la que antes hablábamos; y aún los que instituyeron ésta sabían al menos a qué atenerse, mientras que, en nuestra hipótesis, los que quisieran instituir una iniciación "compañónica" femenina sin tener en cuenta ciertas condiciones necesarias serían como consecuencia de su incompetencia, los primeros en hacerse vanas ilusiones.


    1 El Rey del Mundo, cap. V.


    2 A este respecto, es interesante destacar que, de acuerdo con algunas de estas leyendas, de una de estas ramas se habría obtenido la madera utilizada para construir la Cruz.


    3 Es entonces completamente inútil investigar cuál hubiera podido ser la planta de donde provenía el soma. Independientemente de cualquier otra consideración, no podemos dejar de experimentar una cierta sensación de gratitud cada vez que un orientalista, tratando del soma, nos ahorra el "cliché" convencional de la asclepias acida.


    4 El Rey del Mundo, cap. VI.


    5 Podría señalarse al respecto que lo que es designado como "don de lenguas" (ver Apreciaciones sobre la Iniciación, cap. XXVII) se identifica con el conocimiento de la lengua primitiva entendida simbólicamente.

    6 Apenas hay necesidad de señalar cuán inverosímil sería este hecho si quisiéramos tomarlo al pie de la letra: ¿cómo un corto período de setenta años habría podido bastar para que nadie conservara memoria de los caracteres antiguos? Aunque, ciertamente, no es casual que ello sucediera en esa época de readaptaciones tradicionales que fue el siglo VI a.C.


    7 Es muy probable que los cambios verificados en los ideogramas chinos en más de una oportunidad deban también interpretarse del mismo modo.


    8 Esta transmisión es comparable exactamente a la de un mantra en la tradición hindú.


    9 El término diáspora o "dispersión" (en hebreo galûth) define muy bien el estado de un pueblo cuya tradición se ve privada de su centro normal.


    10 Sobre este punto, ver Apreciaciones sobre la Iniciación, cap. XXXIX.

    11 El Rey del Mundo, capítulos IV y V.


    12 Estas deformaciones han dado lugar también a dos palabras por así decir distintas: una "palabra sagrada” y una "palabra de paso" intercambiables según los diferentes ritos, pero que en realidad no son más que una sola.


    13 No se trata aquí de rastrear si las múltiples deformaciones de la palabra misma y de su significado hayan sido o no intencionadas, lo que sin duda sería difícil de establecer a falta de datos precisos sobre las circunstancias en que de hecho se produjeron. Lo que en todo caso es seguramente cierto es que éstas han acarreado el hecho de disimular completamente lo que puede considerarse el punto más esencial del grado de Maestro, al cual convirtieron así en un enigma aparentemente carente de solución.


    14 Con respecto al "primer Nombre de Dios" según ciertas tradiciones iniciáticas, ver La Gran Triada, cap. XXV.


    15 Señalemos de paso que en el grado de Maestro no sólo se habla de una "palabra sustitutiva" sino también de un "signo sustitutivo". Si la "palabra perdida" se identifica simbólicamente con el Tetragrama, ciertos indicios permiten suponer que correlativamente el "signo perdido" debería identificarse con la bendición de los Kohanim. Aquí tampoco debería verse la expresión literal de un hecho histórico, ya que en realidad este signo jamás se ha perdido; pero al menos uno podría legítimamente preguntarse si, desde el momento en que el Tetragrama ya no fue pronunciado, el signo en cuestión habría conservado todavía efectivamente todo su valor ritual.


    16 Dejamos naturalmente de lado los demasiado numerosos grados de ciertos "sistemas" que tienen un carácter más bien engañoso, y que reflejan solamente las concepciones particulares de sus autores.


    17 No se puede sin embargo decir estrictamente que formen parte integrante de ella, con la sola excepción del Royal Arch.


    18 Utilizamos aquí la palabra "recuerdos" (souvenirs en el original) para no tener que entrar en una discusión sobre la filiación más o menos directa de estos grados, lo que podría llevarnos demasiado lejos, en especial en lo que concierne a las organizaciones que se remontan a diversas formas de iniciación caballeresca.



    19 Al menos como una razón subsidiaria, hay que indicar el hecho de que los siete grados con los que contaba la antigua Masonería operativa están reducidos a tres. Al no conocer esos grados los fundadores de la Masonería especulativa, se originaron graves lagunas que, a pesar de ciertas "rectificaciones" posteriores, no han podido subsanarse por completo en el marco del actual sistema de tres grados simbólicos. No obstante, hay algunos "altos grados" que parecen ser tentativas por remediar esta falta, aunque no puede decirse que se haya logrado en su totalidad por carecer de la verdadera transmisión operativa indispensable para ello.


    20 El Maestro, al poseer “la plenitud de los derechos masónicos” tiene especialmente el de conocer todos los conocimientos incluidos en la forma iniciática a la cual pertenece; es lo que esxpresaba en otro tiempo bastante claramente la antigua concepción del “Maestro en todos los grados”, que parece completamente olvidada hoy.


    21 Nos remitimos a lo que ya indicamos sobre este tema en diversas ocasiones, especialmente en nuestro estudio sobre La piedra angular (números de abril y mayo de 1940). (Nota del Editor: Ver también el capítulo XLIII de Símbolos de la Ciencia Sagrada).


    22 Debe quedar claro que lo que estamos diciendo se refiere al Royal Arch del Rito inglés, que, a pesar de la similitud del título, tiene muy pocas relaciones con el grado denominado Royal Arch of Henoch, una de cuyas versiones se convirtió en el grado 13° del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, y en el cual la "palabra reencontrada" está representada por el Tetragrama mismo, grabado sobre una plancha dorada colocada en la "novena bóveda". La atribución de este depósito a Henoch constituye, por otro lado, en lo que concierne al Tetragrama hebreo, un evidente anacronismo, pero puede interpretarse como el indicio de una intención de remontarse hasta la tradición primordial, o, por lo menos, "antediluviana".


    23 Los Maestros son aquí los que poseen el séptimo y último grado operativo, al cual pertenecía primitivamente la leyenda de Hiram; y es por tal motivo que la leyenda era desconocida por los Compañeros "aceptados" que fundaron por propia iniciativa la Gran Logia de Inglaterra en 1717, y que naturalmente no podían trasmitir nada más que lo que ellos mismos habían recibido.


    24 La sílaba es realmente el elemento no descomponible de la palabra pronunciada. Por otra parte hay que señalar que la "palabra sustitutiva" misma, en sus diferentes formas, está compuesta siempre de tres sílabas que se enuncian por separado en su pronunciación ritual.


    25 No podemos extendernos aquí acerca de los diferentes aspectos del simbolismo de la llave, especialmente sobre su carácter axial (ver La Gran Triada, cap. VI), pero al menos podemos destacar que en los antiguos "catecismos" masónicos, la lengua está representada como la "llave del corazón". La relación entre el corazón y la lengua simboliza la existente entre "pensamiento" y "palabra", es decir, de acuerdo con el significado cabalístico de estos dos términos considerados principialmente, la relación existente entre el aspecto interior y el exterior del Verbo. Así se explica también que entre los antiguos egipcios (quienes usaban llaves de madera que tenían precisamente forma de lengua) la persicaria, cuyo fruto tiene la forma de un corazón y las hojas la de una lengua, tuviera un carácter sagrado (ver Plutarco, De Isis y Osiris, 68).


    26 A título de curiosidad, señalaremos que en la Masonería mixta o Co-Masonería se consideró oportuno considerar la escuadra del Venerable con lados iguales en longitud a fin de representar la igualdad del hombre y de la mujer, lo que no tiene la más mínima relación con su verdadero significado. Es un claro ejemplo de la incomprensión del simbolismo y de las innovaciones imaginativas que son su consecuencia inevitable.


    27 Ver La Gran Triada, págs. 110 y 146.


    1 El mismo signo ha sido muy usado en el siglo XV al menos en Francia, y especialmente en las marcas de impresores. Hemos recogido los siguientes ejemplos: Wolf (Georges), impresor-librero de París, 1489; Syber (Jean), impresor de Lyon, 1478; Remboldt (Bertholde), impresor de Paris, 1489.


    2 “Origine de monogramme des tapissiers” en el “Bulletin monumental”, 1922, págs. 433-435.

    3 En un artículo precedente, Deonna reconocía por su cuenta propia la existencia de una relación entre la “rodela” y el Monograma de Cristo (“Quelques reflexions sur le Symbolisme, en particulier dans l’art préhistorique”, en la Revue de l’Histoire des Religions, enero-abril 1924); por tanto, nos sorprende más verle negar a continuación la relación, sin embargo más visible, entre el Crismón y el "cuatro de cifra". (N. d. T.: El significado es también evidente en la iconografía de los discos de la tradición de los mapuches, donde la rueda y su cruz simbolizan el mundo) .


    4 Hay dos tipos de “rodela”, uno de seis radios (fig.4) y otro de ocho (fig. 5), y cada uno de los números tiene naturalmente su razón de ser y su significado. El Crismón corresponde al primer tipo; en cuanto al segundo es interesante notar la similitud sorprendente que tiene con el loto hindú de ocho pétalos.


    5 La forma misma de la “rodela” se encuentra de nuevo más claramente aún cuando el mismo emblema está trazado sobre el escudo que lleva la figura alegórica de Albión.


    6 Por más extraño que resulte, esta opinión ha debido ser admitido muy antiguamente, porque en las tapicerías del siglo XV de la Catedral de Reims, el estandarte de Clodoveo tiene tres sapos. Es muy posible además que primitivamente este sapo fuera en realidad una rana, antiguo símbolo de resurrección.


    7 A veces esta figura se la llama también “escudo de David” o también “escudo de Miguel”, esta última designación podría llevar a consideraciones muy interesantes.


    8 (N. del T. = “por quien fueron hechas todas las cosas”). En China seis trazos dispuestos de otra forma son también símbolo del Verbo; asimismo representan el término medio de la Gran Tríada, es decir el Mediador entre el Cielo y la Tierra, el que reúne en sí mismos las dos naturalezas, celeste y terrestre.


    9 A este propósito señalemos de paso un hecho curioso y muy poco conocido: la leyenda de Fausto, proveniente más o menos de la misma época, era parte constitutiva del ritual de iniciación de los impresores.


    10 La fig. 12 reproducida por Deonna incluye la siguiente mención: “Marca de Zacarias Palthenio, impresor, Francfurt, 1599”.


    11 Fig.13: “Marca de fecha 1540, Ginebra; atribuida a Jacques Bernard, primer pastor ‘reformado’ de Satigny”. Fig.14: “Marca del impresor Carolus Marellus, Paris, 1631”.


    12 Hemos visto igualmente el signo del “globo del Mundo” en numerosas marcas de comienzos del siglo XVI.


    13 Fig. 17: “Marca de tapicería del siglo XVI, Museo de Chartres”. Fig.18: “Marca de Maestro Samuel de Tournes, en vaso de peltre de Pierre Rayaume, Ginebra, 1609”.


    14 Fig. 19: "Marca de Jacques Eynard, mercader genovés, sobre un vitral del siglo XVII". Fig. 20: "Marca de Maestría, sobre un plato de estaño de Jacques Morel, Ginebra, 1719".


    15 Fig. 21: "Marca de Maestría sobre un plato de estaño de Pierre Royaume, Ginebra, 1-09".


    16 La figura 24, que es el mismo símbolo hermético, acompañado de iniciales, proviene de una losa funeraria de Ginebra (colecciones lapidarias, nº 573). La fig. 25, que es una modificación suya, es mencionada en estos términos por M. Deonna: "Clave de bóveda de una casa en Molard, Ginebra, demolida en 1889, marca de Jean de Villard, con la fecha 1576".



    17 Es de destacar que la mayor parte de las marcas que hemos reproducido, estando tomadas de la documentación de Deonna, son de procedencia ginebrina y han debido de pertenecer; pero no ha lugar quizás a sorprenderse demasiado, si se piensa además que el capellán de Cromwell, Thomas Goodwin, dedicó un libro a la devoción al Corazón de Jesús. Hay que felicitarse, pensamos, de ver a los protestantes mismos aportar así su testimonio a favor del culto del Sagrado Corazón.


    18 Sería particularmente interesante el investigar si el corazón se encuentra a veces en las marcas de maestros constructores y tallistas de piedra, surgidas en la catedral de San Pedro de Ginebra, entre las cuales se encuentran triángulos invertidos; algunas acompañadas por una cruz emplazada debajo o en el interior; no es por tanto improbable que el corazón haya también figurado entre los emblemas usados en esta corporación.


    1 Auguste Bonvous, La Religion de l'Art, en Le Voile d'Isis, número especial dedicado al "Compañerazgo", noviembre de 1925.


    2 La palabra Conditor contiene una alusión al simbolismo de la "piedra angular". –Al final del artículo se encuentra reproducida una curiosa figura de la Trinidad, en la cual el triángulo invertido juega un papel importante.


    3 Las tres iod inscritas en el Corazón de Cristo se encuentran dispuestas en el orden 2 y 1, de manera que correspondan a los tres vértices de un triángulo invertido. Podemos agregar que tal disposición aparece muy a menudo en los elementos del blasón; en particular, es el caso de las tres flores de lis en las insignias de los reyes de Francia.


    4 Estas asimilaciones se encuentran bastante directamente relacionadas con la cuestión de los "centros espirituales" que hemos tocado en nuestro estudio sobre el Santo Grial; nos explicaremos más completamente sobre este punto cuando abordemos el tema del simbolismo del corazón en las tradiciones hebraicas.


    5 El "Compañerazgo" prohibía sólo a zapateros y panaderos portar el compás.


    6 Es así que la escuadra y el compás figuran, por lo menos desde comienzos del siglo XVII, en las manos del Rebis hermético (véanse, por ejemplo, las Doce Llaves de la Alquimia, de Basilio Valentín).


    7 Mémoire au duc de Brunswick, 1782.


    8 Durante el siglo XVIII, la Masonería escocesa fue un intento de retorno a la tradición católica, representada por la dinastía de los Estuardo, en oposición a la Masonería inglesa, ya protestante y devota de la Casa de Orange.


    9 Posteriormente se produjo otra desviación en los países latinos, esta vez en sentido antirreligioso, pero más que nada conviene insistir sobre la "protestantización" de la Masonería anglosajona.


    10 Albert Bernet, Des Labyrinthes sur le sol des églises, en el número ya citado del Voile d'Isis. Sin embargo este artículo contiene una pequeña inexactitud al respecto: no es en Estrasburgo, sino en Colonia, que está fechada la carta masónica de abril de 1459.


    11 Señalemos también que existió, allá por el siglo XIV, o acaso en fecha más temprana, una Massenie del Santo Grial, por cuyo intermedio las fraternidades de constructores se encontraban vinculadas a sus inspiradores hermetistas, y en la cual Henri Martin (Histoire de France, I, III, pág. 398) vió con razón uno de los orígenes verdaderos de la Masonería.


    12 Podemos subrayar en esta ocasión que en aquel entonces no tuvimos la intención de escribir un estudio completo sobre Jano; para ello hubiera sido necesario llevar a cabo una relación de los simbolismos análogos que pueden encontrarse entre los diversos pueblos, en especial aquel de Ganêsha en la India, lo cual nos habría acarreado desarrollos muy extensos. La imagen de Jano que había servido como punto de partida para nuestra anotación ha sido reproducida de nuevo en el artículo de Charbonneau–Lassay aparecido en el mismo número de Regnabit (diciembre de 1925, pág. 15).


    13 Queremos rectificar una inexactitud que se ha deslizado en una nota de nuestro artículo consagrado a los signos corporativos (noviembre de 1925, pág. 395), y que unos amigos provenzales nos han señalado cortésmente. La estrella que figura en el escudo de Provenza no tiene ocho rayos sino solamente siete; ella se relaciona, entonces, con una serie de símbolos (las figuras del septenario) diferente de aquélla a la que nos hemos referido. Por otro lado, en Provenza existe también la estrella de Baux, que posee dieciséis rayos (dos veces ocho); y esta última tiene incluso una importancia simbólica muy particular, subrayada por el origen legendario que se le atribuye, puesto que los antiguos señores de Baux se decían descendientes del Rey–Mago Baltasar.


    1 "Seña, muestra, recuerdo, prueba de amistad”; técnicamente, signo de reconocimiento. (Nota del T.).

    2 Retomado por el autor en el capítulo XVII de Aperçus sur l´Initiation. (N.del Traductor)


    1 Él mismo fue secretario general de la “Asamblea General de Paris” en 1785, y en tal oportunidad fue encargado, en primer lugar a él solamente y luego junto con el H.: barón de Gleichen, de iniciar contactos con Cagliostro para sondear sus intenciones. Sin embargo es importante observar que partió precipitadamente no bien se le encargó de escribir cierta carta a la “Logia Madre del Rito Egipcio”, y se lo tuvo que reemplazar por el H.·. de Beyerlé (“Eques a Fascia” en la “Estricta Observancia”). Los documentos relativos a este asunto de Cagliostro en la “Asamblea General Masónica de Paris” fueron publicados por el H.·. Thory en sus Acta Latomorum, tomo II, pág.102-127.


    2 O “de la Alta Observancia”(?) según Thory (ídem, t omo I, pág.103).


    3 El H.: Ragon y varios otros autores masónicos, inclusive el H.: Limousin, se encargaron de propagar esta leyenda, así como aquella otra que atribuye a los Jesuitas la creación de la “Estricta Observancia”. El H.: de Ribeaucourt se refiere también a los “Superiores Incógnitos”, de “jesuítica memoria”. En efecto se ha pretendido que las iniciales S. I. (o S. J.) (N. d. T. “Superieures Inconnus” en francés) deberían interpretarse por “Societas Iesu”, y hasta se llegó a crear una especie de juego de palabras, probablemente a sabiendas, sobre “Clerici”, término que hubiera debido interpretarse más bien en el sentido de “sabios”, poseedores de ciertos conocimientos particulares, en lugar de aquel de “eclesiásticos”. Algunos llegaron hasta ver igualmente a los Jesuitas en el origen del “Gran Oriente de Francia”. En verdad parece tratarse de una verdadera obsesión.


    4 Se trata de los “Rosacrucianos” que publicaron hacia 1610 la Fama Fraternitatis, seguido por otros varios manifiestos, que Descartes buscó vanamente por toda Alemania. Muchas sociedades modernas con pretensiones iniciáticas, no se fundamentan más que sobre el estudio de las doctrinas y de las teorías contenidos en tales escritos. Sus adeptos (?) creen de esta manera vincularse “místicamente’ con quienes fueron sus autores. Las tendencias de éstos fueron muy claramente “protestantes” y “antipapistas”, hasta tal punto que Krauzer interpretó las tres letras F.R.C. (“Frater Rosaecrucis”) por “Frater Religionis Calvinistae”, “puesto que decoran sus obras con textos apreciados por los Reformistas” (citado por Sédir, Histoire des Rose-Croix, pág.65). Tal explicación puede ser, si no más exacta literalmente, al menos más adecuada que aquella otra que identifica a los “Superiores Incógnitos” con los Jesuitas, o que la opinión del H.·. Ragon que atribuye a los mismos Jesuitas la invención del grado masónico que lleva precisamente el nombre de “Rosacruz”.


    5 Queremos destacar este pasaje por ser particularmente importante por lo que concierne a la “adaptación” de la enseñanza iniciática a las capacidades, intelectuales u otras, de cada uno de aquellos que eran admitidos. Ciertos ocultistas contemporáneos, perseguidos siempre por la misma obsesión, sostiene que los verdaderos sucesores de los “Templarios” en esa época fueron los “Jesuitas”, que habrían retomado por su cuenta el plan de venganza contra la Realeza, y cuyos agentes más activos en tal empresa habrían sido Fénelon(!) y Ramsay (ver Papus, Martinésisme, Willermosisme, Martinisme et Franc-Maçonerie”, pág. 10-11). Bajo la influencia de semejantes ideas se llegó, contra toda verosimilitud, a convertir a los Jesuitas en los inspiradores y jefes secretos de las “Iluminados de Baviera”. Es cierto por otra parte que ni siquiera se vacila en presentar al barón von Hundt como “el creador de la Alta Masonería alemana” o “Iluminismo alemán” (ídem, pág. 67). ¡Singular manera de escribir la historia!


    6 Como este último a su vez se “superponía” como todos los demás “sistemas de altos grados” a la organización exterior de la “Masonería Simbólica”.


    7 N.del T.: “Caballero por la espada”.


    8 N.del T.: “Caballero de la pluma roja”.


    9 El misterioso Gran Maestre del que se trata y que no debe ser confundido con el “Superior General” oficial de las Logias de la Estricta Observancia es el duque Federico de Brunswick-Oels, “Eques a Leone Aureo” (N. del T: “Caballero del León de Oro”) ascendido a tal dignidad en 1772 en la Asamblea General de Kohlo, cerca de Pforten, en la Baja-Lausitz (Acta Latomorum, t. I, pág. 103 y t II, pág. 296). Tampoco se trata del “Gran Maestre de los Templarios” reconocido oficialmente por la Estricta Observancia después de la “Reforma de Wilhelmsbad”: este último personaje fue de 1743 a 1788 el pretendiente Carlos Eduardo Estuardo, “Eques a Sole Aureo”( N. del T. “Caballero del Sol Dorado”), quien tuvo como sucesor al duque Fernando de Brunswick, “Eques a Victoria”, de 1788 a 1792, después a partir de esa fecha el príncipe Charles de Hesse, “Eques a Leone Resurgente” (Ídem, t I, pág. 283, y t II págs. 295, 333 y 384).


    10 Thory (Obra citada, tomo II, págs. 136 y 328) escribió “Cyano” en lugar de “Cygno”, sin dudas se trató de un error. (N.del T.: “Caballero del Cisne Triumfante”)


    11 Citado en el artículo de Benjamin Fabre.


    12 Histoire pittoresque de la Franc-Maçonnerie, pág. 187.


    13 Sería tal vez un error tomar al pie de la letra esta designación de “Chipre”, ya que la Alta Masonería del siglo XVIII tenía toda una geografía convencional sobre la que volveremos oportunamente.


    14 El H.·. Clavel tomó casi textualmente este pasaje de las Acta Latomorum de Thory (tomo I, págs. 117-118, año 1775).


    15 Los judíos de África del Norte son “Sefardíes”, vale decir descendientes de Judíos españoles y portugueses, y pretenden poseer la “tradición” (Kábbala) mucho más pura que la de los “Ashkenazim” o judíos alemanes.


    16 Recordemos al respecto la existencia de los “productores de lluvia” en gran cantidad de pueblos, y particularmente entre los negros de África, donde son contados entre los miembros más influyentes de las diversas sociedades secretas.


    17 ”El barón de Waechter, embajador danés en Ratisbona, ardiente custodio del ‘Sistema de la Estricta Observancia’, en donde era conocido con el nombre de ‘Eques a Ceraso’” (Thory, ob. cit., t.II, pág. 392). Benjamin Fabre había consagrado otros artículos al personaje.


    18 La carta del príncipe Carolath data de 1781, el año previo a la reunión de la Asamblea General en Wilhelmsbad.


    19 Podríamos agregar que este ejemplo todavía se sigue, cuando cabe la ocasión, aún en nuestra época, por varias obediencias Masónicas.


    20 El mismo barón von Hundt no podía explicar su propia carta patente cifrada. Más tarde, los miembros del “Gran Oriente de Francia” tuvieron que renunciar a leer las dos columnas de signos convencionales que figuraban sobre el “título constitutivo” del “Rito Primitivo” (ver el Cap. V de la primera parte de la obra de Benjamín Fabre).Subrayamos lo que a este respecto dijo “Eques a Capite Galeato”: “... que tales columnas se encuentran ante una de nuestras Logias, visto que no llevan consigo por otra parte ningún certificado, ni indicio de su cualidad”(pág. 63).


    21 Ciertamente todo lo dicho parecerá fabuloso a ciertos antimasones, historiadores escrupulosamente fieles al “método positivista”, para quienes la existencia de los “Superiores Incógnitos” no es sino una “pretensión masónica concluyentemente falsa”. Pero tenemos nuestras razones para no subscribir tal juicio demasiado... definitivo, y tenemos plena conciencia de no proponer aquí nada que no sea rigurosamente exacto. Los que no quieran remitirse sino a documentos escritos, son dueños de defender todas sus “convicciones”... negativas!


    22 En esta fecha, después de hablar de Gugomos (quien recordemos había recibido por lo menos una parte de su iniciación en Italia) Thory agrega: “El barón de Waechter (“Eques a Ceraso”) era diputado en Italia por la antigua ‘Gran Logia Escocesa de la Franconia’. El motivo oculto de este viaje fue el de reunir a los masones italianos con los de Franconia; el motivo aparente fue buscar el secreto de la Orden, que se decía conocido en tales parajes. Instituyó algunos Capítulos”(obra citada, t.I, pág. 118).


    23 Citaremos sólo una frase de una segunda carta del príncipe de Carolath, que revela inclusive la inspiración judía de Gugomos: “En el Congreso de Wiesbaden, Kukumus pretendió realizar un sacrificio que sería consumido por el fuego del cielo en el ardor de su plegaria”. En un orden similar de ideas podrían hallarse curiosas enseñanzas estudiando a los “Elegidos Cohen”, tanto como en el rito “egipcio” de Cagliostro.


    24 Para finalizar con Gugomos anotemos todavía que, según “Eques a Capite Galeato” Gugomos exigía “pruebas” de todos sus discípulos: tales “pruebas” consistían principalmente ‘en grandes ayunos y en proporcionar solución a problemas muy sutiles’. Hay que recordar la aplicación de estos dos procedimientos iniciáticos, pues permite establecer analogías instructivas sobre las cuales tendremos ocasión de volver. Parecería que como dice el barón von Hundt “Kukumos mostró una patente extraordinaria”, lo cual como vimos anteriormente, nada prueba en favor o contra de la realidad de su “misión”, de igual modo que la negativa esgrimida por los HH.·. de los Altos Grados de reconocer a los “Superiores Incógnitos” y de comprometerse a someterse a ellos (sin conocerlos), no implica forzosamente la negación de su existencia, a pesar de lo que pudieran decir los historiadores “positivistas”.


    25 Ver pág. 84 de la obra de Benjamín Fabre.



    26 La Bastille”, numero del 13 de septiembre de 1913.


    27 Thory dice lo siguiente: “1768, 29 de octubre, Schroepfer se establece como cafetero y abre su café en Leipzig. En una Logia de la ciudad instituye su sistema, fundado en evocaciones y magia. A continuación fue perseguido y denunciado como impostor y estafador. Seis años más tarde (el 8 de octubre de 1774) se salta la tapa de los sesos en el ‘Rosenthal’, cerca de Leipzig, a la edad de 35 años”. (Ob. Citada, t.omo I, pág.94)


    28 “Carlos, duque de Courlande, miembro de la ‘Estricta Observancia’ con el nombre característico de "Eques a Coronis’” (ídem, t.II, pág.304)


    29 El hecho debió ocurrir entre 1768 y 1774. El mariscal de Saxe, muerto en 1750, también fue masón y obtuvo (al igual que el príncipe de Conti) numerosos votos para la Gran Maestría (de la Masonería Francesa) en la asamblea de elección del conde de Clermont en 1743 (ídem, tomo II, pág.378).



    30 Puede lograrse un juicio por medio de las cuestiones (“Proponenda”) sometidas a la Asamblea General de Paris, convocada en 1785 por los “Philatethes” (ver Thory, o.c., t.omo II, págs. 98-99). En nuestros días, ciertos ocultistas trataron de la mismas cuestiones de manera demasiado fantasiosa, que comprueba además que ellos también se encuentran “en el mismo punto”.


    31 Parece que lo mismo pudiera aplicarse a Kolmer, ya mencionado, e inclusive a Schroeder, maestro de los Rosacruces de Wetzlar, a veces confundido por error con Scroepfer, y que Thory describe simplemente con estas palabras: “Schroeder, apodado el Cagliostro de Alemania, introdujo en la Logia de Sarrebourg, en 1779, un nuevo sistema de magia, teosofía y alquimia”(O.c. tomo I, pág. 141, y t. II, pág. 379).


    32 La Bastille”, número del 20 de septiembre de 1913.


    33 Precisamente el año cuando apareció Schroeder o al menos su sistema. Tal vez no sea sino una coincidencia, aunque también es posible que hubiera una vinculación entre todos estos personajes, e incluso, sin ser conscientes de ello.


    34 O.c., tomo I, pág. 141.


    35 Uber den Zweck des Freymauser Ordens, 1781 (Thory, o.c., t.I, pág. 368)


    36 Thory cita además las siguientes obras: Saint-Nicaise, ou Lettres remarquables sur la Franc-Maçonnerie”, Leipzig, 1785-1786 (Ídem., pág. 373); Sur le catholicisme caché des Jesuites, et leurs machinations pour faire des prosélytes” (“Uber Kripto-Katholicismus etc.”), Frankfurt, 1787-1789 (ídem. Pág. 376).


    37 Der Stein des Antosses.. etc. (Thory o.c., t.I, págs 146 y 367).


    38 Ver el listado proporcionado por Thory (o.c., t.II, pág. 95)


    39 ”Thory (o.c., t.I, pág. 123) agrega que dicha medalla “tiene un retrato muy parecido del célebre masón”.


    40 Este H.: Meyer fue convocado a la Asamblea General de París en 1785, y Thory lo designa de este modo: “de Meyer, mayor ruso, de Estrasburgo” (o.c., tomo II, pág. 95). El mismo autor lo identifica, quizá erróneamente, con el escritor que tradujo del inglés al alemán una obra titulada La Francmasonería no es más que un camino al infierno (ídem, t. I, pág. 153, y t.II, pág. 354)


    41 Se trata evidentemente de los “Templarios”.


    42 “Ritual del Grado de Maestro”, pág. 34. Ragón cita a continuación las muy conocidas palabras del H.·. J.J. Casanova sobre “El secreto de la Masonería”, que no hacen sino confirmar tal declaración.


    1 Nº de octubre de 1913, páginas 3 725 a 3 737

    2 Nº del 5 de septiembre de 1913, páginas 3 071 y siguientes.

    3 Dr. Gibier, Le Spiritisme, páginas 136-137.

    4 Les enseignements secrets de Martines de Pasqually, p. 18


    5 Notice historique sur le Martinesisme et le Martinisme, páginas 35-36, en nota.

    6 Notice historique sur le Martinesisme et le Martinisme, página 17, en nota.

    1 "L´Initiation Maçonnique”, artículo publicado en L´Initiation, 4º año, nº 4, enero de 1891.


    2 V. Al respecto Le Livre de l´Apprenti, por el H.·. Oswald Wirth, págs, 24 a 29 de la nueva edición.


    1 Oswald Wirth, Le Livre de l´Apprenti, página 30 de la segunda edición.


    1 Ver "El Simbolismo de la Cruz", en "La Gnose", 2º año, nº6, p. 166.- He aquí el pasaje en cuestión: "Si nos es imposible admitir el punto de vista estrecho del geocentrismo, no aprobamos tampoco esta especie de lirismo científico, o que se dice tal, que parece agradar sobre todo a ciertos astrónomos, y en el que sin cesar se trata del "espacio infinito" y del "tiempo eterno", que son puras absurdidades; no hay que ver ahí, como lo mostraremos en otro lugar, más que otro aspecto de la tendencia al antropomorfismo".


    2 "El hombre es la medida de todas las cosas", ha dicho un filósofo griego; pero es bien evidente que esto debe entenderse en realidad, no del hombre individual contingente, sino del Hombre Universal.


    3 Citemos como ejemplo, para no salir de las concepciones directamente sugeridas por la astronomía, la extraña teoría de la migración del ser individual a través de los diversos sistemas planetarios; hay un error del todo análogo al de la reencarnación Ver a este respecto "La Gnose", 2º año, nº 3, p. 94: "Una limitación de la Posibilidad Universal es, en el sentido propio de la palabra, una imposibilidad; veremos por otro lado que esto excluye la teoría reencarnacionista; lo mismo que el "eterno retorno" de Nietzsche, y que la repetición simultánea en el espacio, y que la repetición simultánea en el espacio, de individuos supuestamente idénticos, como lo imagina Blanqui". Para la exposición de esta concepción, además de las obras de Flammarion, ver Figuier, El Amanecer de la Muerte o la Vida futura según la Ciencia.


    4 Pero, bien entendido, el positivista, si quiere ser siempre lógico consigo mismo, jamás puede tomar, de la manera que sea, una actitud negadora, dicho de otra forma, sistemática (pues quien dice negación dice limitación y recíprocamente).


    5 Es una singular concepción la de una sedicente eternidad temporal, que se compone de duraciones sucesivas, y que parece partirse en dos mitades, una pasada y otra futura; eso no es en realidad, más que la indefinidad de la duración, a la cual corresponde la inmortalidad humana. Tendremos ocasión de volver sobre esta idea de una seudo eternidad divisible, y sobre las consecuencias que han querido sacar de ella algunos filósofos contemporáneos.


    6 Es casi superfluo atraer la atención sobre la cantidad de puras hipótesis que son acumuladas en algunas pocas líneas.


    7 Uno se pregunta en nombre de qué principio es proclamada esta imposibilidad, desde el momento que se trata de una creencia (la palabra está ahí), es decir, algo que no surge sino de la conciencia individual.


    8 Resulta visiblemente de esta frase, que para el autor, Dios tiene un comienzo y está sometido al tiempo, así como al espacio.


    9 Pero perpetuo, que no implica más que la duración indefinida, no es sinónimo de eterno, y una antigüedad, por grande que sea, no tiene ninguna relación con la eternidad.


    10 Astronomía popular, p. 380 y 381.


    11 Dios en la naturaleza, o el Espiritualismo y el Materialismo ante la Ciencia moderna.


    12 Se sabe que la palabra "Dios" deriva del sánscrito "Deva" que significa "luminoso"; debe entenderse bien que se trata aquí de la Luz espiritual, y no de la luz física que no es más que su símbolo.


    13 En efecto, la ciencia moderna no admite, al menos en principio, más que lo susceptible de caer bajo el control de uno o varios de los cinco sentidos corporales; desde su punto de vista estrechamente especializado, todo el resto del Universo, es pura y simplemente considerado como inexistente.


    14 Astronomie populaire, p. 387.


    15 Volveremos sobre esta cuestión de la "vida eterna"; pero podemos señalar desde ahora que esta pretendida eternización de una existencia individual contingente no es más que la consecuencia de una confusión entre la eternidad y la inmortalidad. Por otra parte, esta ilusión es más fácilmente excusable, en cierta medida, que la de los espiritistas y otros psiquistas, que creen poder demostrar la inmortalidad "científicamente", es decir experimentalmente, mientras que la experiencia no podrá evidentemente probar jamás nada más que la supervivencia de algunos elementos de individualidad, tras la muerte del elemento corporal físico; conviene añadir, que desde el punto de vista de la ciencia positiva, incluso esta misma supervivencia de elementos "materiales" está aún muy lejos de encontrarse sólidamente establecida, a pesar de las pretensiones de las diversas escuelas neoespiritualistas.


    16 Hacemos especialmente alusión aquí a ciertos grupos de ocultistas, cuyas teorías son por otra parte demasiado poco serias para que se les dedique el menor desarrollo; esta simple indicación bastará ciertamente para poner a nuestros lectores en guardia contra elucubraciones de ese género.


    17 Habría curiosas observaciones que hacer sobre las diferentes limitaciones del Universo concebidas por los sabios y los filósofos modernos; esa es una cuestión que trataremos quizás algún día.


    18 Astronomie populaire, p. 211.


    19 En 1908.


    20 Ver el artículo (ahora capítulo) "La Ortodoxia Masónica".


    21 Si lo fueran realmente, se limitarían a ser únicamente positivistas, sin preocuparse más del materialismo que del espiritualismo, pues las afirmaciones (y también las negaciones) de uno y de otro sobrepasan el alcance de la experiencia sensible.


    22 En el artículo mismo del que aquí se trata, el H.·. Nergal habla del "ideal de belleza y de sentimiento que tienen en perspectiva las sinceridades de las fuertes y profundas convicciones fundadas sobre los métodos y disciplinas científicas", sinceridades que él opone a la "del espiritualismo de H.·. G... , fruto natural de su educación literaria.


    23 Se podría creer que hay aquí una universalización excesiva de la ley de la gravitación, si no se reflexionara que, para el autor como para Flammarion, no se trata nunca más que del Universo físico, dependiente del dominio de la astronomía, que no es más que uno de los elementos de la manifestación universal, y que no es de ningún modo infinito; aún menos abarca una pluralidad de infinitos, cuya coexistencia es por otra parte una pura y simple imposibilidad (ver "El Demiurgo", en "La Gnose", año 1º, nº1, p. 8).


    24 Ver el capítulo "La Ortodoxia Masónica" (cita del Ritual interpretativo para el Grado de Aprendiz).


    25 Idem


    26 Lo que decimos aquí del antropomorfismo puede aplicarse igualmente al sentimentalismo en general, y al misticismo, en todas sus formas.


    27 Ello, bien entendido, con relación a las individualidades humanas consideradas en su estado actual; pero "desconocido" no quiere necesariamente decir "incognoscible": nada es incognoscible cuando se consideran todas las cosas desde el punto de vista de la Universalidad.


    28 No hay que olvidar que, como hemos ya señalado en muchas ocasiones, la posibilidad material no es más que una de esas posibilidades particulares, y que existe una indefinidad de otras, siendo igualmente susceptible cada una de ellas de un desarrollo indefinido en su manifestación, es decir, pasando de la potencia al acto (ver particularmente "Le Symbolisme de la Croix", en "La Gnose", 2º año, nº2.


    29 "El Arquitecto es aquel que concibe el edificio, el que dirige su construcción", dice el H.·. Nergal mismo, y, sobre este punto aún, estamos perfectamente de acuerdo con él; pero, si se puede decir en ese sentido que él es verdaderamente el "autor de la obra", es evidente sin embargo que no lo es materialmente (o formalmente, de una manera más general) "el creador", pues el arquitecto que traza el plano no debe ser confundido con el obrero que lo ejecuta; esa es exactamente, desde otro punto de vista, la diferencia que existe entre la Masonería especulativa y la Masonería operativa.


    30 Ver "El Demiurgo", en "La Gnose", año 1º, nº 1 a 4.


    31 Y no "primer formado", como se ha dicho algunas veces equivocadamente, cometiendo así un manifiesto contrasentido en la traducción del término griego Protoplastes.


    32 Ver "El Demiurgo", en "La Gnose", año 1º, nº 2, pp. 25 a 27.


    33 En efecto, simbólicamente, las cuatro letras que forman en árabe el nombre de Allâh equivalen respectivamente a la regla, a la escuadra, al compás y al círculo, este último siendo reemplazado por el triángulo en la Masonería de simbolismo exclusivamente rectilíneo; (ver "La Universalidad en el Islam" en "La Gnose", año 2º, nº 4, p. 126).


    34 Ni que decir tiene que, de hecho, cada individuo se hará de la Humanidad integral una concepción que será más o menos limitada, según la extensión actual de su percepción intelectual (lo que podríamos denominar su "horizonte intelectual"); pero nosotros no tenemos que considerar la fórmula más que en su sentido verdadero y completo, desprendiéndola de todas las contingencias que determinan las concepciones individuales.


    35 Debemos destacar que el primer precepto del Código Masónico es exactamente formulado así: "Honra al G.·. A.·. del U.·. ", y no "Adora al G.·. A.·. del U.·. ", esto con el fin de descartar hasta la menor apariencia de idolatría. Esta última, no sería, en efecto, más que una apariencia, pues, como lo prueban además las consideraciones que exponemos aquí, la fórmula que implicara la adoración estaría suficientemente justificada por la doctrina de la "Identidad Suprema", que, considerada en este sentido, puede expresarse en una ecuación numérica (literal) bien conocida en la Kábala musulmana. Según el Corán mismo, Allâh ordenó a los ángeles adorar a Adán, y ellos lo adoraron; el orgulloso Iblis rechazó obedecer, y (es por lo que) quedó en el bando de los infieles (cap. 2º, vers. 32).- Otra cuestión conexa y que sería interesante, desde el doble punto de vista rituálico e histórico, para determinar la significación y el valor original del símbolo del G.·. A.·., se refiere a la investigación de si se debe regularmente decir: "A la Gloria del G.·. A.·. del U.·.", según el uso que había prevalecido en la Masonería francesa, o bien, según la fórmula inglesa: "En el Nombre del G.·. A.·. del U.·" (I.T.N.O.T.G.A.O.T.U.)


    36 No hay que confundir "teísmo" con "deísmo", pues el "Theos" griego comporta una significación mucho más universal que el Dios de las religiones exotéricas modernas; tendremos en adelante la ocasión de volver sobre este punto.


    1 Editor: A. Lewis, 13, Paternoster Row, London, E.C., e presso l'autore, St.Peter's Vicarage, Accrington. El mismo autor (ya director de "The Indian Masonic Review") ha publicado precedentemente otras diversas obras de tema masónico: Masonic Jurisprudence and Symbolism, Sidelights on Freemasonry, etc.


    2 "La Gnose et la Franc-Maçonnerie", año 1º, n° 5.


    3 El grado de "Holy Royal Arch Mason" tal como es practicado en los capítulos ingleses y americanos de la "Arch Masonry", no debe ser confundido con el grado 13° de la jerarquía escocesa, que porta igualmente el título de "Arco Real".


    4 Hay que surayar que los tres "grados" (degrees) de los que aquí se trata son exactamente los que hemos denominado en otra parte los "grados iniciáticos", distinguiéndolos de los "grados de iniciación" propiamente dichos, "cuya multiplicidad es necesariamente indefinida". (cf. "L'initiation Maçonnique", por el H. Oswald Wirth).


    5 Hay que entender por "Square Masonry" la Masonería de simbolismo puramente curvilíneo (que tiene el círculo como forma madre, como se ve particularmente en el trazado de la ojiva), no teniendo ya las figuraciones geométricas tomadas prestadas de la antigua Masonería operativa, naturalmente, más que el carácter de símbolos para la Masonería especulativa, como ya lo tenían para los antigüos Hermetistas (V. "La Hierarchie Operative et le Grade de Royale Arche", del H: Oswald Wirth, y también "Le livre de l'Apprenti", pp. 24 a 29). - En la antigua Masonería francesa, la expresión "pasar del triángulo al círculo" era empleada para caracterizar el paso de los "grados simbólicos" a los "grados de perfección", como se ve en particular en el Catecismo de los Elegidos Cohen (al respecto, véase "A propos du Grand Architecte de l'Univers", 2° año, n°8, p.215, nota 1 y, sobre la solución del problema hermético de la "cuadratura del círculo", "Remarques sur la production des Nombres", 1° año, n°8, p. 156).


    6 En la Masonería americana, "Grand Lodge of Ancient Free and Accepted Masons" es aún el título distintivo de todas las obediencias que se atienen rigurosamente a la práctica de los tres grados simbólicos, y que no reconocen oficialmente ningún otro; es cierto que el Rito Escocés, por su parte, se declara "Antigüo y Aceptado" y que hemos visto a otro sistema de grados múltiples, de origen todavía más reciente, proclamarse "Antigüo y Primitivo", o incluso "Primitivo y Originale", a despecho de toda evidencia histórica.


    7 Frecuentemente también, sus rituales no son otra cosa que desarrollos más o menos felices de los de la Masonería simbólica (v. "Les Hauts Grades Maçonniques", año 1°, n°7).


    8 La leyenda del "Mark Degree" (que se subdividía en "Mark Man" y "Mark Master") está fundada sobre esta palabra de la Escritura : "La piedra que los constructores desecaron ha devenido la "piedra angular" (Salmos 118, 22), citada en el Evangelio (Lucas, 20, 17). - Entre los emblemas característicos de este grado, la "clave de bóveda" (keystone) desempeña análogo papel al de la escuadra en la "Craft Masonry".


    9 La leyenda de este grado adjunto, poco importante en sí mismo, remite al Diluvio Bíblico, como lo indica por lo demás su denominación.


    10 La cruz, bajo una u otra de sus diversas formas, es el emblema principal de todas estas órddenes de caballería, cuyo ritual es esencialmente "cristiano y trinitario".


    11 Abreviaciones de Heredom (o Harodim, término cuya derivación es controvertida) y Rosy Cross.


    12 La leyenda sobre la que se apoya el ritual de esta orden (el cual parecería ser originario de Holanda) es la historia de la amistad de David y de Jonathán (I Samuel 20, 18 y sig.) - A la orden del "Secret Monitor" está superpuesta la del "Scarlet Cord", cuya leyenda se encuentra en el Libro de Josué (2, 18).


    13 Este, que comprende nueve grados, cuyo objeto es enteramente literario y arqueológico, nada tiene en común, a pesar del título, con el "Rosa-Cruz", grado 18° de la jerarquía escocesa.


    14 A este respecto, véase "La Ortodoxia Masónica", año 1º, n° 7 y nº 8 y "Concepciones científicas e ideal masónico", año 2º, n°10 - Pero no deseamos afrontar, al menos de momento, la cuestión tan discutida de los "Landmarks" de la Masonería.


    15 Nos permitimos una consideración a este respecto: para nosotros la Biblia no constituye en realidad más que una parte del "Volume of the Sacred Law", que en su iniversalidad, debe necesariamente comprender las Sagradas Escrituras de todos los pueblos.


    16 El punto de vista del autor, estrictamente evangélico, es totalmente diferente de aquel bajo el cual el H. Ragon ha tratado tal cuestión en "La Misa y sus Misterios", cap. XXI (véase "L'Archéomètre", año 1º, n°11, pp. 244 e 255).


    17 Parece haber, al inicio de este capítulo, algunas confusiones entre los nombres divinos "aleph-heh-yud-heh" (que siginifica "Yo soy") y "yud-heh-vov-heh", que son ambos de cuatro letras y que derivan igualmente de la raíz "heh-yud-heh", "ser".


    18 Hay que lamentar, opinamos, que el autor se haya limitado a la interpretación exclusivamente moral de este símbolo, así como de muchos otros. -"La piedra cúbica" es llamada en inglés "perfect ashlar", mientras que "rough ashlar" es la designación de la "piedra bruta."


    19 Sobre este símbolo véase "L'Archéomètre", año 2°, n°12. - El autor destaca, con razón, que la Escalera (de siete escalones, formados respectivamente por los metales que corresponden a los diversos planetas) figura igualmente en los Misterios de Mitra (8º grado): sobre estos últimos y su relación con la Masonería, véase "Discurso sobre el Origen de las Iniciaciones", del H.·. Jules Doinel (año 1º, nº 6).





























  • Capítulo VI: A PROPOSITO DE LOS SIGNOS CORPORATIVOS Y DE SU SENTIDO ORIGINAL

     

    Visto que el artículo que dedicamos a los antiguos signos corporativos (Regnabit, noviembre de 1925) parece haber despertado el interés de cierto número de lectores, volvemos nuevamente sobre este tema tan poco conocido, a fin de agregar algunas otras indicaciones que consideramos de utilidad, a juzgar por las cuestiones que nos han sido sometidas desde varios lados.


    AncreEn primer lugar, desde aquel entonces nos ha sido aportada una confirmación a lo que decíamos al final del artículo, a propósito de los signos de los albañiles y picapedreros y de los símbolos herméticos a los cuales aquellos parecen vincularse directamente. La información de que hablamos proviene de un artículo relativo al "Compañerazgo", que, por una extraña coincidencia, se publicaba precisamente al mismo tiempo que el nuestro. De allí tomamos este pasaje: "El Cristianismo, llegado a su apogeo, persiguió un estilo que resumiera su pensamiento, y a las cúpulas, al arco de medio punto, a las torres macizas, sustituyó las agujas esbeltas y la ojiva que, progresivamente, fueron difundiéndose. Fue entonces cuando el Papado fundó en Roma la Universidad de las Artes, hacia donde los monasterios de todos los países enviaron sus estudiantes y sus constructores laicos. De este modo, estas élites fundaron la Maestría universal, donde picapedreros, escultores, carpinteros y otros oficios del Arte recibieron aquella concepción constructiva que ellos llamaban la Gran Obra. La reunión de todos los Maestros de Obra extranjeros formó la asociación simbólica, la paleta rematada por la cruz; y de los brazos de la cruz colgaban la escuadra y el compás, los signos universales"1.


    Ancre La trulla rematada por la cruz viene a ser exactamente el símbolo hermético que habíamos reproducido en la figura 22 de nuestro artículo; y la trulla, a causa de su forma triangular, estaba considerada ahí como un emblema de la Trinidad: "Sanctissima Trinitas Conditor Mundi"2. Por lo demás, parece ser que el dogma trinitario ha sido puesto particularmente en evidencia por las antiguas corporaciones; y la mayor parte de los documentos que provienen de las mismas comienzan con la fórmula: "En el nombre de la Santísima e Indivisible Trinidad".


    AncreAncre Puesto que ya hemos indicado la identidad simbólica existente entre el triángulo invertido y el corazón, no resulta ocioso agregar que a este último puede igualmente atribuírsele un sentido trinitario. Encontramos la prueba de ello en una lámina dibujada y grabada por Callot para una tesis sostenida en 1625, y de la que ya trató el R. P. Anizan en esta misma Revista (diciembre de 1922). A la cabeza de la composición se halla figurado el Corazón de Cristo, conteniendo tres iod, la primera letra del nombre de Jehovah en hebreo; estas tres iod eran además consideradas como formando por sí solas un nombre divino, que resulta bastante natural interpretar como una expresión de la Trinidad3. "Hoy –escribía al respecto el R. P. Anizan– adoramos el 'Corazón de Jesús, Hijo del Padre Eterno'; el 'Corazón de Jesús unido sustancialmente al Verbo de Dios'; el Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen María'. ¿Cómo extrañarse de que en 1625 haya sido atestiguado el augusto contacto del Corazón de Jesús con la Santa Trinidad? En el siglo XII, algunos teólogos han visto a este Corazón como el 'Santo de los Santos' y como el 'Arca del Testamento'4. Esta verdad no podía perderse: su expresión misma logra la adhesión del espíritu. De hecho ella no se perdió. En un Diurnal aparecido en Amberes en 1616, leemos esta bella plegaria: 'Oh Corazón dulcísimo de Jesús, donde todo bien reside, órgano de la siempre adorable Trinidad, en vos me confío, en vos me refugio totalmente'. Ese 'Organo de la Santísima Trinidad' helo aquí, claramente representado: es el Corazón con las tres iod. Y este Corazón de Cristo, órgano de la Trinidad, nuestra lámina nos dice en una palabra que es el 'principio del orden': Praedestinatio Christi est ordinis origo".

    No faltará la oportunidad de volver sobre otros aspectos de este simbolismo, en especial por lo que concierne al significado místico de la letra iod; pero no hemos querido dejar de mencionar desde ahora estos paralelos tan significativos.

       

    Varias personas, que aprueban nuestra intención de restituir a los símbolos su sentido originario y que gentilmente han querido hacérnoslo saber, nos han manifestado al mismo tiempo el deseo de ver al Catolicismo reivindicar decididamente todos estos símbolos que le pertenecen de derecho, incluyendo aquéllos –como, por ejemplo, los triángulos– de los cuales se han apropiado organizaciones tales como la Masonería. La idea es muy justa y concuerda con cuanto pensamos; pero hay un punto sobre el cual puede existir, en la mente de algunos, un equívoco e incluso un verdadero error histórico, que será oportuno disipar.


    AncreAncre En verdad, no hay muchos símbolos que puedan decirse propia y exclusivamente "masónicos"; ya lo habíamos señalado a propósito de la acacia (diciembre de 1925, pág. 26). Inclusive los emblemas más específicamente "constructivos", como la escuadra y el compás, han sido, de hecho, comunes a un gran número de corporaciones, podríamos decir incluso a casi todas5, sin hablar de la utilización que ha sido hecha también en el simbolismo puramente hermético6. La Masonería se sirve de símbolos de un carácter bastante diverso, al menos aparentemente, pero no es, como parece creerse, que se haya apropiado de los mismos para desviarlos de su verdadero sentido; ella los ha recibido, como las otras corporaciones (ya que en sus orígenes fue una de éstas), en una época en la cual era muy distinta de lo que se ha vuelto hoy día, y ella los ha conservado, pero, desde hace ya mucho tiempo, no los comprende más.

    AncreAncreAncre "Todo indica, decía Joseph de Maistre, que la Francmasonería vulgar es una rama desprendida y quizás corrompida de un tronco antiguo y respetable"7. Y es precisamente así como debe ser considerada la cuestión: con demasiada frecuencia se comete el error de no pensar más que en la Masonería moderna, sin pensar siquiera que esta última es simplemente la resultante de una desviación. Los primeros responsables de esta desviación fueron, al parecer, los pastores protestantes Anderson y Desaguliers, que redactaron las Constituciones de la Gran Logia de Inglaterra, publicadas en 1723, y que hicieron desaparecer todos los antiguos documentos que cayeron en sus manos, para que nadie se percatara de las innovaciones que introducían, y también porque tales documentos contenían fórmulas que juzgaban muy incómodas, como la obligación de "fidelidad a Dios, a la Santa Iglesia y al Rey", señal indiscutible del origen católico de la Masonería8. Esta obra de deformación fue preparada por los protestantes aprovechando los quince años que habían transcurrido entre la muerte de Christopher Wren, último Gran Maestre de la Masonería antigua (1702) y la fundación de la nueva Gran Logia de Inglaterra (1717). Sin embargo, dejaron subsistir el simbolismo, sin percatarse de que el mismo, para quien supiera comprenderlo, atestiguaba en su contra tan elocuentemente como los textos escritos, que además no habían podido destruir en su totalidad. He aquí, muy brevemente resumido, cuanto deberían saber quienes desean combatir eficazmente las tendencias de la Masonería actual9.


    AncreAncre No nos corresponde examinar aquí en su conjunto la cuestión tan compleja y controvertida de la pluralidad de orígenes de la Masonería; nos limitamos a tomar en consideración lo que puede llamarse el aspecto corporativo, representado por la Masonería operativa, o sea las antiguas fraternidades de constructores. Al igual que las demás corporaciones, estas últimas poseían un simbolismo religioso, o si se prefiere, hermético–religioso, en relación con las concepciones de aquel esoterismo católico tan difundido en la Edad Media, cuyos vestigios se encuentran por doquier en los monumentos y hasta en la literatura de aquella época. A pesar de cuanto sostienen numerosos historiadores, la confluencia del hermetismo con la Masonería se remonta a mucho antes de la afiliación de Elías Ashmole a esta última (1646); por nuestra parte pensamos incluso que, durante el siglo XVII solamente se trató de reconstruir, bajo este aspecto, una tradición que en gran parte ya se había perdido. Algunos, que parecen estar bien informados de la historia de las corporaciones, llegan incluso a fijar con mucha precisión la fecha de esta pérdida de la antigua tradición, allá por el año 145910. Nos parece indiscutible que los dos aspectos operativo y especulativo han estado siempre reunidos en las corporaciones de la Edad Media, que utilizaban por lo demás ciertas expresiones muy claramente herméticas como aquella de "Gran Obra", con aplicaciones diversas pero siempre analógicamente correspondientes entre sí11.


    Ancre Por otra parte, si quisiéramos remontarnos verdaderamente a los orígenes, suponiendo que la cosa sea posible con las informaciones necesariamente fragmentarias de que se dispone en semejante materia, sería indudablemente necesario superar los confines de la Edad Media e incluso aquellos del Cristianismo. Esto nos lleva a completar en un cierto aspecto cuanto habíamos dicho sobre el simbolismo de Jano en un precedente artículo (diciembre 1925), puesto que dicho simbolismo se encuentra precisamente relacionado muy estrechamente con la cuestión que estamos tratando ahora12. En efecto, en la Roma antigua, los Collegia fabrorum tributaban un culto especial a Jano, en cuyo honor celebraban las dos fiestas solsticiales, correspondientes a la apertura de las dos mitades ascendente y descendente del ciclo zodiacal, es decir de aquellos puntos del año, que, en el simbolismo astronómico al cual ya nos hemos referido, representan las puertas de las dos vías celestial e infernal (Janua Coeli y Janua Inferni). Posteriormente, esta costumbre de las fiestas solsticiales continuó siendo practicada en las corporaciones de constructores; pero, con el Cristianismo, estas fiestas fueron identificadas con los dos San Juan, de invierno y de verano (de allí la expresión "Logia de San Juan" que se mantuvo hasta confluir en la misma Masonería moderna), lo cual constituye otro ejemplo de aquella adaptación de los símbolos precristianos que hemos señalado en repetidas ocasiones.


    De lo que acabamos de decir, extraeremos dos consecuencias que nos parecen dignas de interés. En primer lugar, entre los Romanos, Jano era –como ya dijimos– el dios de la iniciación a los Misterios; al mismo tiempo era también el dios de las corporaciones de artesanos; y esto no puede provenir de una coincidencia más o menos fortuita. Debía, necesariamente, existir una relación entre esas dos funciones referidas a la misma entidad simbólica; en otras palabras, era menester que las corporaciones en cuestión estuvieran ya en aquel entonces, así como lo estuvieron más tarde, en posesión de una tradición de carácter realmente "iniciático". Pensamos además que ello no constituye un caso especial y aislado y que constataciones del mismo tipo podrían efectuarse en otros muchos pueblos; quizás, precisamente esto podría llegar a conducir, con referencia al verdadero origen de las artes y los oficios, a concepciones ni siquiera sospechadas por los modernos, para quienes semejantes tradiciones se han vuelto letra muerta.


    AncreLa otra consecuencia es la siguiente: la conservación, entre los constructores de la Edad Media, de la tradición que se vinculaba antiguamente al simbolismo de Jano, explica entre otras cosas la importancia que tenía para ellos la representación del Zodíaco que vemos tan frecuentemente reproducido en el pórtico de las iglesias, generalmente dispuesto de manera tal de subrayar el carácter ascendente y descendente de sus dos mitades. Había incluso en ello, para nosotros, algo que resulta realmente fundamental en la concepción de los constructores de las catedrales, quienes se proponían plasmar en sus obras una especie de compendio sintético del Universo. Si no siempre aparece el Zodíaco, por el contrario hay varios otros símbolos que le son equivalentes, en un cierto sentido al menos, y que no dejan de evocar ideas análogas bajo el aspecto que estamos considerando (sin prejuicio de sus otros significados más particulares): las representaciones del Juicio Final forman parte de este caso al igual que ciertos árboles emblemáticos, como ya hemos explicado. Incluso, podríamos ir más lejos todavía y decir que esta concepción se halla de algún modo implícita en el mismo trazado de la planta de la catedral; pero si tan solo quisiéramos comenzar a justificar esta última aseveración, superaríamos ampliamente los límites de esta simple anotación13.



    Artículo publicado originalmente en Regnabit, número de febrero de 1926. Retomado en Etudes Traditionnelles, abril-mayo de 1951. Recopilado en este volumen y en Ecrits pour “Regnabit”.

    RESEÑAS DE LIBROS APARECIDAS DE 1945 A 1950



    1.- Pierre Lhermier. Le mystérieux Comte de Saint-Germain, Rose-Croix et diplomate. Editions Colbert, Paris). –Este libro, publicado tras la muerte de su autor, es un estudio histórico bastante superficial y que, a decir verdad, no aclara mucho el “misterio” de que se trata. El Sr. Lhermier expone primero las múltiples hipótesis emitidas respecto al conde de Saint-Germain; él no se pronuncia por ninguna, pero parece sin embargo inclinarse por admitir que podía pertenecer a la familia de los Estuardo, o al menos a su entorno. Una de las razones que aporta reposa, por otra parte, sobre una confusión bastante sorprendente: “Saint-Germain era Rosa-Cruz, escribe textualmente, es decir, que pertenecía a la Francmasonería de rito escocés, de tendencia católica y estuardista... “ ¿Hay que decir que la Masonería “jacobita” no era en absoluto el rito escocés y no comportaba ningún grado de Rosa-Cruz, y también, por otro lado, que este grado, a pesar de su título, nada tiene que ver con el Rosacrucismo del que Saint-Germain habría sido uno de los últimos representantes conocidos? La mayor parte del volumen está dedicada al relato entremezclado de anécdotas diversas de los viajes en el curso de los cuales el héroe habría cumplido, por cuenta de Luis XV, misiones secretas en relación con diversos asuntos políticos y financieros, en todo ello, hay también puntos dudosos, y no se trata, en todo caso, más que del lado más exterior de esta existencia enigmática. Señalemos que, según el autor, ciertos dichos extraordinarios, mantenidos por Saint Germain, especialmente respecto a la edad que se atribuía, deberían en realidad cargarse en la cuenta de un mistificador denominado Gauve, que se hacía pasar por él, parece, por instigación del duque de Choiseul, el cual quería desacreditar así a un hombre en quien veía un peligroso rival. Pasaremos de la identificación de Saint-Germain con algunos otros personajes misteriosos, así como sobre muchas otras cosas más o menos hipotéticas; pero debemos al menos remarcar que se le presta, a fe de algunos indicios más bien vagos, una especie de filosofía “panteísta” o “materialista” ¡que no tendría ciertamente nada de iniciático! En las últimas páginas, el autor vuelve sobre lo que llama “la secta de los Rosa-Cruz”, de manera que parece un poco contradictoria con la aserción que antes citábamos; como habla además según fuentes tales como la Sra. Besant y F. Wittemans, incluso Spencer Lewis, Imperator de la A.M.O.R.C., sin contar a cierto “Fr. Syntheticus, R. C., escritor ocultista cuya obra hace ley”(!), no hay que sorprenderse de las nociones prodigiosamente confusas, y que, incluso desde el punto de vista histórico al cual quiere atenerse, lo que dice apenas tiene relación con la verdad. Ello prueba todavía una vez más que cierto escepticismo no es siempre lo que mejor garantiza librarse del peligro de aceptar sin control las peores fantasías; algunos conocimientos tradicionales, aunque fuesen de orden elemental, serían sin duda mucho más eficaces a este respecto.


    2.- G. De Chateaurhin. Bibliographie du Martinisme. (Derain et Raclet, Lyon). –Esta bibliografía (cuyo autor nos parece que tiene un estrecho parentesco con el Sr. Gérard van Rijnberk, del cual examinamos en su tiempo la obra sobre Martines de Pasqually comprende bajo la denominación común de “Martinismo”, según el hábito establecido sobre todo por ocultistas contemporáneos con su ignorancia de la historia masónica del siglo XVIII, varias cosas totalmente diferentes en realidad: la Orden de los Elegidos Cohen de Martines de Pasqually, el régimen Escocés Rectificado con J.-B. Willermoz, el misticismo de L.-Cl. de Saint-Martin, y en fin el Martinismo propiamente dicho, es decir, la organización reciente fundada por Papus. Pensamos que habría sido preferible dividirla en secciones correspondientes a tan diferentes temas, más bien que en “obras dedicadas especialmente al Martinismo” y “obras en las cuales se trata del Martinismo incidentalmente”, la cual habría podido ser más bien una simple subdivisión de cada una de tales secciones; en cuanto a las “fuentes doctrinales” que aquí son mencionadas aparte, son únicamente los escritos de Martines de Pasqually y de L.-Cl. De Saint Martin, y, de hecho, no podía haber otros. Habría sido bueno también el marcar de alguna forma, sobre todo para las obras recientes, una distinción entre las que tienen un carácter, sea martinista, sea masónico, las que al contrario están escritas con un espíritu de hostilidad (sobre todo son obras antimasónicas), y las que se colocan en un punto de vista “neutro” y puramente histórico, el lector así habría podido orientarse mucho más fácilmente. La lista nos parece en suma bastante completa, bien que el Discurso de Iniciación de Stanislas de Guaita, que hubiese merecido un lugar, esté ausente; pero no vemos verdaderamente muy bien qué interés había en hacer figurar esta inverosímil mistificación que se llama El Diablo en el siglo XIX (sin mencionar además el folleto titulado El Diablo y el Ocultismo que Papus escribió en respuesta), tanto más cuanto que, por el contrario, se ha desdeñado citar el Lucifer desenmascarado de Jean Kostka (Jules Doinel). Donde el Martinismo es sin embargo tratado más directamente.


    3.- Dr. R. Swinburne Clymer. The Rosicrucian Fraternity in America. Vol. II (“The Rosicrucian Fondation”, Quakertown, Pennsylvania). –Hemos reseñado precedentemente (nº de abril de 1937) el primer volumen publicado bajo este título; en cuanto al segundo, que es verdaderamente enorme (¡más de mil páginas!) Las circunstancias no nos han permitido aún hablar de él hasta aquí. El principal adversario del Dr. Clymer, el Imperator de la A.M.O.R.C., ha muerto entre tanto, pero evidentemente ello no quita nada del interés que presenta esta obra desde un especial punto de vista, puesto que se trata de un caso típico de charlatanismo seudo iniciático, al cual vienen incluso a añadirse, como ya hemos explicado, influencias de un carácter todavía más sospechoso. Hay que reconocer, por lo demás, que, como otros ya han notado antes, el Dr. Clymer daña mucho su causa al emplear demasiado frecuentemente un lenguaje “argótico” e injurioso, del cual lo menos que puede decirse es que carece totalmente de dignidad; pero poco nos importa en el fondo, pues en absoluto estamos tentados de tomar partido en semejante querella. Como quiera que se pudiese pensar de lo bien fundado de sus pretensiones, su exposición es en todo caso muy “instructiva” en diversos aspectos: así, puede verse, entre otras cosas cómo un abogado puede entenderse con el de la parte adversaria para arreglar un asunto con la ignorancia de su cliente y en detrimento de los intereses de éste; y es desgraciadamente probable ¡que tales costumbres no sean particulares de América! Por otra parte, es verdaderamente difícil, repitámoslo aún a este propósito, comprender cómo organizaciones que se dicen iniciáticas pueden llevar así sus diferendos ante una jurisdicción profana; incluso si no lo son realmente, ello no cambia nada al respecto, pues, en buena lógica, deberían al menos comportarse como si lo fueran. Ocurre necesariamente una de estas dos cosas: o bien el juez es profano el mismo, y entonces es incompetente por definición, o bien es Masón, y, como cuestiones masónicas están tan mezcladas en todas estas historias, él debe, entre sus obligaciones de discreción iniciática y los deberes de su cargo público, encontrarse en una situación más bien falsa y singularmente apurada... Con relación a las cuestiones a las que aludimos, debemos destacar que el Dr. Clymer tiene sobre la regularidad masónica ideas de todo punto especiales: de dos organizaciones parecidamente irregulares, y además del mismo origen, él no tiene más que elogios para una, mientras que colma a la otra de injurias y denuncias; la razón de ello es muy simplemente que la primera se ha adherido a su propia “Federación” y la segunda a la “Federación” rival. Tales motivos sobre todo mezquinos no quitan, a decir verdad, para que la documentación concerniente a esta última, denominada F.U.D.O.S.I., es decir, Federatio Universalis Dirigens Ordines Societatesque Initiationis (¡qué latín!), sea, siempre desde el mismo punto de vista, una de las cosas más interesantes entre todas las que contiene el libro; ¡cuán edificantes son las actuaciones de esos medios supuestamente “fraternales”! Hemos reencontrado ahí viejos conocidos, entre los cuales algunos supervivientes del antiguo movimiento ocultista francés, que parece no querer decidirse a desaparecer del todo.. Naturalmente, es cuestión de nuevo de Theodor Reuss, aliasFrater Peregrinus”, de Aleister Crowley y de su O.T.O, sin hablar de muchos otros personajes (reales e imaginarios) y de otras agrupaciones de un carácter no menos extraño; todo ello, que no podría resumirse, constituye una importante recopilación de documentos que debería consultar cualquiera que se proponga escribir algún día con detalle la fantástica historia de las seudo iniciaciones modernas


    4.- Albert Lantoine. Les Sociétés secrèts actuelles en Europe et en Amerique. (Presses Universitaires de France, Paris). Este pequeño volumen, que estaba presto para aparecer en Francia en 1940, pero cuya salida se ha retardado cinco años por los acontecimientos, forma parte de una colección que está evidentemente destinada al “gran público”, lo que explica su carácter un poco superficial. Se encuentra sin embargo una muy loable distinción entre “sociedades secretas iniciáticas” y “sociedades secretas políticas”, de donde su división en dos partes “que nada tienen en común entre ellas salvo la similitud de sus etiquetas”. En cuanto a decir que las primeras se distinguen de las otras en que “la solidaridad no es en ellas de orden sentimental, sino de orden espiritual”, ello es sin duda justo, pero insuficiente, tanto más cuanto que lo “espiritual” parece no ser concebido aquí más que como un simple asunto de “pensamiento”, lo que está muy lejos del verdadero punto de vista iniciático; en todo caso, la cuestión es mucho más compleja de hecho, y nos permitimos remitir a lo que hemos dicho en nuestro Apreciaciones sobre la Iniciación (cap. XII). Por otro lado, nos es absolutamente imposible compartir ciertos puntos de vista sobre una pretendida oposición entre la religión y todo lo que tiene un carácter secreto en general e iniciático en particular; una distinción clara entre el exoterismo y el esoterismo basta para poner cada cosa en su sitio y hacer desaparecer toda oposición, pues la verdad es que se trata de dos dominios enteramente diferentes. –La primera parte comienza con un corto capítulo sobre las “pequeñas sociedades iniciáticas”, cuya ausencia no habría hecho perder nada a la obra, pues los pocos datos que contiene están tomados de fuentes muy profanas, y, además, aparece ahí una frase más bien desgraciada, que parece admitir las pretensiones de las organizaciones seudo iniciáticas de todo género: ciertamente ¡no es por el hecho de que un grupo practique un simulacro o una parodia de iniciación por lo que tiene el derecho de decirse iniciático! Añadamos seguidamente que el capítulo sobre el Compagnonnage, bien que no incluyendo nada inexacto, es también lamentablemente insuficiente; ¿se lo considera como “cosa del pasado”, luego “inactual” y por eso no se ha juzgado oportuno concederle más lugar en este libro? Lo que hay de más interesante y mejor hecho, es ciertamente el resumen de la historia de la Masonería en Europa y más particularmente en Francia, y esto se comprende sin dificultad, puesto que se trata en cierto modo de la “especialidad” del autor; pero lo que concierne a los orígenes está terriblemente simplificado; ¿y por qué siempre esta especie de temor a remontarse más alla´de 1717? En cuanto a la Masonería americana, es evidente que el autor sólo tiene un conocimiento bastante incompleto; para los altos grados especialmente, parece ignorar todo lo que no es el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, que sin embargo está muy lejos de ser el más extendido en los países anglo-sajones... Se encontrará también en este libro, para América, algunas indicaciones históricas sobre los Old Fellows y los Knights of Pythias, así como sobre ciertas asociaciones de negros cuyo carácter es bastante mal definido: aquí aún, reencontramos la molesta tendencia a creer que basta que la admisión de los miembros se acompaña de “ceremonias” para que sea permisible hablar de iniciación. –La segunda parte, dedicada a las “sociedades secretas políticas”, pasa revista, para Europa, a las sociedades irlandesas, los Comitadjis de Macedonia, los Ustachis de Croacia; para América, los “Caballeros de Colón”, la Orden de los Hiberniens, el Ku-klux-Klan (del que por lo demás se dice muy poca cosa), las sociedades judías y algunas otras organizaciones de menor importancia. –La conclusión tiene un tono “despegado” e incluso un poco escéptico, que es más bien decepcionante; pero, a fin de cuentas, quizás es casi inevitable que sea así entre aquellos que, en el estado actual de las organizaciones iniciáticas occidentales, no han logrado descubrir lo que es verdaderamente la iniciación.


    5.- John Charpentier. L´Ordre des Templiers. (“La Colombe”, Paris). El autor de este libro ha publicado recientemente algunas novelas en las cuales hace jugar a los Templarios, o a sus continuadores reales o supuestos, un papel que parece testimoniar ideas sobre todo singulares aeste respecto; también nos temíamos reencontrar aquí fantasías del mismo género, pero felizmente no hay nada de eso: se trata esta vez de un estudio histórico hecho seriamente, lo que ciertamente vale mucho más. Lo que hay que lamentar solamente, tanto más cuanto que se trata del lado más interesante de la cuestión, es que resulta casi imposible comprender cuál es el pensamiento exacto del autor en lo que concierne al esoterismo de los Templarios: en el origen, no abría habido entre ellos “ningún esoterismo” (pero la caballería misma, en general, ¿no tenía sin embargo cierto carácter iniciático? Se habría introducido el esoterismo más tarde ¿pero, de dónde habría venido? Del Oriente sin duda; sin embargo, de sus relaciones con los Ismaelitas, no habrían recogido apenas sino la idea de cierta jerarquía de grados (que, por lo demás, parece aquí confundirse con las funciones) y la de un “universalismo pacifista” (sic) que es quizás, la concepción del Imperio tal como Dante la expuso. Discutiendo la cuestión de la pretendida “herejía” de los Templarios, J. Charpentier utiliza ampliamente los artículos de Probst Biraben y Maitrot de la Motte-Capron: como ya hemos examinado estos con detalle (nº de octubre-noviembre de 1945), no volveremos sobre ello. Él no cree que hayan sido realmente heréticos, pero admite que hayan podido ser “gnósticos”; remarca además muy justamente, a este propósito, que “bajo esta etiqueta se encuentran reunidas muchas nociones heteróclitas, sin relación unas con otras, y a veces incluso inconciliables” y que además, “no se posee apenas sobre el gnosticismo otras informaciones que las proporcionadas por sus adversarios”. Pero he aquí ahora que las cosas se complican extrañamente: por una parte, es al gnosticismo valentiniano al que “los Templarios se vinculan lejanamente”; por ora parte, “para hablar del gnosticismo de los Templarios, haría falta que hubiese existido una gnosis activa en la época en la cual vivieron”, lo que no ocurría. Por añadidura, no debía tratarse de una doctrina, pues “no se ha recogido ningún testimonio probatorio”, y los Templarios, “no se han hecho propagandistas (?) más que de ideas sociales y políticas fundadas sobre la solidaridad”. Sin embargo, habría habido entre ellos una transmisión oral (pero de que alcance?) Finalmente, se encuentra que poseían un esoterismo de origen pitagórico, sin que se pueda adivinar de dónde y cómo lo han recibido; ¡es verdaderamente difícil el orientarse en todo eso! No comprendemos muy bien tampoco cómo se puede pensar que el “Joanismo” procede, no de San Juan Evangelista, sino de San Juan Bautista; pero, por lo referente al Pitagorismo, señalaremos que es quizás en las relaciones de los Templarios con las corporaciones de constructores (que no son mencionadas aquí más que incidentalmente) donde se podría encontrar la clave del enigma... en un último capítulo se trata de la Masonería “templaria”, que es “liquidada” de manera verdaderamente muy sumaria (y notemos de pasada el curioso lapsus que le ha hecho escribir “Magnus Grecus” en lugar de “Naymus Grecus”), después de los neotemplarios de Fabré-Palaprat; y aquí hemos sentido viva sorpresa viéndonos nombrado entre los que “han acreditado la tesis según la cual ¡Larménius habría sido el legítimo sucesor de Molay! Ahora bien, en tanto que podamos recordar, jamás hemos escrito en ninguna parte una sola palabra sobre la cuestión; y, en todo caso, estaríamos tanto menos tentado a sostener esta tesis, cuanto que no estamos del todo seguros de que dicho Larmenius haya existido realmente pues tenemos por extremadamente sospechoso todo lo relacionado con él y comprendido el “alfabeto secreto”, proveniente de una fuente neotemplaria; esperamos que se tendrá a bien, en su momento, tener en cuenta esta rectificación.


    6.- Jean Mallinger, Pythagore et les Mystères. (Editions Niclaus, Paris).

    -Cuando se sabe que el autor de este libro fue uno de los promotores de la F.U.D.O.S.I., de la cual hemos tenido que hablar recientemente (nº de mayo de 1946), algunas cosas, que de otro modo podrían parecer demasiado enigmáticas, se aclaran con una luz particular. Así, se explica sin dificultad la dedicatoria a la memoria del jefe de los “Pitagóricos de Bélgica”; éstos, en efecto, están constituidos en una “Orden de Hermes Trismegisto” (denominación que nada tiene de específicamente pitagórica), la cual fue una de las primeras en adherirse a la susodicha F. U. D. O. S. I. Así también, lo que se llama normalmente “estado primordial” es denominado “estado antiguo y primitivo”; ahora bien, ésa no es una simple extravagancia del lenguaje, como podría creerlo un lector no advertido, sino una manera discreta de hacer alusión al título de una organización masónica irregular de la cual M. Mallinger es uno de los dignatarios, y, si hubiese pertenecido a tal otra organización del mismo género, sin duda ¡hubiese dicho igualmente “estado primitivo y original! Una curiosa salida contra el “mandil de piel”, que por lo demás no se apoya más que sobre una confusión entre dos cosas totalmente diferentes desde el punto de vista simbólico, parece no deberse en realidad más que a un deseo de singularizarse frente a la Masonería regular... En cuanto al fondo mismo de la obra, la parte propiamente histórica, es decir, la biografía de Pitágoras, hecha según las “fuentes” conocidas, no aporta en suma nada nuevo; quizá los hechos son presentados a veces de manera un poco "tendenciosa”, por ejemplo cuando se atribuye a Pitágoras un deseo muy moderno de “propaganda”, o cuando se describe la organización de su Orden de una manera que hace pensar que el punto de vista “social” era como el resultado de todo el resto. En la segunda parte, se trata primero de las diferentes especies de misterios que había, en Grecia y en otras partes, en tiempos de Pitágoras; ahí también, se siente que la exposición está influida en cierta medida por la idea que el autor se hace de la iniciación, idea que está fuertemente teñida de “humanitarismo” y en la cual los “poderes” desempeñan también un importante papel. De la manera que habla de un “retorno a Pitágoras”, es muy de temer, a pesar de lo que dice en otra parte de la “cadena apostólica” (sic) y de la necesidad de un “rito inmutable y tradicional”, que no sea aún de los que creen que una transmisión continua y sin interrupción no es indispensable para la validez de la iniciación; y, cuando habla de la “permanencia de la Orden” y de “sus pulsaciones aún sensibles hoy” está permitido preguntarse cómo lo entiende exactamente, sobre todo cuando se ha visto a tantos ocultista ¡imaginarse que una “cadena” iniciática puede perpetuarse simplemente “en astral”!



    7.- Paul Chacornac, Le Comte de Saint-Germain, (Chacornac Frères, Paris) (traducción española, El Conde de Saint-Germain, Sirio, Málaga) .

    –Este nuevo libro de nuestro director representa el resultado de largas y pacientes investigaciones proseguidas durante muchos años; sorprende ver qué prodigiosa cantidad de obras y de documentos de todo tipo ha sido preciso consultar para llegar a controlr cuidadosamente cada informació, no sería posible excederse en rendir homenaje a la escrupulosa probidad de tal trabajo. Si no todos los puntos son aclarados enteramente, lo que era sin duda imposible, hay al menos un buen número que sí lo son, y de una manera que parece bien definitiva. Para ello, ha hecho falta ante todo disipar las confusiones que se han cometido con otros diversos personajes, especialmente con el lugarteniente-general Claude-Louis de Saint-Germain; ésa es una de las más frecuentes, pero, a pesar de la similitud de nombre y de título por la cual se explica, no es la menos sorprendente, pues se trata de un hombre que ha jugado un papel perfectamente conocido y en el cual nada hay de oscuro ni de misterioso. Está también el príncipe Rakoczi, del cual algunos en nuestra época han sacado un gran partido, pero cuya pretendida historia no es más que un tejido de inverosimilitudes; lo más probable es que éste nombre hay servido simplemente, en ciertas circunstancias, para disimular el verdadero origen del conde de Saint-Germain. Hasy todavía cierto número de otros personajes reales o supuestos, y de los cuales una parte no deben semejante existencia más que a las fantasías imaginativas a las cuales han dado lugar los nombres tomados por el conde de Saint-Germain mismo en diversas épocas y en diferentes países. El terreno estando así desbrozado, se hace mucho más fácil seguir al héroe desde su primera aparición conocida en Londres en 1745 hasta su muerte “oficial” en casa del Príncipe de Hesse en 1784; y, cuando se ha hecho justicia a las historietas de Casanova y de otros “memorialistas” tan poco dignos de fe, a las mistificaciones del ilusionista Gauve y a algunas otras historias aún que se imputaron falsamente al conde de Saint-Germain, como la función que algunos le han atribuido en la revolución rusa de 1762, lo que además no tiene apenas que ver con el “aventurero” y “charlatán” que tantas gentes han pintado, se ve en realidad a un hombre dotado de talentos notables e diversos aspectos, poseyendo sobre muchas cosas conocimientos poco comunes, sea cual fuere la fuente de donde las ha sacado, y que, si tuvo amigos y admiradores por todas partes por donde pasó, tuvo también, como ocurre muy frecuentemente, en semejante caso, enemigos encarnizados en hacer fracasar sus empresas, ya se trate de su misión diplomática en Holanda o de la industria que quiso más tarde montar en Flandes con el nombre de M. De Surmont... Pero, al lado de esta vida propiamente “histórica”, o a continuación de ella, hay también la “leyenda” que no ha cesado de desarrollarse hasta nuestros días, sobre todo en lo que concierne a la “supervivencia” del conde de Saint-Germain y las manifestaciones que se le han atribuido tras la fecha de lo que, por esta razón precisamente, hemos llamado antes su muerte “oficial”. Hay sin duda ahí muchas extravagancias, de las cuales las menores no son las que los teosofistas, tomando por su cuenta la identificación con el príncipe Rakoczi, han expandido respecto a su “Maestro R.”; pero hay también otras cosas que parece más difícil rechazar pura y simplemente, y de las cuales, incluso si han sido deformadas o malintepretadas, se puede preguntar si no encierran al menos cierta parte de verdad. Subsiste pues un enigma, e incluso, a decir verdad, hay todavía otro, el de orden puramente histórico, pues, hasta aquí, el misterio del nacimiento del conde de Saint.Germain no ha sido aclarado; sobre este último punto, el autor considera una solución que no presenta más que como hipótesis, pero que es en todo caso muy verosímil por todo un conjunto de relaciones bastante chocantes. Según esta hipótesis, el conde de Saint-Germain habría sido el hijo natural de María-Ana de Neuburgo, viuda del rey Carlos II de España, y del conde de Melgar, almirante de Castilla, al que su inmensa fortuna había dado el sobrenombre de “el banquero de Madrid”, lo que ha podido dar lugar a la confusión que ha hecho pretender a algunos que era el hijo de un banquero judío. Si esta suposición es exacta, muchas cosas se explicarín sin dificultad, especialmete los recursos considerables de los que disponía manifiestamente el conde de Saint-Germain, las pedrerías y los cuadros de maestros de los que era possedor, y también, lo que es aún más importante, la confianza que le testimoniaron los soberanos que, de Luis XV al príncipe de Hesse, debieron tener conocimiento de este origen por el cual les estaba emparentado, pero que, constituyendo en cierto modo un “secreto de Estado”, debía ser cuidadosamente disimulado a cualquier otro que ellos. En cuanto al otro enigma, el de la “leyenda”, es explicado tanto como es posible e interpretado a la luz de las doctrinas tradicionales en el capítulo final; como éste ha aparecido primero aquí mismo (nº de diciembre de 1945), nos contentaremos con recordar su gran interés, sin insistir más en ello. Pensamos que, a menos que se quiera atenerse todavía a las fantasías de las que se ha abusado demasiado hasta ahora en ciertos medios, no será ya posible en adelante hablar del conde de Saint-Germain sin remitirse a esta obra, por la cual dirigimos a su autor nuestras vivas felicitaciones.



    8.- Emile Dermenghem, Joseph de Maistre mystique. (La Colombe, Paris). Acaba de aparecer de este libro una nueva edición revisada, a la cual se han añadido numerosas notas precisando ciertos puntos e indicando los trabajos que, dedicados a cuestiones conexas, han aparecido desde su primera publicación. Para aquellos de nuestros lectores que no conocieran aún esta obra, diremos que expone de una manera tan completa como es posible la carrera masónica de Joseph de Maistre, sus relaciones con las organizaciones iniciáticas vinculadas a la Masonería de su tiempo y con diversos personajes pertenecientes a esas organizaciones, y la influencia considerable que sus doctrinas ejercieron sobre su pensamiento. Todo es muy interesante, y tanto más cuanto que las ideas religiosas y sociales de Joseph de Maistre han sido muy mal comprendidas lo más frecuentemente, incluso a veces enteramente desnaturalizadas e interpretadas en un sentido que no correspondía en absoluto a sus verdaderas intenciones; la principal crítica que tendríamos que formular es en suma la que se referiría al título mismo del libro, pues, a decir verdad, no vemos nada de “místico” en todo ello. E, incluso, cuando Joseph de Maistre se mantiene fuera de toda actividad de orden iniciático, no aparece que jamás se haya vuelto hacia el misticismo como otro lo hicieron a veces; no parece incluso que haya habido en él un cambio real de orientación, sino una simple actitud de reserva que estimaba, con razón o sin ella, serle impuesta por sus funciones diplomáticas; pero ¿se puede esperar que en el espíritu de algunos, la confusión de los dos dominios iniciático y místico pueda ser nunca enteramente disipado?



    9.- Louis-Claude de Saint-Martin, Tableau naturel des rapports qui existent entre Dieu, l´homme et l´Univers. Introducción de Philippe Lavastine. (Editions du Griffon d´Or, Rochefort-sur-Mer).

    -Esta reedición está ciertamente más cuidada que la edición “martinista” de 1900, pero han quedado todavía muchas faltas que parece hubiese sido fácil eliminar. El autor de la introducción ha resumido en algunas páginas los principales rasgos de la doctrina de Saint-Martin; pero ¿no busca un poco demasiado atenuar la diferencia entre los dos períodos de su existencia, es decir, entre su actividad iniciática del principio y su misticismo ulterior?

    RESEÑAS DE ARTICULOS DE REVISTAS APARECIDAS DE 1945 A 1950


    Enero de 1945


    1.- Nos toca volver una vez más sobre la cuestión de los Templarios, pues hemos tenido noticia, muy tardíamente por otra parte, de toda una serie de artículos que publicaron sobre el tema J.H. Probst-Biraben y A. Maitrot de la Motte-Capron en el “Mercure de France”, los siguientes 5 artículos:

    “Los Templarios y su alfabeto secreto” (1 de agosto de 1939)

    Nos parece bastante dudosa la autenticidad del “alfabeto secreto”. Parece que nadie vio realmente los antiguos manuscritos que lo contendrían, y toda esta historia no reposa en suma más que en los asertos del abate Gregoire y de Maillard de Chambure. Por otro lado no entendemos cómo puede considerarse “más serio” el segundo que el primero, ya que si el abate Gregoire recibió información de parte de los “Neo-templarios”, Maillard de Chambure fue miembro de ellos: la “fuente” es por tanto la misma, y sin duda muy poco digna de fe. Además, la cruz, complicada en su forma, que sirve de “llave” para el alfabeto en cuestión es justamente la de los “Neo-templarios”, que no parece sin embargo haber sido usada nunca por los verdaderos. Hay aún un detalle muy sospechoso: es la “U” distinta de la “V”, distinción totalmente desconocida en el Medioevo, y nos sorprende que los autores no lo hayan percibido, mientras sin embargo se inquietaron por la “W” que después de todo podría haber sido justificada más fácilmente.

    Bajo tales considerandos, cabe preguntarse qué utilidad tiene dedicarse a hipotéticas “especulaciones” sobre el simbolismo de ese alfabeto, que a todas luces no tiene más valor que la colección de “reliquias” de Fabré-Palaprat. Además, lo más probable es que, siendo una invención moderna, las irregularidades en el orden de formación de las letras nada tengan de esotérico, sino que su única razón de ser es la de complicar su desciframiento. En todo caso, por lo que hace al sentido de rotación, donde quiere verse “una influencia oriental muy marcada”, lo cierto es que desafortunadamente si se trata del Oriente islámico, la rotación debería ser justamente la contraria.

    Considerado de otra manera, es un hecho singular que los autores parecen esforzarse por reducir todo el misterio de la Orden del Templo a una cuestión de operaciones financieras, lo que sería muy poco esotérico”: ¿acaso no llegan a afirmar en el siguiente artículo que “el verdadero ídolo de los Templarios fue el poder financiero internacional?

    Hay que destacar también un par de inexactitudes históricas: Jacques de Molay no murió en 1312 sino en 1314, y jamás hubo una decisión papal que suprimiera la Orden del Temple, sino que fue suspendida “provisionalmente” por el Concilio de Viena.


    “Los Idolos de los Caballeros del Temple”

    Respecto de los pretendidos “ídolos”, los testimonios obtenidos durante el proceso, en condiciones tales que no permiten considerarlos válidos, se contradicen todos entre sí. Es posible que ciertas historias de “cabezas” se refieran en el fondo simplemente a relicarios, en todo caso se sobreentiende que, a pesar de lo que haya podido pensar la ignorancia occidental, ningún tipo de “ídolo” puede provenir de un ambiente islámico. En todo ello estamos de acuerdo con los autores.

    En cuanto al famoso “Bafomet”, nombre que dio lugar a tantas hipótesis tan poco satisfactorias en general, podemos incidentalmente proporcionar la explicación del susodicho “Bahumid” de von Hammer: es muy cierto que dicha palabra no existe en árabe, aunque en realidad debe leerse “Bahîmad”, que si bien no puede traducirse por “becerro” (interpretación que probablemente nació por influencia de la enigmática “cabeza de becerro” de los Drusos, mas bien que por la del “Buey Apis” o del “Becerro de Oro”), al menos sirve como término genérico de cualquier especie de ganado. No obstante, si en efecto es poco probable que “Bafomet” provenga del árabe “Bahîmah”, que lo inquisidores del proceso ni siquiera debían conocer, por el contrario podría muy bien ser que proviniera de su equivalente hebreo, es decir del “Behemot” bíblico, y tal vez no debería buscarse en otro lugar la solución de tal enigma...

    En lo que se refiere a las cuatro estatuas que, según el mismo von Hammer, se hallaron en el gabinete de Viena (pero ¿qué fue de ellas después de 1818), no vemos qué permitiría considerarlas “Bafomets” , y francamente ¿qué pensar de ellas cuando, de acuerdo a la fisonomía, a una se la califica de “romana”, a otra como “faraónica”, y a las dos restantes como “persas”, a pesar de que todas llevan inscripciones árabes, por lo demás de un árabe muy incorrecto y si el desciframiento de la escritura es correcto? Hay que reconocer que en todo ello hay algo que raya en la superchería, quizá más aún que en el caso de los cofrecitos que examinaremos seguidamente.

    No nos demoraremos en estudiar detalladamente el sentido de las frases árabes, cuya lectura misma parece muy dudosa. Nos limitaremos a indicar un error de hecho: es correcto que “kenîsah” (y no “kensen”) designa exclusivamente a una iglesia cristiana (más aún, tanto cristianos como musulmanes usan esta palabra al referirse a tal iglesia, pues no hay otra para designarla), pero no podemos comprender que se diga que “˜Maulana˜ jamás se ha utilizado”, puesto que en varios países islámicos (hay otros además del Maghreb) dicho término se emplea por el contrario corrientemente para dirigirse a los soberanos, y también a otros personajes respetables.

    “Los cofrecitos misteriosos de los Templarios”

    Se trata de los dos famosos cofrecitos que figuraron en la colección del duque de Blacas (¿por cuál extraña mala suerte será que también se perdieron?) Como en el caso de los pretendidos “Bafomets”, no hay ninguna prueba de que hayan tenido jamás alguna relación con los Templarios. Según los autores se trataría simplemente de “potes de triaca” usados por médicos griegos y árabes. Tal explicación no tiene en sí nada de inverosímil.

    No estudiaremos aquí la interpretación de las figuras en que se apoya la hipótesis, interpretación que en su conjunto vale tanto como cualquier otra, a pesar de que no es correcta en todos sus detalles (por ejemplo, no se ve muy bien por qué razón un mismo signo indicaría en un lugar un número de ingredientes, y en otro un número de meses o años).

    Lo más curioso son las cuestiones planteadas sobre la tapa de los cofrecitos: su simbolismo es completamente alquímico (¿por qué algunos quisieron ver en la figura principal, que es en realidad un “Rebis”, otra vez un “Bafomet”?), y, también en este caso, hay inscripciones que, si fueron transcriptas con exactitud, están redactadas en un árabe inimaginable, de lo que habría que extrañarse mucho si se admite la hipótesis de los autores, ya que según éstos dicha tapa, agregada posteriormente, habría sido fabricada por alquimistas occidentales hacia fines del Medioevo o comienzos de Renacimiento. Los motivos por los que se les asigna una fecha tan tardía no se indican por lo demás demasiado claramente, del mismo modo que aquellos que motivan la siguiente afirmación: “no se ve en qué podría un templario interesarse en la alquimia”; independientemente de la cuestión de los cofrecitos, no vemos por qué motivo no hubieran podido interesarse!

    “Los Templarios y los Guardianes del Temple”

    En este artículo se trata sobre todo de las relaciones de los Templarios con los Ismaelitas, denominados habitualmente con el nombre de “Assassins”. Los autores se preocupan inútilmente por explicar que debería escribirse “Assacine”, lo que no representa una mejor transcripción (el uso de la “e” muda, especialmente, no es más que una extravagante concesión a la pronunciación francesa), y que no quita que no sea justamente el origen de la palabra “asesino”, y que no se trata en absoluto de una simple “aproximación de asonancia”. La derivación claro está no indica lo que fueron realmente los Ismaelitas, sino solamente la opinión vulgar de los occidentales acerca de ellos.

    Al fin del artículo hay varias consideraciones contradictorias: ¿por qué decir que los Templarios “no estaban iniciados” porque que sea poco probable que hubieran recibido la iniciación de parte de los Ismaelitas, como si no hubieran podido tener su propia iniciación, sobre todo si se admite que fueron “joanitas”?

    Se dice también que poseían “un conocimiento profundo del simbolismo, del esoterismo del Cercano Oriente y mediterráneo”, lo que no se compadece con la carencia de iniciación, ni con las preocupaciones completamente profanas que además se les atribuye.

    En cuanto a buscar las pruebas de tal conocimiento en el alfabeto “neotemplario” posiblemente no es una argumentación demasiado sólida, a despecho del cuidado que tienen los autores de no “pasar por sobre los límites permitidos por la crítica histórica”.

    “El Rey de Francia y los Templarios” (1° de enero de 1940).

    Finalmente el último artículo parece que intenta justificar a todo el mundo: al Rey de Francia, al Papa, a los Templarios y a los jueces, donde cada cual habría tenido la razón de su propio punto de vista. No insistiremos. Nos conformaremos con señalar que mientras los Templarios son presentados como dueños no sólo de un secreto financiero, sino también de un secreto “sinárquico”, lo que a fin de cuentas resulta un poco menos burdamente material (sin embargo ¿es realmente “trasladarse al ambiente del siglo XIV” referirse aquí a un “asunto laico”?) De cualquier forma, nos parece que de estos extensos estudios lo que sobre todo se transparenta es la dificultad verdaderamente ardua de lograr saber exactamente a qué atenerse de todas estas cosas.

    Jules Romains y la tradición oculta

    2.- En “Cahiers du Sud” (marzo de 1940), Jean Richer publica un estudio sobre “Jules Romains y la tradición oculta”. A decir verdad, no sabemos muy bien qué puede ser una “tradición oculta”, sin embargo pensamos que, sin duda, habrá querido decir “esotérica”, aunque el término tampoco sería demasiado exacto en el caso pues se trata especialmente de la India. Jules Romains sin duda habrá leído algunos libros concernientes a las doctrinas hindúes, pero no vemos que haya extraído gran cosa de ello, ya que sus intentos son más bien vagos, y en todo caso no se refieren más que a asuntos de orden muy superficial. Reducir por ejemplo los diferentes estados a que se refiere el Vedanta a simples “regímenes de conciencia”, vale decir a algo puramente psicológico, significa entender muy poco o nada de lo que en realidad se trata. Por lo que hace al Yoga, a pesar de que el autor declara que sus objetivos son “espirituales”, parece no obstante que Jules Romains nada más percibió que ciertos aspectos “psicofisiológicos” más o menos extraordinarios, lo cual por otra parte nada tiene de sorprendente, ya que los occidentales, aún sin ser “literatos”, generalmente no se interesan más que por este aspecto “fenoménico” y completamente contingente. Lo que resulta más asombroso es que, a propósito de este tipo de “desdoblamiento” que los ocultistas denominan estrambóticamente “salida al astral” (lo que nada tiene que ver con el estado de “samâdhi”), se pueda llegar a escribir que “se trata sin duda de lo que los antiguos conocían con el nombre de Misterios o de Iniciación”. ¡He aquí observaciones sumamente imaginarias y que no podrían estar más lejos de la verdad! También encontramos en una nota la curiosa afirmación de que “la Francmasonería debería mucho a Egipto”: si bien es cierto que algunos sistemas se basaron sobre dicha fantástica teoría (y lo hicieron de tal manera que demostraron claramente el carácter artificial de dicha relación, tanto como también la ignorancia de los autores de la “egiptología”), es imposible hallar en la Masonería propiamente dicha algo que lleve la marca de un origen egipcio. Y si bien pueden realizarse comparaciones sobre ciertos puntos, por ejemplo entre la leyenda de Hiram y el mito de Osiris, se trata de cosas cuya equivalencia se encuentra en diversas tradiciones, y que de ningún modo pueden explicarse por “préstamos” ni por descendencia más o menos directa, sino en realidad por la unidad esencial de todas las tradiciones.


    Los Globos Terrestre y Celeste

    3.- En el “Grand Lodge Bulletin” de Iowa (nº de abril de 1940) hay una nota dedicada al tema de los globos celeste y terrestre que a veces se encuentran en la parte superior de las dos columnas. Es evidente que se trata al parecer de una innovación completamente moderna, no por la pretendida ignorancia que algunos se complacen en atribuir a los antiguos, sino muy simplemente porque tales globos no figuran en ningún simbolismo tradicional.

    Es también una hipótesis muy poco probable que deriven del globo alado egipcio, ya que la posición de los globos y su duplicación sería completamente anormal, y no guardaría relación alguna con el significado del globo alado.

    Queremos también señalar un error lingüístico bastante grave: el prefijo “ya”, tanto en hebreo como en árabe, es simplemente el indicativo de la tercera persona del futuro de los verbos, y no tiene relación alguna con el nombre divino “Yah”.

    El Antro, síntesis de los tres mundos

    4.- En “Symbolisme” (enero-febrero-marzo de 1940), G. Persigout estudia “El antro, síntesis obscura de los tres mundos”. A pesar de que nos cite repetidamente, y que también se apoye en analogías alquímicas, no estamos muy seguros de que haya comprendido totalmente el simbolismo de la caverna iniciática, tantas son las consideraciones extrañas al tema que entremezcla en su exposición. El simbolismo tradicional del diamante no tiene ciertamente nada que ver con las teorías de la química moderna del carbono, ni el de la luz con ciertas hipótesis biológicas sobre “el origen de la vida”. Hay ciertos análisis de palabras hebreas que son bastante fantásticos, y en todo caso si se quiere ser lo exacto debería tenerse mucho cuidado de no confundir “he” con “het”. Nos sorprendió ver una nota atribuida a Eliphas Levi tomada de la Llave de la Magia Negra: al verificar la cita vimos que en realidad se trataba de La Clave de los Grandes Misterios.


    El Arte adivinatorio

    En un artículo sobre “El arte adivinatoria” , Diogène Gondeau parecería confundir la intuición con la imaginación. Aún más ni siquiera alude al hecho de que ciertas “artes adivinatorias” no son otra cosa que residuos más o menos deformados de antiguas ciencias tradicionales, lo cual sin embargo es en el fondo el único aspecto realmente interesante de la cuestión.

    La rama del olivo

    François Ménard, en un breve artículo sobre “la rama del olivo” expone su simbolismo de manera muy incompleta: habla con justicia del papel que juega el olivo en varios ritos, como soporte de la “fuerza espiritual”. Lo restante en cambio no es sino un elogio demasiado exclusivo del “clima mediterráneo”.



    Diciembre de 1945


    5.- “The Speculative Mason”


    Cuadro de Dibujos

    En el número de julio de 1940, en un artículo sobre el primer Tracing Board (Cuadro de Logia) considerado como imagen del Cosmos, hay un muy buen análisis del Bhagavad Gitâ, posiblemente algo influido por algunas preocupaciones de “actualidad”, y un estudio sobre “Lady Godiva”, leyenda medieval anglosajona que parecería extraer sus raíces de algunas tradiciones precristianas.

    Varios

    El número de octubre contiene una historia de la construcción de la abadía de Saint-Alban relativa a ciertas leyendas de la Masonería operativa, y un estudio sobre Mary Ann Atwood, autora de la obra anónima titulada A suggestive Inquiry into the Hermetic Mystery que se continúan en el número de enero de 1941.


    6.-“Speculative Mason”


    Sobre la Atlántida

    En el número de abril de 1941, vale la pena señalar un resumen de las antiguas tradiciones concernientes a la Atlántida, algunas consideraciones geológicas que parecerían confirmarlas, y un estudio sobre las relaciones de la Kábala y la Masonería que prosigue en los números de julio y octubre. Este último trae una cantidad de curiosas indicaciones, sin embargo ciertos puntos son bastante discutibles, y no todos los ensayos mencionados son igualmente convincentes, ni todas las fuentes citadas igualmente válidas. Consideramos que no debe pensarse que exista una verdadera influencia más o menos directa de la Kábala sino en aquellos casos donde se encuentren detalles muy precisos, y no sólo semejanzas que se dan normalmente entre todas las tradiciones iniciáticas. Conviene destacar además que la ciencia de los números está bien lejos de ser asunto exclusivo de la Kábala hebrea.


    Historia del Grado de Compañero

    En el número de julio, hay un estudio histórico sobre el desarrollo del grado de Compañero en los primeros tiempos de la Masonería especulativa, que se continúa en octubre, otro artículo trata del simbolismo del centro considerado más particularmente en sus relaciones con la Estrella Polar, la Plomada y la Esvástica, tal como lo establecían los rituales operativos, y finalmente una nota sobre los “tokens1 (1) de las antiguas corporaciones.


    Varios

    En el número de octubre, hay que destacar una buena crítica sobre los historiadores masónicos que quieren atenerse exclusivamente al método llamado “científico” (y sobre todo profano, agregaríamos nosotros) que no admite “evidencia” alguna de otro orden que no sean los documentos escritos. En este mismo número y los siguientes (enero, abril, julio y octubre de 1942) hay un estudio muy detallado sobre el simbolismo ritual de la iniciación del grado de Aprendiz.

    El número de enero de 1942 trae la traducción de nuestro artículo sobre “Mitos, misterios y símbolos”2, así como también el artículo de Marius Lepage sobre “La espada flamígera” aparecido antes en la revista “Symbolisme” y que oportunamente reseñamos.


    Naymus Graecus

    En el número de abril encontramos un artículo sobre ese personaje enigmático designado con el nombre de Naymus Grecus en ciertas copias de las Old Charges (antiguos manuscritos operativos) que habría introducido la Masonería en Francia, en la época de Carlos Martel, y sobre la hipótesis que intenta identificarlo con Anthemius de Tralles, el arquitecto de Santa Sofía de Constantinopla. Destacamos también en el mismo número y en el de julio, un muy breve pero interesante estudio sobre “Pitágoras y los antiguos Misterios”. En su transcurso se recuerda naturalmente el Peter Gower de las Old Charges así como la conexa confusión entre ”Fenicios” y “Venecianos”.


    Antiguos Misterios y títulos caballerescos

    En el número de julio, hay una nota sobre algunos vestigios de los antiguos Misterios conservados hasta nuestros días, de forma bastante insospechada, (lo cual es un ejemplo de lo que dijimos acerca de los orígenes reales del “folklore”), y un artículo sobre los títulos caballerescos usados en la “Rosa-Cruz de Heredom”, y más particularmente sobre el significado de aquel título de “Via Determinata” adoptado por el autor.


    Golpes y Lewis

    En el número de octubre, además de la continuación de este último artículo, hay un estudio sobre el significado de los “golpes” rituales de los diferentes grados (constitutivos de lo que se llama la “batería” en la Masonería francesa) y una nota sobre el “grapón” (“clamp” o “cramp” también llamado “lewis”), instrumento usado para alzar piedras del suelo hasta el lugar que deben ocupar en la construcción, y que pertenece más especialmente al simbolismo de la Mark Masonry.



    Abril-mayo de 1947


    7.- “Le Symbolisme”

    A pesar del fallecimiento en 1943 de su fundador, Oswald Wirth, la revista “Le Symbolisme” ha vuelto a publicarse desde diciembre de 1945 bajo la dirección de J. Corneloup.


    Defensa del Gran Arquitecto del Universo de J. Corneloup

    En el número de diciembre de 1945, una “Defensa del Gran Arquitecto del Universo” de J. Corneloup, insiste muy justamente sobre la importancia esencial del simbolismo, al cual los actuales masones no testimonia, demasiado frecuentemente, otra cosa que "un respeto más verbal que real”, debido a que no comprenden verdaderamente el sentido y el alcance del mismo.

    Destacamos más particularmente la afirmación de que “lo propio de un símbolo es el hecho de que puede ser comprendido de diversas maneras, de acuerdo al punto de vista desde donde se lo considera”, de modo tal que “un símbolo que no admitiera más de una interpretación no sería un verdadero símbolo”, y también la formal declaración de que, contrariamente a lo que algunos pretenden, “la Masonería no es ni puede ser agnóstica”.

    A pesar de todo, el estudio en lo que concierne al simbolismo del Gran Arquitecto del Universo, no nos parece llegar al fondo de la cuestión, además de entremezclar ciertas consideraciones propias de la ciencia moderna que nada tienen que ver con el punto de vista iniciático. Por otra parte nos preguntamos cómo puede llegar a decirse que “Hiram es exterior a la Masonería operativa, que lo tomó de una dudosa leyenda hebrea”: esta es una afirmación muy discutible y que en todo caso tendría necesidad de explicación.


    Las fuentes de las actuales ideas tradicionales

    En el número de enero de 1946, François Ménard examina “Las fuentes de las actuales ideas tradicionales”. Parecería exagerar la influencia del platonismo, aunque fuera por intermedio de Fabre d’Olivet, sobre el ocultismo del pasado siglo, pero tiene toda la razón cuando marca el estado heterogéneo de la llamada “tradición occidental” que algunos quisieran oponer a las tradiciones orientales. “Del Oriente siempre nos vino la Luz” dice el autor, “y su pura claridad espiritual nos sigue llegando directamente a pesar de todo, gracias a algunos intérpretes autorizados y calificados”.


    De la finalidad y los medios de la Francmasonería

    En el número de febrero, Marius Lepage, hablando “De la finalidad y los medios de la Francmasonería”, puntualiza que la Francmasonería difiere completamente de los diversos tipos de asociaciones profanas por el hecho mismo de ser una iniciación. Las consideraciones que expone sobre el simbolismo de la Luz, sobre el evangelio de San Juan, la virtud de los ritos, la “Liberación” como fin supremo de la iniciación, son excelentes en su mayoría. Mas ¿por qué será que vemos reaparecer una vez más la confusión con la “mística”? El sentido actual de esta palabra está demasiado alejado de su acepción etimológica como para permitir volver a ella. Lo que se llama “mística” o “misticismo” hace ya mucho tiempo que ha dejado de ser la “ciencia del misterio” y menos aún la “ciencia de los iniciados”, y decir que “hay una técnica de la mística, idéntica para todas las religiones y todas las iniciaciones” significa no sólo confundir los dominios esotérico y exotérico, sino también olvidar que una de las características del misticismo es precisamente no tener “técnica” alguna.

    La cuestión del Gran Arquitecto del Universo

    En el número de marzo, François Ménard y Marius Lepage vuelven sobre la cuestión del Gran Arquitecto del Universo. Si bien es legítimo decir que el mismo “no es la Divinidad, sino un aspecto accesible de la Divinidad” que acentúa “el aspecto ordenador y constructivo del Inconcebible Principio”, nos parece que no constituye una razón para asimilarlo a la concepción gnóstica del “Demiurgo”, lo que le atribuiría mas bien una carácter “maléfico” muy poco conciliable con el lugar que ocupa en el simbolismo masónico, e incluso también con la conclusión misma a que llegan los autores, según la cual, al meditar sobre la fórmula del Gran Arquitecto del Universo, “el masón que ‘comprende bien su Arte’ sabrá y ‘sentirá’ que la orden excede el simple “deísmo” profano para acceder a una comprensión más profunda del Supremo Principio”.


    La naturaleza de los ritos

    J.H.Probst-Biraben destaca con razón que son insuficientes las concepciones de los actuales sociólogos sobre “La naturaleza de los ritos”, a los cuales no atribuyen generalmente nada más que un carácter sentimental, a la vez artístico y utilitario. Para nosotros se podría haber ido más lejos todavía, ya que en aquellas obras profanas referentes a este tema lo único valioso es la “documentación” que aportan, y todo el resto demuestra especialmente la incomprensión de sus autores.


    Hipótesis de trabajo de J. Corneloup

    En el número de abril, un artículo de J. Corneloup denominado “Hipótesis de trabajo”, acentúa todavía más la confusión antes señalada entre el punto de vista iniciático y el de la ciencia profana. Esta última podrá efectuar todas las hipótesis que quiera, y además eso es todo lo que puede hacer: ¿qué más podría hacer una hipótesis en el dominio del simbolismo (y nos referimos al verdadero simbolismo que nada tiene que ver con los pseudo símbolos inventados por los sabios modernos)? Y además ¿no equivaldría a desconocer completamente el carácter propio del conocimiento iniciático admitir que en él pudiera hallarse algo hipotético?


    Navidad de Marius Lepage

    Con el título de “Navidad”, Marius Lepage estudia diversos aspectos del simbolismo del solsticio de invierno. Tenemos que señalar que jamás dijimos, como parece creer el autor, que el nombre de “Janus” derivara del sánscrito “yâna”, sino solamente que uno y otro tienen la misma raíz, lo cual es indiscutible; en cambio la etimología hebrea que toma en consideración es totalmente inverosímil.


    Un método, una finalidad, una protección

    En el número de mayo, en otro artículo de J. Corneloup titulado “Un método, una finalidad, una protección”, leemos: “la finalidad que se propone el método simbólico de la búsqueda de la Verdad”, pensamos que se trata de un lapsus y que haya querido decir “el conocimiento de la Verdad” ya que evidentemente la búsqueda no puede de ningún modo constituir una finalidad. De todos modos, aunque no sea más que un lapsus, no deja de ser significativo porque transparenta las tendencias inherentes al espíritu moderno. Por otro lado, no es exacto decir que “la Masonería es la forma moderna de la iniciación”, en primer lugar porque nada que tenga carácter iniciático, y más generalmente tradicional, puede llegar a calificarse de “moderno” sin entrar en contradicción, y después porque históricamente significa desconocer los antecedentes antiguos y medievales de la Masonería: ¿acaso creerá el autor que la Masonería no se remonta más allá de 1717? El artículo concluye con algunas consideraciones acerca de la “ley del silencio” bastante juiciosas, pero que están lejos de representar todo lo que podría haberse dicho del tema, ya que ni siquiera rozan la verdadera naturaleza del secreto iniciático.

    La génesis del concepto de tolerancia

    En el número de junio, Albert Lantoine expone “La génesis del concepto de tolerancia”, y parecería querer destacar que el “lanzamiento” de dicha idea no fue en suma más que un acto político de Guillermo de Hannover, pero que también este acto influyó bastante directamente en la constitución de la Masonería en su nueva forma “especulativa”. Lo cual confirma aún más lo que siempre pensamos del papel que desempañaron en dicha constitución las influencias profanas, que penetraron de esta modo en un dominio que debería normalmente estarles vedado. ¿Pero cómo puede ser que aquellos, cuyos estudios históricos conducen a semejantes constataciones, no puedan llegar a comprender que este mismo hecho representa la marca de una grave degeneración desde el punto de vista iniciático?



    Julio-agosto de 1947

    8.- “Le Symbolisme”

    Masonería educativa y Masonería iniciática

    En el número de julio de 1946, J. Corneloup en un artículo titulado ”Masonería educativa y Masonería iniciática”, subraya con justa razón que “las Logias se las ingeniaron para darles ‘luces’ a sus miembros, en lugar de ayudarlos a buscar la ‘Luz’”; en otras palabras, “los masones consagraron la mayor parte de su tiempo y sus mejores esfuerzos a la tarea educativa de la Masonería, descuidando y aún ignorando el trabajo iniciático”. Pero cuando agrega que por otra parte “la iniciación no se opone a la educación” y que esta última incluso “es uno de los caminos que preparan para la iniciación”, hubiera sido necesario puntualizar un poco sobre de qué tipo de educación se habla, puesto que existe cierta educación profana que es todo lo contrario de una preparación con vistas a la iniciación. Por otra parte es exacto que no puede darse una definición propiamente dicha de la iniciación, a lo que de nuestra parte agregaremos que esto es así puesto que toda definición es forzosamente limitativa. De todos modos las nociones que se exponen “para ayuda a concebir la idea” son verdaderamente demasiado sumarias, y dejan la impresión de que la “facultad de comprensión” de que se trata no llega demasiado lejos.

    Agreguemos que no comprendemos muy bien cómo pueda hablarse de “la conjunción en una misma organización, durante el siglo XVII, de los masones operativos y de los masones aceptados”, como si éstos no hubieran sido siempre los miembros no “profesionales” de la Masonería operativa, y también que una alusión a los “egrégores” nos parecería reflejar algo de esa confusión que señalábamos en un reciente artículo.


    Ritos y rituales

    En el número de agosto, Marius Lepage se empeña en marcar una diferencia entre “Ritos y rituales”: se trata naturalmente de los rituales escritos de los que destaca muy justamente su carácter de simple “ayuda memoria”. Lamenta que “la Masonería no posea el organismo que permitiría mantener los ritos dentro de su pureza primitiva y auténtica”; por otra parte piensa que “manteniendo integralmente intactos los principios fundamentales de la iniciación formal, los ritos deberían materializarse en rituales adaptados a la mentalidad de los hombres a los cuales se dirigen”, y ello es también correcto, pero debería puntualizarse al respecto que tal adaptación no podrá ser legítima más que dentro de ciertos límites, puesto que no debería jamás implicar concesión alguna al espíritu antitradicional característico del mundo moderno.

    Desafortunadamente, el artículo contiene además cierta confusión entre “iniciaciones” y “religiones”, e incluso también una afirmación sobre el origen “mágico” de los ritos que es más que discutible. Se trata de temas sobre los que nos hemos explicado muy frecuentemente como para que sea necesario hacerlo de nuevo.




    De la iniciación

    En el número de septiembre, Jules Boucher trata “De la iniciación” en un artículo que destila un inoportuno pesimismo. No puede reprochársele, ciertamente, el denunciar los perjuicios que acarrea el racionalismo, y que deplore la trivialidad de ciertas “especulaciones” que no tienen nada de iniciático. Pero parecería desconocer totalmente el valor propio de la iniciación virtual, y concluye así: “¿Es posible oponerse a la decadencia de la Masonería? Para ello sería necesario reencontrar la “Palabra Perdida” y nos parece que dicha “Palabra (ese Verbo iniciático) se perdió para siempre”. Sigue al artículo una respuesta de Marius Lepage que vuelve a poner correctamente las cosas en su sitio, y del que citaremos algunos extractos:

    “Vivimos años que son de acelerado oscurecimiento de los principios espirituales que hasta este momento han sostenido la substancia del mundo: este mundo pronto se desmoronará... La incomprensión de los hombres frente a la expresión humana de lo sagrado es el signo más notorio de la proximidad del fin de los tiempos. ¿Porqué afligirse? Lo que tiene que ser será, y todas las cosas concurren a su fin. La apariencia de la decadencia de todas las organizaciones iniciáticas no es más que el efecto de la corrupción de los hombres, cada vez más alejados de su Principio. ¿Qué puede interesarnos si estamos seguros que este fin de un mundo se integra en la armonía universal, y si hemos comprendido bien la enseñanza de la Cámara del Medio? ... “

    “En el seno de la organizaciones iniciáticas, a pesar de las desviaciones y alteraciones, se hallarán los últimos testigos del Espíritu, aquellos por cuyo intermedio la Letra será conservada y trasmitida a los adeptos que recibirán el encargo de hacerlo conocer a los hombres de otro ciclo. Lo cual tampoco debe desesperarnos: ¿acaso sabemos cuándo y cómo las palabras que pronunciamos despertarán en alguno de nuestros Hermanos los centros sutiles y lo convertirán en un guardián de la tradición?”


    La Justicia

    En el número de noviembre, François Ménard formula consideraciones sobre “La Justicia” y sobre el simbolismo de la balanza, en conexión con la ley de las “acciones y reacciones concordantes” que rige la manifestación universal.


    Notas sobre la Masonería india

    Algunas “Notas sobre la Masonería india” de Silas H. Shepherd, contienen interesantes acotaciones sobre la tan poco conocida tradición de los Indios de América del Norte. Por otra parte el título es inexacto, puesto que evidentemente se trata aquí de una forma de iniciación totalmente diferente de la forma masónica, y a la que no puede aplicarse el nombre sin provocar una extensión abusiva.


    El esoterismo heráldico y los símbolos

    Un estudio de J.H. Probst-Biraben sobre “El esoterismo heráldico y los símbolos”, en los números de julio hasta octubre, reúne una muy considerable documentación sobre el tema. Insiste especialmente en el origen oriental de los escudos de armas y sus relaciones con el hermetismo, relaciones que por otra parte son comunes con “las figuras del Tarot, las marcas corporativas”, y sin dudas con muchas cosas más que en el Medioevo tuvieron un carácter similar: “sin el conocimiento del simbolismo hermético, el arte heráldica resulta en su mayor parte incomprensible”.

    Lo que nos parece en verdad sorprendente, es que el autor no quiera admitir que “algunos símbolos esotéricos fueron introducidos en los escudos por los mismo nobles” porque ellos “no eran en general ni instruidos ni mucho menos iniciados”, y que incluso nunca habrían llegado ni siquiera a suponer cual era su sentido real. ¿Será que el autor jamás habrá oído de la existencia de una iniciación caballeresca, y se imaginará que la instrucción exterior debería constituir una condición indispensable de la iniciación? Que algunos clérigos e incluso artesanos hayan colaborado a veces en la composición de los escudos de armas, es seguramente muy probable; pero ¿no será simplemente porque entre ellos y los nobles existían relaciones de orden iniciático, de las que pueden encontrarse muchos indicios, y sobre todo y precisamente en el dominio del hermetismo?

    Otra idea discutible es aquella según la cual hay símbolos que pueden llamarse “mediterráneos”, pero no llegamos a comprender a qué forma tradicional podría corresponder tal designación.


    La Virgen hermética

    Los números de julio a noviembre contienen también un extenso estudio de François Ménard sobre “La Virgen hermética”, en el transcurso del cual se abordan cuestiones diversas pero que, en su totalidad, se relacionan al orden cosmológico tal como se lo considera más particularmente en las formas tradicionales occidentales. Es así como se estudia en primer lugar el simbolismo del “vaso hermético” que corresponde a cierto aspecto de la Virgen.

    Luego el autor trata de puntualizar el sentido de la “Sabiduría hermética” de Khunrath, y extrae la conclusión de que “la Virgen es el principio esencial del hermetismo”, pero que “este aspecto sin embargo es ortodoxo, vale decir que está en relación con el dominio metafísico que es, como se sabe, el del Principio supremo”, correspondiendo dicha relación por lo demás a la que debe existir normalmente entre el “arte real” y el “arte sacerdotal”.

    A continuación, a propósito de la Virgen como “Luz de gloria” nos encontramos ante una especie de fantasía científica sobre la “luz coronal”, que nos parece bastante lamentable, en primer término porque las cosas de este tipo no dejan de ser muy hipotéticas, y también porque, como todo aquello que se inspira en la ciencia profana, no tienen realmente nada en común con los datos tradicionales, herméticos o no, sino que por el contrario recuerdan demasiado la clase de especulación típica de los ocultistas.

    Diremos más o menos lo mismo acerca “del ciclo del azoe y la trama del mundo sensible”, a pesar de que el autor haya tomado por lo menos la precaución de resaltar, a propósito de las fuerzas cuyas diversas modalidades constituyen dicha ‘trama”, que “el hermetismo tiene la considerable ventaja respecto de la ciencia moderna de conocer tal fuerza, por así decir, desde adentro, vale decir que la identifica con la luz que está en el hombre y que reconoce que, a partir de un cierto grado y mediante la dirección correcta de su voluntad, puede actuar sobre la luz y obtener así determinados resultados definidos, por medio de una técnica segura”. Por nuestra parte diríamos más claramente sobre el hermetismo y la ciencia moderna que no se trata de conocimientos del mismo orden.

    Posteriormente, la cuestión pasa a la “Virgen zodiacal”, así como al mito de Ceres, con el cual se relaciona en cuanto “signo de tierra”. Sigue luego un esbozo de las diferentes etapas de la realización hermética según la descripción simbólica que Dante proporcionó en la Divina Comedia. El autor, al querer “dilucidar el misterio jeroglífico de Hokmah”, cometió desafortunadamente un grave error: confundió la he final con una heth, lo que naturalmente falsea por completo su cálculo y su interpretación.

    En cuanto a la conclusión según la cual “la Virgen hermética, en tanto se halle en contacto con las cosas sensibles y materiales, es la forma de la Diosa (vale decir en suma de la Shakti) mejor adaptada a nuestro Occidente y a nuestra época de materialismo a ultranza”, diremos que nos parece un poco contradictoria con el hecho que, en este Occidente moderno, ¡las ciencias tradicionales están por completo perdidas!



    Marzo de 1948


    9.- “The Speculative Mason” de octubre 1947.

    Las cualificaciones físicas

    El número de octubre reproduce un extracto del informe de la última Conferencia de Grandes Maestros americanos, concerniente a la “calificaciones físicas” que algunos quisieran actualmente abolir para poder admitir en la Masonería a los inválidos de guerra. Es obvio que los partidarios de esta propuesta denominada “liberal” lo único que pueden esgrimir son argumentos de orden puramente sentimental, y de nuevo encontramos en ellos aquella idea completamente falsa según la cual las calificaciones corporales habrían perdido su razón de ser a partir de que la Masonería se tornó “especulativa”.

    Ya tratamos el tema bastante extensamente en una de nuestras obras (Aperçus sur l´Initiation, N. del T.). Los que sostienen la tesis contraria enfocan naturalmente las cosas de manera más correcta, pero no obstante sorprende que parecen preocuparse ante todo por el temor de que los inválidos puedan tornarse en algún momento ¡“una carga para la Fraternidad”! Tales consideraciones no tienen por cierto nada de iniciático, y al respecto nada mejor que las pocas palabras que el redactor de la revista agregó a manera de conclusión: “No se trata de una cuestión de sentimientos ni de situación financiera; se trata de una ley natural que exige que exista un perfecto “alineamiento” en todos los planos si se quiere que la iniciación se haga efectiva”.

    Signo zodiacal de Inglaterra

    Un artículo bastante curioso enfoca la cuestión de bajo la influencia de cuál signo zodiacal se encontraría Inglaterra. El autor pone en duda la habitual afirmación de los astrólogos según la cual sería Aries, todo lo cual es un pretexto para poner en consideración los diferentes signos y describir los caracteres humanos que les corresponden. Finalmente se inclina por Sagitario sin afirmarlo sin embargo de manera definitiva.


    Cuadro de Dibujos

    En otro artículo se pasa a tratar el tema del Tracing Board del grado de Maestro. Un punto particularmente importante es aquel que concierne a la buharda (o "buhardilla", ventana que ilumina el desván, N. del T.) que en este cuadro está ubicada en la parte superior del Templo. Y cuyo simbolismo, como muy bien lo vio el autor, es idéntico al del “ojo” del domo del que hemos hablado en varias oportunidades.

    “Es interesante también, dice el autor, encontrar algunas veces el símbolo “G” suspendido en la abertura de un domo iluminado desde lo alto, sugiriendo la Luz divina que se esparce sobre todas la cosas”. Y agregaremos que hay allí un evidente vestigio del simbolismo “polar” en uso en la Masonería operativa, y que ya señalamos en otra parte (La Gran Tríada, N. del T.).

    Además es bastante inexacta la relación que se establece con el “tercer ojo”, ya que en realidad éste no se sitúa en la coronilla de la cabeza , y es completamente distinto del Brahmâ-randhra.

    Puntualicemos por último que sólo en el grado del “Royal Arch” podría llegar a comprenderse efectivamente la verdadera relación existente entre estos dos “centros” diferentes.



    Junio de 1948


    10.- “ Le Symbolisme” (diciembre de 1946 a agosto de 1947)

    El Triángulo y el Hexagrama

    La revista publicó desde sus números de diciembre de 1946 hasta mayo de 1947 (salvo en el de marzo íntegramente consagrado a la memoria de Oswald Wirth), un estudio sobre “El triángulo y el hexagrama” firmado por “Maen-Nevez, Maître d’Oeuvre”, en el cual hay consideraciones de desigual importancia, entre las cuales las más interesantes para nosotros son aquellas que conciernen a los símbolos propiamente operativos y “compañónicos”.

    El autor reproduce una marca de picapedrero hallada en Vitré en la que figura el “cuatro de cifra” del cual hemos hablado en otra parte, y del cual el autor no parece haber intentado profundizar el significado, a pesar de que haya tomado dicha marca como punto de partida para los desarrollos del tema, los cuales no se relacionan más que de una manera bastante poco directa. Al menos logró meritoriamente “emplazar” la marca en cuestión sobre una de las “grillas” gráficas usadas a este efecto por las antiguas corporaciones de constructores.

    Hay que señalar también y en forma especial las consideraciones expuestas en el transcurso de este trabajo referentes a la construcción de madera y de piedras, más particularmente en la arquitectura nórdica; deben relacionarse con lo que dijimos sobre este tema al referirnos a otras tradiciones ("Albañiles y Carpinteros", diciembre de 1946, N. del T.)


    Símbolos Trinitarios

    A propósito de símbolos “trinitarios”, en el artículo se considera el curioso cuadro “compañónico” reproducido hace tiempo en un número especial de “Voile d’Isis” (noviembre de 1925). El parecido de esta figura con aquella del dios tricéfalo galo no es discutible, pero es posible que el autor, que evidentemente se interesa en particular por el Celtismo, quiera forzar demasiadas consecuencias. En todo caso, hay otra cosa bastante extraña y que no creemos se haya mencionado alguna vez: es que el dibujo en cuestión es exactamente semejante a ciertos cuadros provenientes del monte Athos (salvo que en éstos, las inscripciones son en griego en vez de en latín), y que parecería que los monjes griegos los utilizaron como apoyo para la contemplación. Este hecho podría arrojar una luz insospechada sobre ciertas afinidades del “Compañerazgo”.

    Quisiera señalar ahora una pequeña inexactitud: no es Shiva sino Brahmâ quien se representa con cuatro rostros en la iconografía hindú: por el contrario existen figuras de Shiva con tres rostros (en relación con el “triple tiempo”) que hubiera sido oportuno mencionar en esta ocasión.

    Las siguientes consideraciones sobre el hexagrama se inspiran en gran parte en los trabajos de Matila Ghyka y merecen una simple observación: es muy exacto que el triángulo con la cúspide arriba y el triángulo invertido corresponden respectivamente al fuego y al agua, de los que por otra parte son los símbolos alquímicos; sin embargo no deja de ser una interpretación entre muchas otras posibles, y el autor la considera de una manera demasiado exclusiva.

    No conocemos la obra de R.J.Gorsleben a que se refiere, pero de acuerdo con la cita, nos parecería que no debería usarse sin precaución, ya que es de temer que su interpretación de los símbolos contenga buena parte de “modernización” bastante fantasiosa.


    La Masonería negra en los Estados Unidos

    En el número de junio, Marius Lepage estudia “La Masonería negra en los Estados Unidos”, cuestión generalmente poco conocida por el hecho de que tal Masonería no tiene relación alguna con las Grandes Logias “blancas”, y es considerada por ellas como “clandestina” (o más exactamente “no reconocida”, ya que en realidad su origen es perfectamente regular), lo que por otra parte no impidió que haya alcanzado un desarrollo bastante más considerable de lo que podría suponerse. Lo más sorprendente es que en el mismo Estados Unidos hay una gran cantidad de masones “blancos” que ni siquiera sospechan de su existencia.


    Iniciación y Reglamentos

    En el número de julio-agosto, bajo el título “Iniciación y Reglamentos”, Marius Lepage insiste muy justamente que una cualidad iniciática no puede perderse de ninguna manera. Esto es algo contra lo cual los reglamentos administrativos no pueden hacer nada, y las exclusiones que pregonan son sólo medidas de orden totalmente exterior que no hacen perder la cualidad de masón, tanto como en la Iglesia católica, la “interdicción” de un sacerdote no le arrebata el carácter sacerdotal.

    La distinción del orden iniciático del administrativo debería observarse cuidadosamente siempre, y es de esperar a este respecto que los reglamentos se redacten de manera que no contengan nada en contradicción con los principios iniciáticos, lo que en suma equivaldría eliminar todo los que fue simplemente tomado de las instituciones profanas, y que no podría convenir con la verdadera naturaleza de la Masonería.


    Septiembre de 1948

    La muerte del Compañero

    11.- En “The Speculative Mason” de abril de 1948 vale la pena destacar un estudio sobre “La muerte del Compañero”. Se trata naturalmente de la iniciación al grado de Maestro y de la identificación del recipiendario con Hiram, en virtud de la cual “deberá elevarse hasta un nivel donde obrará en virtud de motivos superiores a él mismo, siendo partícipe de una carácter universal”, lo que se aproxima correctamente a la noción del desapego a los frutos de la acción del Bhagavad Gitâ.


    Conócete a ti mismo

    Varios autores estudian el significado de la máxima “Conócete a ti mismo”. De manera general estas exposiciones insisten sobre todo en la necesidad de orientar la conciencia a lo interior, haciéndola que pase gradualmente a otros estados cada vez más profundos, hasta finalmente llegar, después de haberse librado así de todas las limitaciones contingentes, a alcanzar el mismo centro del ser, donde reside el verdadero “sí mismo”.



    Octubre-noviembre de 1948

    12.- “Le Symbolisme”

    A propósito de las ‘Resoluciones de Nueva York’

    En el número de septiembre-octubre de 1947, P.O’Neil en un artículo titulado “A propósito de las ‘Resoluciones de Nueva York’”, examina algunos aspectos de la divergencia entre la Masonería anglosajona y la Masonería francesa, que parece deberse sobre todo porque habiendo partido ambas de las concepciones de las Constituciones de Anderson, se fueron apartando de alguna manera en sentido inverso durante su desarrollo; así, mientras la Masonería francesa acentuó cada vez más su tendencia a la “modernización”, la Masonería inglesa por lo contrario, gracias a la acción de los “Antiguos”, se aproximó a la verdadera tradición, la que había sido atacada inoportunamente por Anderson.


    Iniciación y mito adámico

    En el número de noviembre, bajo el título “Iniciación y mito adámico”, Gaston Moyse reflexiona a propósito de la substitución realizada en un templo masónico de las dos columnas por dos estatuas que representan un hombre y una mujer. Es muy cierto que las columnas simbolizan los dos principios complementarios, que puede ser designados como masculino y femenino, sin embargo pensamos que tal figuración antropomórfica, además de no tener nada de tradicional, restringe demasiado el significado del símbolo, pues llama la atención exclusivamente a lo que no es nada más que una simple aplicación particular.


    Ensayo de una interpretación jeroglífica según el P. Kircher

    En los número de septiembre a diciembre hay un estudio titulado “Ensayo de una interpretación jeroglífica según el P. Kircher”, de Louis Coulon. Es una explicación de una figura de una plancha isíaca del Museo de Turín, que representa un escarabajo con cabeza humana acompañado de varios símbolos accesorios.

    Los comentarios del P. Kircher, para quien dicha figura ‘resume los más grandes misterios, y encierra las más altas potencias’, seguramente no carecen de interés, pero debemos decir que es sumamente dudoso que pueda considerárselos en su conjunto como expresión de ideas auténticamente egipcias. Por otra parte, es cierto que el monumento en cuestión no sería demasiado antiguo, ya que sobre el mismo habrían, en lugar de una inscripción jeroglífica, cuatro caracteres que no pueden ser otra cosa que letras griegas más o menos deformadas, y por eso mismo muy difíciles de interpretar (en todo caso no creemos que puedan formar la palabra “philo”); por lo cual es muy evidente que no pueden datarse más allá del período alejandrino.

    Pero lo más curioso, y que no parece que hubiera sido percibido, es que dicha figura es manifiestamente el prototipo de otra que se encuentra, al parecer, en una obra árabe de Ibn Washiyah. Esto es un verdadero enigma, y seguramente sería interesante que alguien buscara más profundamente en este sentido; de todos modos habría que asegurarse en primer lugar de que von Hammer, cuya documentación es siempre muy sospechosa, no hubiera cometido alguna de las suyas, como nos tememos.


    Historia de las Constituciones del Gran Oriente de Francia

    En los números de marzo, abril y mayo, J. Corneloup traza la historia de las “Constituciones del Gran Oriente de Francia”, y de las modificaciones sucesivas realizadas en el siglo XIX, especialmente aquella de 1877 que tuvo tan inoportunas consecuencias.

    Lo verdaderamente singular es que las actas de la Asamblea General de que se trata no mencionan nada de la supresión de la fórmula del “Gran Arquitecto del Universo”, y que tampoco se halla rastro alguno de que hubiera habido una votación respecto de una “reforma de los rituales” que debería implicar dicha supresión, votación que no obstante se realizó con toda seguridad: ¿cu